miércoles, 31 de agosto de 2016

La rebelión del viejo navío

Los días 6, 7 y 8 de septiembre, el investigador independiente, editor y activista español, Amador Fernández-Savater impartirá el curso “Deseo y afecto en los movimientos sociales”, en nuestro Espacio de Reflexión Estética, a propósito de su próxima visita, recuperamos este texto publicado en La Tempestad 112, julio de 2016, que formó parte del tema La rebelión alegre y en el que el autor subraya la fuerza política, la amistad y las comunidades improvisadas en una lectura de La taberna errante de G.K. Chesterton.

 

 

 

Levantamos un techo y una hoguera para desde allí

internarnos en el hielo y la tormenta, y volver más tarde

a refugiarnos. El hombre ha nacido para luchar contra

el hielo y la nieve, y esa misma lucha es su techo y su fuego.

Jack London

 

 

Hay una serie de autores que, durante el siglo xx, se opusieron resueltamente, sin perder el ánimo alegre ni la esperanza, a cuatro de los jinetes del Apocalipsis (la tradición se equivoca al hacer el recuento, hay más): imperialismo, estalinismo, fascismo y capitalismo. Esa tradición de pensamiento y acción merece más confianza que ninguna otra: Albert Camus, Walter Benjamin, George Orwell, Hanna Arendt, Cornelius Castoriadis o… G.K. Chesterton. A diferencia de los otros escritores, que combatieron esas máquinas de guerra y dominación total en nombre de distintas formas de democracia radical (sistema de consejos, socialismo libertario, etc.), Chesterton se batió contra la barbarie moderna en nombre de viejas tradiciones (el cristianismo, la familia, una curiosa visión de la Edad Media, etc.). Pero se equivocaría quien juzgase los valores que sostenían su lucha demasiado pronto: exaltaba el cristianismo porque le parecía la única forma de defender el cuerpo y la alegría (alguien dijo que, para él, el cristianismo siempre representó la esperanza en una resurrección de los cuerpos aquí y ahora), utilizaba sistemáticamente la paradoja porque a su juicio revelaba más a las claras que cualquier otra cosa el sentido común, criticaba el capitalismo porque no respetaba la propiedad privada (excepto la de un 5% de la población), afirmaba que la «esencia del hombre es la errancia» pero sus personajes reencuentran siempre, como Ulises, el lugar de partida después de numerosas experiencias de frontera y extravíos.

 

En las novelas de Chesterton personajes a todas luces extravagantes y excesivos se persiguen unos a otros; de pronto hacen un alto en medio de las locas carreras y discuten sobre hondísimas cuestiones metafísicas. Y siguen persiguiéndose, batiéndose bajo cielos de colores extremos y pesadillescos, porque «la vida es una lucha y no una conversación». Estos personajes son frecuentemente gigantes fuera de toda medida: en El hombre que fue jueves (1908) Domingo es un coloso que lidera una conspiración de anarquistas que quieren destruir el mundo; Patrick Dalroy, el protagonista irlandés de La taberna errante (1914), mide no sé cuántos miles de pies, y a Flambeau, el profesor Moriarty del Padre Brown, le cuesta horrores disimular su enorme estatura para despistar a Scotland Yard. El goce que suscitan estas fórmulas a quienes se complacen una y otra vez en ellas no asombrará a los amantes de los westerns o de la música de los Ramones: conocemos la trama y el desenlace por anticipado, pero el placer no reside en la sorpresa (que se agota pronto) sino en el reencuentro con los mismos temas, motivos, ritmos e imágenes esenciales: peregrinaje y vagabundeo, probabilidad de la muerte, combate contra el mal, fidelidad a una causa, ímpetu y pujanza de la alegría, etc. La plenitud se complace en la repetición, porque en verdad «la variación de las cosas humanas no les viene nunca de la vida, sino del agotamiento, procede siempre de su aniquilamiento, de la distensión del anhelo o fuerza que las anima. Los movimientos de un hombre cambian en cuanto aparece el menor elemento de fatiga o fracaso: trepa a un autobús cuando está cansado de andar a pie y anda a pie cuando se aburre de ir sentado, pero si su vida y la alegría que lo anima fueran tan titánicas que nunca se fatigase de ir a la ciudad de Islington, hacia allá se dirigiría diariamente, con la misma regularidad con que se dirige hacia la ciudad de Sheernes el Támesis».

 

La taberna errante narra las aventuras de dos proscritos que hacen rodar por toda Inglaterra, huyendo de la justicia, el último barril de ron de la isla (y un queso gigantesco para acompañar) después de que un primer ministro británico sumamente “islamizado” haya decretado el cierre de todas las tabernas en nombre del ecumenismo y el entendimiento entre las culturas. Sin duda, como explica Santiago Alba Rico en su magnífico prólogo a la edición de Acuarela Libros, La taberna errante es una metáfora de la lucha entre la cultura de los vínculos –en la taberna se come, se bebe y se conversa con otros– y la destrucción de todas las trazas de tejido social que opera el capitalismo, el orden económico que no permite establecer relaciones duraderas que trasciendan la mera superficialidad y el oportunismo de los lazos instrumentales, interesados. La taberna de Chesterton representa todo lo que hace de nosotros algo más que simples mónadas asustadas, egoístas y calculadoras: el placer de la aventura donde se arriesga la propia conservación, el gusto por la narración que suspende el narcisismo autorreferencial del sujeto y transmite una experiencia de alteridad, el humor que rompe la seriedad con que nos tomamos nuestra identidad, el valor de pelear por una causa más vieja y amplia que nosotros mismos, la alegría de la camaradería y otras formas de la exterioridad, etc. Como resume el propio autor, La taberna errante está habitada por «mil y una bromas, historias, canciones y amistades».

 

¿Qué hacer cuando se proscribe la sociabilidad, es decir, cuando se proscriben las tabernas, los lugares comunes? El nacionalismo, los fundamentalismos y todo tipo de sectas ofrecen una respuesta: la «territorialización fantasmática», la invención de una fuente trascendente de sentido (Dios, la Tradición, la Historia, la Sangre, el Suelo) que colma las brechas, sutura las heridas, rellena el vacío, confirma el futuro, anula la incertidumbre, suprime las preguntas. Los procesos de desterritorialización capitalista y territorialización fantasmática van de la mano. No hay uno sin el otro, se retroalimentan. Pero las distintas supersticiones sobre la posibilidad de recuperar una supuesta pureza perdida no nos interesan aquí: se trata más bien de interrogar las tentativas emancipadoras para construir «una comunidad de los que no tienen comunidad».

 

Patrick Dalroy y Humphrey Pump, los protagonistas de La taberna errante, se fugan de los nichos en los que ya sólo cabe aguantar la tristeza, la soledad y la impotencia para rehacer el lazo social, las amistades, sobre la marcha. En este caso, la dignidad se demuestra andando. Se trata de lo que filósofos como Paolo Virno o Toni Negri llaman «éxodo». Éxodo no significa necesariamente desplazamiento físico: uno puede viajar sin moverse de sitio, como decía Deleuze (y demostró maravillosamente Jack London en El peregrino de las estrellas). Éxodo es más bien iniciativa, fuerza de innovación, capacidad de multiplicar las amistades, de perturbar a los poderosos allá donde a uno no le esperan, de dar la vuelta como a un calcetín a las reglas que nos sojuzgan. Eso hacen Dalroy y Pump: cogen un enorme barril de ron, un queso gigantesco y el letrero de la antigua taberna que regentaba Pump, El Viejo Navío, y emprenden una huida disparatada en la que no cesan nunca de interrumpir la paz de quienes los han desposeído. La ley que decreta el cierre de las tabernas dice que no se podrá servir ni beber alcohol allí donde no haya un letrero en regla que lo indique, y la policía se encarga eficazmente de que no quede ni uno solo. Pero Pump y Dalroy escapan con la enseña de El Viejo Navío y atraviesan el territorio inglés plantándola en los sitios más inesperados: en la puerta de la sala de conferencias donde un orador chiflado convence a todo el mundo de supuestas bondades del islam o en una exposición de arte abstracto donde se encuentra reunido todo el gobierno británico responsable de la prohibición del alcohol. «Allí donde los fugitivos se detienen y abren la espita del barril, enseguida cristaliza una sociedad en miniatura, como una perla alrededor de un grano de arena». En efecto, allí donde aparecen los proscritos, fugaz y felizmente, a la carrera siempre, con su enorme queso de bola y el gigantesco barril de ron, ahí aparece también «el pueblo que falta», que decía Deleuze –y aparece, por cierto, con una sed tremenda.

 

El Viejo Navío es una metáfora de rebelión de un pensador que no amaba especialmente la rebelión. Chesterton creía, más bien, que un gran número de instituciones absurdas se habían rebelado contra el sentido común y la vida cotidiana de los hombres y las mujeres. En El hombre que fue jueves hay un célebre combate dialéctico entre un anarquista y un policía secreto que discuten sobre la naturaleza de la poesía. El anarquista defiende que la esencia del hecho poético es el desorden y que el poeta es siempre un sublevado, a lo que Chesterton responde en boca del policía secreto: «¿Qué hay de poético en ser un sublevado? Igual podría decir usted que es poético marearse. Marearse es una sublevación. Tanto estar mareado como rebelarse pueden ser lo saludable en ciertas ocasiones desesperadas, pero que me ahorquen si entiendo por qué son poéticas. La sublevación en abstracto es repugnante. Es un mero vómito». En realidad, nos dice, la poesía, la libertad y la alegría no son experiencias extraordinarias: la vida cotidiana está llena de esos prodigios. La cordura estriba en un exceso de imaginación, así como la gran salud consiste en un exceso de placer. Sólo los fanáticos se aprestan a vaciar las fuentes de la sobreabundancia en nombre de una concepción raquítica del bienestar (el higienismo): con operaciones de cirugía urbana que eliminan la maraña excesiva de callejuelas y establecen la tiranía del ángulo recto, con operaciones de cirugía física que rebajan las formas excesivas de los cuerpos, con operaciones de cirugía mental que secan la imaginación radical del continuo trasiego simbólico, con operaciones de cirugía lingüística que eliminan del vocabulario todas las “redundancias” en las que consiste verdaderamente la libertad de palabra, etc. El “pueblo” que invoca Chesterton contra todos esos reformadores sociales alucinados no es nunca una figura de la homogeneidad, la paz, la calma, la unidad o la completitud: por el contrario, es excéntrico, deforme, exagerado, múltiple, inacabado, salvaje, monstruoso. Y por eso mismo representa la cordura y la gran salud.

 

«Desenredar las lenguas de los hombres y de los ángeles, entremeterse en las ciencias terribles, jugar con pilares y pirámides y lanzar los planetas como pelotas, ésa es la audacia íntima y la diferencia que el alma humana, como si fuera un malabarista, guardará para siempre. Esa es la cosa insanamente frívola que llamamos cordura».

Así, la rebelión de Dalroy y Pump no es de ningún modo un fruto del nihilismo o la desesperación, sino la defensa de lazos sociales vivos. Una defensa que no despliega en vertical fortalezas y castillos, sino que hace rodar en horizontal las «mil y una bromas, historias, canciones y amistades que habitaban El Viejo Navío». Una rebelión del sentido común. Pero ¿no recomienda el sentido común que lo más sensato es plegarse a las condiciones existentes?, ¿no es la rebelión más bien un fogonazo deslumbrante de lo no sabido, lo desconocido, lo nunca visto? Chesterton opinaba lo contrario: cuanto más sensato es un hombre más cerca está de embarcarse en una revolución. A la revolución francesa, dice, «no la alentó algo muy nuevo y singular, alguna paradoja o extraña idolatría. Cuando la sangre corrió, corrió por verdades incontestables, casi perogrullescas; y cuando las ciudades crujieron desde sus cimientos fue lo más obvio y sabido lo que las hizo crujir». Por eso, cuando una «institución absurda» se revuelve contra esa normalidad donde habitan serenamente todos los milagros y los excesos, Chesterton esgrime, sin dudarlo, «un derecho de resistencia ilimitado» que hoy asustaría a todos los pensadores de buen tono. Así, en un momento determinado de La taberna errante, Dalroy le dice al primer ministro inglés, Lord Ivywood: «mi lord, quisiera decirle una palabra: yo también estudié el catecismo y no tengo nada de radical. Desearía que reflexionase sobre lo que me ha hecho. Me ha robado una casa que era mía del mismo modo que esta es suya. Ha convertido en un vagabundo harapiento a quien fue en otro tiempo un hombre respetado en la Iglesia y el mercado. Y ahora me quiere mandar a una celda o a que me azoten con un látigo. Permita que le pregunte: ¿qué cree que pienso de usted? Por lo que veo es usted un amo malvado, y el pastor nos ha dicho siempre que se podía disparar contra los ladrones». Acto seguido, Dalroy dispara y aloja en la pierna de Lord Ivywood una bala que le dejará renqueante toda la novela. Y vuelta a correr con el barril y el queso a cuestas, cantando por el camino más canciones, narrando más historias, haciendo otros amigos, viviendo más aventuras.

 

En La taberna errante las absurdas instituciones que se han rebelado contra el sentido común están encarnadas en Lord Ivywood, abducido por una concepción fanatizada del islam. El personaje es un crisol de las cosas que más fastidiaban a Chesterton: la creencia ilustrada de que se puede decretar la felicidad de la gente y rehacer el mundo a nuestro antojo a golpe de leyes, la voluntad de dominio y poder nietzscheana, el nihilismo que siempre busca el adelgazamiento de las formas humanas, la ruptura de todos los límites que prescribe el buen sentido, etc. Y lo retrata con trazos muy parecidos a los que utilizaba para describir a su eterno rival en mil batallas dialécticas, George Bernard Shaw. La cuestión principal que discutieron fue la afición de éste a la parábola nietzscheana del superhombre; Chesterton abominaba de toda la retórica entusiasta sobre el crecimiento infinito, la expansión ilimitada, el progreso eterno, el desarrollo incontestable, etc. Por eso fue uno de los pocos intelectuales públicos de Inglaterra que se opuso con virulencia a la guerra de los Böers en Sudáfrica y al bloqueo de toda autonomía para Irlanda del Norte. «No veo ninguna utilidad a un imperio sin puestas de sol», reprochaba a los imperialistas.

 

Contra todos los absolutos, Chesterton prefería, defendía y practicaba la felicidad terrenal. Como le dice Dalroy a Pump en uno de esos diálogos que mantienen de vez en cuando, mientras toman un respiro entre carrera y carrera: «¿Sabes, amigo Pump, que empiezo a temer que la gente de hoy no tiene ni idea sobre la vida? Esperan de la naturaleza cosas que ella no prometió jamás y se empeñan en destruir lo que realmente les ofrece. En todas esas capillas ateas de Ivywood no hacen más que hablar de Paz, Paz Perfecta, Paz Absoluta, Alegría Universal, unión de las almas, pero no parecen más felices que los demás […]. No sé si Dios creó al hombre para una felicidad Absolutamente Absoluta, pero sí que quiso que pasáramos buenos ratos y yo tengo la intención de pasarlo bien». En el fondo, lo que Chesterton siempre reprochó a sus enemigos, fuesen escépticos o anarquistas, predicadores religiosos o imperialistas, fue que sacrificaran lo concreto a ideales abstractos que son, en verdad, una pura nada.

 

Como han dicho algunos comentaristas del libro, La taberna errante es un alegato contra la tiranía y la imbecilidad, un canto a la alegría y el gozo de la existencia. Creo que sobre todo es una afirmación entusiasta y exaltada de la amistad, una de las cosas que Chesterton más valoraba en el mundo (la otra, quizás, era el buen humor). En Lo que está mal en el mundo (1910) habla más concretamente de la amistad o, más bien, de esa modalidad suya que es la camaradería, destacando tres aspectos. 1) «[L]a camaradería posee una filosofía amplia, como el firmamento común, subrayando que todos nos encontramos bajo las mismas condiciones cósmicas». He aquí uno de los motivos recurrentes en sus libros: la afirmación de «esas cosas tan gozosas y terribles que los seres humanos tenemos en común», bienes simples y universales como la carne, el sueño o la cerveza, hechos terribles como tener que morir algún día, inclinaciones tan asombrosas como la alegría o la risa. Ningún hombre, dice Chesterton, debe ser superior a las cosas que son comunes a los hombres, y precisamente eso le recrimina a todos los Lord Ivywood de sus novelas, cuya aspiración a la «sobrehumanidad» les conduce siempre al mayor de los patetismos. 2) «[La camaradería] reconoce tal vínculo como esencial porque es simplemente la humanidad vista desde ese preciso aspecto desde el cual todos los hombres son iguales». No puede existir amistad o camaradería entre amo y esclavo, reo y verdugo, dominador o dominado. Y 3) «La camaradería contiene la insistencia sobre lo corporal y su ineludible satisfacción. Nunca nadie ha empezado siquiera a comprender la camaradería si no la acepta acompañada de un cierto alborotado materialismo, una cierta cordial premura en el comer, el beber, el fumar». Ése es el contenido que podemos encontrar en el fondo del barril que los proscritos llevan de aquí para allá.

 

Para Chesterton la amistad no es algo que pertenezca al ámbito privado, sino el contenido vital de toda democracia, que no consiste en el gobierno de la mayoría, ni en el gobierno de todos, sino en el gobierno de cualquiera: «la democracia descansa en el hábito de dar por sentado que entre un extraño y uno mismo existen cosas inevitablemente comunes». El éxodo es precisamente una modalidad de acción política que no considera al “enemigo” como el punto de referencia principal, agujereando así el esquema clásico de Carl Schmitt sobre la distinción amigo-enemigo como operación que define la acción política. No pretende tomar el poder, no pretende construir un nuevo Estado, sino seguir haciendo rodar el barril y el queso, haciendo nuevos amigos, defendiendo siempre la fuga y las aventuras de las incursiones belicosas de los Ivywoods de turno. Fe o confianza, amistad y fidelidad son los valores sustantivos de los proscritos de Chesterton, así como de esa nueva modalidad de acción política que se designa como “éxodo”. El vínculo entre esos tres valores es relatado por Alain Badiou: «Sin la fe no se tiene nada. Si no se tiene confianza, no se tiene nada tampoco. Porque si lo que se encuentra es desconfianza no se puede tener una relación positiva con el otro, será siempre recelosa. Entonces, el primer punto es la confianza, la confianza en el hecho de que es posible pensar otro mundo, la confianza en el proyecto común. Luego, la fidelidad, porque es necesario estar juntos, ser fieles a esa confianza. No se trata de tenerla de vez en cuando y por azar, hay que continuarla. El único imperativo es continuar, no dejarse desalentar, no renunciar, mantener la confianza, porque de inmediato esa confianza va a encontrarse obstáculos terribles, fracasos, imposibilidades. Y desde el interior de la fidelidad se crea la comunidad amistosa de los que son fieles. La amistad es la consecuencia de una fidelidad común». Me apostaría un vaso de ron y un poco de queso en la taberna errante a que Chesterton estaría incondicionalmente de acuerdo.



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La rebelión del viejo navío

Los días 6, 7 y 8 de septiembre, el investigador independiente, editor y activista español, Amador Fernández-Savater impartirá el curso “Deseo y afecto en los movimientos sociales”, en nuestro Espacio de Reflexión Estética, a propósito de su próxima visita, recuperamos este texto publicado en La Tempestad 112, julio de 2016, que formó parte del tema La rebelión alegre y en el que el autor subraya la fuerza política, la amistad y las comunidades improvisadas en una lectura de La taberna errante de G.K. Chesterton.

 

 

 

Levantamos un techo y una hoguera para desde allí

internarnos en el hielo y la tormenta, y volver más tarde

a refugiarnos. El hombre ha nacido para luchar contra

el hielo y la nieve, y esa misma lucha es su techo y su fuego.

Jack London

 

 

Hay una serie de autores que, durante el siglo xx, se opusieron resueltamente, sin perder el ánimo alegre ni la esperanza, a cuatro de los jinetes del Apocalipsis (la tradición se equivoca al hacer el recuento, hay más): imperialismo, estalinismo, fascismo y capitalismo. Esa tradición de pensamiento y acción merece más confianza que ninguna otra: Albert Camus, Walter Benjamin, George Orwell, Hanna Arendt, Cornelius Castoriadis o… G.K. Chesterton. A diferencia de los otros escritores, que combatieron esas máquinas de guerra y dominación total en nombre de distintas formas de democracia radical (sistema de consejos, socialismo libertario, etc.), Chesterton se batió contra la barbarie moderna en nombre de viejas tradiciones (el cristianismo, la familia, una curiosa visión de la Edad Media, etc.). Pero se equivocaría quien juzgase los valores que sostenían su lucha demasiado pronto: exaltaba el cristianismo porque le parecía la única forma de defender el cuerpo y la alegría (alguien dijo que, para él, el cristianismo siempre representó la esperanza en una resurrección de los cuerpos aquí y ahora), utilizaba sistemáticamente la paradoja porque a su juicio revelaba más a las claras que cualquier otra cosa el sentido común, criticaba el capitalismo porque no respetaba la propiedad privada (excepto la de un 5% de la población), afirmaba que la «esencia del hombre es la errancia» pero sus personajes reencuentran siempre, como Ulises, el lugar de partida después de numerosas experiencias de frontera y extravíos.

 

En las novelas de Chesterton personajes a todas luces extravagantes y excesivos se persiguen unos a otros; de pronto hacen un alto en medio de las locas carreras y discuten sobre hondísimas cuestiones metafísicas. Y siguen persiguiéndose, batiéndose bajo cielos de colores extremos y pesadillescos, porque «la vida es una lucha y no una conversación». Estos personajes son frecuentemente gigantes fuera de toda medida: en El hombre que fue jueves (1908) Domingo es un coloso que lidera una conspiración de anarquistas que quieren destruir el mundo; Patrick Dalroy, el protagonista irlandés de La taberna errante (1914), mide no sé cuántos miles de pies, y a Flambeau, el profesor Moriarty del Padre Brown, le cuesta horrores disimular su enorme estatura para despistar a Scotland Yard. El goce que suscitan estas fórmulas a quienes se complacen una y otra vez en ellas no asombrará a los amantes de los westerns o de la música de los Ramones: conocemos la trama y el desenlace por anticipado, pero el placer no reside en la sorpresa (que se agota pronto) sino en el reencuentro con los mismos temas, motivos, ritmos e imágenes esenciales: peregrinaje y vagabundeo, probabilidad de la muerte, combate contra el mal, fidelidad a una causa, ímpetu y pujanza de la alegría, etc. La plenitud se complace en la repetición, porque en verdad «la variación de las cosas humanas no les viene nunca de la vida, sino del agotamiento, procede siempre de su aniquilamiento, de la distensión del anhelo o fuerza que las anima. Los movimientos de un hombre cambian en cuanto aparece el menor elemento de fatiga o fracaso: trepa a un autobús cuando está cansado de andar a pie y anda a pie cuando se aburre de ir sentado, pero si su vida y la alegría que lo anima fueran tan titánicas que nunca se fatigase de ir a la ciudad de Islington, hacia allá se dirigiría diariamente, con la misma regularidad con que se dirige hacia la ciudad de Sheernes el Támesis».

 

La taberna errante narra las aventuras de dos proscritos que hacen rodar por toda Inglaterra, huyendo de la justicia, el último barril de ron de la isla (y un queso gigantesco para acompañar) después de que un primer ministro británico sumamente “islamizado” haya decretado el cierre de todas las tabernas en nombre del ecumenismo y el entendimiento entre las culturas. Sin duda, como explica Santiago Alba Rico en su magnífico prólogo a la edición de Acuarela Libros, La taberna errante es una metáfora de la lucha entre la cultura de los vínculos –en la taberna se come, se bebe y se conversa con otros– y la destrucción de todas las trazas de tejido social que opera el capitalismo, el orden económico que no permite establecer relaciones duraderas que trasciendan la mera superficialidad y el oportunismo de los lazos instrumentales, interesados. La taberna de Chesterton representa todo lo que hace de nosotros algo más que simples mónadas asustadas, egoístas y calculadoras: el placer de la aventura donde se arriesga la propia conservación, el gusto por la narración que suspende el narcisismo autorreferencial del sujeto y transmite una experiencia de alteridad, el humor que rompe la seriedad con que nos tomamos nuestra identidad, el valor de pelear por una causa más vieja y amplia que nosotros mismos, la alegría de la camaradería y otras formas de la exterioridad, etc. Como resume el propio autor, La taberna errante está habitada por «mil y una bromas, historias, canciones y amistades».

 

¿Qué hacer cuando se proscribe la sociabilidad, es decir, cuando se proscriben las tabernas, los lugares comunes? El nacionalismo, los fundamentalismos y todo tipo de sectas ofrecen una respuesta: la «territorialización fantasmática», la invención de una fuente trascendente de sentido (Dios, la Tradición, la Historia, la Sangre, el Suelo) que colma las brechas, sutura las heridas, rellena el vacío, confirma el futuro, anula la incertidumbre, suprime las preguntas. Los procesos de desterritorialización capitalista y territorialización fantasmática van de la mano. No hay uno sin el otro, se retroalimentan. Pero las distintas supersticiones sobre la posibilidad de recuperar una supuesta pureza perdida no nos interesan aquí: se trata más bien de interrogar las tentativas emancipadoras para construir «una comunidad de los que no tienen comunidad».

 

Patrick Dalroy y Humphrey Pump, los protagonistas de La taberna errante, se fugan de los nichos en los que ya sólo cabe aguantar la tristeza, la soledad y la impotencia para rehacer el lazo social, las amistades, sobre la marcha. En este caso, la dignidad se demuestra andando. Se trata de lo que filósofos como Paolo Virno o Toni Negri llaman «éxodo». Éxodo no significa necesariamente desplazamiento físico: uno puede viajar sin moverse de sitio, como decía Deleuze (y demostró maravillosamente Jack London en El peregrino de las estrellas). Éxodo es más bien iniciativa, fuerza de innovación, capacidad de multiplicar las amistades, de perturbar a los poderosos allá donde a uno no le esperan, de dar la vuelta como a un calcetín a las reglas que nos sojuzgan. Eso hacen Dalroy y Pump: cogen un enorme barril de ron, un queso gigantesco y el letrero de la antigua taberna que regentaba Pump, El Viejo Navío, y emprenden una huida disparatada en la que no cesan nunca de interrumpir la paz de quienes los han desposeído. La ley que decreta el cierre de las tabernas dice que no se podrá servir ni beber alcohol allí donde no haya un letrero en regla que lo indique, y la policía se encarga eficazmente de que no quede ni uno solo. Pero Pump y Dalroy escapan con la enseña de El Viejo Navío y atraviesan el territorio inglés plantándola en los sitios más inesperados: en la puerta de la sala de conferencias donde un orador chiflado convence a todo el mundo de supuestas bondades del islam o en una exposición de arte abstracto donde se encuentra reunido todo el gobierno británico responsable de la prohibición del alcohol. «Allí donde los fugitivos se detienen y abren la espita del barril, enseguida cristaliza una sociedad en miniatura, como una perla alrededor de un grano de arena». En efecto, allí donde aparecen los proscritos, fugaz y felizmente, a la carrera siempre, con su enorme queso de bola y el gigantesco barril de ron, ahí aparece también «el pueblo que falta», que decía Deleuze –y aparece, por cierto, con una sed tremenda.

 

El Viejo Navío es una metáfora de rebelión de un pensador que no amaba especialmente la rebelión. Chesterton creía, más bien, que un gran número de instituciones absurdas se habían rebelado contra el sentido común y la vida cotidiana de los hombres y las mujeres. En El hombre que fue jueves hay un célebre combate dialéctico entre un anarquista y un policía secreto que discuten sobre la naturaleza de la poesía. El anarquista defiende que la esencia del hecho poético es el desorden y que el poeta es siempre un sublevado, a lo que Chesterton responde en boca del policía secreto: «¿Qué hay de poético en ser un sublevado? Igual podría decir usted que es poético marearse. Marearse es una sublevación. Tanto estar mareado como rebelarse pueden ser lo saludable en ciertas ocasiones desesperadas, pero que me ahorquen si entiendo por qué son poéticas. La sublevación en abstracto es repugnante. Es un mero vómito». En realidad, nos dice, la poesía, la libertad y la alegría no son experiencias extraordinarias: la vida cotidiana está llena de esos prodigios. La cordura estriba en un exceso de imaginación, así como la gran salud consiste en un exceso de placer. Sólo los fanáticos se aprestan a vaciar las fuentes de la sobreabundancia en nombre de una concepción raquítica del bienestar (el higienismo): con operaciones de cirugía urbana que eliminan la maraña excesiva de callejuelas y establecen la tiranía del ángulo recto, con operaciones de cirugía física que rebajan las formas excesivas de los cuerpos, con operaciones de cirugía mental que secan la imaginación radical del continuo trasiego simbólico, con operaciones de cirugía lingüística que eliminan del vocabulario todas las “redundancias” en las que consiste verdaderamente la libertad de palabra, etc. El “pueblo” que invoca Chesterton contra todos esos reformadores sociales alucinados no es nunca una figura de la homogeneidad, la paz, la calma, la unidad o la completitud: por el contrario, es excéntrico, deforme, exagerado, múltiple, inacabado, salvaje, monstruoso. Y por eso mismo representa la cordura y la gran salud.

 

«Desenredar las lenguas de los hombres y de los ángeles, entremeterse en las ciencias terribles, jugar con pilares y pirámides y lanzar los planetas como pelotas, ésa es la audacia íntima y la diferencia que el alma humana, como si fuera un malabarista, guardará para siempre. Esa es la cosa insanamente frívola que llamamos cordura».

Así, la rebelión de Dalroy y Pump no es de ningún modo un fruto del nihilismo o la desesperación, sino la defensa de lazos sociales vivos. Una defensa que no despliega en vertical fortalezas y castillos, sino que hace rodar en horizontal las «mil y una bromas, historias, canciones y amistades que habitaban El Viejo Navío». Una rebelión del sentido común. Pero ¿no recomienda el sentido común que lo más sensato es plegarse a las condiciones existentes?, ¿no es la rebelión más bien un fogonazo deslumbrante de lo no sabido, lo desconocido, lo nunca visto? Chesterton opinaba lo contrario: cuanto más sensato es un hombre más cerca está de embarcarse en una revolución. A la revolución francesa, dice, «no la alentó algo muy nuevo y singular, alguna paradoja o extraña idolatría. Cuando la sangre corrió, corrió por verdades incontestables, casi perogrullescas; y cuando las ciudades crujieron desde sus cimientos fue lo más obvio y sabido lo que las hizo crujir». Por eso, cuando una «institución absurda» se revuelve contra esa normalidad donde habitan serenamente todos los milagros y los excesos, Chesterton esgrime, sin dudarlo, «un derecho de resistencia ilimitado» que hoy asustaría a todos los pensadores de buen tono. Así, en un momento determinado de La taberna errante, Dalroy le dice al primer ministro inglés, Lord Ivywood: «mi lord, quisiera decirle una palabra: yo también estudié el catecismo y no tengo nada de radical. Desearía que reflexionase sobre lo que me ha hecho. Me ha robado una casa que era mía del mismo modo que esta es suya. Ha convertido en un vagabundo harapiento a quien fue en otro tiempo un hombre respetado en la Iglesia y el mercado. Y ahora me quiere mandar a una celda o a que me azoten con un látigo. Permita que le pregunte: ¿qué cree que pienso de usted? Por lo que veo es usted un amo malvado, y el pastor nos ha dicho siempre que se podía disparar contra los ladrones». Acto seguido, Dalroy dispara y aloja en la pierna de Lord Ivywood una bala que le dejará renqueante toda la novela. Y vuelta a correr con el barril y el queso a cuestas, cantando por el camino más canciones, narrando más historias, haciendo otros amigos, viviendo más aventuras.

 

En La taberna errante las absurdas instituciones que se han rebelado contra el sentido común están encarnadas en Lord Ivywood, abducido por una concepción fanatizada del islam. El personaje es un crisol de las cosas que más fastidiaban a Chesterton: la creencia ilustrada de que se puede decretar la felicidad de la gente y rehacer el mundo a nuestro antojo a golpe de leyes, la voluntad de dominio y poder nietzscheana, el nihilismo que siempre busca el adelgazamiento de las formas humanas, la ruptura de todos los límites que prescribe el buen sentido, etc. Y lo retrata con trazos muy parecidos a los que utilizaba para describir a su eterno rival en mil batallas dialécticas, George Bernard Shaw. La cuestión principal que discutieron fue la afición de éste a la parábola nietzscheana del superhombre; Chesterton abominaba de toda la retórica entusiasta sobre el crecimiento infinito, la expansión ilimitada, el progreso eterno, el desarrollo incontestable, etc. Por eso fue uno de los pocos intelectuales públicos de Inglaterra que se opuso con virulencia a la guerra de los Böers en Sudáfrica y al bloqueo de toda autonomía para Irlanda del Norte. «No veo ninguna utilidad a un imperio sin puestas de sol», reprochaba a los imperialistas.

 

Contra todos los absolutos, Chesterton prefería, defendía y practicaba la felicidad terrenal. Como le dice Dalroy a Pump en uno de esos diálogos que mantienen de vez en cuando, mientras toman un respiro entre carrera y carrera: «¿Sabes, amigo Pump, que empiezo a temer que la gente de hoy no tiene ni idea sobre la vida? Esperan de la naturaleza cosas que ella no prometió jamás y se empeñan en destruir lo que realmente les ofrece. En todas esas capillas ateas de Ivywood no hacen más que hablar de Paz, Paz Perfecta, Paz Absoluta, Alegría Universal, unión de las almas, pero no parecen más felices que los demás […]. No sé si Dios creó al hombre para una felicidad Absolutamente Absoluta, pero sí que quiso que pasáramos buenos ratos y yo tengo la intención de pasarlo bien». En el fondo, lo que Chesterton siempre reprochó a sus enemigos, fuesen escépticos o anarquistas, predicadores religiosos o imperialistas, fue que sacrificaran lo concreto a ideales abstractos que son, en verdad, una pura nada.

 

Como han dicho algunos comentaristas del libro, La taberna errante es un alegato contra la tiranía y la imbecilidad, un canto a la alegría y el gozo de la existencia. Creo que sobre todo es una afirmación entusiasta y exaltada de la amistad, una de las cosas que Chesterton más valoraba en el mundo (la otra, quizás, era el buen humor). En Lo que está mal en el mundo (1910) habla más concretamente de la amistad o, más bien, de esa modalidad suya que es la camaradería, destacando tres aspectos. 1) «[L]a camaradería posee una filosofía amplia, como el firmamento común, subrayando que todos nos encontramos bajo las mismas condiciones cósmicas». He aquí uno de los motivos recurrentes en sus libros: la afirmación de «esas cosas tan gozosas y terribles que los seres humanos tenemos en común», bienes simples y universales como la carne, el sueño o la cerveza, hechos terribles como tener que morir algún día, inclinaciones tan asombrosas como la alegría o la risa. Ningún hombre, dice Chesterton, debe ser superior a las cosas que son comunes a los hombres, y precisamente eso le recrimina a todos los Lord Ivywood de sus novelas, cuya aspiración a la «sobrehumanidad» les conduce siempre al mayor de los patetismos. 2) «[La camaradería] reconoce tal vínculo como esencial porque es simplemente la humanidad vista desde ese preciso aspecto desde el cual todos los hombres son iguales». No puede existir amistad o camaradería entre amo y esclavo, reo y verdugo, dominador o dominado. Y 3) «La camaradería contiene la insistencia sobre lo corporal y su ineludible satisfacción. Nunca nadie ha empezado siquiera a comprender la camaradería si no la acepta acompañada de un cierto alborotado materialismo, una cierta cordial premura en el comer, el beber, el fumar». Ése es el contenido que podemos encontrar en el fondo del barril que los proscritos llevan de aquí para allá.

 

Para Chesterton la amistad no es algo que pertenezca al ámbito privado, sino el contenido vital de toda democracia, que no consiste en el gobierno de la mayoría, ni en el gobierno de todos, sino en el gobierno de cualquiera: «la democracia descansa en el hábito de dar por sentado que entre un extraño y uno mismo existen cosas inevitablemente comunes». El éxodo es precisamente una modalidad de acción política que no considera al “enemigo” como el punto de referencia principal, agujereando así el esquema clásico de Carl Schmitt sobre la distinción amigo-enemigo como operación que define la acción política. No pretende tomar el poder, no pretende construir un nuevo Estado, sino seguir haciendo rodar el barril y el queso, haciendo nuevos amigos, defendiendo siempre la fuga y las aventuras de las incursiones belicosas de los Ivywoods de turno. Fe o confianza, amistad y fidelidad son los valores sustantivos de los proscritos de Chesterton, así como de esa nueva modalidad de acción política que se designa como “éxodo”. El vínculo entre esos tres valores es relatado por Alain Badiou: «Sin la fe no se tiene nada. Si no se tiene confianza, no se tiene nada tampoco. Porque si lo que se encuentra es desconfianza no se puede tener una relación positiva con el otro, será siempre recelosa. Entonces, el primer punto es la confianza, la confianza en el hecho de que es posible pensar otro mundo, la confianza en el proyecto común. Luego, la fidelidad, porque es necesario estar juntos, ser fieles a esa confianza. No se trata de tenerla de vez en cuando y por azar, hay que continuarla. El único imperativo es continuar, no dejarse desalentar, no renunciar, mantener la confianza, porque de inmediato esa confianza va a encontrarse obstáculos terribles, fracasos, imposibilidades. Y desde el interior de la fidelidad se crea la comunidad amistosa de los que son fieles. La amistad es la consecuencia de una fidelidad común». Me apostaría un vaso de ron y un poco de queso en la taberna errante a que Chesterton estaría incondicionalmente de acuerdo.



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Cecily Brown, exposición

Conocida por sus lienzos y por la forma en que en su superficie las imágenes se funden en un paisaje en el que no existe perspectiva, de apariencia expresionista, la artista británica Cecily Brown (1969) tendrá su primera exhibición en solitario en Nueva York, ciudad en la que reside. Con Rehearsal, una nueva cara de la pintora será mostrada en The Drawing Center a partir del 7 de octubre y hasta el 18 de diciembre. La exposición reúne poco más de ochenta trabajos de dibujo en pequeña y gran escala, así como cuadernos organizados de manera temática. Como en sus pinturas, en sus dibujos se pueden leer, también, la influencia de artistas como Francisco de Goya. Willem de Kooning, Philip Guston o Francis Bacon. La exposición fue curada por Claire Gilman.  

 

CB2

Cecil Brown, Untitled (Paradise), 2005. The Drawing Center/ © Genevieve Hanson

 

CB3

Cecily Brown, Combing the hair (Beach), 2015. The Drawing Center/ © Genevieve Hanson

 

CB4

Cecily Brown, Untitled (After Bosch and Boldini), 2015. The Drawing Center/ © Genevieve Hanson

 

CB5

Cecily Brown, Untitled (Bestiary), 2011. The Drawing Center/ © Genevieve Hanson

 

CB6

Cacily Brown, Untitled (Ladyland), 2012. The Drawing Center/ © Genevieve Hanson

 

 



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Cecily Brown, exposición

Conocida por sus lienzos y por la forma en que en su superficie las imágenes se funden en un paisaje en el que no existe perspectiva, de apariencia expresionista, la artista británica Cecily Brown (1969) tendrá su primera exhibición en solitario en Nueva York, ciudad en la que reside. Con Rehearsal, una nueva cara de la pintora será mostrada en The Drawing Center a partir del 7 de octubre y hasta el 18 de diciembre. La exposición reúne poco más de ochenta trabajos de dibujo en pequeña y gran escala, así como cuadernos organizados de manera temática. Como en sus pinturas, en sus dibujos se pueden leer, también, la influencia de artistas como Francisco de Goya. Willem de Kooning, Philip Guston o Francis Bacon. La exposición fue curada por Claire Gilman.  

 

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Cecil Brown, Untitled (Paradise), 2005. The Drawing Center/ © Genevieve Hanson

 

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Cecily Brown, Combing the hair (Beach), 2015. The Drawing Center/ © Genevieve Hanson

 

CB4

Cecily Brown, Untitled (After Bosch and Boldini), 2015. The Drawing Center/ © Genevieve Hanson

 

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Cecily Brown, Untitled (Bestiary), 2011. The Drawing Center/ © Genevieve Hanson

 

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Muestran colección del Lucas Museum

El director del que será el Lucas Museum of Narrative Art, Don Bacigalupi, se reunió con Charles Desmarais, reportero del San Francisco Chronicle, para ofrecer un primer vistazo de lo que será la colección del museo que, hasta ahora, se encuentra sin sede definitiva. Hace un par de meses, el cineasta retiró su proyecto de Chicago y anteriormente lo había retirado de San Francisco. La sede vuelve a plantearse en San Francisco y, también, en Los Ángeles.

 

El museo busca resaltar el valor cultural, histórico y social de la colección sin ahondar en precisiones como arte mayor o menor. En sus estándares, la producción del arte narrativo integra cualquier arte visual a través del cual se narre una historia. La colección que fue mostrada en fotografías y dibujos a Desmarais, está integrada por diez mil pinturas y obras sobre papel y 30 mil objetos relacionados con el cine.

 

1200x1200 (1)

N.C. Wyeth, The Storybook (1921). San Francisco Chronicle

 

1200x1200 (2)

Norman Rockwell, After the Prom (1957). San Francisco Chronicle

 

1200x1200 (3)

Norman Rockwell, The Gossips (1948). San Francisco Chronicle

 

1200x1200 (4)

Robert Crumb, The Book of Geneses (2009). San Francisco Chronicle.

 

1200x1200 (5)

Alex Raymond, Flash Gordon, Sunday Page (Marzo 17, 1935). San Francisco Chronicle.

 

 



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Muestran colección del Lucas Museum

El director del que será el Lucas Museum of Narrative Art, Don Bacigalupi, se reunió con Charles Desmarais, reportero del San Francisco Chronicle, para ofrecer un primer vistazo de lo que será la colección del museo que, hasta ahora, se encuentra sin sede definitiva. Hace un par de meses, el cineasta retiró su proyecto de Chicago y anteriormente lo había retirado de San Francisco. La sede vuelve a plantearse en San Francisco y, también, en Los Ángeles.

 

El museo busca resaltar el valor cultural, histórico y social de la colección sin ahondar en precisiones como arte mayor o menor. En sus estándares, la producción del arte narrativo integra cualquier arte visual a través del cual se narre una historia. La colección que fue mostrada en fotografías y dibujos a Desmarais, está integrada por diez mil pinturas y obras sobre papel y 30 mil objetos relacionados con el cine.

 

1200x1200 (1)

N.C. Wyeth, The Storybook (1921). San Francisco Chronicle

 

1200x1200 (2)

Norman Rockwell, After the Prom (1957). San Francisco Chronicle

 

1200x1200 (3)

Norman Rockwell, The Gossips (1948). San Francisco Chronicle

 

1200x1200 (4)

Robert Crumb, The Book of Geneses (2009). San Francisco Chronicle.

 

1200x1200 (5)

Alex Raymond, Flash Gordon, Sunday Page (Marzo 17, 1935). San Francisco Chronicle.

 

 



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martes, 30 de agosto de 2016

NUEVA SEDE PARA EL CINE NACIONAL

Este jueves las salas del Cine Villa Olímpica vuelven a iluminarse. Construido con motivo de la euforia olímpica de 1968, el cine luego pasó al abandono institucional, hasta hace poco era la sede de una congregación cristiana. El rescate del espacio fue financiado por la Delegación Tlalpan y el IMCINE. Se espera que su programación está conformada por cine nacional en un 90%. La película abridora es La delgada línea amarilla (2015) de Celso R. García. Durante los primeros meses la entrada será gratis. Vicente Gutiérrez de El Economista escribió que el Cine Villa Olímpica aún no cuenta con presupuesto fijo y funcionará con equipo prestado. Esperemos que esta nueva parroquia no sufra el mismo destino que casi toda la infraestructura cultural producto de los Juegos Olímpicos, el olvido. 

 

 



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NUEVA SEDE PARA EL CINE NACIONAL

Este jueves las salas del Cine Villa Olímpica vuelven a iluminarse. Construido con motivo de la euforia olímpica de 1968, el cine luego pasó al abandono institucional, hasta hace poco era la sede de una congregación cristiana. El rescate del espacio fue financiado por la Delegación Tlalpan y el IMCINE. Se espera que su programación está conformada por cine nacional en un 90%. La película abridora es La delgada línea amarilla (2015) de Celso R. García. Durante los primeros meses la entrada será gratis. Vicente Gutiérrez de El Economista escribió que el Cine Villa Olímpica aún no cuenta con presupuesto fijo y funcionará con equipo prestado. Esperemos que esta nueva parroquia no sufra el mismo destino que casi toda la infraestructura cultural producto de los Juegos Olímpicos, el olvido. 

 

 



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Entregan premio Arthur C. Clarke

El Premio Arthur C. Clarke al mejor libro de ciencia ficción fue entregado este año al autor británico Adrian Tchaikovsky por Children of Time. El libro narra la historia de los últimos seres humanos que abandonan el planeta (agonizante) para migrar a uno nuevo donde se encuentra una nueva especie. Margaret Atwood, China Miéville y Lauren Beukes, son algunos de los autores que se han obtenido el galardón. Adrian Tchaikovsky es autor también de la serie de fantasía Shadows of the Apt, que se desarrolla en un universo poblado por diferentes razas ficticias de seres humanos con características, cada una de ellas, de un insecto, divididas en los Apt y los Inapt, los primeros tienen la habilidad de entender, usar y diseñar dispositivos mecánicos, mientras los segundos cuentan con una serie de habilidades mágicas. La historia se desarrolla en el intento de conquista de una raza sobre todas las demás.

 

Children of Time

 



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Entregan premio Arthur C. Clarke

El Premio Arthur C. Clarke al mejor libro de ciencia ficción fue entregado este año al autor británico Adrian Tchaikovsky por Children of Time. El libro narra la historia de los últimos seres humanos que abandonan el planeta (agonizante) para migrar a uno nuevo donde se encuentra una nueva especie. Margaret Atwood, China Miéville y Lauren Beukes, son algunos de los autores que se han obtenido el galardón. Adrian Tchaikovsky es autor también de la serie de fantasía Shadows of the Apt, que se desarrolla en un universo poblado por diferentes razas ficticias de seres humanos con características, cada una de ellas, de un insecto, divididas en los Apt y los Inapt, los primeros tienen la habilidad de entender, usar y diseñar dispositivos mecánicos, mientras los segundos cuentan con una serie de habilidades mágicas. La historia se desarrolla en el intento de conquista de una raza sobre todas las demás.

 

Children of Time

 



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“Dialogar el exterior”

Ricardo Caballero presenta Dialogar el exterior, producto de un taller realizado desde 2002 con los pacientes del Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial (Cevarepsi), con apoyo de la Fundación Jumex Arte Contemporáneo. El taller, ofrecido a los pacientes psiquiátricos del Centro forma parte de las atenciones especiales que la población más vulnerable del sistema penitenciario requiere dentro de los campos artísticos y de rehabilitación, como se lee en el comunicado del Museo del Objeto del Objeto (MODO) en el que se exhibirá Dialogar el exterior. Esta muestra de arte marginal se construyó a partir de piezas creadas por los internos e inspiradas en objetos, parte del acervo del MODO, que fueron prestados para el desarrollo del taller. El objetivo es dar visibilidad a los trabajos que se realizan al interior del Cevarepsi. Se exhibe el trabajo de doce interno-pacientes, seleccionados por Caballero y la población del penal, un total de veinte obras. Dentro de esta corriente vale la pena recordar el trabajo de Martín Ramírez (Jalisco, 1895-1963) cuya obra se desarrolló durante su estancia, de más de treinta años, en instituciones mentales en Estados Unidos sin ningún tipo de contacto con el exterior y que es considerado uno de los más grandes pintores del siglo XX. Dialogar el exterior permanecerá del 1 al 8 de septiembre.



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“Dialogar el exterior”

Ricardo Caballero presenta Dialogar el exterior, producto de un taller realizado desde 2002 con los pacientes del Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial (Cevarepsi), con apoyo de la Fundación Jumex Arte Contemporáneo. El taller, ofrecido a los pacientes psiquiátricos del Centro forma parte de las atenciones especiales que la población más vulnerable del sistema penitenciario requiere dentro de los campos artísticos y de rehabilitación, como se lee en el comunicado del Museo del Objeto del Objeto (MODO) en el que se exhibirá Dialogar el exterior. Esta muestra de arte marginal se construyó a partir de piezas creadas por los internos e inspiradas en objetos, parte del acervo del MODO, que fueron prestados para el desarrollo del taller. El objetivo es dar visibilidad a los trabajos que se realizan al interior del Cevarepsi. Se exhibe el trabajo de doce interno-pacientes, seleccionados por Caballero y la población del penal, un total de veinte obras. Dentro de esta corriente vale la pena recordar el trabajo de Martín Ramírez (Jalisco, 1895-1963) cuya obra se desarrolló durante su estancia, de más de treinta años, en instituciones mentales en Estados Unidos sin ningún tipo de contacto con el exterior y que es considerado uno de los más grandes pintores del siglo XX. Dialogar el exterior permanecerá del 1 al 8 de septiembre.



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El lado techno de Manifesta 11

What People Do For Money and other joint ventures, es el título y el tema de Manifesta 11, bienal itinerante de arte contemporáneo que este año se realiza en Zúrich, Suiza, durante cien días: de junio 11 a septiembre 18. Curada por el artista conceptual Christian Jankowski, la bienal explora la relación entre las profesiones dentro y fuera del arte contemporáneo. Apropiándose del título, Jankowski buscó que éste funcionara por sí sólo como una pieza de arte y lo convirtió en un video de música techno cuyo tema fue desarrollado por la banda, afincada en Berlín, The/Das. Un tema para el verano y para Manifesta 11, que redunda, en cada frase, en los clichés del dinero.



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El lado techno de Manifesta 11

What People Do For Money and other joint ventures, es el título y el tema de Manifesta 11, bienal itinerante de arte contemporáneo que este año se realiza en Zúrich, Suiza, durante cien días: de junio 11 a septiembre 18. Curada por el artista conceptual Christian Jankowski, la bienal explora la relación entre las profesiones dentro y fuera del arte contemporáneo. Apropiándose del título, Jankowski buscó que éste funcionara por sí sólo como una pieza de arte y lo convirtió en un video de música techno cuyo tema fue desarrollado por la banda, afincada en Berlín, The/Das. Un tema para el verano y para Manifesta 11, que redunda, en cada frase, en los clichés del dinero.



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lunes, 29 de agosto de 2016

Demanda contra Richard Prince y Gagosian

El artista Richard Prince y la galería que lo representó durante diez años, Gagosian, fueron demandados por una modelo y maquillista afincada en California. Ashley Salazar reclama la apropiación ilegal por parte de Prince de una fotografía de su galería de Instagram que ahora forma parte de la serie New Portraits (2015). La demanda se suma a tres anteriores, una que fue desestimada, de fotógrafos que reclaman el uso de su trabajo. La imagen de la modelo y maquillista fue registrada en la US Copyright Office el 25 de marzo, según dio a conocer el abogado de la demandante; por su parte, el abogado de Prince alega que el material ha sido modificado lo suficiente para hacer uso legal de él: el artista personaliza las fotos dejando comentarios debajo de la imagen. La imagen de Ashley Salazar fue mostrada y vendida en Frieze Nueva York, en 2015.

 

Prince

Imagen: The Art Newspaper

 



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Demanda contra Richard Prince y Gagosian

El artista Richard Prince y la galería que lo representó durante diez años, Gagosian, fueron demandados por una modelo y maquillista afincada en California. Ashley Salazar reclama la apropiación ilegal por parte de Prince de una fotografía de su galería de Instagram que ahora forma parte de la serie New Portraits (2015). La demanda se suma a tres anteriores, una que fue desestimada, de fotógrafos que reclaman el uso de su trabajo. La imagen de la modelo y maquillista fue registrada en la US Copyright Office el 25 de marzo, según dio a conocer el abogado de la demandante; por su parte, el abogado de Prince alega que el material ha sido modificado lo suficiente para hacer uso legal de él: el artista personaliza las fotos dejando comentarios debajo de la imagen. La imagen de Ashley Salazar fue mostrada y vendida en Frieze Nueva York, en 2015.

 

Prince

Imagen: The Art Newspaper

 



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Kanye West exhibe “Famous”

Blum & Poe exhibió Famous, instalación privada creada por Kanye West, durante dos noches. Famous, trece figuras del medio del espectáculo en cera tendidas en la cama, ha causado polémica desde su aparición en el video homónimo. Las figuras son ahora presentadas como una pieza de arte en la galería de Los Ángeles. Durante la entrega del los MTV Video Music Awards, la noche del sábado, el rapero se tomó un momento para hablar del video que ha incomodado a más de uno y para explicarlo a través de un discurso inclusivo, mismo que trasladó a la pieza en exhibición en la sala de la galería. En una entrevista con W Magazine, Thimothy Blum, copropietario de la galería, definió la instalación de West como «una pieza de arte seria» y criticó que ésta no sea vista así y que la firma de West la desacredite. Tanto en el mundo del espectáculo como en el mundo del arte, Kanye West ha trabajado para ser un producto para el consumo de masas, un artista-mercancía. Sus intenciones como creador serio exponen, una vez más, «la delgada frontera  (si es que existe) entre el arte y la industria del entretenimiento», como señaló Jasmina Založnik en La Tempestad 92, septiembre-octubre de 2013, al hablar del performance realizado por Marina Abramović y el rapero Jay-Z, Picasso Baby.



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Kanye West exhibe “Famous”

Blum & Poe exhibió Famous, instalación privada creada por Kanye West, durante dos noches. Famous, trece figuras del medio del espectáculo en cera tendidas en la cama, ha causado polémica desde su aparición en el video homónimo. Las figuras son ahora presentadas como una pieza de arte en la galería de Los Ángeles. Durante la entrega del los MTV Video Music Awards, la noche del sábado, el rapero se tomó un momento para hablar del video que ha incomodado a más de uno y para explicarlo a través de un discurso inclusivo, mismo que trasladó a la pieza en exhibición en la sala de la galería. En una entrevista con W Magazine, Thimothy Blum, copropietario de la galería, definió la instalación de West como «una pieza de arte seria» y criticó que ésta no sea vista así y que la firma de West la desacredite. Tanto en el mundo del espectáculo como en el mundo del arte, Kanye West ha trabajado para ser un producto para el consumo de masas, un artista-mercancía. Sus intenciones como creador serio exponen, una vez más, «la delgada frontera  (si es que existe) entre el arte y la industria del entretenimiento», como señaló Jasmina Založnik en La Tempestad 92, septiembre-octubre de 2013, al hablar del performance realizado por Marina Abramović y el rapero Jay-Z, Picasso Baby.



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Catherine Meurisse, “La légèreté”

Tras sobrevivir al atentado contra el semanario satírico francés, Charlie Hebdo, el 7 de enero de 2015, la dibujante Catherine Meurisse publica una novela gráfica «para curarse por un exceso de belleza, salvarse», como anota Javier Pérez Andújar en el diario El País. El evento que transformó su vida y la de sus compañeros de trabajo por diez años se vuelca en La légèreté (La levedad, 2016), su intento por «regresar a la vida a través del arte». Antes, Luz, otro de los sobrevivientes al atentado, compañero y amigo de Meurisse, ya había publicado Catharsis, libro que salió ese mismo año, cinco meses después de la masacre, en donde a través de los dibujos en tinta buscó «reconstruirse, renacer». En ambos, el humor sigue siendo una herramienta poderosa, tanto en sus declaraciones como en algunos de los dibujos que componen sus novelas.

 

El semanario fue atacado por un grupo terrorista la mañana del 7 de enero del 2015 debido a las críticas al mundo del fundamentalismo islámico en sus tiras cómicas. En ese entonces Óscar Benassini escribía en una nota publicada en Folio. V.012, febrero-marzo de 2015: «En la riesgosa tarea de criticar y denunciar los excesos, las mentiras, los robos y los homicidios a manos de líderes políticos, empresariales, militares o religiosos, los caricaturistas son imprescindibles. Por eso el ataque a las oficinas de la revista francesa Charlie Hebdo provocó la indignación –y la tristeza– de muchos de los que laboramos en medios de comunicación. El asesinato de los dibujantes “Cabu”, “Charb”, “Tignous”, Georges Wolinski y Philippe Honoré, además de revelarnos el espíritu fascista de un buen número de comunicadores que justificaron veladamente el tiroteo, nos recordó el poder de la sátira política gráfica».

 



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Catherine Meurisse, “La légèreté”

Tras sobrevivir al atentado contra el semanario satírico francés, Charlie Hebdo, el 7 de enero de 2015, la dibujante Catherine Meurisse publica una novela gráfica «para curarse por un exceso de belleza, salvarse», como anota Javier Pérez Andújar en el diario El País. El evento que transformó su vida y la de sus compañeros de trabajo por diez años se vuelca en La légèreté (La levedad, 2016), su intento por «regresar a la vida a través del arte». Antes, Luz, otro de los sobrevivientes al atentado, compañero y amigo de Meurisse, ya había publicado Catharsis, libro que salió ese mismo año, cinco meses después de la masacre, en donde a través de los dibujos en tinta buscó «reconstruirse, renacer». En ambos, el humor sigue siendo una herramienta poderosa, tanto en sus declaraciones como en algunos de los dibujos que componen sus novelas.

 

El semanario fue atacado por un grupo terrorista la mañana del 7 de enero del 2015 debido a las críticas al mundo del fundamentalismo islámico en sus tiras cómicas. En ese entonces Óscar Benassini escribía en una nota publicada en Folio. V.012, febrero-marzo de 2015: «En la riesgosa tarea de criticar y denunciar los excesos, las mentiras, los robos y los homicidios a manos de líderes políticos, empresariales, militares o religiosos, los caricaturistas son imprescindibles. Por eso el ataque a las oficinas de la revista francesa Charlie Hebdo provocó la indignación –y la tristeza– de muchos de los que laboramos en medios de comunicación. El asesinato de los dibujantes “Cabu”, “Charb”, “Tignous”, Georges Wolinski y Philippe Honoré, además de revelarnos el espíritu fascista de un buen número de comunicadores que justificaron veladamente el tiroteo, nos recordó el poder de la sátira política gráfica».

 



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viernes, 26 de agosto de 2016

¿Es posible la moda sustentable?

En el artículo Consumidores futuros, la agencia WGSN cita a Grace Farraj, vicepresidenta de sustentabilidad y desarrollo público de Nielsen, empresa que estudia las conductas de compra a nivel global, quien comenta que «un número creciente de consumidores en las regiones desarrolladas del mundo consideran que las acciones sustentables son un imperativo, antes que un agregado». La problemática de la sustentabilidad encara la crisis ambiental y social generada por, entre otras, la industria textil, que explota a sus trabajadores, principalmente mujeres, con salarios bajos y malas condiciones en los centros de trabajo. El documental True Cost (Andrew Morgan, 2015) argumenta la problemática social y ambiental –el manejo irresponsable de los químicos que se usan en los procesos de teñido, por ejemplo, y que se vierten en los ríos– en Bangladés, Camboya y Vietnam.

 

«Compramos muchas cosas baratas y poco duraderas, cuya realización afecta negativamente al medio ambiente y a la gente que las fabricó», explica Gustavo Prado, investigador y profesor especializado en diseño textil y de moda, sobre la fast fashion o moda rápida. En el filme Las montañas deben partir (Jia Zhang-ke, 2015), cuyo fondo es la apertura económica de China, se muestra al personaje principal con un colorido suéter en varias etapas de su vida. Un detalle simbólico de la película es que después aparece un perro abrigado con la misma prenda. La tradicional reutilización de las cosas ha cambiado debido a aceleración de los ciclos de la moda.

 

Levis presentó una colección con mezclilla y botellas de plástico recicladas. Marcas como American Eagle y Adidas han hecho cosas similares. «Existen esfuerzos pero no han sido del todo exitosos. Presentar una colección con materiales reciclados no hace la diferencia. Para que la moda sea responsable y sustentable deben cambiar las maneras de producir, de entintar y de contratar personal», argumenta Ana Elena Mallet, curadora de la exposición El arte de la moda y la indumentaria en México, 1940-2015.

 

Según un reporte de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), se calcula que en México se producen cerca de cien 800 toneladas de basura al día, lo que significa cerca de 37 millones de toneladas de residuos al año. En la composición de estos residuos el 4% corresponde a plásticos y el 1% a textiles. Said Robles Casolco, investigador en el área de ciencia de los materiales, médica y sustentable, considera que los desechos son el nuevo oro, debido al potencial que tienen. «La etiqueta de una prenda cuyo impacto ambiental y social ha sido menor debería de dar un estatus realmente importante y digno de reconocerse», asegura el investigador, que actualmente trabaja en la reutilización de las bolsas metálicas de las frituras en la industria textil.

 

La sustentabilidad se refiere al manejo responsable del entorno natural, el progreso social y económico. «La colaboración es lo más importante que hay que desarrollar para hacer una industria realmente sustentable», dice Eleazar Guevara, que con la empresa Novabori, que opera en Tlaxcala, realiza textiles a partir del reciclado de fibras y de PET. «La idea es aprovechar que tanto Puebla como Tlaxcala son regiones no sólo de tradición textil sino de reciclaje. Seleccionamos procesos y coordinamos los mismos a través de una red de colaboración con diferentes empresas», explica Guevara. Lo que hace Novabori es utilizar el desperdicio textil que compila otra empresa, separarlo por colores y a partir de eso descomponerlo para crear nuevos hilos. En el caso del PET, otro agente de la región recicla el plástico y lo convierte en fibras que se usan en la creación de textiles, aunque su resultado no se compara con el de materiales vírgenes. Ante esta problemática, Guevara, que presentó el proyecto de Novabori en el encuentro de moda sustentable Copenhagen Fashion Summit, resolvió combinar los hilos de PET con los generados con el reciclaje de algodón.

 

«Hay personas como Ximena Corcuera, que imparte talleres de cero desperdicio; marcas como Inspiración Barrera, Ruta 10 Upcycling y Brito; y asociaciones como Ethical Fashion Space y Fashion Green que comparten el interés por lo sustentable», considera la diseñadora Beaumaris Santillán, que creó la marca Eilean Organic Couture.

 

Sin embargo, el diseño en México enfrenta una problemática de colaboración, que es la parte más relevante de la sustentabilidad. Considerar al diseño como una práctica y no como oficio le otorga una dimensión social y cultural, responsabilizando a los diseñadores de su trabajo. «En México la industria de la moda se divide en dos: la de textileros, que es masiva, y la de diseñadores, que es muy pequeña. Quizá los diseñadores estén más conscientes de la necesidad de los proyectos sustentables», remarca Mallet. «El problema de los diseñadores es que no se vinculan con profesionales de la ecología, la biología o la economía, entre otros. Se debe pensar en producir nuevas fibras a través de procesos viables económicamente. Se trata de un problema de integración y de imaginario», opina Prado.

 

Robles Casoldo lamenta la falta de apoyo a los proyectos científicos: «Las transformaciones mecánicas son importantes para la recuperación de materiales. En México no se ha sabido valorar la posibilidad de enriquecer el conocimiento. La base química para la transformación de residuos está en la separación de la cadena de polímeros. Por ejemplo, separar los nomómeros o moléculas y hacer conexiones con materiales como el teflón, permitiría que la ropa pueda tener una limpieza menor y que tenga componentes orgánicos para la biodegradación. Esto es científicamente posible, aunque los procesos son caros y no reciben apoyo».

 

Según el documento de la WGSN en 2018 será un imperativo global que las marcas incorporen procesos sustentables en la fabricación de ropa. Lo importante es que no se convierta en una estrategia de venta sino en un responsabilidad de las empresas y de los consumidores. «Cuando un jipi nos habla de estas cosas no le creemos. Pero cuando es la realidad quien te lo muestra, las empiezas a creer. Es el presente. Mucha gente de la industria se ha dado cuenta que los desplazamientos y las inundaciones son consecuencia de la falta de viabilidad de las industrias humanas. Nadie va a cambiar por buena voluntad. Se tratará de una cuestión de vida o muerte», remata Prado.

 



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¿Es posible la moda sustentable?

En el artículo Consumidores futuros, la agencia WGSN cita a Grace Farraj, vicepresidenta de sustentabilidad y desarrollo público de Nielsen, empresa que estudia las conductas de compra a nivel global, quien comenta que «un número creciente de consumidores en las regiones desarrolladas del mundo consideran que las acciones sustentables son un imperativo, antes que un agregado». La problemática de la sustentabilidad encara la crisis ambiental y social generada por, entre otras, la industria textil, que explota a sus trabajadores, principalmente mujeres, con salarios bajos y malas condiciones en los centros de trabajo. El documental True Cost (Andrew Morgan, 2015) argumenta la problemática social y ambiental –el manejo irresponsable de los químicos que se usan en los procesos de teñido, por ejemplo, y que se vierten en los ríos– en Bangladés, Camboya y Vietnam.

 

«Compramos muchas cosas baratas y poco duraderas, cuya realización afecta negativamente al medio ambiente y a la gente que las fabricó», explica Gustavo Prado, investigador y profesor especializado en diseño textil y de moda, sobre la fast fashion o moda rápida. En el filme Las montañas deben partir (Jia Zhang-ke, 2015), cuyo fondo es la apertura económica de China, se muestra al personaje principal con un colorido suéter en varias etapas de su vida. Un detalle simbólico de la película es que después aparece un perro abrigado con la misma prenda. La tradicional reutilización de las cosas ha cambiado debido a aceleración de los ciclos de la moda.

 

Levis presentó una colección con mezclilla y botellas de plástico recicladas. Marcas como American Eagle y Adidas han hecho cosas similares. «Existen esfuerzos pero no han sido del todo exitosos. Presentar una colección con materiales reciclados no hace la diferencia. Para que la moda sea responsable y sustentable deben cambiar las maneras de producir, de entintar y de contratar personal», argumenta Ana Elena Mallet, curadora de la exposición El arte de la moda y la indumentaria en México, 1940-2015.

 

Según un reporte de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (SEMARNAT), se calcula que en México se producen cerca de cien 800 toneladas de basura al día, lo que significa cerca de 37 millones de toneladas de residuos al año. En la composición de estos residuos el 4% corresponde a plásticos y el 1% a textiles. Said Robles Casolco, investigador en el área de ciencia de los materiales, médica y sustentable, considera que los desechos son el nuevo oro, debido al potencial que tienen. «La etiqueta de una prenda cuyo impacto ambiental y social ha sido menor debería de dar un estatus realmente importante y digno de reconocerse», asegura el investigador, que actualmente trabaja en la reutilización de las bolsas metálicas de las frituras en la industria textil.

 

La sustentabilidad se refiere al manejo responsable del entorno natural, el progreso social y económico. «La colaboración es lo más importante que hay que desarrollar para hacer una industria realmente sustentable», dice Eleazar Guevara, que con la empresa Novabori, que opera en Tlaxcala, realiza textiles a partir del reciclado de fibras y de PET. «La idea es aprovechar que tanto Puebla como Tlaxcala son regiones no sólo de tradición textil sino de reciclaje. Seleccionamos procesos y coordinamos los mismos a través de una red de colaboración con diferentes empresas», explica Guevara. Lo que hace Novabori es utilizar el desperdicio textil que compila otra empresa, separarlo por colores y a partir de eso descomponerlo para crear nuevos hilos. En el caso del PET, otro agente de la región recicla el plástico y lo convierte en fibras que se usan en la creación de textiles, aunque su resultado no se compara con el de materiales vírgenes. Ante esta problemática, Guevara, que presentó el proyecto de Novabori en el encuentro de moda sustentable Copenhagen Fashion Summit, resolvió combinar los hilos de PET con los generados con el reciclaje de algodón.

 

«Hay personas como Ximena Corcuera, que imparte talleres de cero desperdicio; marcas como Inspiración Barrera, Ruta 10 Upcycling y Brito; y asociaciones como Ethical Fashion Space y Fashion Green que comparten el interés por lo sustentable», considera la diseñadora Beaumaris Santillán, que creó la marca Eilean Organic Couture.

 

Sin embargo, el diseño en México enfrenta una problemática de colaboración, que es la parte más relevante de la sustentabilidad. Considerar al diseño como una práctica y no como oficio le otorga una dimensión social y cultural, responsabilizando a los diseñadores de su trabajo. «En México la industria de la moda se divide en dos: la de textileros, que es masiva, y la de diseñadores, que es muy pequeña. Quizá los diseñadores estén más conscientes de la necesidad de los proyectos sustentables», remarca Mallet. «El problema de los diseñadores es que no se vinculan con profesionales de la ecología, la biología o la economía, entre otros. Se debe pensar en producir nuevas fibras a través de procesos viables económicamente. Se trata de un problema de integración y de imaginario», opina Prado.

 

Robles Casoldo lamenta la falta de apoyo a los proyectos científicos: «Las transformaciones mecánicas son importantes para la recuperación de materiales. En México no se ha sabido valorar la posibilidad de enriquecer el conocimiento. La base química para la transformación de residuos está en la separación de la cadena de polímeros. Por ejemplo, separar los nomómeros o moléculas y hacer conexiones con materiales como el teflón, permitiría que la ropa pueda tener una limpieza menor y que tenga componentes orgánicos para la biodegradación. Esto es científicamente posible, aunque los procesos son caros y no reciben apoyo».

 

Según el documento de la WGSN en 2018 será un imperativo global que las marcas incorporen procesos sustentables en la fabricación de ropa. Lo importante es que no se convierta en una estrategia de venta sino en un responsabilidad de las empresas y de los consumidores. «Cuando un jipi nos habla de estas cosas no le creemos. Pero cuando es la realidad quien te lo muestra, las empiezas a creer. Es el presente. Mucha gente de la industria se ha dado cuenta que los desplazamientos y las inundaciones son consecuencia de la falta de viabilidad de las industrias humanas. Nadie va a cambiar por buena voluntad. Se tratará de una cuestión de vida o muerte», remata Prado.

 



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Butor: empleos del tiempo

Con motivo del fallecimiento de Michel Butor, uno de los autores centrales de la literatura europea de la segunda mitad del siglo XX, ofrecemos este texto inédito de Nicolás Cabral, fragmento de un ensayo crítico sobre la temporalidad en la narrativa contemporánea que forma parte de un libro en proceso.

 

 

A unos días de su llegada a Bleston, donde hará prácticas en una empresa, en un intento de paseo por los márgenes de la ficticia ciudad británica, Jacques Revel experimenta una especie de parálisis. El tiempo parece agolparse en un instante inmóvil:

 

Era como si no avanzara, como si no hubiese llegado a aquella plazoleta, como si no hubiera dado ya media vuelta, como si me volviera a encontrar no sólo en el mismo lugar, sino en el mismo momento que hubiese de durar indefinidamente, pues nada había que anunciase su abolición, y la fatiga, aquel sentimiento de soledad semejante a una larga serpiente de légamo frío, se enroscaba alrededor de mi pecho, apretando tan fuerte que mis mandíbulas se crispaban y mis ojos iban contorneándose de rojas arrugas, mientras el cielo se encapotaba cada vez más.

 

Esta escena de la primera parte de El empleo del tiempo (1956), en la que Revel narra lo ocurrido siete meses atrás, en un esfuerzo no sólo por construir un mapa cognitivo de Bleston sino por condensar su experiencia de la estancia en el lugar, anuncia el entramado que estructurará el resto de la novela de Michel Butor. La temporalidad, definida por el ritmo de vida de un personaje que trata de encontrar su lugar en una nueva realidad urbana, comenzará a dar tumbos. Revel accede, en última instancia, a lo que Paul Virilio ha llamado el “desierto del tiempo mundial”.

 

En “Los presagios”, la segunda parte, comienzan a superponerse los momentos, el de la escritura y el de lo representado, la rememoración; la empresa del narrador resulta entonces evidente: desembarazarse del acuciante presente –“ocupa tanto espacio en mi espíritu”– mediante el registro de los acontecimientos pasados, ante el progresivo sentimiento de irrealidad que produce la expansión del ahora. Se trata de una proustiana recuperación, que se mostrará ineficaz para el desdichado protagonista de El empleo del tiempo: pronto la narración ocurrirá alternadamente en tres meses distintos, luego en cuatro, finalmente en cinco. En esa progresión, donde Butor captura la gestación de la temporalidad posmoderna –un presente que comprime pasado y futuro, el presente de una sociedad subsumida íntegramente en la lógica productiva–, la prosa utiliza la descripción como estrategia de ralentización de las acciones, pero Revel no consigue ya restituir la duración, con lo que su identidad, como su conciencia, termina por emborronarse.

 

El diario se revela, a partir de la cuarta parte de El empleo del tiempo, como una terapéutica. (Esta liberación por la escritura será también el motivo final de La modificación.) Las frases irán alargándose progresivamente, adoptando un tono cada vez más lírico –e incluso, en algunas páginas, una disposición cercana al verso–, en un intento de atrapar la experiencia en todo detalle. Ante los tapices exhibidos en el Museo de Bleston, Jenkins, uno de sus amigos en la ciudad, hace ver a Revel que las imágenes ahí mostradas “no son instantáneas, sino que casi todas ellas representan una serie de acciones que duran cierto tiempo”. Esta puesta en abismo, como las reflexiones finales sobre la presencia del pasado –“cada acontecimiento hace resonar otros anteriores que son su origen, su explicación, o su homólogo”– ubican a la novela como una penetrante reflexión narrativa sobre las posibilidades y las limitaciones de la escritura para hacer brotar la duración en una época sin asideros temporales: al promediar la novela, Revel quema un plano de Bleston, como si certificara la inviabilidad de ligar el tiempo al espacio.

 

Maestro del contrapunto temporal, Butor radicalizó esta exploración en otra de sus obras mayores, La modificación (1957). Para Léon Delmont, exitoso empleado de una compañía italiana de máquinas de escribir, el trayecto en tren de París a Roma, que entonces ocupa veintiún horas con treinta y cinco minutos, está lejos de ser una experiencia de aceleración. Postrado en su asiento, mientras observa a detalle los objetos y las personas a su alrededor, percibe el viaje como un presente estático donde, sin embargo, sobreviene una marea de recuerdos e imágenes. El tiempo horizontal del viaje se vuelve vertical constantemente: Delmont ejercita la memoria mientras observa el paisaje, reconstruye los antecedentes de aquello que lo tiene camino a la “Ciudad Eterna” –el amorío burgués de un padre de familia–, cavila sobre sus actos, los realizados y los por venir. Como escribió Henri Bergson, “el pasado no vuelve a la conciencia más que en la medida en que puede ayudar a comprender el presente y a prever el futuro: es un esclarecedor de la acción”. El plan del personaje, la vida que imagina junto a su amante –que, apuntó Michel Leiris, habita un tiempo mitológico–, comienza a verse modificado conforme se ensancha el espacio de la conciencia, es decir, cuando los instantes duran:

 

desde ese momento se vio en la necesidad de examinar un poco más atentamente, con un ojo que la sacudida había alertado, la organización de esa vida próxima que esta mañana había creído tan minuciosa, tan completa, tan definitivamente establecida; de pensar en su situación presente, abriendo así la puerta a todos esos recuerdos que tenía tan bien olvidados, guardados, y de los cuales algo en usted (¿puede decirse en usted mismo cuando ni siquiera pensaba en ello?), ese algo en usted que justamente regulaba y decía lo que pensaba, lo imaginaba a salvo…

 

A los distintos momentos invocados –en segunda persona del singular, el modo en que Butor encara a su personaje (no al lector, como podría pensarse: éste es sólo un testigo) y lo obliga a encarar sus acciones–, que van de unas vacaciones anteriores a la Segunda Guerra con Henriette, la esposa, a un viaje de negocios la semana anterior, se suceden anticipaciones, visiones del futuro que transforman las convicciones de personaje: “el hacer camino es creador, y creador de conciencia: un hombre nuevo nace sin cesar: el tiempo sirve para algo”, apuntó Roland Barthes a propósito de La modificación. Se multiplican, así, las perspectivas espaciotemporales, pero el trayecto en tren, que moldea el presente de la narración al constituirse como territorio mental –normado por repeticiones, variaciones y motivos–, impide que se disparen en una dirección cualquiera. La ilusión de una nueva vida con Cécile, la amante –evidentemente más joven–, es la del recomienzo, la promesa de una temporalidad nueva, minada progresivamente por la incapacidad del protagonista de la novela de dar un paso fuera del camino transitado. Delmont, que se descubre atrapado en un presente-pasado que priva de potencia al porvenir, renuncia a acceder a un ritmo distinto al de la producción y la convención.

 

Más de seis décadas después, en un entorno de colapsos nerviosos en el que resuenan las palabras de Hamlet –“El tiempo está fuera de quicio”–, hay una tarea política para la prosa narrativa del presente: la reactivación de la experiencia temporal.

 

 

BIBLIOTECA

El empleo del tiempo, de Michel Butor, fue traducido por José Manuel Caballero Bonald y publicado por Seix Barral (Barcelona, 1958). Aunque existen distintas versiones de La modificación, cito la de Alberto Sond para Fabril, Buenos Aires, 1961. Son importantes dos lecturas críticas de esta novela, ambas de 1958: “El realismo mitológico de Michel Butor”, de Michel Leiris (incluido en Huellas, vertido al castellano por Jorge Ferrero, Fondo de Cultura Económica, México, 1988) y “No hay una escuela Robbe-Grillet”, de Roland Barthes (incluido en Ensayos críticos, traducción de Carlos Pujol, Seix-Barral, Barcelona, 1967).



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Butor: empleos del tiempo

Con motivo del fallecimiento de Michel Butor, uno de los autores centrales de la literatura europea de la segunda mitad del siglo XX, ofrecemos este texto inédito de Nicolás Cabral, fragmento de un ensayo crítico sobre la temporalidad en la narrativa contemporánea que forma parte de un libro en proceso.

 

 

A unos días de su llegada a Bleston, donde hará prácticas en una empresa, en un intento de paseo por los márgenes de la ficticia ciudad británica, Jacques Revel experimenta una especie de parálisis. El tiempo parece agolparse en un instante inmóvil:

 

Era como si no avanzara, como si no hubiese llegado a aquella plazoleta, como si no hubiera dado ya media vuelta, como si me volviera a encontrar no sólo en el mismo lugar, sino en el mismo momento que hubiese de durar indefinidamente, pues nada había que anunciase su abolición, y la fatiga, aquel sentimiento de soledad semejante a una larga serpiente de légamo frío, se enroscaba alrededor de mi pecho, apretando tan fuerte que mis mandíbulas se crispaban y mis ojos iban contorneándose de rojas arrugas, mientras el cielo se encapotaba cada vez más.

 

Esta escena de la primera parte de El empleo del tiempo (1956), en la que Revel narra lo ocurrido siete meses atrás, en un esfuerzo no sólo por construir un mapa cognitivo de Bleston sino por condensar su experiencia de la estancia en el lugar, anuncia el entramado que estructurará el resto de la novela de Michel Butor. La temporalidad, definida por el ritmo de vida de un personaje que trata de encontrar su lugar en una nueva realidad urbana, comenzará a dar tumbos. Revel accede, en última instancia, a lo que Paul Virilio ha llamado el “desierto del tiempo mundial”.

 

En “Los presagios”, la segunda parte, comienzan a superponerse los momentos, el de la escritura y el de lo representado, la rememoración; la empresa del narrador resulta entonces evidente: desembarazarse del acuciante presente –“ocupa tanto espacio en mi espíritu”– mediante el registro de los acontecimientos pasados, ante el progresivo sentimiento de irrealidad que produce la expansión del ahora. Se trata de una proustiana recuperación, que se mostrará ineficaz para el desdichado protagonista de El empleo del tiempo: pronto la narración ocurrirá alternadamente en tres meses distintos, luego en cuatro, finalmente en cinco. En esa progresión, donde Butor captura la gestación de la temporalidad posmoderna –un presente que comprime pasado y futuro, el presente de una sociedad subsumida íntegramente en la lógica productiva–, la prosa utiliza la descripción como estrategia de ralentización de las acciones, pero Revel no consigue ya restituir la duración, con lo que su identidad, como su conciencia, termina por emborronarse.

 

El diario se revela, a partir de la cuarta parte de El empleo del tiempo, como una terapéutica. (Esta liberación por la escritura será también el motivo final de La modificación.) Las frases irán alargándose progresivamente, adoptando un tono cada vez más lírico –e incluso, en algunas páginas, una disposición cercana al verso–, en un intento de atrapar la experiencia en todo detalle. Ante los tapices exhibidos en el Museo de Bleston, Jenkins, uno de sus amigos en la ciudad, hace ver a Revel que las imágenes ahí mostradas “no son instantáneas, sino que casi todas ellas representan una serie de acciones que duran cierto tiempo”. Esta puesta en abismo, como las reflexiones finales sobre la presencia del pasado –“cada acontecimiento hace resonar otros anteriores que son su origen, su explicación, o su homólogo”– ubican a la novela como una penetrante reflexión narrativa sobre las posibilidades y las limitaciones de la escritura para hacer brotar la duración en una época sin asideros temporales: al promediar la novela, Revel quema un plano de Bleston, como si certificara la inviabilidad de ligar el tiempo al espacio.

 

Maestro del contrapunto temporal, Butor radicalizó esta exploración en otra de sus obras mayores, La modificación (1957). Para Léon Delmont, exitoso empleado de una compañía italiana de máquinas de escribir, el trayecto en tren de París a Roma, que entonces ocupa veintiún horas con treinta y cinco minutos, está lejos de ser una experiencia de aceleración. Postrado en su asiento, mientras observa a detalle los objetos y las personas a su alrededor, percibe el viaje como un presente estático donde, sin embargo, sobreviene una marea de recuerdos e imágenes. El tiempo horizontal del viaje se vuelve vertical constantemente: Delmont ejercita la memoria mientras observa el paisaje, reconstruye los antecedentes de aquello que lo tiene camino a la “Ciudad Eterna” –el amorío burgués de un padre de familia–, cavila sobre sus actos, los realizados y los por venir. Como escribió Henri Bergson, “el pasado no vuelve a la conciencia más que en la medida en que puede ayudar a comprender el presente y a prever el futuro: es un esclarecedor de la acción”. El plan del personaje, la vida que imagina junto a su amante –que, apuntó Michel Leiris, habita un tiempo mitológico–, comienza a verse modificado conforme se ensancha el espacio de la conciencia, es decir, cuando los instantes duran:

 

desde ese momento se vio en la necesidad de examinar un poco más atentamente, con un ojo que la sacudida había alertado, la organización de esa vida próxima que esta mañana había creído tan minuciosa, tan completa, tan definitivamente establecida; de pensar en su situación presente, abriendo así la puerta a todos esos recuerdos que tenía tan bien olvidados, guardados, y de los cuales algo en usted (¿puede decirse en usted mismo cuando ni siquiera pensaba en ello?), ese algo en usted que justamente regulaba y decía lo que pensaba, lo imaginaba a salvo…

 

A los distintos momentos invocados –en segunda persona del singular, el modo en que Butor encara a su personaje (no al lector, como podría pensarse: éste es sólo un testigo) y lo obliga a encarar sus acciones–, que van de unas vacaciones anteriores a la Segunda Guerra con Henriette, la esposa, a un viaje de negocios la semana anterior, se suceden anticipaciones, visiones del futuro que transforman las convicciones de personaje: “el hacer camino es creador, y creador de conciencia: un hombre nuevo nace sin cesar: el tiempo sirve para algo”, apuntó Roland Barthes a propósito de La modificación. Se multiplican, así, las perspectivas espaciotemporales, pero el trayecto en tren, que moldea el presente de la narración al constituirse como territorio mental –normado por repeticiones, variaciones y motivos–, impide que se disparen en una dirección cualquiera. La ilusión de una nueva vida con Cécile, la amante –evidentemente más joven–, es la del recomienzo, la promesa de una temporalidad nueva, minada progresivamente por la incapacidad del protagonista de la novela de dar un paso fuera del camino transitado. Delmont, que se descubre atrapado en un presente-pasado que priva de potencia al porvenir, renuncia a acceder a un ritmo distinto al de la producción y la convención.

 

Más de seis décadas después, en un entorno de colapsos nerviosos en el que resuenan las palabras de Hamlet –“El tiempo está fuera de quicio”–, hay una tarea política para la prosa narrativa del presente: la reactivación de la experiencia temporal.

 

 

BIBLIOTECA

El empleo del tiempo, de Michel Butor, fue traducido por José Manuel Caballero Bonald y publicado por Seix Barral (Barcelona, 1958). Aunque existen distintas versiones de La modificación, cito la de Alberto Sond para Fabril, Buenos Aires, 1961. Son importantes dos lecturas críticas de esta novela, ambas de 1958: “El realismo mitológico de Michel Butor”, de Michel Leiris (incluido en Huellas, vertido al castellano por Jorge Ferrero, Fondo de Cultura Económica, México, 1988) y “No hay una escuela Robbe-Grillet”, de Roland Barthes (incluido en Ensayos críticos, traducción de Carlos Pujol, Seix-Barral, Barcelona, 1967).



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