viernes, 9 de junio de 2017

Mariana Arteaga: entrevista

A partir de la idea de transformar el espacio público, rehabilitar el cuerpo y construir uno colectivo, la coreógrafa Mariana Arteaga (Ciudad de México, 1970) desarrolló Úumbal, una pieza de coreografía colectiva creada a partir de pasos donados por decenas de habitantes de la Ciudad de México, reclutados a través de una convocatoria lanzada por el Museo del Chopo bajo el nombre de Pasoteca.

 

 

 

Con los voluntarios inscritos, en 2015 Arteaga montó diversas coreografías en las colonias Santa María La Ribera, Tabacalera y Buenavista y nombró a esta etapa Tejedores. Finalmente, cincuenta y cuatro bailarines fueron elegidos para ejecutar la pieza Úumbal: Coreografía nómada para habitantes en tres fechas durante el mes de noviembre en el Chopo. Dos años después de este esfuerzo la plataforma digital del museo recibe hoy el proyecto Úumbal en la red, un micrositio pensado para poner alcance de un público mayor las herramientas que conformaron el proceso creativo.

 

 

A propósito de esta presentación platicamos con Mariana Arteaga, cuya pieza fue reconocida como mejor obra escénica de la quinta edición del Presente de las artes en México de La Tempestad.  

 

 

 

¿Con qué objetivo específico creaste Úumbal?

Úumbal se planteó como un ejercicio artístico y simbólico, con el bailar y el andar como punto de unión para liberar y reconstruir una comunidad con base en la colaboración, el acuerdo, el afecto y el cuidado.​​ También para ejercitar nuevas formas de encuentro a través del baile y reapropiarse colectivamente del espacio público​.​ ​

 

¿Trabajas con influencias, o inspiraciones, para crear? En este caso, ¿cuáles fueron?

Claro, siempre hay influencias e inspiraciones. En el caso de Úumbal ​hay varias: primero es resultado de mis trabajos de coreografía colectiva. En 2010 por primera vez entré en contacto con el trabajo con ciudadanía para el desfile del Bicentenario. Comprendí los distintos puntos de vista de los habitantes de esta urbe con respecto a su país y pude constatar cómo, a través del baile, una comunidad se iba solidarizando, tolerando, transformando, y eso me impactó. De ahí se suscitaron otros proyectos como El Gran Continental del coreógrafo Sylvain Émard, el cual hicimos dos veces, trabajando con más de cien personas de todas las edades. Paralelamente hubo otros sucesos, tales como la Standing Man Protest, y las marchas por la desaparición de los cuarenta y tres normalistas de Ayotzinapa, que me provocaron una reflexión en torno a cómo un cuerpo colectivo se hace visible en el espacio público, lo ocupa, lo vive, lo demanda. Y a partir de ahí sentí una emergencia de andar y bailar juntos por las calles, visibilizar nuestro cuerpo colectivo, vencer el miedo, la represión: reclamar nuestro derecho al goce.

 

 

 

¿Dirías que Úumbal es una búsqueda para resignificar el espacio prosaico, la calle, o cómo te gustaría definirla?

Claro que es una búsqueda por reconfigurar el espacio público, pero esto sólo es posible desde cuerpos visibles, y de cómo éstos se relacionan entre sí y con el espacio. Resignificar el espacio público es resignificarnos y aquí el trabajo del nos (refiriéndome a colectividad) es prioridad.

 

Úumbal se puede ver como el intento de incinerar esa postura pasiva en la que el erudito es el único con la posibilidad de crear el ente artístico. ¿Estarías de acuerdo con esta interpretación? Si lo estás, ¿que te gustaría agregar a la idea?

Yo nunca me he pensado como una erudita con la posibilidad de crear un ente artístico. Me parece que varios creadores de nuestra generación, y de otras más jóvenes, no nos identificamos con esa postura perteneciente a la modernidad, que tuvo que ver con encuadrar al arte como un campo autónomo, con sus propias reglas y dinámicas donde los demás están aparte como receptores. Úumbal, como otros fenómenos artísticos, simplemente refleja cómo nos estamos relacionando con la idea de lo artístico; es posible es que haya un desfase institucional para identificarlo, aceptarlo, incluirlo como algo inminente en el campo del arte y la cultura, actualmente.

 

 

 

Al montar la coreografía cambia la dinámica de la calle, que nos insinúa una inmediata obligación de respetar sus reglas: ahora el peatón, o el hombre común, es el que redefine el espacio: no puede haber un discurso más político.

Desde lo artístico he intentado procesos de liberación. Úumbal claramente hace un llamado político, primeramente por hacer innegable el cuerpo colectivo al ser visible, y aquí retomo los estragos en nuestro imaginario colectivo: que los cuerpos de los cuarenta y tres normalistas de Ayotzinapa sigan desaparecidos, por tanto invisibles, y los efectos que eso ha tenido y tendrá en nosotros en materia de corporeizar abusos de Estado, existencia, duelo, etc. por reivindicar derechos ciudadanos a gozar y disfrutar del espacio público juntos, por cuestionar justamente si eso estamos haciendo, por haber constituido asambleas para negociar nuestros bailes, rutas, estares al interior de Úumbal y con los acompañantes nómadas, por cuestionar la idea de felicidad a partir del consumo o la reunión en lugares de consumo, y un sinfín de etcéteras.

 

 



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