lunes, 6 de septiembre de 2021

Reinterpretar la Conquista

El pasado 7 de julio el intelectual mexicano Enrique Krauze recibió el Premio de Historia Órdenes Españolas de manos del rey Felipe VI. Algunos comentamos la ironía de que un personaje que se define como liberal acepte el alto honor de una organización que tiene como objetivo “la defensa de la fe, la santificación personal y el culto divino”, según se puede leer en su sitio de Internet. Sin embargo, ése es el menor de los problemas. El discurso de aceptación que se puede encontrar en el portal de la revista Letras Libres ejemplifica muy bien la narrativa tradicional que, por muchos años, nos han enseñado no sólo sobre la Conquista de México, sino sobre la idea que tenemos de nuestro país, en particular de nuestra “identidad”. Krauze evoca todos los lugares comunes sobre el mundo prehispánico y el encuentro con los conquistadores españoles: elogia la sabiduría ancestral mexicana, describe con emoción escolar el estoicismo de los pueblos originarios; por otro lado, rinde tributo al mestizaje y lo despoja de cualquier violencia para presentarlo como un feliz intercambio que forjó a la patria.

Ahora bien: no es gratuito que el premio Órdenes Españolas haya sido otorgado a Krauze el año en el que se conmemora el quinto centenario de la caída de México-Tenochtitlán. En el mundo, y particularmente en América Latina, se ha revitalizado el debate sobre el papel del primer colonialismo, además de la crítica a la herencia hispana impuesta a través de los siglos. La visión de Enrique Krauze –el pasado como una materia inmóvil, un producto intelectual para legitimar a las élites y, así, descalificar construcciones alternativas de la historia mexicana, no es única. Un rastreo por la red nos puede llevar a descubrimientos aún más embarazosos. Destaca el penoso caso del escritor argentino Marcelo Gullo –maestro de Relaciones Internacionales, para más señas–, que en su libro Madre Patria. Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas hasta el separatismo catalán, publicado por la editorial Espasa este año, difunde la peregrina idea de que los españoles no conquistaron a los mexicas, sino que “liberaron” a las culturas mesoamericanas que estaban sometidas por ellos. Por si fuera poco, en una entrevista reciente, el autor se da el lujo de comparar a los aztecas con los nazis: “A los oprimidos no les quitaban la comida, como todos los imperios, sino la carne humana. Luego la gente dice que qué admirables las pirámides aztecas… Eso es como decir que qué maravillosos los nazis que hicieron autopistas”.

Como se puede ver, hay historiadores españoles y mexicanos que han tomado muy en serio la defensa de una historia que pretende ocultar no sólo versiones alternativas de la Conquista sino las demandas de aquellos grupos que nunca han sido tomados en cuenta en el discurso oficial. Sin embargo, a pesar del poder y la influencia que aún tiene la narrativa de estos intelectuales, las desigualdades crecientes en muchos países latinoamericanos han impulsado una crítica de las élites y las leyendas que han moldeado sus privilegios. La memoria monopolizada es una herencia que rinde muy buenos frutos. En este contexto aparece el libro La Conquista en el presente, publicado por la editorial La Cigarra. El volumen está compuesto por cuatro ensayos, escritos por Yásnaya E. Aguilar Gil, Jorge Comensal, Ana Díaz Serrano y Eugenio Fernández Vázquez quien, además, es autor del prólogo.

Quisiera describir de una forma más amplia “¿Ni triunfo ni derrota?: La cooptación discursiva de la Conquista de México” de Yásnaya E. Aguilar Gil, porque hace varias propuestas importantes que, a su vez, dialogan con los demás textos. A mi parecer, la idea más provocadora de la lingüista mixe es mirar la Conquista como un proceso continuo y no como un hecho consumado que dio origen a la Nueva España y, después, a México como Estado moderno. Es decir, la Conquista encabezada por Cortés fue sólo el primer paso de una línea genealógica de dominación que aún no termina. Para legitimar esa realidad se creó el concepto de lo mestizo. De esta manera, el poder político-económico puso en una misma categoría a poblaciones muy diferentes que tuvieron que luchar para no perder su identidad. A partir de entonces, la figura del mestizo fue tomando fuerza como un elemento fundador de nuestra nacionalidad. Sin embargo, la realidad fue y es muy diferente: retomando los estudios de autores como el historiador y antropólogo Federico Navarrete, Aguilar Gil argumenta que el mestizaje nunca ocurrió, al menos en la forma idílica en la que suele presentarse. En todo momento la población española y criolla estableció límites para reproducirse y conservar en pequeños grupos el poder. La relación de los indígenas con los recién llegados fue, siempre, asimétrica. El mestizaje trató de eliminar la enorme diversidad cultural del país. El año pasado otro libro también puso sobre la mesa una crítica al mestizaje y, sobre todo, a las oligarquías que tomaron el poder en los países recién independizados. Malditos libertadores. Historia del subdesarrollo latinoamericano, del diplomático nicaragüense Augusto Zamora, describe muy bien a los grupos que usaron la idea de la libertad para conservar su statu quo. Los libertadores, más allá de las leyendas heroicas que aún los acompañan, ejercieron una suerte de gatopardismo que prolongó los abusos a las culturas que permanecieron al margen.

El segundo texto es de Jorge Comensal y está basado en un libro editado por el Fondo de Cultura Económica: Cartas privadas de emigrantes a Indias, de Enrique Otte. A través de varios fragmentos comentados por Comensal tenemos un atisbo de la vida de los primeros españoles en las nuevas tierras y su convivencia con los indígenas. En estos testimonios se refuerza la idea –mito– del mestizaje como una historia sin anclas en la realidad y, por otro lado, se tiene una aproximación más viva a los peninsulares que, es cierto, sufrían penosas condiciones en los larguísimos viajes por el Nuevo Mundo, pero que también venían de una tierra empobrecida y sin futuro para ellos. Por supuesto: la posibilidad de ascender en la escala social estaba a su disposición. Los indígenas estaban destinados a servirlos de por vida. Mientras leía el texto de Comensal me vino a la mente la divertida novela de Manuel Payno El hombre de la situación, publicada como folletín en 1861. La obra, repleta de humor y una crítica inmisericorde a los primeros colonos españoles, retrata a tres generaciones de una misma familia cuyo patriarca, fascinado por las leyendas acerca del Nuevo Mundo, toma el camino a las Indias en busca de oro. A través de muchas trampas y, claro está, aprovechando sus privilegios de clase, los españoles transformados después en criollos escalan en la sociedad que los acogió hasta volverse miembros de una élite que olvidó muy pronto sus orígenes humildes.

El texto de la historiadora española Ana Díaz Serrano, “Los usos de América: El descubrimiento y la Conquista desde España” es muy interesante. La autora parte de la conmemoración del quinto centenario del descubrimiento de América en 1992 y describe cómo el aniversario fue usado para moldear la imagen de una España moderna, a punto de entrar a la integración europea. Toda Latinoamérica volvió a representar la utopía transoceánica y la idea de una comunidad que se abre al libre mercado. La Conquista, en este caso, fue un nuevo mito de origen que justificó el ingreso de España a la globalización y a la Unión Europea, después de los años del franquismo. Tiempo después, como afirma Díaz Serrano, la Conquista se renovó con las empresas y bancos españoles que llegaron a nuestros países a recolectar los frutos de la desregulación económica. A pesar de las promesas de crecimiento económico y la democracia liberal, es decir, de mercado, los españoles viven, desde entonces, los estragos del capitalismo global.

El ensayo que cierra el volumen, “Contra la Conquista y sus estatuas” de Eugenio Fernández Vázquez, hace énfasis en una afirmación que suele aparecer con frecuencia en pláticas o en las redes sociales: no es posible juzgar, a siglos de distancia, con ojos del siglo XXI, la Conquista. Esta idea es insostenible por una razón muy importante: la historia –siguiendo la tesis general de La Conquista en el presente– no es una postal hecha para recordar, es un movimiento continuo que, como se ha dicho, aún configura las relaciones sociales y económicas del presente. El despojo violento o coaccionado de territorios marcó no sólo a las culturas indígenas de la Nueva España sino a una larga lista de descendientes. Por poner un ejemplo cercano: la colonización de Haití incluyó la deforestación de su territorio y, en particular, la siembra intensiva de monocultivos como la caña de azúcar. Después de la independencia del país, los habitantes se quedaron con suelos erosionados y un ecosistema casi imposible de recuperar. ¿A quién le piden cuentas los descendientes de los antiguos esclavos, víctimas ahora de una pobreza sistémica? Estas historias tienen cada vez más fuerza y, por esta razón, las élites insisten en legitimar los discursos del pasado. Las estatuas son símbolos que aún hablan y, como afirma Eugenio Fernández, cuando se derriban obligan a volver la mirada y discutir hechos que muchos creen superados.

Enrique Krauze, en una parte de su discurso ante la monarquía española, parafrasea al historiador Luis González y González, su maestro: “decía que el ‘linaje de la cultura mexicana’ es una mezcla de esos valores, en la que a menudo los conquistadores resultaron conquistados y los conquistados, conquistadores”. Esta idea de una repartición cultural casi a partes iguales y de una retroalimentación benéfica sólo puede ocurrir cuando se da por clausurada la Conquista y se ignoran por conveniencia las dominaciones que se ramificaron de ese único árbol. Por eso la visión de Yásnaya E. Aguilar Gil y los demás autores de La Conquista en el presente, contrasta con la del historiador liberal: para él la Conquista pertenece al territorio donde el indígena estoico fue vencido, pero recuperó su dignidad a través del mestizaje que lo ennoblece ante las élites y lo despolitiza; para ellos no hay derrota sino una lucha que aún no acaba y que sobrevive en comunidades erosionadas, pero aún vivas y en resistencia. Hay una distancia insalvable entre las dos posiciones. La Conquista en el presente nos enseña que tenemos a la historia frente a nuestros ojos. También nos obliga a pensar en los otros y en la necesidad de escuchar sus voces. En este sexenio se han realizado ceremonias para pedir perdón por los excesos del pasado. Sin embargo, necesitamos que los pueblos indígenas tomen la palabra, se liberen de la tutela que les han impuesto por siglos y decidan, por fin, su futuro.     

Eugenio Fernández Vázquez, coord., La Conquista en el presente, La Cigarra, Ciudad de México, 2021

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