martes, 26 de septiembre de 2017

A tres años de Ayotzinapa

A tres años de la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, el caso no ha sido resuelto. El acontecimiento ha marcado a la sociedad mexicana de diversas maneras, y algunas de ellas se evidencian en el campo artístico.

 

“El caso Ayotzinapa es emblemático por la desarticulación ficcional con la que se criminalizó a las víctimas. El hecho de que fueran estudiantes jóvenes hizo que los padres tomaran el frente como un solo cuerpo de protesta, cuya articulación permitió que intelectuales y artistas se integraran”, considera Katia Tirado, investigadora y dramaturga de la pieza escénica Fantomas contra el miedo y el olvido, que reflexiona sobre el caso a través de una propuesta multimedia.

 

Han sido muchas las expresiones artísticas que retoman los hechos de Ayotzinapa, ya sea de manera específica o abordando la violencia en México de forma general. En 2015 el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) y el Patronato Pro Defensa y Conservación del Patrimonio Cultural y Natural del Estado de Oaxaca (Pro-Oax), por ejemplo, convocaron a las comunidades nacional e internacional para la creación de carteles.

 

Ese mismo año el Centro Multimedia del Cenart exhibió Nivel de confianza, de Rafael Lozano-Hemmer, que a través de un sistema de reconocimiento facial busca las coincidencias entre el rostro del espectador y el de los desaparecidos de Ayotzinapa. Felipe Ehrenberg, por su parte, ahondó en el tema con De tanto árbol ya no vemos el bosque. Obra inédita post-Ayotzinapa, que pudo verse en Machado Arte Espacio. Se han realizado además documentales como Ayotzinapa 26, un filme colectivo producido por Amnistía Internacional México.

 

¿Se puede afirmar que las disciplinas artísticas han hecho aportes a la memoria de los 43 desaparecidos? Con la profusión de datos, obras, señalamientos e información que refieren el caso se corre el riesgo de perder la postura crítica. Katia Tirado alerta que el hecho de que las artes miren el fenómeno social puede ser “oportunista y, a veces, una estrategia estatal; hay muchos riesgos que, por otro lado, vale la pena correr”. La investigadora confiesa que en la creación de Fantomas contra el miedo y el olvido, que se presentará en el Museo del Chopo a finales de mes, tuvieron que detenerse en varias ocasiones para reconsiderar el abordaje y no caer en zonas ambiguas. Gabriel Yépez, coordinador del área de artes vivas del Chopo concuerda, y asegura que “el teatro y las artes escénicas en general han sido parte del intento por preservar la memoria, por enunciar la ausencia”. Yépez remarca el aporte de Cosas que suceden en México pero no pueden ser dichas en México (2017), performance de Magdalena Brezzo que apela a no ignorar a los desaparecidos, que se vio el recinto en el marco de Bullshit México.

 

“La historia es el campo de batalla y el arte es un dispositivo que permite remover el espacio y el tiempo para producir afectos que generen otras escenas. Nos preguntamos –parafraseando a la artista visual Hito Steyerl– si el teatro es también un campo de batalla”, considera Héctor Bourges, director de la compañía Teatro Ojo. Uno de los aportes principales de las artes escénicas ha sido enunciar la problemática de la representación y la imaginación políticas a la hora de señalar a los responsables y buscar justicia. Bourges, que con Teatro Ojo ha reflexionado sobre la violencia del sexenio de Felipe Calderón a la fecha, retoma una frase que se volvió común (“Fue el Estado”): “¿Quién es el Estado? ¿Qué forma(s) cobra?¿Quién podría pagar por sus “culpas”? ¿Podría acaso aplicársele al Estado la figura jurídica del hábeas corpus? O es que la frase se sostiene sobre un concepto falaz (el Estado), pues crea ilusiones y fantasías que utilizan los grupos dominantes para encubrir sus intereses y, tal como hace décadas señaló Philip Abrams lo Las artes reflexionan desde la diversidad sobre la desaparición de los 43 normalistas, es necesario desenmascarar el fetichismo del Estado para desenmascarar su uso político e ideológico”.



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