lunes, 19 de junio de 2017

Cronografías, de Graciela Speranza

La precisión de la prosa de Graciela Speranza, que pisa fuerte en cada página de Cronografías (Anagrama, 2017), mantiene a raya el aluvión erudito (e informativo) sobre la literatura y el arte contemporáneos explorados en el libro. Subtitulado Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo, el volumen más reciente de la crítica argentina encarna de manera intensa la aventura del pensamiento, creando vínculos y dando saltos (nunca ilógicos) ente disciplinas y temas cercanos a la temporalidad, mientras –como ya ocurría en Fuera de campo (2006) o Atlas portátil de América Latina (2012)– revela al arte como una forma singular de pensar. En este sentido, el título será refrescante para los lectores mexicanos cansados de un ecosistema donde los escritores parecen estar en lucha a muerte con el arte contemporáneo.

 

A propósito de la instalación Shutdown (2016), de Diego Bianchi, sobre la que escribe en el apartado “Constelaciones”, Speranza anota que al visitante «lo libera por un momento de la tiranía de las conexiones virtuales, lo invita a componer redes palpables de cosas, constelaciones que se conectan con otra lógica». ¿Acaso no opera de manera similar el lector ante Cronografías? Tal vez no sean «redes palpables» lo que uno experimenta al leer el libro sino «redes conceptuales» (si nos permitimos un término que parece más apropiado para la jerga empresarial, tan cercana a la de la academia); en todo caso, vínculos entre ideas que liberan de los otros vínculos, los hipertextuales y digitales, que parecen acelerar la vida cotidiana con su exceso de información y la exigencia constante de atención. Con todo, debe anotarse que son pocos los momentos en que Speranza se suma a la queja ludita, que hoy pasa por pensamiento, sobre el tiempo acelerado del presente. Su interés está en otra parte.

 

Cronografías se conforma de constelaciones de obras fijadas en los campos de la literatura y las artes visuales. ¿Qué tipo de obras? Las que tematizan la temporalidad («sabíamos, desde Tiempo y narración de Paul Ricœur, que aunque todos los relatos son fábulas del tiempo, sólo algunos son fábulas sobre el tiempo») o, en algunos casos, incluso hacen que la experimentemos de otra forma, sacándola de quicio. Speranza presta especial atención a The Clock (2010), la obra mayor de Christian Marclay, un video con duración de veinticuatro horas compuesto por fragmentos de filmes de todo tipo hilados por la insistente presencia de los relojes. Los fragmentos están editados de manera que sean sincronizables con el tiempo real. En esa y otras obras (como en el trabajo autobiográfico de Karl Ove Knausgård o en los brevísimos relatos de Lydia Davis) Speranza encuentra la intrigante distancia entre la medición y la experiencia del tiempo, que a menudo se confunden. Necesariamente, ante el fenómeno de la dilatación temporal, su argumento pasa por los pantanos del aburrimiento. Ya lo había anotado Heidegger: el aburrimiento es apenas la puerta de entrada al cuidado de uno mismo.

 



from La Tempestad http://ift.tt/2tG6Mhw
via IFTTT Fuente: Revista La Tempestad

No hay comentarios:

Publicar un comentario