miércoles, 26 de febrero de 2020

¿Habitamos una nueva Edad Media?

¿Habitamos una nueva Edad Media? Esa es la tesis de Joseba Gabilondo en Globalizaciones. La nueva Edad Media y el retorno de la diferencia, publicado recientemente por Siglo XXI. Lo que el escritor vasco propone no es la idea de una regresión a una época que habíamos superado definitivamente, sino una reconceptualización misma de lo que entendemos por modernidad. “Teniendo en cuenta que desde 1492 el imperialismo europeo ha conquistado y transformado todo el mundo, y que los imperialismos británico y estadounidense son el culmen de esa historia imperialista (XIX-XX), lo que los europeos llaman «modernidad» sería la verdadera Edad Media para el mundo no europeo, ya que la ocasión para librarse del yugo de ese imperialismo recién comienza ahora, concretamente a partir de 1989 o, mejor aún, después de 2008” [1989, por la caída del Muro de Berlín; 2008, por la (pen)última crisis financiera global]. Lo que hace Gabilondo, entonces, es desplazar algunas barreras nominales para desmitificar los cortes de la historia que la visión europea había trazado para su propio provecho. En el proceso, tensa una nueva forma de lucha geopolítica (de la que, por otra parte, son bien conscientes diversas corrientes políticas decoloniales desde hace décadas; y de la que algunos escritores europeos comienzan a hacer eco, finalmente).

Hasta qué punto tratamos con un debate conceptual se aclara un poco más adelante: el término «Edad Media», dice Gabilondo, “puede utilizarse como un concepto móvil, para desuniversalizar la historia europea-estadounidense, y subrayar el punto de vista geopolítico que dicho término siempre implica: ¿para quién es la Edad Media?”. Cuando decimos que se trata de un debate conceptual no queremos decir, en absoluto, que se trata de un debate menor: al contrario, sólo a través de ese proceso de pertinencia nominal podremos aspirar a cambiar la realidad. No porque la realidad se cambie mediante conceptos, sino porque sólo con un concepto bien trazado puede hacerse palanca con el mundo.

Gabilondo asegura en otra parte que las globalizaciones actuales han impulsado una “heterogeneidad no europea sin precedentes: hoy en día los bárbaros imperan en el escenario global, igual que lo hicieron en el inicio de la Edad Media europea”. Se trata de otro de los intentos de nombrar a todos aquellos relegados del reparto de poder (no sólo de bienes materiales sino de agencia simbólica) en el presente: es la multitud de Hardt y Negri; el cognitariado de Bifo; el 99% de algunos movimientos sociales, etc. Los bárbaros de Gabilondo deben arrostrarse ante un feudalismo y una oligarquía aristocrática de sangre que, al igual que en la Edad Media, erige una de las estructuras sociales más explotadoras y polarizadas de la historia. “También hoy nos encontramos en una especie de situación neofeudal, en la que una élite semi-aristocrática va día a día monopolizando más riqueza, aumentando por el mundo las plebes pobres y precarizadas de la Edad Media”.

A muy grandes rasgos, ese es el escenario que plantea el escritor vasco [para profundizar y matizar habrá que acudir, por supuesto, al libro]. A veces incluso da la impresión de que la equivalencia que propone es demasiado exacta: que hay elementos que desestabilizarían su esquema que no están siendo tomados en cuenta. Pero hay que reconocer que la tesis es provocativa (aunque no del todo nueva: el propio Gabilondo revisa los estudios de Alain Minc, Mike Davis, Andrew Elliott y Bruce Holsinger, por no mencionar los casos clásicos de gente como Umberto Eco y Jacques Le Goff) y, sobre todo, que nos ayuda a introducir nuestras problemáticas bien adentro de la historia; que nos alerta ante otro tipo de análisis políticos que hacen parecer que nos encontramos ante la excepción histórica venida de quién sabe dónde.

La nueva Edad Media

Imagen – ‘The Sum of All Evil’ (detalle; 2012-13), de Jake y Dinos Chapman

Aunque, por supuesto, después de encontrar el suelo común vendría bien detallar algunas divergencias: leer Globalizaciones, por ejemplo, en contraposición con otros trabajos contemporáneos como Leviatán climático, de Geoff Mann y Joel Wainwrigth, que sitúa esa dicotomía entre las élites y los bárbaros en el panorama de la emergencia climática (los autores sugieren que la crisis ecológica no es realmente una preocupación para las élites, quienes incluso la empujan al tiempo que ya planean zonas de atrincheramiento ante la llegada de los bárbaros). Leerlo, asimismo, contrastándolo con obras como Calibán y la bruja, de Silvia Federici quien, situada en el punto de quiebre entre el medioevo (europeo) y el surgimiento del capitalismo, muestra cómo las fuerzas en el poder, en este caso, patriarcales, pueden reorganizarse para operar con mayor profundidad contra los subalternos, en este caso, representado por el conocimiento desarrollado por las mujeres. Leerlo, en fin, en contraste con los trabajos del propio Bifo para entender cómo esa lógica medieval puede perpetuarse a través de las operaciones semióticas del mundo de las tecnologías de la comunicación. Etcétera. Se entiende, en resumen, que no basta con advertir las similitudes de una forma de organización del mundo, sino de rastrear sus particularidades; de otra forma se corre el riesgo de inmovilizar la historia (si a pesar de todos los sismos sociales de la historia: de las revoluciones burguesas, marxistas o feministas, seguimos en la Edad Media, ¿qué dice eso de las élites y qué de los bárbaros?).

Por otra parte y finalmente, sería interesante extender la pregunta por el neomedioevo a las prácticas estéticas. ¿De verdad la equivalencia entre épocas resistiría los torbellinos y arremolinamientos de las artes contemporáneas: del cine, de la música electrónica, de los formatos poliédricos de las artes visuales y la expansión de las escénicas? No me parece una cuestión menor (aunque sí materia de otro análisis, más extendido) ya que implica preguntar: si hay innumerables puntos de comparación entre los ordenamientos político-económicos (¿teológicos?) de ambas épocas, ¿qué papel juegan los signos artísticos en ese ordenamiento? Acaso ahí se encuentre una de las claves para solucionar la lucha entre aristócratas y bárbaros que propone Joseba Gabilondo –que, de paso, otorgue un horizonte de acción ante preguntas casi asfixiantes que realiza como: “¿Es el actual ascenso oligárquico el inicio de una nueva Edad Media prolongable en siglos?”. Cuando Gabilondo propone “una revolución bárbara cotidiana y múltiple: una revolución permanente de todas las diferencias bárbaras, una revolución heterogénea y diseminadora” (ese es, precisamente, lo que denomina el retorno de la diferencia), ¿toman los artistas el llamado y, si lo hacen, de qué formas imaginan esos procesos de diseminación? ¿Para articularlos en qué tipo de economía política? Y si somos los nuevos bárbaros, ¿qué tipo de preguntas y batallas y creaciones nos van a desmarcar y diferenciar a su vez de los profetas de lo igual?

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