“La función de las imágenes ha cambiado: prevalece la circulación y la gestión de la imagen sobre su contenido”, asegura el fotógrafo español Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955), que en su ensayo La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía (2016) se interna en los cambios que han sufrido las convenciones fotográficas. El fotógrafo y ensayista –que mañana participará en el Coloquio Latinoamericano de Fotografía en la Ciudad de México y el martes dará una charla en Centro Cultural de España– enuncia dos fenómenos que corren de forma paralela: por un lado, la producción masiva de imágenes y, por el otro, su circulación, vertiginosa y accesible a todos. “No se establece la misma relación con las imágenes cuando éstas son escasas, como bienes preciosos y objetos de devoción, que cuando abundan, lo que permite que se banalicen. Nuestra relación con la imagen depende, también, de la ley capitalista de la oferta y la demanda. Ahora las imágenes, que son inmateriales porque adolecen de soportes materiales, se difunden de tal forma que podríamos afirmar, quizá de manera provocadora, que su circulación prevalece sobre su sentido”, considera Fontcuberta.
El fotógrafo atisba el contexto en el que se mueven las imágenes. El noveno punto de su decálogo postfotográfico advierte que “se privilegian prácticas de creación que nos habituarán a la desposesión: compartir es mejor que poseer”. Esta noción ya había sido explorada por Cristina Rivera Garza en Los muertos indóciles. Necroescrituras y desapropiación (2014), libro en el que ahonda en las formas de escritura propias de un contexto en el que impera lo digital y en el que, como consecuencia, cada vez se normaliza más el desajuste entre lo virtual y lo real.
Una fotografía era antes motivo de disputas: se consideraba que le robaba algo al objeto capturado. Ha habido un proceso de secularización, una desactualización de la imagen tradicional, que suponía elementos mágicos. “La fotografía se podía entender como un acto religioso porque ésta se trataba del manejo de la luz, a la que se le relacionaba con la verdad. La fotografía venía a ser una sustitución simbólica de lo real. Al socializarla y hacerla masiva, la fotografía deja de contener esa tensión simbólica”, explica Fontcuberta. En proyectos como Herbarium (1984) y Sputnik (1997) el español exploró la ontología y la veracidad de la imagen; sin embargo, su discurso ha ido más lejos, para cuestionar la radicalización de las imágenes como cuerpos inmateriales, sin soporte, que ya no se revelan, como antes, sino que se abren.
“Lo digital no desacredita la veracidad de la imagen, el cambio es cultural, epistemológico. Desde McLuhan sabemos que el medio es el mensaje, el medio condiciona de tal forma el contenido de lo que se transmite que le impregna de unas características propias. El medio fotográfico ha cambiado de mensaje, ya no predomina la veracidad, eso lo hemos relegado, no importa tanto como antes porque otras herramientas han suplido ese papel. Hoy, cuando se quiere comprobar la verdad de un hecho, no recurrimos a la fotografía sino a Internet, a Google”. Para Fontcuberta lo que predomina hoy es la conectividad, la comunicación y la dimensión lúdica de la imagen sobre la verdad, la memoria o la identidad. ¿Cuál es la responsabilidad de los fotógrafos en ese contexto? Los creadores deben ser capaces de establecer si aportan algo a lo ya existente o simplemente acrecentan la contaminación visual.
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