La obra novelística de Michel Houellebecq es simple. Así lo constatan Ampliación del campo de batalla (1994), Plataforma (2001), Sumisión (2014) y Serotonina (2019), su obra más reciente, publicada en español por Anagrama. Sin estar demasiado atento a la forma, el autor posee la facultad de atrapar y condensar en sus páginas las tensiones que flotan en el aire, específicamente las que destruyen el ánimo. Houellebecq opera de esta forma: como si fuera un close-up, sus libros inician con la minucia de lo cotidiano; luego ancla una panorámica y da información (relevante o anodina) que extrae de fuentes diversas, por ejemplo diarios o noticieros. Este gozne revela al individuo atrapado en una telaraña de la que es imposible escapar. Aquí, un ejemplo tomado de Serotonina: “Era asombroso que en un país donde existía una tendencia a restringir año tras año las libertades individuales, la legislación hubiera mantenido esta libertad fundamental (el abandono de familia), e incluso más fundamental, a mi juicio, y más filosóficamente perturbadora que el suicidio”.
El fragmento anterior describe de forma clara la novela, que sigue a Florent-Claude, un hombre de 46 años que, en plena depresión, decide abandonar todo (casa, pareja, trabajo) para huir. ¿Lo logrará? No. Houellebecq, además de ser un cínico al abordar los temas de la agenda mediática (“algunas feministas desearían ir más lejos, permitir la imposición de penas más severas introduciendo el concepto de ‘feminicidio’ en el Código Penal, lo que a mí me parecía bastante divertido, me sonaba a insecticida o a raticida”), argumenta la ausencia de voluntad del ser humano y, en consecuencia, contradice la situación política actual de Francia; el país europeo vive una serie de protestas en contra del alza del precio de los combustibles y la pérdida del poder adquisitivo que agrupa al movimiento de los chalecos amarillos. Con su retrato de Florent-Claude (que discurre sobre el erotismo como motor de la juventud y del capitalismo, las mujeres de su vida y la ausencia de libido que le produce el antidepresivo que le suministra su psiquiatra), el autor vuelve a la pregunta de sus libros anteriores: ¿hace falta esforzarse para evitar que el mundo arda?
Aunque la mayoría de las reseñas sobre Serotonina insisten en que la novela muestra un lado menos abyecto de Houellebecq, donde incluso hay esperanza para el amor, el libro, en realidad, es una diatriba de lo cotidiano. Su protagonista, un testigo que intenta mirar hacia otro lado, se convierte en un cronista de su propio pasado; sus memorias le confirman que siempre fue parte de la nata, de una capa prescindible de la realidad, una realidad imposible modificar. El dolor de Florent-Claude es producto de su relación con Camille, mujer a la que perdió luego de una infidelidad; tras bambalinas, sin embargo, se encuentra un hombre solo, angustiado por calcular el dinero que tiene que gastar para que al morir su herencia no se la adjudique el Estado, haciendo zapping, un zombi contemporáneo, un desecho, incapaz de amar o quitarse la vida.
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