lunes, 18 de septiembre de 2017

El hombre artificial

Podría esperarse que, una vez que el próximo 6 de octubre Blade Runner 2049 llegue a las pantallas, parte de la discusión pública vuelva al tema de la inteligencia y la vida artificiales, así como a la vieja pregunta por lo humano (será un momento ideal, pero también coyuntural, para releer a Philip K. Dick). Encima, el próximo año seguramente veremos un alud de reediciones críticas que coincidirán con el tercer siglo cumplido por Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, que, podría argumentarse, inició esta tradición. Lo cierto es que la discusión no ha dejado de circular: la inteligencia artificial ya no es sólo un tópico de la ciencia ficción, es un tema que regularmente se trata en los titulares de los periódicos. Es parte de la cultura popular pero también de las preocupaciones cotidianas: ¿la automatización terminará con el trabajo?, ¿qué riesgos éticos corremos al dejar las tareas en manos robóticas?, ¿no están puestas las condiciones, en el mundo contemporáneo, para que nosotros mismos actuemos cada vez más como máquinas?

 

En las páginas de La Tempestad, para no ir tan lejos, el fenómeno no ha sido pasado por alto, como se vio en el dossier “¿Una creatividad artificial?” (no. 110, mayo de 2016), y hay muchos libros de narrativa pero también teóricos y críticos que han abordado el tema desde distintas trincheras. A propósito, ¿ya echaron un ojo a La humanidad aumentada, de Eric Sadin? Circula en México, publicado por la argentina Caja Negra.

 

Para quienes busquen un panorama histórico también está a la mano Teoría e historia del hombre artificial, de Jesús Alonso Burgos, un largo ensayo con un sólido aparato crítico. El libro, una especie de historia de un solo pensamiento, tiene la gracia de buscar referentes para la vida y la inteligencia artificiales en la antigüedad (que sobran), sólo para darle mayor significado al quiebre conceptual implicado por la industria y el progreso (una especie de giro metafísico hacia la tuerca). Como en gran medida el libro es una historia filosófica (que va de ideas clásicas hasta, naturalmente, temas de biopolítica), pueden apreciarse los esfuerzos de Burgos por hacer éste un tema interesante, para todo público (hay pasajes con subtítulos que reflejan el idiosincrásico humor ibérico, como “El científico como macarra: la máquina de follar”, “Al maestro Zacarías se le han aflojado los muelles”), apoyándose, como puede esperarse, en la literatura, el cine y la anécdota histórica. Uno descubre así no sólo la predilección de Burgos por monstruos clásicos (representados en películas de la Hammer o de Universal), sino que Descartes fabricó un autómata a la que bautizó con el nombre de su hija muerta, Francine; o se entera de la gran estafa que fue el supuesto jugador de ajedrez autómata de Maelzel; y vuelve a leer la importancia capital de la novela de Shelley. Pero, sobre todo, al poner atención especial en el pasado, el lector descubre con nuevos ojos una obviedad: muchas de las ideas contemporáneas sobre “el hombre artificial” tienen una larga e intrincada tradición.

 

Jesús Alonso Burgos, Teoría e historia del hombre artificial, Akal, Madrid, 2017



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