martes, 18 de octubre de 2022

Epitafio para la anécdota

Hacia el final de su vida, David Markson fue injustamente famoso por ser un autor menospreciado. “Si no tienes cuidado”, le advirtió un amigo, “serás recordado por ser un escritor desconocido”. A pesar de la publicidad (la frase de David Foster Wallace sobre su novela La amante de Wittgenstein –“Un trabajo genial… una novela erudita, cerebral, de prosa cristalina, voz cautivadora y cuya conclusión te desafía a no llorar”– ha sido reproducida incansables veces), las entrevistas, las lecturas públicas y la atención que se le daba en sitios especializados, también persistía la idea de que se trataba de un autor huraño, que apenas se desplazaba a una cuantas cuadras de su departamento en Nueva York, habitado principalmente por sus libros, sólo para visitar la librería Strand, donde recopilaba las tristes y a veces graciosas anécdotas históricas que alimentarían su obra tardía. Cuando su biblioteca personal se diseminó tras su fallecimiento, la leyenda del autor raro se agudizó.

Pero la imagen del viejo cascarrabias que se aleja del mundanal ruido corresponde, más bien, a los protagonistas que sobreviven en su obra tardía (y que dan tumbos, amenazados por la demencia, encerrados en sus departamentos, o en un mundo que sólo es habitado por una rica vida interior): Kate, en La amante de Wittgenstein (1988); el Lector, en La soledad del lector (1996); el Escritor, en Esto no es una novela (2001); el Autor, en Punto de fuga (2004) y el Novelista, en The Last Novel (2007). Cuando falleció en 2010, a los 82 años, Markson preparaba una novela más, que pudo haberse llamado Cemetary, de acuerdo a la entrevista con Michael Silverblatt para su programa Bookworm, transmitida el 25 de septiembre de 2008.

En efecto, podría argumentarse que los protagonistas de sus novelas tardías son reflejos más o menos fidedignos del final de su vida (pues, sí, David Markson, quien escribía a máquina y se resistía a tener una cuenta de correo electrónico, envejeció y dedicó sus últimos esfuerzos a clasificar las miles de fichas en las que compiló el material de sus cuatro novelas finales), pero lo cierto es que fue un autor reconocido, bien leído e incluso popular, aunque al final fue encasillado en la siempre difícil categoría de “escritor para escritores”, es decir, uno cuya obra ofrecía cierta resistencia al lector común (especialmente a partir de la novela bisagra La amante de Wittgenstein, si bien Springer’s Progress, de 1977, también fue considerada una novela “posmoderna” en la que ya se anunciaba su estilo). Esta resistencia, ¿se debía a una especie de ilegibilidad? A pesar de la sintaxis ocasionalmente inventiva que puede apreciarse a partir de Springer’s Progress, pero que se vuelve discreta en la tetralogía que inicia con La soledad del lector, debe decirse que la prosa de David Markson es diáfana, como sugirió Foster Wallace. Si hay una dificultad en la obra es que, incluso en sus primeras novelas, se trata de recordatorios mortuorios (insistentes y acumulativos): el testimonio de que el arte siempre ha podido muy poco ante la fragilidad del cuerpo.

Las anécdotas

La imagen del autor exquisito o elitista, capaz de escribir poesía, crítica (la monografía sobre su admirado Malcolm Lowry, Malcolm Lowry’s Volcano: Myth, Symbol, Meaning, se publicó en 1978), novelas no solamente serias (como Going Down, de 1970, o la mencionada Springer’s Progress) sino auténticamente novedosas (como las últimas cinco) contrasta con el primer Markson, autor de novelas de crimen y de vaqueros. Pero así como hay una dificultad teórica para distinguir un primer y un segundo Wittgenstein, estaríamos falseando la obra de Markson si hiciéramos lo propio. Como explicó en una entrevista de 2005 para Joey Rubin, publicada en Bookslut: “Recuerdo un ensayo que alguien escribió –he olvidado dónde– en el que se expresaba una genuina sorpresa ante el hecho de que haya iniciado escribiendo como un supuesto novelista de crimen, para terminar escribiendo La amante de Wittgenstein. ¿Pero tendría sentido si dijera que yo nunca fui, y le pongo comillas, un novelista de crimen? Siempre fui la persona que terminaría por escribir La amante… y las demás, pero al inicio sencillamente no lo estaba haciendo. Así que eso sólo fue una manera de seguir ahí, por decirlo de alguna forma. Y había sido un editor para libros de tapa blanda durante varios años, así que he leído mucho más de eso de lo que hubiera leído de no haber sido así. Y con eso quiero decir que sabía cómo escribirlas”.

En efecto, en la década de los cincuenta David Markson fue editor de novela negra en Dell Books, en el coletazo del boom de los libros de bolsillo. La casa editora hoy forma parte de Bantam Books, fundada en 1945, que a su vez fue absorbida por la multinacional Penguin Random House. Pero incluso antes de unirse al conglomerado, que también tuvo su origen, claro, en el éxito inicial del libro de bolsillo, Dell ya contaba con un catálogo de pulps atractivo para una casa como Bantam (en donde se ha publicado a autores con récords de venta como Louis L’Amour, George R.R. Martin –el de Juego de tronos– o Dean Koontz). Pero no sólo publicaban pulps o novelas baratas (en el sentido de baja o dudosa calidad) sino libros escritos por autores que hoy son referentes en el género negro y en la historia de la literatura, como Dashiell Hammett o John Steinbeck (cuando llegaron a publicar ciencia ficción utilizaron el trabajo de H.G. Wells). A pesar de las contadas cimas, sin embargo, debe reconocerse que el espíritu de Dell (en la que también se publicaban revistas, libros de acertijos, de chistes y cómics) siempre fue vender literatura a precios bajos y a las grandes masas.

Las novelas que Markson publicó en la editorial son tres: Epitaph for a Tramp (1959), Epitaph for a Dead Beat (1961) y Miss Doll, Go Home (1965). Las primeras dos están protagonizadas por Harry Fannin, un detective-filósofo que, altamente cultivado, sigue el modelo del Marlowe de Raymond Chandler, pero a diferencia del autor de El sueño eterno, el tono de Markson se acerca más a los paseos interiores de John D. MacDonald (cuya carrera estuvo estrechamente ligada con la industria del pulp), con un añadido de humor erudito y seco. Epitaph for a Dead Beat tiene lugar en Greenwich Village y, como su nombre indica, el caso principal (y a quienes la mayoría de los chistes malos van dirigidos) está relacionado con los beatniks de la zona (que Markson conoció bien).

Las dos novelas protagonizadas por Fannin fueron reeditadas en 2007 por Shoemaker & Horn. Pero el mayor éxito de David Markson, en términos populares, se lo debe a The Ballad of Dingus Magee (1965), un antiwestern satírico (se subtitula “Siendo la inmortal y verdadera saga del más notable y desesperado hombre malo de los viejos días, sus masacres, su forma de arruinar a pobres e indefensas hembras, & cetera”). Markson al respecto, en la citada entrevista para Bookslut: “Había escrito westerns para revistas, y a partir de eso un editor me preguntó si estaría interesado en escribir una novela. Pero en el momento en que comencé me percaté de que el concepto me aburría, así que lo convertí en una sátira. Y eureka, hice algo de dinero. La única ocasión en mi vida en que he tenido un auténtico día de paga”.

La novela fue adaptada al cine en 1970 bajo el título Dirty Dingus Magee, una cinta dirigida por Burt Kennedy y protagonizada por Frank Sinatra. Debe decirse: no ha envejecido dignamente. También Miss Doll, Go Home se originó en relación al cine: “Alguien me pidió que escribiera un guion para cine que también sería cómico, pero de crimen. Pero incluso antes de que no se realizara, le pregunté a mi editor si publicaría una versión en ficción del trabajo”. No debe sorprender que este grupo de novelas se presenten, en las ediciones contemporáneas (cuando se enlistan bajo la categoría “Otros trabajos de David Markson”) como meros entretenimientos.

Los huesos

Aunque David Markson siempre fue el autor que terminaría por escribir La amante de Wittgenstein y su ciclo de novelas “tercamente intertextuales y de sintaxis críptica interconectiva”, lo cierto es que durante mucho tiempo, especialmente cuando se movía en los circuitos de literatura popular, estaba interesado por las anécdotas (con las que, como se lee en una sinopsis publicitaria de Amazon, “pagaba la renta”): un detective resuelve un crimen, un grupo de expatriados intenta quitarle un supuesto botín a quienes creen son gángsteres, un vaquero se enfrenta a su enemigo en una serie de enredos, un trío amoroso acaba mal durante su estadía en México, un matrimonio llega a su fin. Por supuesto, la anécdota no es suficiente: también están la trama (detonada por la anécdota), los personajes, los incidentes dramáticos.

Y, entonces, una pregunta: ¿qué resta cuando se desprende a una novela de esos elementos? La respuesta, como sabemos ya, fue ensayada por Markson, primero, en La amante de Wittgenstein. Aunque la novela sigue la historia de una mujer, Kate, que podría o no ser la última persona con vida en la Tierra, en realidad está compuesta por alusiones a la historia de la cultura y correcciones constantes en el decir. Pero el descarnamiento de los elementos tradicionales de la novela es más claro todavía en sus últimos cuatro libros, que podrían constituir un género singular, cercano al compendio de lugares comunes. Pero, no se olvide, siguen siendo novelas, con personajes y, sobretodo, con tensión dramática (que pueden “consumirse como palomitas”, como lo puso Michael Silverblatt). Parecen estar dirigidos por un reto: crear novelas altamente eruditas que puedan ser populares, cuya resistencia no esté en una dificultad virtuosa sino en lo que sugieren. Pues ¿qué queda sino la muerte, cuando se ha chupado la médula y tampoco eso satisface?

Publicado originalmente en la edición impresa de La Tempestad (no. 116, noviembre de 2016)

La entrada Epitafio para la anécdota se publicó primero en La Tempestad.



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