martes, 14 de noviembre de 2023

Una llamada a la acción

Ninguna tecnología ha irrumpido en nuestra sociedad sin acarrear dudas y temores, algunos de ellos en absoluto infundados. En 1927 se estrenó el primer filme con sonido, The Jazz Singer (dir. Alan Crosland); en el transcurso de los siguientes tres años perdieron su trabajo en los Estados Unidos unos 22 mil músicos que formaban parte de las orquestas que musicalizaban las proyecciones, lo que condujo a la creación de la Music Defense League, un sindicato que luchó sin éxito durante décadas por devolverles los trabajos que habían perdido a manos de la nueva tecnología. El suyo no es más que un ejemplo entre cientos. En una fecha tan poco reciente como 1930, Bennett Lincoln se preguntaba en las páginas de la revista Modern Mechanics si “nuestra civilización no está condenada al hundimiento por habernos hecho dependientes por completo de las máquinas”. Aunque no fue inventado por él, el pesimismo cultural –cuyo principal representante actual es el pensador francés Paul Virilio– bien puede ser resumido en esa pregunta.

A esa corriente del pensamiento contemporáneo pertenecen decenas de autores, cuyos pronósticos gozan de una gran popularidad entre cierto tipo de lectores, en particular gracias a su divulgación en el marco de la misma industria cultural que cuestionan y a través de los mismos canales que ellos consideran una amenaza. Sin embargo, ninguno de esos autores fue tan prestigioso y tan agudo como el alemán Frank Schirrmacher (1959-2014), periodista, ensayista, egresado de las universidades de Heidelberg y Cambridge y coeditor del Frankfurter Allgemeine Zeitung, quizás el mejor periódico alemán, y autor del muy polémico Payback. Warum wir im Informationszeitalter gezwungen sind zu tun, was wir nicht tun wollen, und wie wir die Kontrolle über unser Denken zurückgewinnen [Payback. Por qué en la era de la información estamos obligados a hacer lo que no queremos y cómo podemos recuperar el control sobre nuestro pensamiento] (2009).

Schirrmacher comparte con Marshall McLuhan la convicción de que las nuevas tecnologías son extensiones de nuestro propio organismo, una afirmación a la que el autor alemán añade su convencimiento de que dichas extensiones suponen una amputación de nuestras facultades originales: el uso de la calculadora de bolsillo conlleva la pérdida de nuestra capacidad para el cálculo, la multiplicación de la información consumida a través de los medios audiovisuales y electrónicos –redes sociales, prensa digital, mensajes de texto y de Twitter, correos electrónicos, etcétera– acarrea la pérdida de nuestras habilidades mnemotécnicas a corto plazo y de nuestra facultad para establecer prioridades entre las diferentes informaciones recibidas, nuestra presencia en la Red vulnera nuestro derecho a la privacidad y el uso del ordenador y del móvil supone modificaciones en nuestra capacidad de concentración y en nuestras capacidades intelectuales. La tesis principal de Schirrmacher es sencilla: la cesión voluntaria de estas facultades a los ordenadores conlleva una pérdida de libertad y autonomía que no sólo supone cambios cognitivos –“bajo la presión de la inundación informativa digital nuestro cerebro comienza a transformarse”, dice; el símil aquí es con el Gregor Samsa de Franz Kafka– e invierte las relaciones de subordinación entre hombre y máquina –a más máquina menos humanidad, es el diagnóstico de Schirrmacher– sino que también puede estar en el origen de un nuevo totalitarismo.

El autor demuestra mediante abundantes estudios y estadísticas –también a través de numerosos ejemplos provenientes del campo de la psicología, de la neurobiología y de la informática, la sociología, la medicina y la filosofía, extraídos principalmente de la prensa diaria y de revistas especializadas– nuestra creciente incapacidad para leer un libro comprendiéndolo, seguir atentamente una conversación, recordar lo que acabamos de hacer hace un momento o íbamos a hacer antes de que ese correo electrónico nos interrumpiera o renunciar al consumo de la información disponible, y afirma: “Los seres humanos pierden precisamente todo aquello que los diferencia de los ordenadores: creatividad, flexibilidad y espontaneidad, y al mismo tiempo están cada vez más obligados a funcionar, en la vida privada o en el puesto de trabajo, con las reglas del ordenador”.

“La humanización de las máquinas se corresponde con la computarización de los humanos”, sostiene. Su diagnóstico funciona a la manera de una advertencia –“el ordenador no puede ser el último juez sobre informaciones, procesos mentales humanos o pruebas de rendimiento”– y de una propuesta de acción: ante la pérdida de autonomía provocada por el uso del ordenador, cuya manifestación más evidente es nuestra sensación de agobio ante el exceso de información –que Frank Schirrmacher considera “los dolores físicos que nos provoca la adaptación a esta nueva inteligencia” digital–, el ensayista alemán reivindica la creatividad, la tolerancia y presencia de ánimo, tres capacidades de las que la inteligencia artificial carece, y la recuperación del control sobre la información por parte de los seres humanos.

Al menos desde la década de 1960 las advertencias en torno a los cambios cognitivos relacionados con la cesión de funciones a las máquinas se han multiplicado, aunque con los años la forma de llamar al peligro inherente a esta cesión de facultades ha tenido diferentes nombres: “inundación de estímulos”, “enfermedad de la administración”, “information overload” y otros. Payback actualizó esa advertencia y realizó un diagnóstico que, en toda su simple brutalidad, ya había sido enunciado unos años antes por Paul Virilio: “El hombre empieza a estar de más”. Que no hayamos prestado atención a esta advertencia hasta el momento no significa –de hecho, es al revés– que haya perdido su devastadora fuerza.

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