lunes, 15 de agosto de 2016

El humor como crítica

El artista mexicano, afincado en Nueva York, Pablo Helguera, participa en la Bienal Europea de Arte Contemporáneo Manifesta 11, que se lleva a cabo desde el 11 de junio y permanecerá hasta el 18 de septiembre de este año, en Suiza. Helguera participa con una tira cómica en la que, a través del humor, elabora una incisiva crítica al mundo del arte, a la burocracia y al mundo laboral, Artoons. El cómic, cuyas imágenes se pueden ver en las paredes del edificio que alberga la Bienal, será publicado semanalmente en el suplemento Das Magazin. Óscar Benassini entrevistó al artista sobre su participación en Manifesta 11 curada por Christian Jankowski.

 

 

Óscar Benassini: Platícame de tu proyecto para Manifesta 11, del nacimiento de Bolito Husserl.

 

Pablo Helguera: El artista Christian Jankowski me llamó con una idea muy concreta: quería que mis Artoons se pusieran, ampliados, por todo el edificio de la bienal. Y al final eso fue lo que pasó.

 

La otra parte del proyecto consistía en que cada artista trabajara con un “anfitrión” en Zúrich para realizar un proyecto tocante al tema laboral, basado en investigación y conversaciones con dicho anfitrión. En mi caso, propuse trabajar con un periódico local haciendo una tira cómica que lidiara con el tema del trabajo en Suiza. Ahora bien, como te imaginarás, Suiza no tiene realmente problemas laborales, así que se hizo un contraste con México y casi todo el resto del mundo. Suiza es una nación prácticamente sin desempleo. Lo que surgió en mis conversaciones con los periodistas dedicados al tema era que Suiza sufre de lo que se suelen llamar “problemas de lujo”. Por ejemplo, justo cuando inauguramos la muestra se acababa de votar en Suiza por un referéndum que proponía una especie de salario mínimo mensual –la idea de que cada individuo debe recibir como garantía cierta cantidad de dinero mensual, incluso si no tiene trabajo. Y los suizos votaron “no” siguiendo, supongo, su inquebrantable ética de trabajo que dicta que a nadie se le regale dinero si no trabaja (creo que si se condujera el mismo referéndum en México el voto sería un poco distinto).

 

El caso es que decidí proponer a un personaje, Bolito Husserl, quien sabe demasiado y es técnicamente demasiado eficiente: por ello, no puede conseguir trabajo porque está “sobrecalificado” (y por otra parte no es muy hábil en el ámbito social; y esa incapacidad de no saber relacionarse al fin lo vuelve una especie de paria). Su vida es un intento permanente y frustrado de obtener un trabajo común y corriente, es decir, de ser normal.

 

 

¿Crees que la profesionalización artística, específicamente la impartida por las universidades, ayuda a formar generaciones de licenciados en arte o artistas desempleados? ¿No hay una sobrepoblación de profesionales del arte, que además están endeudados?

 

Primero hay que aclarar que la carrera artística es más similar a la educación religiosa que a una formación profesional común y corriente. Es decir, si yo estudio para ser mecánico, doctor, o ingeniero, la expectativa es que eventualmente conseguiré un trabajo que me remunere ejerciendo esa profesión. Cuando uno estudia arte con el objetivo de ganar dinero por lo general suele encontrar frustración pura. Aquellos para quienes el objetivo principal en su vida es vivir bien y ganar dinero jamás deberían de escoger la carrera de artista. Por lo general, aquellos que nos volvemos artistas lo hacemos porque no tenemos otra opción. Es, a fin de cuentas, una vocación como lo es, creo, la vocación religiosa. De manera que el error es entender a la formación profesional de un artista como la garantía de un salario.

 

¿Sobrepoblación? Creo que hay sobrepoblación y punto, no sólo de artistas y no sólo de personas endeudadas. Pero no creo que sea posible controlar la cantidad de personas que deciden meterse a la profesión de arte. De hecho creo que sería bueno para el arte de un país que se le prohibiera ser artista a toda la población.

 

 

Tanto Bolito Husserl como Artoons y Olmeco Beuys hacen una crítica humorística del mundo del arte. ¿Qué tan importante es el humor dentro de las dinámicas sociales? ¿Y en el arte?

 

Bolito Husserl y Olmeco Beuys tienen ciertamente un parentesco: son seres que no encajan en su entorno. Pero Bolito Husserl no trata de arte sino de la burocracia, el mundo laboral, etc. Es quizá más similar a Dilbert en ese sentido. Para mí fue muy liberador inventar un personaje que viviera en el mundo “real”, fuera de la burbuja del arte.

 

En cuanto a la importancia del humor en las dinámicas sociales: a mí lo que más me interesa es generar la “risa nerviosa”, aquel tipo de risa ocasionada por una situación que reconoces como cierta, que sabes que se está exagerando y no debes de tomar en serio, pero que a la vez está señalando un problema que te implica íntimamente y que por lo tanto te pone un poco incómodo.

 

 

¿Crees que estamos perdiendo el sentido del humor, en general?

 

No, no creo que hayamos perdido el sentido del humor, pero creo que en ciertas esferas sociales hemos fomentado la idea de que el ser receptivo al humor nos vuelve vulgares, estúpidos o superficiales (como si Aristófanes, Quevedo, Swift, Gómez de la Serna o incluso Cortázar, quienes tenían un gran sentido del humor, nunca hubiesen existido). Y eso deriva en un acartonamiento en nuestra conducta que es absurdo, pues revela una especie de inseguridad o miedo a expresarnos sincera y abiertamente. Y en el mundo del arte la seriedad es una forma de ocultar la vulnerabilidad intelectual que sentimos en torno a si una obra es relevante o no (recuerdo que una señora que visitaba el museo donde yo trabajaba se rió al ver una escultura, y posteriormente nos pidió perdón porque le pareció que le estaba faltando el respeto a la obra). Pero en el mundo del arte lo más interesante es que el humor sólo se suele aceptar si se presenta como ironía o sarcasmo, porque eso encaja dentro de los modelos de rebeldía que estamos acostumbrados a asociar con el arte de vanguardia, conceptual o político.

 

Ahora bien, la idea de que el humor nos vuelve menos sofisticados es cierto sólo si, como adultos, respondemos a un humor adolescente o infantil, como cuando se cuentan chistes sobre popó, pipí, pedos, etc. Pero hay algo más interesante en ese problema: recuerdo que un tío una vez dijo “es curioso: todos los domingos cuando compro el periódico leo todas las tiras cómicas, pero no recuerdo una sola vez en la vida en que me haya reído”.

 

Lo que me hace reflexionar este comentario es el hecho de que el humor opera de muchas maneras y no sólo de las formas estereotípicas en que esperamos que funcione. A mí no me interesa en lo personal el humor del payaso o de los gatos de Youtube. Pero me interesa la manera en que una imagen humorística puede cautivar a millones de personas, lo que definimos como su “viralidad”. Creo que cada imagen de esta índole es una puerta fácil a un interior muy complicado. De ahí que ciertas bromas puedan divertir de forma superficial, pero una vez analizadas revelan o delatan problemas complejos acerca de nuestras vidas. Este es el tipo de humor que yo admiro en dibujantes como Quino o como Steinberg, quienes hasta la fecha no han sido admitidos en los anales del mundo del arte, pero cuyo trabajo no sólo es artístico sino de observación social y, en ocasiones, de reflexión filosófica.

 



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