lunes, 15 de agosto de 2016

Entre la moda y la muerte (I)

Publicamos la primera de tres entregas de este texto que analiza las dinámicas de producción de la industria de la moda y sus consecuencias económicas y sociales como parte de un sistema de explotación de recursos humanos y ambientales que alcanza una producción mundial de 80 mil millones de piezas de ropa por año y que se ha convertido en «el emblema de un problema laboral planetario». El texto se desprende de nuestro actual tema de portada Ferocidad de la moda. Consecuencias ecológicas y sociales de una industria en expansión, La Tempestad 113, agosto de 2016.

 

Contradicciones verdes

 

M.I.A. baila sobre una enorme torre de ropa perfectamente alineada, mientras canta sobre reusar prendas de vestir y «regenerar a la nación» (?). En otra escena aparece frente a unas carpas, similares a las de un campo de refugiados o un barrio de chabolas de cualquier país tercermundista, pero construidas con ropa de un abanico de colores que va del amarillo al azul. Detrás se avistan edificios corporativos. Alternadamente, aparecen jóvenes africanos, árabes o asiáticos en clubes nocturnos, estaciones de tren o en la playa; bailan, igualmente. Se trata del video de “Rewear It”, canción que la rapera angloesrilanquesa compuso para la campaña World Recycle Week, de la empresa sueca de ropa y cosméticos H&M. El video no dista mucho de los que M.I.A. ha realizado para otros temas (y por los que se le ha acusado de estetizar la miseria y las problemáticas sociales contemporáneas: ya sea en una lancha repleta de inmigrantes subsaharianos, como en “Borders”, o en un paraje desértico de Marruecos, como en “Bad Girls”), pero esta vez se hace acompañar de las «herramientas del amo»: una de las compañías de fast fashion más grandes del mundo busca liderar el movimiento que contrarreste la enorme cantidad de desperdicio que su industria genera.

 

Al final del video aparece lo que pretende ser un dato duro: «el 95% de los textiles desechados alrededor del mundo podrían tener una segunda oportunidad». Y después: «Trae las prendas que ya no quieras a cualquiera de nuestras más de tres mil 600 tiendas. Pueden ser reusadas o recicladas como nuevas fibras textiles». Como parte de la campaña H&M regala cupones de descuento para próximas compras y agrega: «¡Todos ganan!». Punto por punto, la World Recycle Week articula los pasos del «pensamiento mágico» capitalista que pretende solucionar la dinámica consumista atizando su fuego.

 

Pero antes: ¿por qué no habría de ser deseable y celebrable que una compañía trasnacional, que factura más de 25 mil millones de dólares al año, se hiciera responsable por los costos ecológicos que su producción genera? ¿Por qué si se desecha una cantidad tan grande de ropa no deberíamos aspirar a reciclarla? A fin de cuentas, H&M presume haber aumentado sus materias primas sustentables en un 14% en el último año y reducido sus emisiones contaminantes totales en un 56% desde 2014, amén de generar «indirectamente» más de un millón de empleos. Pero caer en el juego de emisiones contaminantes vs. logros ecológicos empresariales es caer en una trampa. Por ejemplo: de ese «95% de textiles desechados que podrían tener una segunda oportunidad» (como si fueran individuos desclasados que buscan reintroducirse en sociedad), debido a limitaciones tecnológicas, en realidad sólo puede aprovecharse el 1% de sus fibras textiles, como explica la reportera experta en ecología Lucy Siegle en su columna de The Guardian. Por lo que reciclar sólo las mil toneladas que la World Recycle Week pretendía reunir tomaría más de doce años. La cantidad de ropa que la compañía produce en unos cuantos días. Además, algunas mezclas de materiales son imposibles de separar y el proceso de reciclaje reduce drásticamente la calidad del algodón.

 

Incluso organizaciones como Greenpeace, que habían alabado anteriormente a H&M por ser la primera marca de moda en eliminar los compuestos perfluorados, «sustancias químicas dañinas para el medio ambiente, el sistema inmunitario humano, principalmente de los niños, y los organismos acuáticos», ha criticado la campaña llamándola una «semana de las ilusiones». Kirsten Brodde, líder del proyecto Detox My Fashion, ha sugerido que una campaña de reparación de prendas hubiera sido más útil. Mediante ella, sin embargo, se avistaban pocas posibilidades de lucro. Entonces ¿por qué a una marca habría de interesarle?

 

¿Qué sucedería, por ejemplo, si la ropa se donara en lugar de reciclarla, y se evitara así un proceso ineficiente? Un dato del documental The True Cost (2015), dirigido por Andrew Morgan, echa por la borda nuestra nueva esperanza: de la ropa donada a la caridad o a tiendas de segunda mano sólo alcanza a venderse el 10%. El resto termina en vertederos o en mercados informales de países subdesarrollados donde son comprados al mayoreo, dañando a la de por sí frágil industria local. El desequilibrio, como se ve, es sistémico. Por lo que alcanza incluso a las empresas que colocan la «conciencia ecológica» como su discurso programático. Es decir, si tan sólo estuviera animada por buenas intenciones, una campaña como World Recycle Week seguiría fallando irremediablemente; si además no está dispuesta a sacrificar un céntimo de sus ganancias, e incluso funciona como palanca de mayor plusvalía (tanto a nivel monetario como a nivel de signo, de estatus), su mecanismo se torna maquiavélico.

 

¿Sobre qué prendas baila M.I.A.? ¿A qué regeneración apela y a qué aspira cuando se coloca como el rostro de una campaña de reciclaje? ¿A qué tipo de dinámica de producción le da brillo?

 



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