Un problema al que se enfrentan los territorios ocupados es el silenciamiento de sus artistas. Obviamente no se trata de la dificultad más álgida en lo inmediato, como lo prueba la devastación actual a la que se enfrenta Gaza a manos del Estado israelí. Con todo, supone una forma de silenciar las voces individuales y colectivas de una etnia o de un pueblo. Este mecanismo es el que estuvo en juego, por ejemplo, en la cancelación de la ceremonia para entregar un premio a la novelista palestina Adanía Shibli en la pasada emisión de la Feria del Libro de Fráncfort, la más grande del mundo, bajo el argumento oficial de que era una forma de solidarizarse con las víctimas de los ataques realizados por Hamás a inicios de octubre. Un crítico literario alemán denostó la novela por retratar a Israel como “una máquina asesina”. La obra premiada relata un episodio en el que una joven palestina fue violada y asesinada por soldados de ese ejército en 1948.
Es de esperar que un silenciamiento parecido ocurra con un género tan propenso a la estigmatización como el rap. Pero algunos nombres de la escena palestina han logrado viajar más allá de la frontera, como el del colectivo BLTNM y sus integrantes principales: el rapero Shabjdeed y el productor Al Nather. Su música y su presencia mediática han sido descritas por la prensa como “desafiantes” o “controvertidas”, a pesar de que no asumen su obra como explícitamente política. Denunciar la ocupación israelí de su territorio no es su preocupación lírica principal, al menos. Pero en un caso como este es necesario algo de contexto para ampliar los términos de lo político: el trap, género en el que se enmarca su música, florece generalmente en la fiesta y en la ciudad ocupada de Ramala (donde reside el colectivo) las reuniones están prohibidas más allá de la medianoche, y suelen ser canceladas arbitrariamente. Por otra parte, los artistas muy pocas veces pueden vivir de su música, a menos que se trate de géneros tradicionales que no alteren demasiado la imagen “cómoda e idealizada de la cultura palestina”, en palabras de Al Nather. Así, la mera existencia de músicos de trap (un género frecuente e injustamente relacionado con las drogas y la violencia) en territorio ocupado, que hablan acerca de pasar un buen rato (aunque también, ocasionalmente, de la ocupación), se vuelve un acto de desafío y sí, político.
El rap de Shabjdeed es asombroso en su fluidez y flexibilidad. Su presencia es carismática. No es de extrañar que, incluso con la distancia lingüística, haya encontrado público en países occidentales. Cuando se suma el trabajo de Al Nather, tal vez el productor más importante del rap actual en Palestina, el resultado es casi irresistible: inmediato, intrincado, a la vez oscuro y festivo. En entrevistas mencionan estar un tanto cansados de escuchar preguntas sobre lo que implica vivir en un territorio bajo ocupación permanente. “Nacimos aquí, estamos acostumbrados a esto”, dice Shabjdeed, apuntando que nunca ha conocido otra cosa. Pero sus letras, que reflexionan acerca de la cotidianidad, llevan toda la marca de una existencia vigilada 24 horas al día. La rabia que trasluce su voz, nacida de una vida entera en la que ha sido tratado como ciudadano de segunda, no puede más que dar cuenta de este conflicto.
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