lunes, 28 de agosto de 2017

Cuaderno de faros

Es cierto que en el Cuaderno de faros de Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988), como se adelanta en la contratapa, se encuentran ensayos (como en su libro anterior, Cuerpo extraño, de 2013), pero el título ya indica, con mayor precisión, el auténtico género al cual pertenece. Los cuadernos, a diferencia de los ensayos, se mantienen perpetuamente en un estado embrionario, como si fueran la preparación para un proyecto imposible. En ellos conviven anotaciones, entradas de diarios de viajes, recuerdos, anécdotas, reflexiones personales, etcétera; fragmentos narrativos y atómicos unidos por una idea fija u obsesionante.

 

En este caso, como también se adelanta en el título, son los faros a los que Barrera vuelve una y otra vez, como quien prepara la estrategia para agotar un tema. Así, además de acumular alusiones librescas (a Stevenson, por ejemplo; a Woolf, por supuesto) y eruditas sobre la historia de los faros, descubrimos de pronto un sueño originario (un murciélago redivivo prepara su venganza en el ático de un faro), o que para Barrera –con razón– los faros (y sus parientes, las torres y las atalayas) representan pasiones tristes como la soledad, la necesidad de una guía, la tristeza, el ocio, la melancolía…

 

Con esa familia emotiva no debe sorprendernos que, como la luz de un faro, la prosa de Barrera ilumine cada tanto un mismo punto: el relato inconcluso de Edgar Allan Poe, “El faro” (que inició el mismo año en que falleció, 1849). En el apartado titulado “Blackwell” (por el faro que se encuentra en la Isla Roosevelt, de Nueva York), Barrera imagina cómo podría terminar el relato de Poe. A diferencia de la forma en que lo hizo Joyce Carol Oates en su cuento de 2004, “The Fabled Lighthouse at Viña del Mar”, que luego se transformó en “Poe Posthumous; or, The Light-House”, de 2008, la manera en que Barrera concluye ese cuento es, de nuevo, apenas una anotación, donde la prosa avanza con la intención sólo de registrar, desprovista de la ambición de emular el estilo de Poe, por ejemplo. También la ficción cabe en un cuaderno, sí, pero sólo como una anotación.

 

Aunque atómico como el diario personal, el cuaderno se distingue de ese y otros géneros autobiográficos (como la memoria) por negarse a profundizar en lo personal. Cuaderno de faros recuerda que hay experiencias propias (que se transforman en ideas obsesionantes) que exigen ser registradas, aunque con ello sólo se subraye la imposibilidad real de agotarlas a través de las palabras.

 

Jazmina Barrera, Cuaderno de faros

Fondo Editorial Tierra Adentro

México, 2017, 122 pp.



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