Se cumplen veinte años del debut de Matmos, con diez álbumes de estudio hasta la fecha, incluido el destacado Treasure State que, en 2010, publicaron junto al ensamble So Percussion. La música del dueto originario de San Francisco se comprende con frecuencia dentro de la música electrónica, pero tal descripción es apenas el punto de partida. «Hablando históricamente, la música que usamos como inspiración es la música concreta francesa, que definitivamente tiene una especie de meta sociopolítica. Nosotros nunca hemos tenido un manifiesto tan contundente; de hecho, no nos tomamos muy en serio», dice Martin Schidmt, la mitad de Matmos, en la entrevista que publicamos en el número 101 de La Tempestad, y agrega: «Nuestra idea inicial era hacer música pop, usando las ideas de la música concreta como punto de partida». Ese extraño entrecruce se distingue con claridad en su álbum debut homónimo, de 1997, pero la apuesta se complejizaría todavía más con el paso de los años. Vale la pena detenerse, sin embargo, en el corte “Three Guitar Lessons”. ¿Una deconstrucción de las posibilidades del instrumento a través de la electrónica? ¿Una labor de construcción sonora desde cero? «Ese tema», puntualiza Drew Daniel, «es una especie de revancha personal contra la guitarra. Tratamos de deshacernos de la idea del yo expresivo del instrumento, del tipo “While My Guitar Gently Weeps”. Los entornos digitales tal vez permitan dar un paso atrás en la idea de autoexpresión y hacer algo más: concebir a la guitarra como un pedazo de materia».
Una declaración de principios con la que seguirían experimentando en Quasi-Objects (1999), pero que encontraría originalísimos picos expresivos en 2001 con el álbum A Chance to Cute Is a Chance to Cure. Ya no sólo partirían de la deconstrucción de un instrumento en específico o de la experimentación con determinados sonidos electrónicos, sino que su visión se abriría a entornos sonoros no-musicales: el álbum se construye a partir del sampleo de operaciones médicas como cirugías plásticas, liposucciones o pruebas auditivas. «Nuestro proceso ha cambiado con el tiempo. En nuestros dos primeros álbumes funcionaba a partir de cada canción: pensábamos que sería divertido hacer un tema sólo con globos, por ejemplo. Nos dimos cuenta de que esta idea podía ir más allá del humor y evolucionar en formas más ricas y complejas. Llevamos la idea a un concepto más amplio», declara Schimdt, pero Daniel matiza: «Queremos tener intensidad pero también humor; no queremos tener que escoger. Nuestros álbumes podrían entenderse como espacios híbridos. La idea detrás de A Chance to Cute Is a Chance to Cure es un poco asquerosa pero también graciosa».
El experimento fue un parteaguas en su carrera. Tan sólo este año, la revista Pitchfork lo colocó en el número 19 de su lista de los «50 mejores álbumes de IDM de todos los tiempos» (el mote de IDM, pedante pero generalizado, significa Música Bailable Inteligente, siempre desde la electrónica), pero desde su publicación tuvo una gran recepción crítica. Ese mismo año, por ejemplo, colaboraron con Björk en la producción del álbum Vespertine. Su particular imaginario sonoro puede distinguirse en temas como “Hidden Place”, filtrados, evidentemente, por la delicadeza del sonido de la islandesa.
La labor conceptual de Matmos seguiría con The Civil War (2003), un disco construido con instrumentos medievales y electrónica e inspirado en lo que en Estados Unidos llaman americana, es decir, la amalgama de varias ramas del folk norteamericano. Pero no sería hasta The Rose Has Teeth in the Mouth of a Beast (2006) que el dueto alcanzaría un nuevo pico creativo. Todo está ahí: la extraña construcción musical desde las fuentes sonoras más inverosímiles, transformadas por la electrónica; las continuas referencias literarias, poéticas o filosóficas (en la misma entrevista con La Tempestad, Drew Daniel declaró, por ejemplo, que su acercamiento a la música provino de la lectura); y su peculiar militancia queer: cada tema es una “biografía sonora” de iconos homosexuales. Colaboran, además, músicos como Antony, Zeena Parkins o la propia Björk, entre otros.
La música de Matmos tomaría otro extraño cauce con The Marriage of True Minds (2013), donde experimentarían con procesos telepáticos, inspirados por las pruebas Ganzfeld, y se “domesticaría” con Ultimate Care II (2016), realizado enteramente a partir de los sonidos de una lavadora. Nuestro colaborador Carlos Prieto Acevedo, en su reseña del disco para La Tempestad 109, lo llama «un gesto desmesuradamente frívolo de parte de dos brillantes mentes de la generación glitch». ¿Se trata de un signo de agotamiento de las estrategias cuasi lúdicas de Matmos o estamos simplemente en la antesala de otro giro de complejización de uno de los grupos más originales del siglo XXI? Se sabrá con el tiempo. La lección de Matmos, sin embargo, es clara: queda todo por escuchar, no sólo en retrospectiva, con sus discos, sino en apertura, ante el mundo.
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