El adobe se caracteriza por la sencillez de los elementos que lo constituyen: tierra y paja; se trata de un material constructivo reciclable, ecológico y autosustentable, que no se somete a ningún tratamiento químico para su estabilización. Al ser desdeñado por las grandes empresas constructoras, el adobe conserva un genuino espíritu de rebeldía.
Rafa Esparza forma parte del grupo de artistas que participa en la muestra nepantla, de la galería tapatía Gamma, que dibuja un paisaje compuesto por adobe y algunos objetos industriales de construcción que invocan una experiencia de evolución y desplazamiento para aludir a la naturaleza anárquica de la tierra. Esparza (junto a Timo Fahler, otro de los artistas invitados) funge también como curador de esta exposición que reúne, además, obras de Yesenia Alvarado, Mario Ayala, Karla Canseco, Daniel Gibson, Alfonso Gonzalez Jr., Mar Citlali y Nasim Hantehzadeh.
Un quetzal, un gallo rojo, una águila blanca y una paloma negra construidos con tenis Nike Cortez, un cuadro hecho con un costal y unos planos de adobe que dan forma a otro espacio dentro de la galería, resultado de una colaboración con Timo Fahler, son los aportes de Esparza a esta exhibición, presente en Gamma hasta abril.
En esta charla el artista, que nació en 1981 en Los Ángeles, habla del rol que juega en su obra el uso del adobe y de las conexiones de este material con su propia historia.
Entre los materiales constructivos más antiguos se encuentra la tierra cruda, con la que se hace el adobe. ¿Qué significa para ti este material?
Es parte de mi narrativa personal; una conexión directa con mi familia, que vive en Durango, México. El trabajo con adobe lo conocí gracias a mi papá, Ramón Esparza, que de joven fue adobero en el municipio de Ricardo Flores Magón, de donde es originario. Él hacía adobe para venderlo y también con la idea de recolectar material para construir su casa.
¿A qué se debe el descrédito, incluso de los trabajadores, de la tierra cruda?
Tanto en Estados Unidos como en México se le relaciona con temas de suciedad o de clase, dependiendo del contexto; muchas veces la gente ve al adobe como un material antiguo, pero también es un material contemporáneo que denota los recursos con los que se cuenta; hay quienes pueden construir con materiales más caros, por ejemplo el cemento o la madera. El uso del adobe en Flores Magón es cultural: ahí hay un lago, está la tierra, el estiércol, la paja, todo lo que se ocupa para generarlo, sin embargo para algunos todo eso es antiestético y antihigiénico.
Hay algo punk, anárquico y agitador en el uso del adobe y también en tu obra. ¿Puedes abundar acerca de estas pulsiones?
Creo que existen, sobre todo a través del performance. El adobe, material con el que comencé a trabajar hace cinco años, entra a una galería de la misma forma en la que me hago presente en espacios públicos con el performance, sin permiso, sin apoyo de una institución. Tanto en museos como galerías temen que el polvo y la tierra ensucien el espacio y que contaminen las obras de arte. En museos como el Whitney o el Hammer han sugerido tratar estos materiales con pesticidas o radiación para matar a los organismos que puedan dañar sus colecciones. Considerando eso creo que el adobe sí es transgresor, sí tiene conexión con la contracultura. La tierra es un material que está en conflicto con la historia de los espacios dedicados a la exhibición. El arte, por otro lado, es una idea importada de Europa tanto en conocimiento como en producción.
El adobe, especialmente cuando estoy construyendo, por ejemplo, en una galería, genera un trance en donde los códigos de construcción de la arcilla no coinciden con los códigos de construcción de la arquitectura de ese lugar. Siempre hay una preocupación de cómo crear un espacio seguro, en el que no se corra el riesgo de que alguien se golpee; esto pasa porque no hay confianza en este tipo de edificación, a pesar de que la gente ha construido con estos materiales por centenas de años. Se trata de un choque de clase y de cultura. Son cosas que me interesan mucho, así como generar una posición crítica frente a los espacios.
El yacimiento arqueológico Paquimé, en Chihuahua, fue construido con adobe, antes de la llegada de los españoles…
Para mí la tierra es un material de trabajo. Está en todo, en mis ideas, en mi percepción de la colonización y la propiedad, en cómo uno se adueña de ella. Todo está en la tierra. Hablar de ella en el contexto de una galería es señalar lo que fue robado y lo que se sigue privatizando. Se puede hablar, también, de recursos naturales como el agua y otros que generan guerras, como el petróleo.
Háblame de tu familia, de su poder como organismo y de cómo participa en tu obra.
El trabajo del adobe siempre ha progresado a través de la colaboración. El primer grupo con el que trabajé fue mi familia. Mi papá nos dirigía a mi mamá, mis hermanos, mis sobrinos y a mí. Empecé a pensar en el proceso de colaboración como un taller, un espacio donde podía generar algo similar con diferentes tipos de comunidades. No sólo me refiero a mi familia biológica, también a mi familia queer, que yo he escogido. Se puede relacionar al trabajo con el adobe con lo masculino, donde los hombres mandan. Sin embargo cuando invito a mi familia queer a trabajar conmigo me parece algo bastante subversivo; me doy cuenta de que la labor no tiene género.
Una verdadera anarquía es el elemento generador del orden, pero también, de la destrucción de todo lo posible. ¿Puede el arte ser anárquico?
Sí, dependiendo del contexto. A veces es difícil en galerías o museos ya establecidos, porque el marco de trabajo de esos espacios es bastante tradicional. Sí creo que hay formas de arte anárquicas, por ejemplo el performance, que es una práctica radical que se resiste a ser modificada y asimilada.
Lo que me interesa de trabajar con el adobe es que es un material vivo. Hay veces que estoy instalando o construyendo una pared y de repente noto que le está creciendo zacate; en mi última instalación salió una cebolla. Se trata de hechos que me recuerdan la idea de generar vida en formas inesperadas. Esa anarquía de la naturaleza es lo bello de este trabajo, me emociona mucho.
¿Cuál es tu opinión frente a los muros fronterizos e ideológicos?
No deberían existir. La muestra nepantla alude a las líneas divisorias: la que divide la frontera entre México y Estados Unidos, la línea costera pacífica de todo Norteamérica y, también, la que marca el Canal de Panamá. Líneas bien significativas que tienen mucho que ver con el comercio, pero también en la conformación de los territorios. Me interesa que la gente al ver esta exposición entienda de dónde somos, pero también de dónde no somos.
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