Cada una de las tres novelas que Patrick Modiano ha publicado tras el Premio Nobel de Literatura aborda la memoria, personal e histórica, usando una metáfora distinta: en Recuerdos durmientes (2017) es presentada como un sueño nebuloso, en Tinta simpática (2019) como un registro poco confiable y en Chevreuse (2021), aparecida este año en español en Anagrama, la presenta como un laberinto del que se sale siguiendo el hilo que le sugiere esa palabra, que se va llenando de sentido al avanzar el relato: “Chevreuse. A lo mejor ese nombre tiraba de otros nombres hacia él, como un imán. Bosmans repetía en voz baja ‘Chevreuse’. ¿Y si era ese el hilo que le permitiría recuperar toda una bobina?”. Retroactivamente puede entenderse que el resto de las novelas de Modiano responde a alguno de estos tres modelos o a combinaciones de ellos. Calle de las tiendas oscuras (1978), que le valió el Goncourt, es el ejemplo extremo de la memoria como registro poco confiable, aunque en ella la escritura sirve como ancla, más que como eco de su ineficiencia, como en Tinta simpática. Villa Triste (1975) y La hierba de las noches (2012) son ejemplos de la memoria como ensueño.
Chevreuse, una especie de secuela o narración gemela de El horizonte (2010), es no sólo un laberinto sino una guía al laberinto Modiano, una pieza en la que algunos nombres mencionados de paso en otras obras aparecen ahora como pertenecientes a personajes principales. El más claro es Guy Vincent, que originalmente había sido mentado en Recuerdos durmientes, pero que ahora reaparece como alguien alrededor de cuyos secretos actos y desaparición gira la trama. Martine Hayward es otro personaje secundario de aquella novela que reaparece en ésta, pero el principal “regreso” es el de Jean Bosmans, escritor en ciernes que protagoniza El horizonte. La primera sospecha que provoca esta recurrencia es que quizá no se trata de los mismos personajes, sino de diferentes iteraciones. Ciertamente, si bien el carácter de Bosmans es parecido en ambos libros (melancólico, pensativo, interesado en la escritura), hay también algunas diferencias, como la completa ausencia de escritores y editoriales dedicados al ocultismo en Chevreuse, para no hablar de que se abordan eventos ocurridos en los años sesenta y sus consecuencias años más tarde; los desenlaces serían excluyentes.
La posibilidad de que se trate no de los mismos personajes sino de diferentes iteraciones de éstos es grande si consideramos que muchos de ellos están interesados en temas como el eterno retorno nietzscheano, así como en interpretaciones que son más cercanas al ocultismo que a la filosofía escolarizada. Esta lectura me fascina porque aleja a Patrick Modiano del realismo y lo introduce vagamente en el género fantástico. Hace pensar en obras de diversa índole, como Embassytown: La Ciudad Embajada (2011), de China Miéville, en la que se diferencia entre ínmer (adaptado del alemán immer, “siempre”) y manchmal (“a veces”, también en alemán). El ínmer es el Universo en su forma ideal y cada manchmal es una iteración diferente de esta forma ideal. En Chevreuse se establece un paralelismo entre los conceptos saussurianos de langue, que correspondería al ínmer, y parole, que correspondería al manchmal.
Los personajes de Modiano, no sólo los que tienen el mismo nombre sino también aquellos cuyas vidas encuentran ecos en los protagonistas de otras novelas del autor, serían repeticiones de los mismos modelos. En los videojuegos de la saga The Legend of Zelda ocurre algo parecido: Link y Zelda se van reencontrando en diferentes iteraciones a través del tiempo para enfrentarse siempre a un mismo enemigo. De igual manera viene a la mente La perfección ferroviaria de Benno von Archimboldi, novela que consiste en una serie de diálogos breves entre “dos personas ambiguas que, pese a los cambios de trabajo, de edad, en ocasiones incluso de sexo, son la misma persona, y ambos huyen, o se persiguen, o sólo uno es el que persigue y el otro el que se oculta”. En la obra de la creatura de Roberto Bolaño los diálogos y las persecuciones se dan en diferentes momentos del tiempo y en distintos lugares del mundo. “¿El que persigue es un hombre y la que huye es una mujer o al revés?, ¿cuál es la historia y cuáles las excrecencias, los ornatos, las ramificaciones de la historia”. Las tramas de Modiano, se sabe, no suelen presentar muchas variaciones. Pensemos en Más allá del olvido (1996), El horizonte y Domingos de agosto (1986); cada relato sigue un mismo patrón: un hombre joven conoce a una mujer joven que está relacionada de manera tensa con un hombre mayor, en algún punto la mujer desaparece y años después el hombre joven vuelve a encontrarla o vuelve a indagar en la desaparición.
Como todos los thrillers de Modiano, Chevreuse narra una investigación que genera más dudas que certezas. Al igual que Calle de las tiendas oscuras, esta novela narra una investigación sobre el pasado del propio investigador. En la segunda la investigación es necesaria porque el protagonista ha perdido todos sus recuerdos, en la primera se nos niega la principal motivación de la investigación hasta la parte final. Durante las rumiaciones laberínticas de Bosmans vamos recuperando junto a él algunos detalles de un instante específico de su pasado que es aún poco claro, en parte porque lo que intenta recordar años después fue un momento confuso en el que pasaron demasiadas cosas y frecuentaba a demasiada gente. Incluso se nos dice que tomaba notas para guiarse por su propia vida y que “a las notas les había añadido una especie de esquema, como para guiarse por un laberinto […] Se proponía completar ese esquema según le fuera volviendo a la memoria o descubriese durante sus investigaciones, otros nombres relacionados con los que había exhumado del olvido. Y a lo mejor conseguía trazar un plano de conjunto”. En Chevreuse hay también una visión mucho más positiva sobre las posibilidades y capacidades de la escritura que en sus últimas dos novelas. Incluso Bosmans parece más decidido a seguir una carrera literaria (cosa que logra, como se nos dice en los pasajes en los que se habla de la vida de Bosmans en el siglo XXI) que en El horizonte, en donde la literatura aparece sólo como una posibilidad muy vaga.
En Chevreuse reencontramos aspectos recurrentes de la narrativa de su autor: crímenes, grupos de gente heterogéneos, un protagonista melancólico con una infancia problemática y una adolescencia carente de grandes propósitos que encuentra un tipo de salvación y escape de sus fantasmas en la escritura (“a los fantasmas no les daba miedo aparecer de nuevo a plena luz. ¿Quién sabe? En los siguientes años volverían a acudirle al recuerdo, como chantajistas. Y, al no poder volver a vivir el pasado, para enmendarlo, la mejor forma de convertirlos en inofensivos y mantenerlos a distancia sería metamorfosearlos en personajes de novela”), el París de mitad del siglo XX, algunas deudas aún no saldadas de la ocupación. Lo que diferencia al Bosmans de Chevreuse de otros escritores del corpus de Patrick Modiano es que éste no teme que el material real que se cuela en sus novelas pueda ponerlo en peligro. Incluso un oficial de policía, lector suyo, lo llama para decirle que encuentra curioso que muchos detalles y nombres de sus libros pertenezcan casi sin cambios a delitos y delincuentes reales.
Chevreuse es un lugar relacionado con un crimen cometido cuando Bosmans era un niño. Ahí Guy Vincent guardó una enorme cantidad de dinero. La única otra persona que sabe el lugar exacto es Bosmans. Al igual que al final de El horizonte, en donde no sabemos si Bosmans realmente se reencuentra con Margaret Le Coz en una librería alemana ya entrado el siglo XXI, en Chevreuse al final no sabemos si, al recordar todo, encuentra el dinero tras el cual están la mayoría de los personajes de la novela. Modiano juega con la familiaridad que producen sus tramas a los lectores y ofrece algunos cambios sorpresivos. Éste es sin duda el menos fragmentario y más narrativo de sus últimos trabajos. Reutiliza los elementos que le son característicos a su novelística para ofrecer un thriller existencial y melancólico en el que converge el resto de su obra. Si han de empezar a leerlo, aún, quizás este sea el mejor punto de inicio.
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