lunes, 31 de marzo de 2025

Juan Gómez Bárcena: caminos de la ficción

Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984), licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, es un escritor que “aporta nuevas y desusadas perspectivas al panorama” literario (José María Merino). Con su primer libro de cuentos, Los que duermen (Salto de Página, 2012), obtuvo el Premio Tormenta al mejor autor revelación. Es autor de las novelas El cielo de Lima (Salto de Página, 2014), Kanada (Sexto Piso, 2017), Ni siquiera los muertos (Sexto Piso, 2020) o Lo demás es aire (Seix Barral, 2022; Premio Ciudad de Barcelona).

Conversamos con el escritor cántabro sobre su obra y su manera de entender la literatura antes de que se publicara, en octubre de 2024, su último libro hasta el momento: Mapa de soledades (Seix Barral), “un apasionante ensayo literario sobre la gran epidemia del siglo XXI: la soledad”. Sobre él nos adelantó algunas notas características.

Seix Barral reeditó en 2023 El cielo de Lima, una novela publicada en 2014 por Salto de Página. ¿Has revisado el texto o se ha llevado a imprenta tal como apareció una década atrás?

Descontando algunas correcciones imperceptibles para los lectores, el texto es el mismo que se publicó hace diez años. En un primer momento valoré la posibilidad de introducir algunas mejoras e incluso reescribir algunos pasajes más torpes o más alejados de mis intereses actuales. Afortunadamente muy pronto comprendí que intervenir el texto era correr el riesgo de borrar todo el libro y reescribirlo de nuevo: algo, por otro lado, imposible, porque hoy no escribiría una novela como El cielo de Lima. Esto no quiere decir que me arrepienta de haberla publicado. Pero creo que los libros son fotos fijas que representan las diferentes etapas de un itinerario que nos llevan a ser la clase de escritor que somos: volver atrás sería para mí algo antinatural y tal vez incluso paródico. Como esas imágenes que circulan por las redes en las que décadas más tarde los miembros de una familia reproducen sus fotografías de infancia.

“Los libros son fotos fijas que representan las diferentes etapas de un itinerario que nos llevan a ser la clase de escritor que somos: volver atrás sería para mí algo antinatural y tal vez incluso paródico”: Juan Gómez Bárcena.

El cielo de Lima recoge la historia de una mentira. José Gálvez Barrenechea y Carlos Rodríguez Hübner, tratando de conseguir los libros de su idolatrado Juan Ramón Jiménez, deciden escribirle haciéndose pasar por una joven llamada Georgina Hübner. ¿Cómo conociste esta historia? ¿Qué te indujo a escribir una novela basada en estos hechos?

La primera vez que escuché hablar de Georgina Hübner fue en 2º de ESO, cuando hacía un trabajo sobre Juan Ramón Jiménez en clase de Lengua y Literatura. Seguramente ya entonces la anécdota me produjo una emoción profunda, porque nunca llegué a olvidarla. Años más tarde decidí escribir un pequeño relato sobre el tema, que para mi desesperación fue creciendo hasta convertirse en una novela de trescientas páginas. Lo que me fascinaba de la historia es que demostraba que una ficción, cuando consigue engañar a las personas adecuadas, puede llegar a producir consecuencias indudablemente reales. Juan Ramón Jiménez se enamoró de un mito llamado Georgina Hübner, a quien nunca conoció: y así, podría decirse que se volvió más verdadera para él de lo que fueron otras muchas mujeres de carne y hueso que conoció en esa misma época.

Juan Gómez Bárcena

En la novela incluyes el poema “Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima”. En los últimos versos JRJ se lamenta: “Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran, / ¿qué niño idiota, hijo del odio y del dolor, / hizo el mundo, jugando con pompas de jabón?”. Parecen premonitorios. ¿Crees que el poeta de Moguer fue consciente del engaño?

Parece que efectivamente Juan Ramón llegó a conocer la verdad. Dijo al respecto unas palabras que me parecen bellísimas y que en buena medida enlazan con esa idea de que las fronteras entre la realidad y simulacro son más difusas de lo que parece. “Sea como sea yo he amado a Georgina Hübner, ella llenó una época de vacío y para mí ha existido tanto como si hubiera existido. Gracias, pues, a quien la inventara”. Pero lo más interesante es que no conoció la verdad hasta mucho tiempo después de la publicación de su poema. Es decir, la mención al niño idiota que juega con pompas de jabón es varios años anterior al auténtico descubrimiento de que un niño idiota –dos, en realidad– le había estado tomando el pelo. Me gusta pensar que a través de su yo poético, mucho más perspicaz que su yo biográfico, fue de algún modo consciente de que algo no encajaba con el personaje de Georgina Hübner: de que tal vez estaba demasiado bien construida para ser real.

“La idea de ‘Lo demás es aire’ era que, a través de mi amor y mi curiosidad por Toñanes, los lectores pudieran establecer vínculos con otros espacios que fueran importantes para ellos, como Toñanes lo es para mí”: Juan Gómez Bárcena.

Lo demás es aire es una especie de máquina del tiempo. Una pequeña aldea cántabra, Toñanes, es el escenario por el que transitan sus habitantes a lo largo de los siglos. ¿Se trata de un homenaje a esa región?

Mi intención no era tanto homenajear una región concreta como hacer consciente al lector del peso abrumador de la Historia. Para ello decidí concentrarme en un punto muy concreto del espacio, lo más pequeño posible, y proponer una lectura no cronológica sino simultánea de todos sus estratos de tiempo. Que ese punto concreto del espacio sea la pequeña aldea de Toñanes es importante para mí, pero no para los lectores. No quería homenajear a Cantabria, ni mucho menos elogiar la vida de los pueblos en su conjunto, que dependiendo del caso puede ser tan negativa como positiva. La idea era que, a través de mi amor y mi curiosidad por Toñanes, los lectores pudieran establecer vínculos con otros espacios que fueran importantes para ellos, como Toñanes lo es para mí.

Imagino que la escritura de este libro habrá supuesto una investigación histórica previa. ¿De qué documentación te has servido?

El proceso de documentación se extendió intermitentemente durante más de veinte años, como una especie de pasatiempo o sudoku que iba rellenando en mis ratos libres. Tardé mucho tiempo en descubrir que todo este material algún día se convertiría en la base de una novela. Manejé una cantidad ingente de fuentes escritas: testamentos, litigios, mapas, catastros, antiguos libros de cuentas, prensa microfilmada. Sin embargo, la información más útil procedió de los libros parroquiales, que pueden considerarse los únicos documentos verdaderamente democráticos del pasado. Porque en el Antiguo Régimen sólo hace testamento quien tiene algo que legar a sus descendientes, y sólo litiga quien tiene algo que ganar y que perder –casi siempre varones, casi siempre de cierta posición social–; pero todos, ricos y pobres, hombres y mujeres, ancianos y niños, nacieron y murieron en algún momento, y los párrocos se esforzaban en dar testimonio de sus vidas por igual.

Pero no sólo manejé fuentes escritas: las entrevistas a los vecinos de Toñanes fueron también decisivas para conocer la memoria colectiva, que, como los mitos, tiende a ser más imprecisa que los documentos pero también arroja alguna clase de verdad que la letra escrita no logra arañar.

Juan Gómez Bárcena

En la novela estamos simultáneamente en años y en siglos diferentes. Pareces utilizar estrategias cinematográficas para conseguir este efecto. ¿Por qué elegiste esta estructura en Lo demás es aire?

Tendemos a explicar la historia de un lugar o de una persona de manera lineal y cronológica, pero ésta no es sino una de las muchas formas que tenemos de ordenar el tiempo. A veces entendemos mejor la Historia si podemos jugar a reordenarla, uniendo episodios muy distantes en el tiempo que pueden ser interpretados conjuntamente. Eso es lo que yo me propuse en Lo demás es aire: que el desorden cronológico, lejos de ser caprichoso, trazara un discurso que nos permitiera entender de maneras alternativas el pasado. Para ello recurrí, en efecto, a técnicas del montaje cinematográfico, que me ayudaron a eslabonar de manera fluida y dinámica tiempos y contextos muy distintos. Por eso me gusta decir que Lo demás es aire es una novela de inspiración fundamentalmente cinematográfica. Eisenstein, Kubrick, Lynch o Hitchcock tienen una influencia en el resultado final mucho mayor que la obra de cualquier escritor.

Los que duermen (reeditado por Sexto Piso en 2019) fue tu primer libro de relatos. ¿Crees que sigue siendo más difícil publicar cuentos que una novela?

Sí, o al menos eso es lo que me manifiestan muchos editores: que el libro de relatos continúa siendo más difícil de vender y sobre todo de colocar en el extranjero. Cuando comencé a publicar, hace más de una década, escuchaba decir a menudo que el relato acabaría ganando cada vez más presencia en el mercado, pues por su brevedad y por su carácter fragmentario era el género perfecto para acompañarnos en nuestras vidas cada vez más aceleradas y frenéticas. Todavía escucho de vez en cuando discursos semejantes. Sin embargo, me inclino por creer exactamente lo contrario: en una época en la que cada vez tenemos menos tiempo para leer y menos capacidad de concentración, el público demanda novelas que creen un mundo narrativo duradero, al que regresar cada vez que nos sentamos a leer.

“En una época en la que cada vez tenemos menos tiempo para leer y menos capacidad de concentración, el público demanda novelas que creen un mundo narrativo duradero, al que regresar cada vez que nos sentamos a leer”: Juan Gómez Bárcena.

Por supuesto, esto no significa que no haya notorias excepciones. Un buen ejemplo lo encuentro en mi propia casa: mi pareja, Marta Jiménez Serrano, publicó el año pasado un libro de relatos –No todo el mundo– que ha conseguido un número verdaderamente extraordinario de lectores.

La traducción al inglés de Ni siquiera los muertos fue incluida entre los 100 mejores libros del año publicados en Estados Unidos en 2023 por el New York Times Book Review. ¿Qué ha supuesto para ti esta mención?

En primer lugar, una enorme sorpresa. Cuando Ni siquiera los muertos se publicó en España, en una fecha además muy desafortunada –llegó a las librerías en marzo de 2020, en el mismo momento en que comenzaba el confinamiento–, fueron pocos los medios que lo eligieron entre lo mejor del año. Lo último que podía esperar es que un mercado como el americano, muchísimo más amplio y por general poco abierto a la literatura traducida, acabaría haciéndolo. La alegría además ha sido doble porque es una novela parcialmente ambientada en Estados Unidos: me alegra que ciertos críticos y lectores hayan considerado que tenía algo interesante que decir sobre su país.

Juan Gómez Bárcena

En la novela Kanada abordas el tema de la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista de los que regresan del conflicto, de los supervivientes. ¿Qué nos puedes contar de este libro?

En 2010 recibí una beca para trabajar en la Embajada de España en Budapest. Me instalé en un piso de la judería, que todavía tenía melladuras de bala en las paredes. Me pregunté, sin éxito, a qué familia judía habría pertenecido aquella casa: si sus habitantes sobrevivirían al Holocausto, y si lo hicieron, qué clase de vida encontrarían al volver a casa. De esa pregunta surge Kanada. La novela cuenta la experiencia de un superviviente de Auschwitz aquejado por un grave síndrome de estrés postraumático, que tras regresar a su ciudad decide no volver a salir de casa y reproducir así de manera simbólica el encierro que ha padecido en el campo de concentración.

En la antología de relatos Bajo treinta (Salto de Página, 2013) elegiste a catorce escritores de menos de treinta años. ¿Qué criterio seguiste para realizar esta selección? ¿Qué utilidad pueden tener para el lector, o las editoriales, libros como éste?

Me basé en criterios de estricta calidad, lo que por supuesto no quiere decir que como antólogo no tuviera mis sesgos y mis puntos ciegos. Pasados los años, creo que la selección tiene no pocos aciertos. Me alegro de haber identificado a algunos autores que han seguido escribiendo obras de gran calidad y reconocimiento, como Cristina Morales, Víctor Balcells, Aixa de la Cruz o Guillermo Aguirre, por citar algunos. Por supuesto, también tiene grandes ausencias: en mi defensa he de decir que algunos miembros de la generación que se han revelado como brillantes narradores en los años siguientes aún no habían publicado sus primeros libros en el momento en que apareció la antología.

La utilidad de este tipo de listas es ayudar a establecer un discurso sobre la literatura del presente, así como brindarnos una forma rápida de adentrarnos en nuevas propuestas narrativas. Para mí mismo fue esencial como lector la antología Granta que se publicó en 2010, gracias a la cual escuché hablar por primera vez de algunos narradores extraordinarios.

“En una época en la que cada vez tenemos menos tiempo para leer y menos capacidad de concentración, el público demanda novelas que creen un mundo narrativo duradero, al que regresar cada vez que nos sentamos a leer”: Juan Gómez Bárcena.

Impartes clases de escritura creativa; es una actividad a la que suelen dedicarse los escritores. ¿Podrías hablarnos un poco sobre tu experiencia?

En mis talleres se reúnen un máximo de trece alumnos, casi siempre con perfiles e intereses muy variados. Sólo tienen en común una cosa: todos buscan comprometerse en la escritura de un proyecto de largo aliento, ya sea una novela, un libro de relatos o un libro de no-ficción. Generalmente tienen edades y niveles muy diferentes, y está bien que sea así: los alumnos más fogueados en la escritura se convierten en un modelo para los menos experimentados, y éstos ofrecen a los primeros una referencia muy útil: un ejemplo del modo en que sus textos van a ser interpretados por el lector medio. Por mi parte, yo actúo como una suerte de tutor que guía a cada alumno en la dirección que necesita para planificar y desarrollar su proyecto, y también enseño algunas nociones teóricas cuando es necesario.

Juan Gómez Bárcena

Compartes agencia literaria con Jon Bilbao, con el que además coincidiste en la editorial Salto de Página. ¿Conoces la obra del autor asturiano? ¿Qué escritores contemporáneos te interesan?

Conozco y admiro la obra de Jon Bilbao. Me fascina particularmente su libro Como una historia de terror, que se publicó en la editorial Salto de Página y que hoy es casi inencontrable. Ojalá Impedimenta, que hace una labor extraordinaria, se anime a reeditarlo. Entre los escritores del panorama actual, y que podemos considerar con mucha flexibilidad jóvenes –he de confesar que cuanto mayor me hago, más laxamente utilizo esa etiqueta–, me interesa particularmente la obra de Samanta Schweblin, Alejandro Zambra, Fernanda Melchor, Andrés Barba, Cristina Morales o Alana S. Portero.

¿Trabajas en algún nuevo proyecto literario?

Acabo de terminar el primer borrador de un libro de no-ficción, para cuya escritura he contado por cierto con el apoyo de la beca Finestres de ensayo. Aún no tiene título –sospecho que me pelearé con él hasta el día en que lo enviemos a imprenta–, pero puedo decir que se ocupa de un tema que me lleva obsesionando mucho tiempo y que al mismo tiempo cada vez parece preocupar a más personas: la experiencia de la soledad. El libro actúa como una especie de atlas o de mapa, y cada capítulo está dedicado a un espacio geográfico genérico que sirve como metáfora espacial para entender una forma específica de experimentar la soledad. Si mi calendario de trabajo no sufre retrasos, se publicará en otoño en Seix Barral.

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Juan Gómez Bárcena: caminos de la ficción

Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984), licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, es un escritor que “aporta nuevas y desusadas perspectivas al panorama” literario (José María Merino). Con su primer libro de cuentos, Los que duermen (Salto de Página, 2012), obtuvo el Premio Tormenta al mejor autor revelación. Es autor de las novelas El cielo de Lima (Salto de Página, 2014), Kanada (Sexto Piso, 2017), Ni siquiera los muertos (Sexto Piso, 2020) o Lo demás es aire (Seix Barral, 2022; Premio Ciudad de Barcelona).

Conversamos con el escritor cántabro sobre su obra y su manera de entender la literatura antes de que se publicara, en octubre de 2024, su último libro hasta el momento: Mapa de soledades (Seix Barral), “un apasionante ensayo literario sobre la gran epidemia del siglo XXI: la soledad”. Sobre él nos adelantó algunas notas características.

Seix Barral reeditó en 2023 El cielo de Lima, una novela publicada en 2014 por Salto de Página. ¿Has revisado el texto o se ha llevado a imprenta tal como apareció una década atrás?

Descontando algunas correcciones imperceptibles para los lectores, el texto es el mismo que se publicó hace diez años. En un primer momento valoré la posibilidad de introducir algunas mejoras e incluso reescribir algunos pasajes más torpes o más alejados de mis intereses actuales. Afortunadamente muy pronto comprendí que intervenir el texto era correr el riesgo de borrar todo el libro y reescribirlo de nuevo: algo, por otro lado, imposible, porque hoy no escribiría una novela como El cielo de Lima. Esto no quiere decir que me arrepienta de haberla publicado. Pero creo que los libros son fotos fijas que representan las diferentes etapas de un itinerario que nos llevan a ser la clase de escritor que somos: volver atrás sería para mí algo antinatural y tal vez incluso paródico. Como esas imágenes que circulan por las redes en las que décadas más tarde los miembros de una familia reproducen sus fotografías de infancia.

“Los libros son fotos fijas que representan las diferentes etapas de un itinerario que nos llevan a ser la clase de escritor que somos: volver atrás sería para mí algo antinatural y tal vez incluso paródico”: Juan Gómez Bárcena.

El cielo de Lima recoge la historia de una mentira. José Gálvez Barrenechea y Carlos Rodríguez Hübner, tratando de conseguir los libros de su idolatrado Juan Ramón Jiménez, deciden escribirle haciéndose pasar por una joven llamada Georgina Hübner. ¿Cómo conociste esta historia? ¿Qué te indujo a escribir una novela basada en estos hechos?

La primera vez que escuché hablar de Georgina Hübner fue en 2º de ESO, cuando hacía un trabajo sobre Juan Ramón Jiménez en clase de Lengua y Literatura. Seguramente ya entonces la anécdota me produjo una emoción profunda, porque nunca llegué a olvidarla. Años más tarde decidí escribir un pequeño relato sobre el tema, que para mi desesperación fue creciendo hasta convertirse en una novela de trescientas páginas. Lo que me fascinaba de la historia es que demostraba que una ficción, cuando consigue engañar a las personas adecuadas, puede llegar a producir consecuencias indudablemente reales. Juan Ramón Jiménez se enamoró de un mito llamado Georgina Hübner, a quien nunca conoció: y así, podría decirse que se volvió más verdadera para él de lo que fueron otras muchas mujeres de carne y hueso que conoció en esa misma época.

Juan Gómez Bárcena

En la novela incluyes el poema “Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima”. En los últimos versos JRJ se lamenta: “Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran, / ¿qué niño idiota, hijo del odio y del dolor, / hizo el mundo, jugando con pompas de jabón?”. Parecen premonitorios. ¿Crees que el poeta de Moguer fue consciente del engaño?

Parece que efectivamente Juan Ramón llegó a conocer la verdad. Dijo al respecto unas palabras que me parecen bellísimas y que en buena medida enlazan con esa idea de que las fronteras entre la realidad y simulacro son más difusas de lo que parece. “Sea como sea yo he amado a Georgina Hübner, ella llenó una época de vacío y para mí ha existido tanto como si hubiera existido. Gracias, pues, a quien la inventara”. Pero lo más interesante es que no conoció la verdad hasta mucho tiempo después de la publicación de su poema. Es decir, la mención al niño idiota que juega con pompas de jabón es varios años anterior al auténtico descubrimiento de que un niño idiota –dos, en realidad– le había estado tomando el pelo. Me gusta pensar que a través de su yo poético, mucho más perspicaz que su yo biográfico, fue de algún modo consciente de que algo no encajaba con el personaje de Georgina Hübner: de que tal vez estaba demasiado bien construida para ser real.

“La idea de ‘Lo demás es aire’ era que, a través de mi amor y mi curiosidad por Toñanes, los lectores pudieran establecer vínculos con otros espacios que fueran importantes para ellos, como Toñanes lo es para mí”: Juan Gómez Bárcena.

Lo demás es aire es una especie de máquina del tiempo. Una pequeña aldea cántabra, Toñanes, es el escenario por el que transitan sus habitantes a lo largo de los siglos. ¿Se trata de un homenaje a esa región?

Mi intención no era tanto homenajear una región concreta como hacer consciente al lector del peso abrumador de la Historia. Para ello decidí concentrarme en un punto muy concreto del espacio, lo más pequeño posible, y proponer una lectura no cronológica sino simultánea de todos sus estratos de tiempo. Que ese punto concreto del espacio sea la pequeña aldea de Toñanes es importante para mí, pero no para los lectores. No quería homenajear a Cantabria, ni mucho menos elogiar la vida de los pueblos en su conjunto, que dependiendo del caso puede ser tan negativa como positiva. La idea era que, a través de mi amor y mi curiosidad por Toñanes, los lectores pudieran establecer vínculos con otros espacios que fueran importantes para ellos, como Toñanes lo es para mí.

Imagino que la escritura de este libro habrá supuesto una investigación histórica previa. ¿De qué documentación te has servido?

El proceso de documentación se extendió intermitentemente durante más de veinte años, como una especie de pasatiempo o sudoku que iba rellenando en mis ratos libres. Tardé mucho tiempo en descubrir que todo este material algún día se convertiría en la base de una novela. Manejé una cantidad ingente de fuentes escritas: testamentos, litigios, mapas, catastros, antiguos libros de cuentas, prensa microfilmada. Sin embargo, la información más útil procedió de los libros parroquiales, que pueden considerarse los únicos documentos verdaderamente democráticos del pasado. Porque en el Antiguo Régimen sólo hace testamento quien tiene algo que legar a sus descendientes, y sólo litiga quien tiene algo que ganar y que perder –casi siempre varones, casi siempre de cierta posición social–; pero todos, ricos y pobres, hombres y mujeres, ancianos y niños, nacieron y murieron en algún momento, y los párrocos se esforzaban en dar testimonio de sus vidas por igual.

Pero no sólo manejé fuentes escritas: las entrevistas a los vecinos de Toñanes fueron también decisivas para conocer la memoria colectiva, que, como los mitos, tiende a ser más imprecisa que los documentos pero también arroja alguna clase de verdad que la letra escrita no logra arañar.

Juan Gómez Bárcena

En la novela estamos simultáneamente en años y en siglos diferentes. Pareces utilizar estrategias cinematográficas para conseguir este efecto. ¿Por qué elegiste esta estructura en Lo demás es aire?

Tendemos a explicar la historia de un lugar o de una persona de manera lineal y cronológica, pero ésta no es sino una de las muchas formas que tenemos de ordenar el tiempo. A veces entendemos mejor la Historia si podemos jugar a reordenarla, uniendo episodios muy distantes en el tiempo que pueden ser interpretados conjuntamente. Eso es lo que yo me propuse en Lo demás es aire: que el desorden cronológico, lejos de ser caprichoso, trazara un discurso que nos permitiera entender de maneras alternativas el pasado. Para ello recurrí, en efecto, a técnicas del montaje cinematográfico, que me ayudaron a eslabonar de manera fluida y dinámica tiempos y contextos muy distintos. Por eso me gusta decir que Lo demás es aire es una novela de inspiración fundamentalmente cinematográfica. Eisenstein, Kubrick, Lynch o Hitchcock tienen una influencia en el resultado final mucho mayor que la obra de cualquier escritor.

Los que duermen (reeditado por Sexto Piso en 2019) fue tu primer libro de relatos. ¿Crees que sigue siendo más difícil publicar cuentos que una novela?

Sí, o al menos eso es lo que me manifiestan muchos editores: que el libro de relatos continúa siendo más difícil de vender y sobre todo de colocar en el extranjero. Cuando comencé a publicar, hace más de una década, escuchaba decir a menudo que el relato acabaría ganando cada vez más presencia en el mercado, pues por su brevedad y por su carácter fragmentario era el género perfecto para acompañarnos en nuestras vidas cada vez más aceleradas y frenéticas. Todavía escucho de vez en cuando discursos semejantes. Sin embargo, me inclino por creer exactamente lo contrario: en una época en la que cada vez tenemos menos tiempo para leer y menos capacidad de concentración, el público demanda novelas que creen un mundo narrativo duradero, al que regresar cada vez que nos sentamos a leer.

“En una época en la que cada vez tenemos menos tiempo para leer y menos capacidad de concentración, el público demanda novelas que creen un mundo narrativo duradero, al que regresar cada vez que nos sentamos a leer”: Juan Gómez Bárcena.

Por supuesto, esto no significa que no haya notorias excepciones. Un buen ejemplo lo encuentro en mi propia casa: mi pareja, Marta Jiménez Serrano, publicó el año pasado un libro de relatos –No todo el mundo– que ha conseguido un número verdaderamente extraordinario de lectores.

La traducción al inglés de Ni siquiera los muertos fue incluida entre los 100 mejores libros del año publicados en Estados Unidos en 2023 por el New York Times Book Review. ¿Qué ha supuesto para ti esta mención?

En primer lugar, una enorme sorpresa. Cuando Ni siquiera los muertos se publicó en España, en una fecha además muy desafortunada –llegó a las librerías en marzo de 2020, en el mismo momento en que comenzaba el confinamiento–, fueron pocos los medios que lo eligieron entre lo mejor del año. Lo último que podía esperar es que un mercado como el americano, muchísimo más amplio y por general poco abierto a la literatura traducida, acabaría haciéndolo. La alegría además ha sido doble porque es una novela parcialmente ambientada en Estados Unidos: me alegra que ciertos críticos y lectores hayan considerado que tenía algo interesante que decir sobre su país.

Juan Gómez Bárcena

En la novela Kanada abordas el tema de la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista de los que regresan del conflicto, de los supervivientes. ¿Qué nos puedes contar de este libro?

En 2010 recibí una beca para trabajar en la Embajada de España en Budapest. Me instalé en un piso de la judería, que todavía tenía melladuras de bala en las paredes. Me pregunté, sin éxito, a qué familia judía habría pertenecido aquella casa: si sus habitantes sobrevivirían al Holocausto, y si lo hicieron, qué clase de vida encontrarían al volver a casa. De esa pregunta surge Kanada. La novela cuenta la experiencia de un superviviente de Auschwitz aquejado por un grave síndrome de estrés postraumático, que tras regresar a su ciudad decide no volver a salir de casa y reproducir así de manera simbólica el encierro que ha padecido en el campo de concentración.

En la antología de relatos Bajo treinta (Salto de Página, 2013) elegiste a catorce escritores de menos de treinta años. ¿Qué criterio seguiste para realizar esta selección? ¿Qué utilidad pueden tener para el lector, o las editoriales, libros como éste?

Me basé en criterios de estricta calidad, lo que por supuesto no quiere decir que como antólogo no tuviera mis sesgos y mis puntos ciegos. Pasados los años, creo que la selección tiene no pocos aciertos. Me alegro de haber identificado a algunos autores que han seguido escribiendo obras de gran calidad y reconocimiento, como Cristina Morales, Víctor Balcells, Aixa de la Cruz o Guillermo Aguirre, por citar algunos. Por supuesto, también tiene grandes ausencias: en mi defensa he de decir que algunos miembros de la generación que se han revelado como brillantes narradores en los años siguientes aún no habían publicado sus primeros libros en el momento en que apareció la antología.

La utilidad de este tipo de listas es ayudar a establecer un discurso sobre la literatura del presente, así como brindarnos una forma rápida de adentrarnos en nuevas propuestas narrativas. Para mí mismo fue esencial como lector la antología Granta que se publicó en 2010, gracias a la cual escuché hablar por primera vez de algunos narradores extraordinarios.

“En una época en la que cada vez tenemos menos tiempo para leer y menos capacidad de concentración, el público demanda novelas que creen un mundo narrativo duradero, al que regresar cada vez que nos sentamos a leer”: Juan Gómez Bárcena.

Impartes clases de escritura creativa; es una actividad a la que suelen dedicarse los escritores. ¿Podrías hablarnos un poco sobre tu experiencia?

En mis talleres se reúnen un máximo de trece alumnos, casi siempre con perfiles e intereses muy variados. Sólo tienen en común una cosa: todos buscan comprometerse en la escritura de un proyecto de largo aliento, ya sea una novela, un libro de relatos o un libro de no-ficción. Generalmente tienen edades y niveles muy diferentes, y está bien que sea así: los alumnos más fogueados en la escritura se convierten en un modelo para los menos experimentados, y éstos ofrecen a los primeros una referencia muy útil: un ejemplo del modo en que sus textos van a ser interpretados por el lector medio. Por mi parte, yo actúo como una suerte de tutor que guía a cada alumno en la dirección que necesita para planificar y desarrollar su proyecto, y también enseño algunas nociones teóricas cuando es necesario.

Juan Gómez Bárcena

Compartes agencia literaria con Jon Bilbao, con el que además coincidiste en la editorial Salto de Página. ¿Conoces la obra del autor asturiano? ¿Qué escritores contemporáneos te interesan?

Conozco y admiro la obra de Jon Bilbao. Me fascina particularmente su libro Como una historia de terror, que se publicó en la editorial Salto de Página y que hoy es casi inencontrable. Ojalá Impedimenta, que hace una labor extraordinaria, se anime a reeditarlo. Entre los escritores del panorama actual, y que podemos considerar con mucha flexibilidad jóvenes –he de confesar que cuanto mayor me hago, más laxamente utilizo esa etiqueta–, me interesa particularmente la obra de Samanta Schweblin, Alejandro Zambra, Fernanda Melchor, Andrés Barba, Cristina Morales o Alana S. Portero.

¿Trabajas en algún nuevo proyecto literario?

Acabo de terminar el primer borrador de un libro de no-ficción, para cuya escritura he contado por cierto con el apoyo de la beca Finestres de ensayo. Aún no tiene título –sospecho que me pelearé con él hasta el día en que lo enviemos a imprenta–, pero puedo decir que se ocupa de un tema que me lleva obsesionando mucho tiempo y que al mismo tiempo cada vez parece preocupar a más personas: la experiencia de la soledad. El libro actúa como una especie de atlas o de mapa, y cada capítulo está dedicado a un espacio geográfico genérico que sirve como metáfora espacial para entender una forma específica de experimentar la soledad. Si mi calendario de trabajo no sufre retrasos, se publicará en otoño en Seix Barral.

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viernes, 28 de marzo de 2025

Los paisajes de Velasco, en Londres

Por primera vez el público británico podrá atestiguar la obra de uno de los grandes pintores americanos del siglo XIX. José María Velasco: A View of Mexico se inaugurará el 29 de marzo en la National Gallery de Londres, y permanecerá abierta hasta el 17 de agosto en la Sala Sunley. Fascinado por la geología, la arqueología, el estudio de la flora local y la industrialización del país, el artista “pintó con exquisito detalle los extensos paisajes del Valle de México, sede de la actual Ciudad de México. Sus impresionantes vistas panorámicas del valle aluden al pasado histórico de México y a su presente en rápida modernización”.

Organizada por la National Gallery y el Minneapolis Institute of Art, José María Velasco: A View of Mexico es una exposición conceptualizada por el artista inglés Dexter Dalwood, responsable de la curaduría junto a Daniel Sobrino Ralston, curador asociado de pintura española de la institución británica. Se trata de la primera muestra dedicada a un artista histórico latinoamericano en la National Gallery, y se inaugura en el marco de la conmemoración del bicentenario de las relaciones diplomáticas entre México y el Reino Unido.

Formado en la tradición naturalista de la pintura europea, José María Velasco (1840-1912) es uno de los nombres más destacados del arte mexicano, pero su obra es escasamente conocida fuera del país: su última exposición individual en el extranjero se remonta a 1976. Sus conocimientos de distintas disciplinas le permitieron producir obras de sorprendente precisión, en las que el pasado y el presente de México coexisten dentro de una visión de continuidad histórica, y la huella humana emerge entre los elementos naturales.

José María Velasco

José María Velasco, Vista de la fábrica de hilados La Carolina (Puebla), Galería Nacional de Praga. Fotografía: Andrea Rývová

A View of Mexico se compone de 30 piezas procedentes de museos y colecciones, más de la mitad se exhiben habitualmente en el Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México. El conjunto de obras compone una mirada de la transición de México hacia la modernidad, mostrando paisajes hoy irreconocibles dado el crecimiento de la mancha urbana. El catálogo de la muestra, primera publicación sobre Velasco fuera de su país, incluye ensayos de curadores y académicos de Estados Unidos, Reino Unido y México. Tras su estadía londinense, la exposición viajará al Minneapolis Institute of Art, donde abrirá sus puertas el 27 de septiembre.

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Los paisajes de Velasco, en Londres

Por primera vez el público británico podrá atestiguar la obra de uno de los grandes pintores americanos del siglo XIX. José María Velasco: A View of Mexico se inaugurará el 29 de marzo en la National Gallery de Londres, y permanecerá abierta hasta el 17 de agosto en la Sala Sunley. Fascinado por la geología, la arqueología, el estudio de la flora local y la industrialización del país, el artista “pintó con exquisito detalle los extensos paisajes del Valle de México, sede de la actual Ciudad de México. Sus impresionantes vistas panorámicas del valle aluden al pasado histórico de México y a su presente en rápida modernización”.

Organizada por la National Gallery y el Minneapolis Institute of Art, José María Velasco: A View of Mexico es una exposición conceptualizada por el artista inglés Dexter Dalwood, responsable de la curaduría junto a Daniel Sobrino Ralston, curador asociado de pintura española de la institución británica. Se trata de la primera muestra dedicada a un artista histórico latinoamericano en la National Gallery, y se inaugura en el marco de la conmemoración del bicentenario de las relaciones diplomáticas entre México y el Reino Unido.

Formado en la tradición naturalista de la pintura europea, José María Velasco (1840-1912) es uno de los nombres más destacados del arte mexicano, pero su obra es escasamente conocida fuera del país: su última exposición individual en el extranjero se remonta a 1976. Sus conocimientos de distintas disciplinas le permitieron producir obras de sorprendente precisión, en las que el pasado y el presente de México coexisten dentro de una visión de continuidad histórica, y la huella humana emerge entre los elementos naturales.

José María Velasco

José María Velasco, Vista de la fábrica de hilados La Carolina (Puebla), Galería Nacional de Praga. Fotografía: Andrea Rývová

A View of Mexico se compone de 30 piezas procedentes de museos y colecciones, más de la mitad se exhiben habitualmente en el Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México. El conjunto de obras compone una mirada de la transición de México hacia la modernidad, mostrando paisajes hoy irreconocibles dado el crecimiento de la mancha urbana. El catálogo de la muestra, primera publicación sobre Velasco fuera de su país, incluye ensayos de curadores y académicos de Estados Unidos, Reino Unido y México. Tras su estadía londinense, la exposición viajará al Minneapolis Institute of Art, donde abrirá sus puertas el 27 de septiembre.

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jueves, 27 de marzo de 2025

‘Adolescencia’: víctimas y verdugos

En una escena de Adolescencia el inspector Luke Bascombe (Ashley Walters) y la policía Misha Frank (Faye Marsay) visitan una escuela repleta de estudiantes de secundaria –etapa que en Inglaterra abarca de los 11 a los 18 años– para investigar un caso de homicidio relacionado con uno de los alumnos. Los cuatro capítulos de la miniserie británica estrenada recientemente en Netflix y dirigida por Philip Barantini están filmados en un solo plano secuencia. En la escena que menciono Bascombe y Frank caminan por los pasillos mientras la cámara los sigue. Alrededor de ellos, emergiendo de los salones de la escuela, se escuchan burlas, gritos, humillaciones, mientras los maestros luchan por controlar el caos. Por momentos lo que sucede en la pantalla recuerda la estética del videojuego, como sucede en pasajes de The Last of Usadaptación del videojuego del mismo nombre–, cuya segunda temporada está próxima a estrenarse y que propone una suerte de “acción real” para involucrar al espectador en lo que pasa. En The Last of Us el peligro son los infectados por el hongo, y en Adolescencia son decenas de alumnos que viven en medio de un acoso constante en el que la línea entre víctima y victimario resulta difusa. 

La sensación de desasosiego después de ver la miniserie estelarizada por Stephen Graham y Owen Cooper encaja perfectamente con el propósito narrativo de cualquier distopía cinematográfica o televisiva: la certeza de que el destino alcanzó a la civilización global y las ramificaciones de la violencia y la deshumanización han ocupado cada espacio de nuestras vidas. Lo inquietante es que en Adolescencia el futuro ya está en las aulas, en las mentes de los estudiantes, pero también en las tribus que inundan las redes sociales y los foros en la deep web. La trama de la miniserie es engañosamente sencilla: Jamie Miller, estudiante de 13 años, es acusado de asesinar a su compañera Katie Leonard. La culpabilidad pronto queda en evidencia y el resto de la trama consiste en averiguar las motivaciones que tuvo el adolescente y las desastrosas implicaciones para su familia, principalmente para su padre, Eddie. No hay misterios ni vueltas de tuerca como en el thriller policiaco tradicional.   

Adolescencia puede ser acusada de hiperbólica o efectista. Sin embargo estamos ante un drama que sencillamente presenta una especie de close up a la sociedad global por medio de una familia. Un recurso que funciona muy bien es presentar a los protagonistas como personas comunes y corrientes. El mundo moderno construyó la idea del asesino como un desadaptado social, pero ¿qué ocurre cuando la excepción se vuelve regla? No quiero dar a entender, por supuesto, que las escuelas estén llenas de asesinos. Lo que existe –y eso es evidente para los que pertenecemos a una comunidad escolar como maestros de adolescentes– es un caldo de cultivo, un entorno que somete a los estudiantes a diferentes tipos de violencia. De vez en cuando esa violencia llega demasiado lejos y entonces la sociedad intenta encontrar una salida fácil a través de la demagogia punitiva contra los menores de edad, entre otras estrategias fallidas. El problema, como suele decirse y lo muestra a cabalidad la miniserie, es mucho más complejo.

Como en el cine de Ken Loach, director británico que apuesta por un realismo sin concesiones, Adolescencia olvida el modelo de cine hollywoodense para retratar un mundo en el que el abuso es la norma. En lugar de juzgar, la miniserie creada por Jack Thorne y Stephen Graham muestra la debacle de los Miller para que nosotros hagamos las preguntas. ¿Qué influencia tiene el capitalismo global en los adolescentes aislados, sin esperanza en el futuro y con nula autoestima? ¿Qué clase de mundo es aquel en el que, para no convertirte en víctima, tienes que ser un depredador? ¿Qué tanto se puede controlar la manipulación de las redes sociales que potencian el acoso, la desinformación y el discurso de odio? Quizá por eso el clímax de la historia no ocurre al final –cuando la familia entiende que la realidad en la que habían vivido ha dejado de existir– sino en el larguísimo encuentro entre la psicóloga Briony Ariston (Erin Doherty) y Jamie Miller. La espléndida actuación de los dos actores nos ofrece un acercamiento –desde la ficción– a un adolescente de 13 años que se siente culpable por ser virgen, tiene conatos de ira y espera que Ariston piense que es una buena persona. Entretejidos en esa secuencia –al igual que en otros pasajes de la miniserie– aparecen los códigos de las comunidades virtuales que promueven ideas misóginas, entre otras vinculadas con la extrema derecha europea y global. El espectador no puede dejar de pensar en los compañeros de Jamie –víctimas y verdugos con papeles intercambiables– sumándose a las filas de las revueltas reaccionarias de los años por venir.

Es interesante pensar en cómo será recordada Adolescencia, pues estamos ante una ficción que toca un tema incómodo y difícil de abordar. Algunos valorarán los aspectos técnicos y las actuaciones. Hay voces que piden que sea proyectada en colegios. Habría que decir que no estamos ante un producto –como tantos otros– hechos para que la gente tome conciencia de los males sociales. Las interpretaciones fáciles quizás entiendan Adolescencia como un motivo para la desesperanza y la afición morbosa a ver los efectos del aislamiento, la neurosis y la violencia que han moldeado a los estudiantes desde hace años. Me gustaría pensar en la miniserie como lo que es: una historia incómoda como otras en el pasado, retratos de una realidad muy compleja que necesita ser expuesta para que no permanezca como una bomba de tiempo entre nosotros.

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‘Adolescencia’: víctimas y verdugos

En una escena de Adolescencia el inspector Luke Bascombe (Ashley Walters) y la policía Misha Frank (Faye Marsay) visitan una escuela repleta de estudiantes de secundaria –etapa que en Inglaterra abarca de los 11 a los 18 años– para investigar un caso de homicidio relacionado con uno de los alumnos. Los cuatro capítulos de la miniserie británica estrenada recientemente en Netflix y dirigida por Philip Barantini están filmados en un solo plano secuencia. En la escena que menciono Bascombe y Frank caminan por los pasillos mientras la cámara los sigue. Alrededor de ellos, emergiendo de los salones de la escuela, se escuchan burlas, gritos, humillaciones, mientras los maestros luchan por controlar el caos. Por momentos lo que sucede en la pantalla recuerda la estética del videojuego, como sucede en pasajes de The Last of Usadaptación del videojuego del mismo nombre–, cuya segunda temporada está próxima a estrenarse y que propone una suerte de “acción real” para involucrar al espectador en lo que pasa. En The Last of Us el peligro son los infectados por el hongo, y en Adolescencia son decenas de alumnos que viven en medio de un acoso constante en el que la línea entre víctima y victimario resulta difusa. 

La sensación de desasosiego después de ver la miniserie estelarizada por Stephen Graham y Owen Cooper encaja perfectamente con el propósito narrativo de cualquier distopía cinematográfica o televisiva: la certeza de que el destino alcanzó a la civilización global y las ramificaciones de la violencia y la deshumanización han ocupado cada espacio de nuestras vidas. Lo inquietante es que en Adolescencia el futuro ya está en las aulas, en las mentes de los estudiantes, pero también en las tribus que inundan las redes sociales y los foros en la deep web. La trama de la miniserie es engañosamente sencilla: Jamie Miller, estudiante de 13 años, es acusado de asesinar a su compañera Katie Leonard. La culpabilidad pronto queda en evidencia y el resto de la trama consiste en averiguar las motivaciones que tuvo el adolescente y las desastrosas implicaciones para su familia, principalmente para su padre, Eddie. No hay misterios ni vueltas de tuerca como en el thriller policiaco tradicional.   

Adolescencia puede ser acusada de hiperbólica o efectista. Sin embargo estamos ante un drama que sencillamente presenta una especie de close up a la sociedad global por medio de una familia. Un recurso que funciona muy bien es presentar a los protagonistas como personas comunes y corrientes. El mundo moderno construyó la idea del asesino como un desadaptado social, pero ¿qué ocurre cuando la excepción se vuelve regla? No quiero dar a entender, por supuesto, que las escuelas estén llenas de asesinos. Lo que existe –y eso es evidente para los que pertenecemos a una comunidad escolar como maestros de adolescentes– es un caldo de cultivo, un entorno que somete a los estudiantes a diferentes tipos de violencia. De vez en cuando esa violencia llega demasiado lejos y entonces la sociedad intenta encontrar una salida fácil a través de la demagogia punitiva contra los menores de edad, entre otras estrategias fallidas. El problema, como suele decirse y lo muestra a cabalidad la miniserie, es mucho más complejo.

Como en el cine de Ken Loach, director británico que apuesta por un realismo sin concesiones, Adolescencia olvida el modelo de cine hollywoodense para retratar un mundo en el que el abuso es la norma. En lugar de juzgar, la miniserie creada por Jack Thorne y Stephen Graham muestra la debacle de los Miller para que nosotros hagamos las preguntas. ¿Qué influencia tiene el capitalismo global en los adolescentes aislados, sin esperanza en el futuro y con nula autoestima? ¿Qué clase de mundo es aquel en el que, para no convertirte en víctima, tienes que ser un depredador? ¿Qué tanto se puede controlar la manipulación de las redes sociales que potencian el acoso, la desinformación y el discurso de odio? Quizá por eso el clímax de la historia no ocurre al final –cuando la familia entiende que la realidad en la que habían vivido ha dejado de existir– sino en el larguísimo encuentro entre la psicóloga Briony Ariston (Erin Doherty) y Jamie Miller. La espléndida actuación de los dos actores nos ofrece un acercamiento –desde la ficción– a un adolescente de 13 años que se siente culpable por ser virgen, tiene conatos de ira y espera que Ariston piense que es una buena persona. Entretejidos en esa secuencia –al igual que en otros pasajes de la miniserie– aparecen los códigos de las comunidades virtuales que promueven ideas misóginas, entre otras vinculadas con la extrema derecha europea y global. El espectador no puede dejar de pensar en los compañeros de Jamie –víctimas y verdugos con papeles intercambiables– sumándose a las filas de las revueltas reaccionarias de los años por venir.

Es interesante pensar en cómo será recordada Adolescencia, pues estamos ante una ficción que toca un tema incómodo y difícil de abordar. Algunos valorarán los aspectos técnicos y las actuaciones. Hay voces que piden que sea proyectada en colegios. Habría que decir que no estamos ante un producto –como tantos otros– hechos para que la gente tome conciencia de los males sociales. Las interpretaciones fáciles quizás entiendan Adolescencia como un motivo para la desesperanza y la afición morbosa a ver los efectos del aislamiento, la neurosis y la violencia que han moldeado a los estudiantes desde hace años. Me gustaría pensar en la miniserie como lo que es: una historia incómoda como otras en el pasado, retratos de una realidad muy compleja que necesita ser expuesta para que no permanezca como una bomba de tiempo entre nosotros.

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miércoles, 19 de marzo de 2025

En el pozo del lenguaje

Han pasado cuatro décadas y media desde que la formación original de Einstürzende Neubauten pisó por primera vez un escenario. El 1 de abril de 1980, en el Moon Club de la ciudad-isla que entonces era Berlín occidental, el grupo en el que figuraban Blixa Bargeld y N.U. Unruh –y que pronto abandonaron Beate Bartel y Gudrun Gut– dio inicio a uno de los proyectos más relevantes en la ya septuagenaria historia del rock. El momento y el lugar son significativos. Entre las grandes bandas alemanas de la década anterior ninguna se había asentado en la futura capital de la república reunificada: Amon Düül II surgió en una comuna de Múnich, Can era colonesa, Kraftwerk y Neu! fueron fundadas en Düsseldorf y Faust (la principal influencia local de Neubauten) opera aún en la zona de Hamburgo. Es verdad que a finales de los sesenta el Zodiak Free Arts Lab agitó, con ánimo neodadaísta, las búsquedas sonoras berlinesas, pero Cluster terminó mudándose a Forst, un pueblo rural donde después nació Harmonia.

Einstürzende Neubauten fue la banda que, con una estética industrial luego copiada e incluso parodiada por muchos, capturó las tensiones de la traumatizada capital alemana. En su desarrollo de una música concreta popular, el grupo al que rápidamente se incorporó Alexander Hacke ha producido una suerte de banda sonora para el último medio siglo de Berlín. Las dos piezas del sencillo Für den Untergang (1980) son explícitas sobre la apuesta inicial: un sonido abrasivo, metálico, sostenido en instrumentos creados para la ocasión con desechos industriales y herramientas de construcción. Como una tribu que habita las ruinas de una ciudad devastada, con una actitud punk aunque búsquedas sonoras y escénicas ajenas a ese movimiento, Neubauten elaboró ritmos y timbres donde la lengua alemana encontró un lugar para volverse expresiva en una tradición marcada a fuego por el uso del inglés.

Luego de una primera década donde la banda construyó su leyenda y produjo una secuencia de álbumes excepcionales –de Kollaps (1981) a Haus der Lüge (1989)–, la caída del Muro, y con ella la desaparición de la isla conocida como Berlín occidental, derivó en la transición hacia un sonido más asimilable pero no por ello menos retador, acompañado de un giro performativo: a partir de la banda sonora para La Máquina Hamlet de Heiner Müller, Bargeld abandonó los pelos parados y las chamarras de piel para aparecer en el escenario peinado y con saco (hoy personifica una figura glam). Y la electrónica, con el ingreso de Jochen Arbeit y Rudolf Moser (ambos ex Die Haut)–, comenzó a dialogar con las invenciones percusivas de Unruh. Los últimos dos discos de estudio atestiguan que Einstürzende Neubauten sigue haciéndose preguntas sobre la forma canción.

Alles in Allem (“en resumidas cuentas”, “en general”), de 2020, es representativo de la forma de trabajar de la agrupación en este siglo, dos décadas y media marcadas por el relativo abandono de la industria discográfica a partir de la invención de un sistema de financiamiento (crowdfunding antes de que el término se popularizara) que convierte a los seguidores-militantes del grupo en colaboradores. El público de la banda opina sobre las canciones, aporta versos y ayuda a definir lo que terminará constituyendo cada nuevo álbum. A cambio de su aporte económico y anímico, accede a ensayos y grabaciones exclusivas. En términos estrictamente musicales, este procedimiento desembocó en un trabajo notable, cuyo carácter a veces sereno no debe distraer del hecho central: Neubauten ha creado un sonido que, distinto en cada registro, resulta inconfundible por el modo en que hace latir, debajo de sutiles texturas electrónicas y melodías cada vez menos tímidas, la materialidad desasosegada del trabajo que sostiene la vida digital.

“Taschen” sintetiza inmejorablemente la poética-motor de Alles in Allem. Al convertir en maracas las bolsas usadas por los inmigrantes para cargar las mercancías que venden en la vía pública, rellenas de telas, monedas y otras pertenencias, Neubauten crea una canción sobre el fenómeno migrante sin recurrir a la literalidad estéril de las palabras. Por el contrario, los versos hablan del mar como un animal feroz, mientras el océano es emulado a través de objetos resonantes y grabaciones de campo. Es una de las muchas maneras en que la banda sigue hablando de Berlín, de sus viejos y nuevos fantasmas, en un contexto de gentrificación que ha borrado casi por completo el paisaje a la vez inquietante y efervescente que definió la época en la que el grupo delineó su estética.

Alles in Allem, que termina con una pieza sobre el antiguo aeropuerto de Tempelhof, tiene algo hauntológico, como ejemplifica bien “Am Landwehrkanal”. Bargeld se sitúa en la orilla del canal berlinés para jugar con los tiempos y los significados. Ahí, donde el cuerpo de Rosa Luxemburg fue tirado al agua, canta-recita con su voz característica, en una canción casi country: “Teníamos miles de ideas y todas eran buenas”. El fantasma del comunismo reaparece en un entorno aburguesado. Las ideas siguen siendo buenas y Neubauten demuestra que, pese a todo, es posible ejecutarlas. Sobre todo si se cuenta con una sensibilidad capaz de producir melodías que no ignoran su condición de ruido organizado.

Rampen (apm: alien pop music), de 2024, sigue la senda atemperada de Alles in Allem, con quince canciones nacidas de improvisaciones en vivo durante su gira de 2022. Las “rampas”, composiciones realizadas en estudio a partir de esos ejercicios, han existido siempre en el repertorio de Einstürzende Neubauten, pero nunca habían constituido la totalidad de un disco, hasta ahora. La idea de una “música pop alienígena” parte de un ejercicio de ficción especulativa: imaginar una realidad en la que la banda es tan popular como los Beatles. Este es su Álbum amarillo, también doble, siguiendo con esa lógica, y ha sido creado integralmente en el estudio Candy Bomber de Berlín, con Felix Gebhard en los teclados. Queda en el oyente la posibilidad de imaginar un mundo en el que “Wie lange noch?” o “Isso Isso” son los éxitos del momento.

No hay grandes novedades en el sonido que Neubauten ofrece en Rampen, pero es un disco en el que aparecen detalles nuevos en cada audición, y la banda sigue siendo un cofre de timbres inesperados. Bargeld escribe ya en la primera canción: “Todo ya cantado / Todo ya pensado / Todos los trucos gastados / Impreso con sangre en las alas / y aireado en público”. Pero el verso que titula la pieza repite una y otra vez: “¿Hasta cuándo?”. Acaso el enfoque improvisatorio tenga que ver con crear condiciones para el surgimiento de lo imprevisto, para encontrar resquicios de libertad. La mención, en otra de las canciones, de educadores radicales como Johann Heinrich Pestalozzi y A.S. Neill no es casual. Es como si los músicos de la banda se orientaran hacia un desaprendizaje, pero no pueden olvidar lo que saben, y a ese saber se deben lo mismo los momentos musicalmente más logrados del álbum que sus dimensiones más previsibles.

El cuaderno con las letras de Rampen es, también, una plaquette de Blixa Bargeld. El cantante y guitarrista ha compuesto en inglés un notable poema cantado, “The Pit of Language”, que conviene leer mientras se escucha la pieza. Terminemos, simplemente, transcribiéndolo:

Caí en el pozo del lenguaje

Caí en el pozo del lenguaje

Caí en el pozo del lenguaje

Caí en el pozo del lenguaje

cubierto de alquitrán y palabras

Caí en el pozo del lenguaje

No pude salir

caí en el pozo del lenguaje

enterrado hasta la cintura

palabras, sílabas y fragmentos

tartamudean por todas partes

Caí en el pozo del lenguaje

caí muy hondo

caí en el pozo del

lenguaje y me hundo

mantengo la boca cerrada

fonemas, moléculas y fósiles

hasta el cuello

caí en el pozo del lenguaje

y no pude salir

Caí en el pozo del lenguaje

 

Una versión previa de este texto apareció en La Tempestad no. 157, octubre-noviembre de 2020

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En el pozo del lenguaje

Han pasado cuatro décadas y media desde que la formación original de Einstürzende Neubauten pisó por primera vez un escenario. El 1 de abril de 1980, en el Moon Club de la ciudad-isla que entonces era Berlín occidental, el grupo en el que figuraban Blixa Bargeld y N.U. Unruh –y que pronto abandonaron Beate Bartel y Gudrun Gut– dio inicio a uno de los proyectos más relevantes en la ya septuagenaria historia del rock. El momento y el lugar son significativos. Entre las grandes bandas alemanas de la década anterior ninguna se había asentado en la futura capital de la república reunificada: Amon Düül II surgió en una comuna de Múnich, Can era colonesa, Kraftwerk y Neu! fueron fundadas en Düsseldorf y Faust (la principal influencia local de Neubauten) opera aún en la zona de Hamburgo. Es verdad que a finales de los sesenta el Zodiak Free Arts Lab agitó, con ánimo neodadaísta, las búsquedas sonoras berlinesas, pero Cluster terminó mudándose a Forst, un pueblo rural donde después nació Harmonia.

Einstürzende Neubauten fue la banda que, con una estética industrial luego copiada e incluso parodiada por muchos, capturó las tensiones de la traumatizada capital alemana. En su desarrollo de una música concreta popular, el grupo al que rápidamente se incorporó Alexander Hacke ha producido una suerte de banda sonora para el último medio siglo de Berlín. Las dos piezas del sencillo Für den Untergang (1980) son explícitas sobre la apuesta inicial: un sonido abrasivo, metálico, sostenido en instrumentos creados para la ocasión con desechos industriales y herramientas de construcción. Como una tribu que habita las ruinas de una ciudad devastada, con una actitud punk aunque búsquedas sonoras y escénicas ajenas a ese movimiento, Neubauten elaboró ritmos y timbres donde la lengua alemana encontró un lugar para volverse expresiva en una tradición marcada a fuego por el uso del inglés.

Luego de una primera década donde la banda construyó su leyenda y produjo una secuencia de álbumes excepcionales –de Kollaps (1981) a Haus der Lüge (1989)–, la caída del Muro, y con ella la desaparición de la isla conocida como Berlín occidental, derivó en la transición hacia un sonido más asimilable pero no por ello menos retador, acompañado de un giro performativo: a partir de la banda sonora para La Máquina Hamlet de Heiner Müller, Bargeld abandonó los pelos parados y las chamarras de piel para aparecer en el escenario peinado y con saco (hoy personifica una figura glam). Y la electrónica, con el ingreso de Jochen Arbeit y Rudolf Moser (ambos ex Die Haut)–, comenzó a dialogar con las invenciones percusivas de Unruh. Los últimos dos discos de estudio atestiguan que Einstürzende Neubauten sigue haciéndose preguntas sobre la forma canción.

Alles in Allem (“en resumidas cuentas”, “en general”), de 2020, es representativo de la forma de trabajar de la agrupación en este siglo, dos décadas y media marcadas por el relativo abandono de la industria discográfica a partir de la invención de un sistema de financiamiento (crowdfunding antes de que el término se popularizara) que convierte a los seguidores-militantes del grupo en colaboradores. El público de la banda opina sobre las canciones, aporta versos y ayuda a definir lo que terminará constituyendo cada nuevo álbum. A cambio de su aporte económico y anímico, accede a ensayos y grabaciones exclusivas. En términos estrictamente musicales, este procedimiento desembocó en un trabajo notable, cuyo carácter a veces sereno no debe distraer del hecho central: Neubauten ha creado un sonido que, distinto en cada registro, resulta inconfundible por el modo en que hace latir, debajo de sutiles texturas electrónicas y melodías cada vez menos tímidas, la materialidad desasosegada del trabajo que sostiene la vida digital.

“Taschen” sintetiza inmejorablemente la poética-motor de Alles in Allem. Al convertir en maracas las bolsas usadas por los inmigrantes para cargar las mercancías que venden en la vía pública, rellenas de telas, monedas y otras pertenencias, Neubauten crea una canción sobre el fenómeno migrante sin recurrir a la literalidad estéril de las palabras. Por el contrario, los versos hablan del mar como un animal feroz, mientras el océano es emulado a través de objetos resonantes y grabaciones de campo. Es una de las muchas maneras en que la banda sigue hablando de Berlín, de sus viejos y nuevos fantasmas, en un contexto de gentrificación que ha borrado casi por completo el paisaje a la vez inquietante y efervescente que definió la época en la que el grupo delineó su estética.

Alles in Allem, que termina con una pieza sobre el antiguo aeropuerto de Tempelhof, tiene algo hauntológico, como ejemplifica bien “Am Landwehrkanal”. Bargeld se sitúa en la orilla del canal berlinés para jugar con los tiempos y los significados. Ahí, donde el cuerpo de Rosa Luxemburg fue tirado al agua, canta-recita con su voz característica, en una canción casi country: “Teníamos miles de ideas y todas eran buenas”. El fantasma del comunismo reaparece en un entorno aburguesado. Las ideas siguen siendo buenas y Neubauten demuestra que, pese a todo, es posible ejecutarlas. Sobre todo si se cuenta con una sensibilidad capaz de producir melodías que no ignoran su condición de ruido organizado.

Rampen (apm: alien pop music), de 2024, sigue la senda atemperada de Alles in Allem, con quince canciones nacidas de improvisaciones en vivo durante su gira de 2022. Las “rampas”, composiciones realizadas en estudio a partir de esos ejercicios, han existido siempre en el repertorio de Einstürzende Neubauten, pero nunca habían constituido la totalidad de un disco, hasta ahora. La idea de una “música pop alienígena” parte de un ejercicio de ficción especulativa: imaginar una realidad en la que la banda es tan popular como los Beatles. Este es su Álbum amarillo, también doble, siguiendo con esa lógica, y ha sido creado integralmente en el estudio Candy Bomber de Berlín, con Felix Gebhard en los teclados. Queda en el oyente la posibilidad de imaginar un mundo en el que “Wie lange noch?” o “Isso Isso” son los éxitos del momento.

No hay grandes novedades en el sonido que Neubauten ofrece en Rampen, pero es un disco en el que aparecen detalles nuevos en cada audición, y la banda sigue siendo un cofre de timbres inesperados. Bargeld escribe ya en la primera canción: “Todo ya cantado / Todo ya pensado / Todos los trucos gastados / Impreso con sangre en las alas / y aireado en público”. Pero el verso que titula la pieza repite una y otra vez: “¿Hasta cuándo?”. Acaso el enfoque improvisatorio tenga que ver con crear condiciones para el surgimiento de lo imprevisto, para encontrar resquicios de libertad. La mención, en otra de las canciones, de educadores radicales como Johann Heinrich Pestalozzi y A.S. Neill no es casual. Es como si los músicos de la banda se orientaran hacia un desaprendizaje, pero no pueden olvidar lo que saben, y a ese saber se deben lo mismo los momentos musicalmente más logrados del álbum que sus dimensiones más previsibles.

El cuaderno con las letras de Rampen es, también, una plaquette de Blixa Bargeld. El cantante y guitarrista ha compuesto en inglés un notable poema cantado, “The Pit of Language”, que conviene leer mientras se escucha la pieza. Terminemos, simplemente, transcribiéndolo:

Caí en el pozo del lenguaje

Caí en el pozo del lenguaje

Caí en el pozo del lenguaje

Caí en el pozo del lenguaje

cubierto de alquitrán y palabras

Caí en el pozo del lenguaje

No pude salir

caí en el pozo del lenguaje

enterrado hasta la cintura

palabras, sílabas y fragmentos

tartamudean por todas partes

Caí en el pozo del lenguaje

caí muy hondo

caí en el pozo del

lenguaje y me hundo

mantengo la boca cerrada

fonemas, moléculas y fósiles

hasta el cuello

caí en el pozo del lenguaje

y no pude salir

Caí en el pozo del lenguaje

 

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lunes, 17 de marzo de 2025

Crucificar la cuerda

Arcaico, sí, mas sagrado. O, como todo lo arcaico, algo sagrado. Así describía Sofiya Gubaidúlina su estilo de composición. Como algo que venía de un tiempo donde la única conexión posible era con los dioses. Creció en el momento y el lugar donde era obligado cumplir con la responsabilidad de entablar conversación con los hombres, y escogió otra cosa. Unas palabras de Shostakóvich le permitieron emanciparse de cualquier compromiso con la autoridad y su cultura: Sigue tú por el camino incorrecto.

Estudió música por oficio y dominó tantos referentes de composición que, podría decirse, agotó los recursos. Alfred Schnittke dijo que su concierto para violín (1980) era el mejor de todos los del siglo XX –del siglo XX, esa locura. Tanto artistas oficiales como outsiders interpretaron su trabajo. Su obras contienen improvisación libre, percusiones enloquecidas, movimientos sin indicación de tiempo, tríadas que abren las puertas de algún paraíso, las palabras que María escuchó de la voz del Ángel. Desde luego es música religiosa, pero no en el sentido de práctica sino de vínculo. No queda lejos, sin embargo, de la otra polémica acepción del término, donde religo proviene de religare, que significa releer.

Donde Schnittke encontró a Dios, Sofiya Gubaidúlina vio también el rastro de una mano humana. Una mano capaz de alcanzar un estado de divinidad a través de lo que podía hacerle al instrumento. A esa técnica le llamó “crucificar la cuerda”, hacer trascender al instrumento y al intérprete más allá de sí mismos. Justo como la rosa y el fuego de su amado T.S. Eliot, que en el punto final de todas las cosas se hacen uno. El músico y su instrumento tienden también a la trascendencia, son inseparables más allá de los fines. Cuando su hija murió, Gubaidúlina le dedicó la La lira de Orfeo (2006) y pidió a Gidon Kremer que la interpretara con una intensidad capaz de regresarle un poco de sentido al pobrísimo acto de estar vivos.

No fue una apocalíptica sino una profeta de antigua estirpe, de los que son capaces de ver lo sagrado en todas partes; de los que dedican su vida a enseñarnos cómo distinguir lo transcendental de lo urgente, lo sustancial de lo importante. Después de todo, profeta y artista son animales de la misma especie. Como Arvo Pärt, puso en el mundo caminos para crear sentidos más allá de lo humano. Al igual que éste, su música no puede usarse para enseñar valores normativos. Ni siquiera gustos. Son trabajos que pertenecen más a la historia del alma que a la historia de las personas, difícilmente puede intelectualizarse y, por su naturaleza, no es extraño que sus propios autores recurran a palabras que al resto nos suenan grandilocuentes: espíritu, cosmos, luz, fe. Quizás hemos olvidado lo que se necesita para tocar esas palabras, pero no por eso es menos cierto que al escuchar la música de Gubaidúlina parecemos recordar que ese camino, de hecho, es algo que alguna vez ya cruzamos. 

Como Jesús, en las composiciones de Sofiya Gubaidúlina el músico realiza un acto expiatorio a favor de quien lo escucha. No es poco común que en sus obras el intérprete sea sometido a una presión que no puede resolverse sólo en el cuerpo, necesita también la participación de algo sagrado. A veces es un gesto –como el de Guennadi Rozhdéstvenski cuando usa solamente las manos para conducir el silencio–, a veces es la conjunción de todos los músicos en una sola nota, cuyo magnetismo es inevitable incluso para músicos acostumbrados al brillo propio, como le ocurrió a Anne-Sophie Mutter. En su música la transfiguración, la conjunción, la pureza del silencio, resultan inevitables.

Su padre hablaba muy poco. De él recordaba a menudo las largas caminatas silenciosas y no tanto los consejos o las anécdotas. Se quedó más con lo no dicho. Con la enseñanza y la relevación del silencio, de la pausa. Como todos los dioses, le habló también en parábolas. 

El maestro Edward Schillebeeckx escribió: “La manera en que un pueblo entiende la salvación permite descubrir la historia de sus sufrimientos”. Con las personas pasa lo mismo. Sofiya Gubaidúlina (1931-2025) cuenta al comienzo de su documental que de pequeña pudo ver en el cielo una liberación sagrada que la cautivó para siempre. Dice que desde entonces, se quedó a vivir ahí. 

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