Vivo en la calle de Cuba, las ventanas hacia Chile, la música de un negocio no permite oír la alerta sísmica durante el simulacro, tampoco las alarmas activadas en consecuencia. Dos horas y pico después el movimiento. Lo primero tomar las llaves y el teléfono, aún en pants, los gatos corriendo con la cola esponjada, “¡Dios mío, ayúdanos!”. Difícil bajar las escaleras, una vecina en pánico, atrás el marido que no puede andar deprisa. “Ya está dejando de temblar, tranquila”. No es cierto. Lloramos juntos y revueltos. Tomo fotos: un señor sujeta a un niño de la muñeca, otro lee el periódico o finge hacerlo, un cocinero con delantal rojo mira hacia arriba, a su lado alguien al teléfono; alguien junta las manos a la altura de la barbilla; una joven de la mano de una anciana; jóvenes corriendo; uno sin camisa como cariátide contra un muro, como queriendo sostenerlo.
No consigo comunicarme con nadie, se me ocurre poner en Twitter: “Estoy bien. Pero se necesita ayuda en República de Cuba 86”, es un mensaje impulsivo, producto del estupor en los rostros y gritos de quienes salen de ahí con perros y muebles. El tweet recibe atención, termino borrándolo, el inmueble no necesita ayuda, será la ciudad entera. Una polvareda a la altura de los portales de Santo Domingo, vidrios rotos en la esquina con Palma. Ha dejado de temblar. Subo al departamento para ponerme zapatos. Gracias al wifi entro en contacto con la familia y amigos, muchos mensajes de WhatsApp: hizo erupción el Popocatépetl, se cayó San Francisco en Puebla, ya no existe el Edificio Río de Janeiro. Nada es verdad. Preocupación por Dorian en Álvaro Obregón, que después de un rato se reporta. No puedo hacer llamadas ni tengo cabeza para las redes sociales. Salgo quién sabe por qué hacia el Archivo Histórico de la Ciudad de México, ahí comentan de supuestos edificios caídos en Ciudad Universitaria.
Piedras en el atrio de la Catedral: una de las estatuas de Tolsá, nada menos que la Esperanza con su ancla. Una señora solloza en Seminario, en orden el puente del Templo Mayor y la cantina de Argentina y González. En la Alameda todo parece normal, algunos ríen o se besan en las bancas. Camino por la Guerrero, dan la impresión de estar todos tranquilos, pero en Lerdo y Magnolia se derrumbó un edificio, enfrente su único habitante, maleta entre las piernas, dice que espera instrucciones de Protección Civil, alguien aprovecha para mostrarnos un video de un edificio viniéndose abajo dizque en San Camilito. Deambulo por la zona de Santa María la Redonda, luego Reforma, mucha gente en la calle, quizás el transporte público no funcione, o puede ser una manera de aliviar el trauma. El edificio de la Lotería Nacional algo dañado, qué miedo el del SAT. Vidrios rotos en la banqueta del Sanborns de Lafragua.
Unos amigos en Guadalajara y Chapultepec, ahí nos vemos, entre ellos un israelí recién llegado al país, hablamos por los codos, compramos agua y nos metemos a Berlín 38, casa de Aldo, no hay luz ni agua, cargamos los teléfonos en su computadora. Afuera sirenas, por Twitter entendemos la magnitud del desastre, y ahora sí nos dirigimos hacia el Jardín Pushkin, lleno de gente, cargando medicinas y un pico nuevecito, ¿por qué lo tendría mi amigo? La Roma a oscuras, más mensajes, sobre todo de voz, en Orizaba una escuela caída. Como en un sueño. En Álvaro Obregón y Yucatán gritan que necesitan ketorolaco inyectable, pensamos en el Sumesa de Oaxaca o el Superama de Michoacán, ambos cerrados “por los saqueos”, explica una mujer, pero dudamos. Huele a gas en Avenida México y Sonora. Un edificio amolado, en el camellón una pareja joven con su bebé, ofrecemos ayuda, pero que no, muchas gracias. Rescatistas necesitan polines. Trato de difundirlo por Twitter, no hay Internet. Nos cruzamos con Horacio Franco, a quien tardamos en reconocer en la oscuridad, oímos que en la esquina con Laredo existe el riesgo de que se caiga un inmueble. Llegamos al Foro Lindbergh, montón de jóvenes y tiendas de campaña, una señora con sándwiches y té, tomamos un par y le ayudamos a repartir. Leo que en Atlixco 94 han instalado un Centro de Comando, llegamos, no hay nada. Mejor habernos quedado en Ámsterdam para seguir llevando agua hacia la glorieta de Citlaltépetl, cubriéndonos nariz y boca por el fuerte olor a gas, o el Parque España, donde se cargan camiones de víveres con dirección a la del Valle, alguien se queja de no poder fumar, también oímos que la fiesta de Zona Maco no se cancela, una española se pregunta por la presencia del gobierno. Volvemos a Álvaro Obregón y Yucatán, muchos cargan paquetes de botellas de agua hacia el Banorte, raudales de PET. Organizamos una cadena, esto lo aprendimos antes en el parque. Momento de sentarnos, son las once, casi no hemos comido nada, a veces nos topamos a amigos.
Ya vamos de regreso hacia la Juárez, en Orizaba y aledañas reparamos en edificios irreparables, como el de Goodbye Folk. Empiezan a aclararse ciertas informaciones: no se cayó San Francisco en Puebla, aunque sí pedazos, igual las torres de los Remedios en Cholula. Y Coapa y División del Norte y Xochimilco y quién sabe cuánto más, esto apenas está comenzando. Caminamos por Marsella hasta el edificio de Aldo. Aquí nos alcanza una amiga, quiere llorar, nosotros también, procuramos darnos ánimo. Pedimos nuestros Uber, mi conductor ha pasado la jornada ayudando, vive en Toluca, no tiene dónde pernoctar, le ofrezco hospedaje, no acepta, estamos consternados. Al atravesar la puerta el mareo, no duermo, me la paso en Twitter, todos haciendo lo que pueden, un ladrido y me incorporo, pasa un camión y siento que debo correr al baño, la zona más segura, según escuché hace rato. A las siete me subo a bañar con un vecino, no tengo agua, el edificio en buen estado. Me cuentan de voluntarios en Torreón y Obrero Mundial que saquean pertenencias espontáneamente en los departamentos recién desalojados.
Vuelvo a la calle, llanto en el Metro, me bajo en Sevilla, qué impresión la multitud en Salamanca, el griterío, las bicis, mi destino es Medellín y San Luis, sé que necesitan ayuda, mucho casco y chaleco en la Cibeles, me doy cuenta de que estorbo, cuánta impotencia, en la esquina del Condominio Insurgentes decido regresarme a mi Centro, el cual no he explorado, tengo miedo. Afuera del Four Seasons gritos y llanto por un famoso que va abordando una camioneta. Motociclistas por el Ángel, hablo con mi familia, me siento a llorar. Otra vez hacia Berlín, en donde se reúnen los amigos, vemos la tele, la historia de la niña Frida Sofía nos mantiene sedados, sospechamos del apellido Dithurbide, pizzas, por un momento nos olvidamos del pasmo. Empieza el año nuevo judío. Siguen cayendo edificios, dramas en la colonia del Valle y alrededores. Una amiga de Aldo toca a la puerta: esto apenas empieza, podríamos ir a Jojutla este fin de semana, pero mejor no por las condiciones de la carretera. Uber, sueño, llamada de teléfono, hazte una crónica, no sé cómo relatar el presente en pasado, o al revés, y además apresuradamente, por supuesto sale mal, pura frase corta, la imaginación de momento sólo da para inventariar, como la herramienta que toca contar en el centro de acopio del Zócalo (“Ten cuidado, ha venido gente a robar”). La Esperanza sigue en el atrio, sólo que envuelta. La música del negocio vuelve a sonar.
Viernes 22 de septiembre de 2017
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