miércoles, 23 de agosto de 2017

El sueño de la audiencia

La séptima película de Matías Piñeiro sigue en la cartelera comercial mexicana. Lo que inicia como un filme sobre los aprendizajes del exilio –si es que se nos permite estirar la etiqueta de exilio– se desenmascara como una reflexión sobre la fuerza auténtica del arte, cuya capacidad de transformar, violentamente, sólo se compara con la de las relaciones íntimas. Tenemos, entonces, a Camila (Agustina Muñoz) quien viaja de Buenos Aires a Nueva York, donde participará en una residencia artística. El plan es traducir Sueño de una noche de verano para, más tarde, volver a Buenos Aires y montar la obra (los seguidores de Matías Piñeiro ya habrán reconocido aquí algunas de sus obsesiones; a propósito, esta entrevista que le hizo Sergio Huidobro).

 

Así, primero vemos lo que parece una especie de historia de campus, pero destilada a sus elementos más básicos: distintos miembros del cognitariado –los que orbitan en torno a Camila–, viven entre becas, residencias y trabajos culturales. Pero hay que insistir: viven entre ello, pues Shakespeare, la traducción, la estancia, el instituto, las conversaciones con otros estudiantes, el tedio… todo eso apenas es una excusa para la trama. El instituto norteamericano que ofrece la residencia, por ejemplo, apenas se sugiere (se escuchan conversaciones burocráticas que conviven con momentos de esparcimiento –el juego de dardos en un dormitorio– pero la cámara sólo muestra a Camila, su trabajo y sus recuerdos recientes de Buenos Aires: su mundo interior). Llama la atención, en este sentido, lo que Piñeiro se atreve a mostrar de Nueva York: que también allí, a pesar de (o precisamente por) ser una ciudad mil veces vista en el cine, la gente concentrada en sí misma prefiere no verla.

 

Los momentos más interesantes de Hermia & Helena se dan cuando, dramáticamente, la vida (y el cine) se abren camino en la trama: presenciamos inocentes escarceos amorosos –un guiño discreto al peso de Sueño de una noche de verano–, la visita de Camila a su padre biológico (Horace, interpretado por el director Dan Sallit, quien en 2013 estrenó The Unspeakable Act, un filme sobre deseo incestuoso…); o el reencuentro con un viejo amante. Es, curiosamente, ese reencuentro el que funciona como bisagra, entre la máscara de la película de campus y el auténtico filme. Así, el reencuentro con el viejo amante (Gregg, interpretado por otro director, Dustin Guy Defa) se da a través de una breve pesquisa con toques hitchcockianos, así como con guiños para cinéfilos: el amante reencontrado, en la realidad de la película, hace cine. Se muestra, de pronto, como si fuera un sueño, uno de sus cortometrajes, en el que se escucha una voz en off que lee un fragmento de Rebecca de Daphne du Maurier, la novela que Hitchcock adaptó al cine en 1940.

 

A propósito de bisagras: los créditos finales aparecen y desaparecen cada que una puerta abre y cierra, como la puerta del departamento proporcionado por el instituto, y que es ocupado por distintas personas, durante distintas temporadas. Esa profusión de aperturas y los “enredos” amorosos que suscitan, podrían hacernos creer que espejean la comedia de Shakespeare, pero sobre todo si atendemos la apología de Puck con la que concluye la obra: el Sueño de una noche de verano es, en realidad, una ficción compartida, el sueño de la audiencia. Otra forma de decir, pues, que podría ser, por cotidiano, el de cualquier persona. Una especie de apología inversa parece funcionar para Hermia & Helena: aunque parece ser, sencillamente, el relato de una joven que asiste a una residencia artística, debe decirse que también allí, en esa cotidianidad compartida, se aprecia la profundidad de los sueños (como aspiraciones) y el impacto que tienen en nuestras decisiones.



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