I
La poesía refiere la sonoridad de la materia, la vibración cósmica que va y viene sin cesar. Y puede expresarse sin palabras, por medios y modos audiovisuales: encuadres, desencuadres, zooms, aperturas, ritmos, planos, contraplanos, profundidad de campo, enfoque, desenfoque, distorsiones ópticas o materiales, celeridad, propagación y transmisión del sonido. De elementos así se compone el mejor cine experimental. Se trata de un cine que, en ocasiones, se aproxima a la ficción, roza la especulación o se atreve a no explicarlo todo, dejando espacios donde la ausencia y el silencio se instituyen como estrategias para no encasillar lo diferente, para no reducirlo a una mera descripción.
II
La exploración crítica de las posibilidades del dispositivo cinematográfico, así como de los procesos materiales de percepción, observación y narración, caracteriza los proyectos de la artista y cineasta Ana Vaz (Brasilia, 1986). Su obra no ofrece contenidos emocionales; en su lugar pretende escudriñar acontecimientos, prácticas y discursos para cuestionar las fronteras entre el cine experimental, la etnografía, el trabajo amateur y la apropiación de material de archivo. Vaz entiende la cámara como una herramienta de investigación que desafía los cánones. Su cine suele enraizarse en una maraña de relaciones políticas, geográficas y vitales; es un ataque enfático a la historia hegemónica.
III
La exploración crítica de las posibilidades del dispositivo cinematográfico, así como de los procesos materiales de percepción, observación y narración, caracteriza los proyectos de la artista y cineasta Ana Vaz.
Con Sacris Pulso (2008), A Idade da Pedra (2013), Occidente (2014) y Há terra (2016) Ana Vaz ha trazado un itinerario desde los márgenes, interrogando cada plano y, en el montaje, el gesto heteróclito del acontecimiento (experiencia, percepción, memoria, interpretación). Cada película incorpora su propia forma de opacidad. Pareciera que desplegara una coreografía articulada por su relación con el entorno: estructuras, atmósferas, suelos, materiales. Esencialmente artesanal, el cine de Vaz ensambla metraje encontrado y material propio para especular sobre las hibridaciones entre entornos, territorios y mitos. De esta yuxtaposición nacen fragmentos, microhistorias, intermitencias. De alguna manera, en sus películas las imágenes y los sonidos son una presencia histórica. Aquello que se enreda y desenreda, sigue senderos, construye caminos, inventa rutas.
El estilo de Vaz parte de la movilidad de una cámara que, inquieta, intenta escapar de la figuración, eludiendo la estabilidad del punto de vista. Muy a menudo parece estar describiendo que el espacio-tiempo es el acontecimiento sucediendo ante nuestros ojos, creando una memoria impersonal donde los recuerdos son meras encarnaciones de la materia y la historia apenas la suma de planos en movimiento. Há terra es un claro ejemplo; sus fotogramas son cúmulos dispersos de símbolos y afectos que flotan en un espacio liminar de relación, alternando entre lo visible y lo invisible, lo perceptible y lo imperceptible, expresando la formación de una memoria escurridiza que construye a cada instante una percepción fluida del mundo.
IV
Cuando se piensa el paisaje viene a la mente lo que alberga: vida animal, vegetal, humana, biológica, microbiológica, existencias sedentarias y nómadas. A Idade da Pedra parece dar imagen a esta idea. A través de panorámicas circulares y semicirculares desdibuja la relación observado-observador, sustituyéndola por el libre fluir del paisaje. A través de sonidos que se funden con el horizonte, la proyección de colores puros y la variación ondulante de la luz y el color sobre las montañas, los árboles y el cielo, Ana Vaz explora las formas en que nos relacionamos. Pero hay una diferencia entre ver algo desde el aire y verlo desde el suelo. En este desplazamiento entre escalas y modos de existencia investiga el modo en que la vida se abre paso: recorriendo el campo y el cielo, siguiendo los trayectos de humanos, plantas, animales, descubre temporalidades múltiples y lugares luminosos que revitalizan la descripción y la imaginación. Las disparidades atestiguan la resistencia de la directora a crear un gancho emotivo para el espectador, lo que constituye uno de los mayores logros estéticos y narrativos de su obra.
A Vaz le interesa, sobre todo, trazar coordenadas entre agencias humanas y no humanas, animadas e inanimadas. Nos hace mirar a nuestro alrededor, y no sólo hacia adelante. Al mirar desde otras perspectivas –la de la planta, la de la roca o la de la montaña– se amplía el vocabulario con el que describimos la vida. El marco audiovisual traslada la mirada, la escucha y la tecnología al paisaje mismo, a sus formas híbridas. A Idade da Pedra explora el papel de la memoria y despliega distintas temporalidades y relaciones interespecie. Inspirada en las formas fílmicas del cinema novo brasileño (Glauber Rocha, Ruy Guerra y Jorge Sanjinés, por ejemplo), Vaz aspira a trastocar los ejes de orientación (sujeto-objeto, naturaleza-cultura, oriente-occidente), trazando nuevas dimensiones espaciotemporales para la experiencia y la afectividad.
V
Donde otros buscan la regularidad y la estabilidad, para fijar lo móvil, las películas de Vaz exploran ritmos posibles en la irregularidad y la discontinuidad. Obligan a la contemplación activa por parte del espectador. Para aprehender las imágenes, para relacionarnos con lo que vemos y escuchamos, es preciso involucramos. En É Noite na América (2022), largometraje filmado en 16mm, somos conducidos en un viaje crepuscular que invita a pensar las complejidades del habitar y la relación del lugar. Por momentos parece que la intención de Ana Vaz es examinar la trastornada percepción del mundo contemporáneo en paisajes plagados de ruina y precariedad. La película, por tanto, no es tan sólo un espectáculo audiovisual que puede presenciarse en la espontaneidad de una instalación de arte contemporáneo.
Donde otros buscan la regularidad y la estabilidad, para fijar lo móvil, las películas de Vaz exploran ritmos posibles en la irregularidad y la discontinuidad. Obligan a la contemplación activa por parte del espectador.
A pesar de su cualidad onírica, É Noite na América no tiene nada que ver con los sueños. Es una película sobre la constitución de los paisajes de la naturaleza y la ciudad que, profundamente emparentados, ofrecen ocasiones para desarrollar una conciencia más intensa de la vida. Las imágenes comprenden momentos singulares, vidas individuales, paisajes fragmentarios, temporalidades múltiples y conjuntos cambiantes que cobran vida a través de la luz y el color. Estos instantes luminosos incluyen texturas e intensidades moduladas por la variación de planos, entre lo atonal y lo resonante, socavando la sensación de solidez y produciendo un paisaje que dista mucho de ser un espacio estático. La película empieza con una configuración de planos panorámicos que captan el crepúsculo de la periferia, zooms que se acercan, con curiosidad, a la intimidad de diferentes animales (ignorados) que habitan las pocas zonas verdes que aún existen.
La oscilación entre planos y secuencias descubre lo antes oculto por el bullicio de la ciudad. La estructura de la película es intrigante. Parece inspirarse en modelos rítmico-poético-musicales que mantienen el ojo y el oído del espectador ocupando espacios distintos, designando estructuras abiertas para experiencias sensibles que conforman un mosaico de formas de vida interrelacionadas. El mundo de la película es el de la materia vibrante, dotada de sensaciones, memorias y afectos impersonales contenidos en imágenes que diseccionan y revelan las complejidades de un habitar conjunto. Las películas de Vaz se encuentran en el umbral de nuestra percepción. Y la consecuencia ética es que el humano no tiene un sitio privilegiado.
La entrada Poética de la relación se publicó primero en La Tempestad.
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