Estos días se realiza la edición 14 de la Bienal de Lyon, en la que participan los artistas mexicanos Damián Ortega, Fernando Ortega y Héctor Zamora. Esta ocasión el encuentro artístico reflexiona sobre la inmediatez y la fugacidad de la realidad, vista en la producción artística tanto moderna como contemporánea. Platicamos con Emma Lavigne, directora del Centro Pompidou-Metz, comisaria de “Mundos flotantes”, título de la cita dedicada al arte contemporáneo más importante de Francia.
La Bienal de Lyon, que esta ocasión se titula “Mundos Flotantes”, se plantea como una crítica del concepto de modernidad. ¿Cuáles son los ejes que conducen la exploración artística?
En lugar de criticar la idea de la modernidad preferí buscar una relectura del concepto de “moderno”, como lo han pensado algunos artistas de la vanguardia como Marcel Duchamp, Stéphane Mallarmé, Claude Debussy, Erik Satie, etc. Otra forma de modernidad en relación con la apertura de las obras de arte, como lo definió Umberto Eco en su libro La obra abierta (1962), es un estado del mundo que está suspendido y en constante movilidad. En mi opinión eso es lo que mejor se ajusta a la escena del arte actual. Lo central en “Mundos flotantes” es una exploración de la persistencia de la sensibilidad moderna al flujo, donde lo “moderno” es definido en el sentido baudelaireano como “lo transitorio, fugaz, contingente, esa mitad de todo arte, cuya otra mitad es lo eterno e inmóvil”, y que refuerza nuestra antigua conciencia de la impermanencia de la vida, ese “mundo flotante” que los japoneses llaman ukiyo-e –una visión del mundo y sus procesos de renovación sin fin, como fuentes de libertad y creatividad. Estas palabras resuenan con la aceleración del flujo en un momento en que la globalización se acelera y en un mundo de liquidez e identidad, tal como lo analizó Zygmunt Bauman. Su crítica de la modernidad –haciendo hincapié en su “naturaleza fluida, siempre cambiante, caleidoscópica”– es rica en significación en una época que experimenta actualmente la “devaluación irreprimible” de la distancia espacial, la interpenetración en la red y la interconexión, la globalización galopante, y el acelerado flujo de personas, ideas y bienes. Bauman describe a la sociedad contemporánea en términos de movilidad continua, un fenómeno que conduce a la disolución de las relaciones e identidades, de “liquidez” global, del aislamiento de la nueva raza “hipermoderna”. El flujo es lo que conecta a los individuos, lo que les permite comunicarse, acercarse y al mismo tiempo desplazarlos.
¿Bajo qué líneas temáticas han sido convocados los artistas?
La Bienal se basa en seis ejes temáticos: “Circulación/Infinito”, “Archipiélago sensorial”, “Poesía Expandida”, “Océano de sonido”, “Cuerpos eléctricos” y “Cosmos Interno”. Todos ellos forman un paisaje donde todos las obras de los artistas interactúan con sus entornos y son subrayadas por la conciencia de que la imaginación, la poesía y el arte son simultáneamente reveladores, y antídotos, de la inestabilidad del momento presente. Los ejes permiten a la mente vagar y soñar, transformar los sitios de la Bienal en un archipiélago dentro de un territorio cuya identidad ha sido moldeada en parte por la omnipresencia del agua, en una ciudad “nacida de las aguas”, atravesada por el Ródano y el Saona, donde estos mundos flotantes descansan. Imaginé a la Bienal como un viaje donde, a veces, se mezclan el arte contemporáneo y moderno.
¿Hay un interés por argumentar una línea argumental propia en esta edición de la Bienal?
La Bienal reúne obras de arte modernas y contemporáneas en un espacio donde éstas están conectadas. Se trata de intercambios y nuevas. Sin embargo, esta relativa proximidad conserva toda la fuerza de la herencia de los Modernos: artistas como Lucio Fontana, o poetas como Rainer Maria Rilke, obsesionados por la conciencia de que el mismo espacio une a todos los seres, en este “espacio dentro del mundo”, que Rilke acuñó como das offene (“lo abierto”). Por ejemplo, Ambiente Spaziale (1967), de Fontana, la primera obra adquirida por el Museo de Arte Contemporáneo de Lyon, ha sido un punto de partida para la selección de otros trabajos. Fontana buscó “abrir el espacio, crear arte para una nueva dimensión, conectarlo con la infinidad del cosmos, más allá de la superficie plana de la imagen”. Fontana señaló la importancia de no crear exhibiciones convencionales de pinturas y esculturas, y de cortar con la polémica espacial. Estas ideas han guiado mis elecciones; establecen sutiles correspondencias con los trabajos de artistas contemporáneos quienes, de Lars Fredrikson a Icaro Zorbar, se liberan del espacio del lienzo para inventar nuevas cosmogonías propias.
¿De qué forma se vincula el concepto de modernidad con la obra de los artistas mexicanos que participan en el encuentro: Damián Ortega, Fernando Ortega, y Héctor Zamora?
Si pensamos en el concepto de “modernidad” como lo explicó Baudelaire, entonces la obra de Damián Ortega es una perfecta representación de lo “transitorio”, de la globalización desenfrenada que está generando una movilidad constante y una aceleración de flujos, con este goteo sin fin de sal que cae desde el submarino fantasmal de la pieza Hollow/Stuffed: market law (2012), que presenta en la Bienal. Centra su atención en “las zonas de transición entre el espacio interior y exterior, la calidad indeterminada de sus flujos, intercambios y territorios”.
En su colección de Inquisiciones (1925), Jorge Luis Borges escribió: “el mundo, según Mallarmé, existe sólo para un libro. […] Somos las líneas, las palabras o las letras de un libro mágico, y este libro incesante es una única cosa que existe en este mundo, o más exactamente, es el mundo”. Podemos establecer el inicio de la literatura moderna en 1897, con Un golpe de dados jamás abolirá el azar, en el que la palabra toma posesión de la página, el mejor medio para transmitirla, para transponerla. Con Héctor Zamora la palabra toma posesión del espacio, también. Una de sus obras, que se presenta en la Bienal, es una recreación de su performance Ruptura (2016). 147 personas vestidas de negro se apoyan en la barandilla en absoluto silencio: llevan un libro, también negro, del cual empiezan a arrancar sus páginas una por una, para luego dejarlas caer en el espacio libre. Por un lado, resume claramente el Zeitgeist, el espíritu de nuestros tiempos, ya que genera una intangible y elusiva sensación de insatisfacción y opresión similar a lo que muchos de nosotros sentimos mientras reflexionamos sobre el mundo en que vivimos. Por el otro, la ruptura lleva un mensaje utópico de catarsis y liberación. La valentía necesaria para arrancar las páginas es la única que puede salvarnos. A través de estos libros despedazados, el artista parece decir que podremos empezar de nuevo o, parafraseando a T. S. Elliot: “Estos fragmentos han sostenido mis ruinas”.
Claude Debussy escribió que la música “es un arte libre que brota, un arte al aire libre, ilimitado como los elementos, el viento, el cielo, el mar”. Esta conciencia la comparte Fernando Ortega, en particular con su inolvidable obra: Música para un pequeño bote cruzando un río de tamaño medio. Ortega le pidió a Brian Eno que escribiera una pieza de música que sólo pudiera ser oída al tomar un bote en medio del río. Para “Mundos Flotantes” él ha creado una obra musical atravesada por el soplo del viento, con un guiño inevitable a Bob Dylan. Una manera de cantar “nuestro paisaje interior con la simple ingenuidad de un niño”, como deseó Debussy.
¿Cuáles son los diálogos que se generan entre las obras de los creadores?
El diálogo entre los artistas a menudo comienza a partir de una referencia común. Por ejemplo, en su ensayo La vida intensa, una obsesión moderna (2016), Tristán García sostiene que en un momento dado de la historia, la “corriente eléctrica reemplazó al río que fluye como la imagen del futuro, de lo que está por venir”. Desde el siglo XVIII la electricidad se convirtió en sinónimo del concepto de modernidad: los individuos fueron cada vez más empujados a convertirse en uno con el fluido “electrizante”, que los consumía al mismo tiempo. Después de leerlo, inmediatamente pensé en diferentes artistas que comparten esta noción de electricidad. Apichatpong Weerasethakul captura el flujo frenético y las pulsaciones de este mundo eléctrico, mientras que al mismo tiempo nos lleva profundamente a la noche, a través de la oscuridad palpitante y orgánica de la selva, a las profundidades de la Tierra, poblada por fantasmas y apariciones, a lo largo del río Mekong, donde los ecos de los conflictos políticos de un país al borde del abismo amortiguan los sueños y el poder de un mundo atrapado entre la realidad y la ensoñación, la oscuridad y la luz; un refugio a partir del que podemos imaginar otro mundo. Otro refugio, una guarida primordial, la locura de un parque temático abandonado, una emergencia, una vivienda improvisada en un mundo post-apocalíptico, un territorio subterráneo que sale de la oscuridad del sótano… La caverna creada por el director de escena Philippe Quesne para su trabajo La tuit des taupes (2016), parece haber sido descargada en el espacio expositivo. Este es un ambiente orgánico, un escenario nómada en tránsito, vacío de actores, y que se convierte en un vasto cuerpo colectivo, animista por derecho propio: un cuerpo que respira y en el que podemos entrar. He tratado de mostrar en la Bienal la connivencia entre dos artistas.
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