De una sala a otra, de extremo a extremo del cine. Alonso Ruizpalacios (Ciudad de México, 1978) anda de prisa, ansioso, con el teléfono pegado a la oreja. No es uno de esos directores que disfrutan el lanzamiento de su película. No, eso es para los actores, los productores y otros directores que, en vestidos de noche y trajes de gala, hacen fila para ver La cocina. Si pudiera se saltaba la premier y quizá también esta entrevista.
El director –tenis, jeans, chamarra– está preocupado porque algo no le gusta en la proyección, y camina como si eso, y no la llamada, fuera a resolverlo. “Tuvimos un pedo con las copias que… en fin”, minimiza cuando se sienta en el sillón, tal vez resignado, seguro cansado, con sus palomitas. “¿Tú no quieres una chela?”. Aquí tengo café, gracias.
El cineasta que ganó decenas de premios con Güeros (2014) –su ópera prima–, el Oso de Plata en la Berlinale con Museo (2018) –su segunda producción– y los Ariel a Mejor Largometraje Documental y Mejor Dirección con Una película de policías (2021) ahora estrena La cocina, adaptación de la obra de teatro del británico Arnold Wesker. Con ese pretexto habla de aquello que lo lleva a hacer cine.
Rooney Mara y Raúl Briones en La cocina (2024), de Alonso Ruizpalacios. Cortesía de IQ
En tus cortos y largometrajes los personajes son jóvenes que están en un lugar al que no pertenecen. O simplemente no saben cuál es su lugar…
Hay muchas cosas de las que uno no es consciente, sobre todo a lo largo de los años. No creo que uno sea la mejor persona para decir “Ah, estos son mis temas”. En mi caso es algo más intuitivo. Pero sí, yo orbito naturalmente hacia las historias de crecimiento. Es algo que me conmueve mucho. El guardián entre el centeno, el libro de J.D. Salinger, me marcó muchísimo, como todas esas narrativas sobre tener que madurar y resistirse, quizá desde el complejo de Peter Pan. También me identifico, sí, con no sentirse completamente perteneciente, o con rechazar, rehusarse a pertenecer a cualquier grupo o club o partido. Siempre pienso en esa frase de Groucho Marx que cita Woody Allen: “No quisiera pertenecer a ningún club que aceptara a alguien como yo por miembro”. Cuando vi Annie Hall me cimbró porque es un sentimiento que comparto. Hay algo de pertenecer a un grupo que me repele. Supongo que hay algo de eso en los personajes.
“A mí lo que me gusta es hacer las pelis, no todo lo que hay alrededor. Hay gente a la que le atrae el ruido, las premiers, y está bien, lo respeto, pero no es mi caso. Es la parte que menos me interesa, que menos disfruto. Realmente la padezco.”
No usas mucho las redes sociales, tienes un perfil diferente al de otros artistas, que todo el tiempo son vocales. De pronto no se sabe de ti pero lanzas una película y llegan las noticias de los premios. ¿Cómo haces para ser parte del club mientras tratas de pertenecer a él?
No lo sé, es difícil. A mí lo que me gusta es hacer las pelis, no todo lo que hay alrededor. Hay gente a la que le atrae el ruido, las premiers, y está bien, lo respeto, pero no es mi caso. Es la parte que menos me interesa, que menos disfruto. Realmente la padezco. Lo que disfruto es hacer las pelis, pero todo lo demás, si pudiera, me lo saltaría.
El actor Leonardo Ortizgris (Güeros, Museo) ha recordado cuando montaron una adaptación de El beso, de Antón Chéjov. Decía que frente a las cámaras y los reporteros sufría la misma “ceguera psíquica” del cuento. ¿Te pasa lo mismo?
Chéjov lo describe perfectamente: le llama justo “ceguera psíquica”, ese sentimiento de estar en un lugar con mucha gente, con muchas luces, en donde ves pero no ves. No entiendes lo que estás viendo. Es algo alienante. Me identifico con esa sensación, no es disfrutable.
Venecia, Berlín, Morelia, los Premios Ariel. Las alfombras ya son parte de tu cotidianidad…
En el caso de La cocina he tenido que hacerlo porque ha sido muy difícil distribuirla. Querían salir con sólo 60 copias y tuvimos que decirles que nosotros íbamos a conseguir dinero para pagar más. Todo ha sido cuesta arriba, entonces he tomado la postura de decir: “Tengo que apoyar la peli y hacer lo que sea para que se vea”. Ha sido muy difícil de lograr.
Fotograma de La cocina (2024), de Alonso Ruizpalacios. Cortesía de IQ
Alguna vez dijiste que sólo tenías unas cuantas historias en la cabeza. ¿Ya tienes claro adónde vas?
Ya casi termino el guion de la que espero que sea la siguiente peli, que es un western, adaptación de una novela de Juan José Sáenz. Y tengo otra peli que estoy trabajando con mi amigo David Gaitán, un dramaturgo increíble, una peli muy personal. Es la exploración de estar en una escuela de actuación.
¿Qué te conmueve de la amistad?
Para mí son las relaciones más entrañables. Hay directores cuyo tema es la familia o las relaciones amorosas. Por alguna razón, no sé por qué, yo orbito narrativamente hacia las relaciones amistosas, son mi fuente de inspiración. Uno no la arma sin amigos, con ellos he pasado momentos muy conmovedores. Ahora que soy papá quizás eso empiece a cambiar, aunque cuando mejor me caen mis hijos es cuando son mis amigos. La amistad es una relación muy libre en la que no hay sentido de posesión. Se está sólo por el gusto de estar. No hay una transacción, no hay un motivo ulterior, y eso me inspira.
“Hay directores cuyo tema es la familia o las relaciones amorosas. Por alguna razón, no sé por qué, yo orbito narrativamente hacia las relaciones amistosas, son mi fuente de inspiración. Uno no la arma sin amigos, con ellos he pasado momentos muy conmovedores.”
¿Qué pasaría si filmas todas las películas que tienes en mente y se estrenan? ¿Qué harías después?
Me gusta tanto hacer esto… Permite hacer cosas como adentrarte en la policía, por ejemplo. Investigar y meterte de lleno en otros mundos me parece un privilegio. Me gustaría acabar como Martin Scorsese o Clint Eastwood o Woody Allen, a esos güeyes los van a sacar del set con los tenis por delante. Pero empieza a ser cansada la batalla. Ha sido duro convencer a la gente sobre La cocina. Ha sido pelear, pelear, pelear todos los días. Te provoca una pequeña úlcera, se vuelve cansado.
Uno pensaría que te llueven inversionistas, tras el recorrido por festivales de Güeros, los premios de Museo, los Ariel de Una película de policías…
Sí, pero quieren que haga las películas que ellos quieren. Hacer tus propias películas es una labor de convencimiento. Al ser director, gran parte de tu tiempo es convencer a la gente.
Fotograma de La cocina (2024), de Alonso Ruizpalacios. Cortesía de IQ
Quizá sea también la forma de contar el cuento. En tus películas sueles romper la representación con escenas detrás de cámara, y en Una película de policías rompiste el documental al ficcionalizarlo. ¿Por qué navegas siempre entre la ficción y la realidad?
Me parece que ambas cosas están completamente contaminadas una de la otra. No existe lo puramente documental ni lo puramente ficcional, y lo relaciono con el juego que para mí es el cine. Lo que más disfruto es el juego y lo veo con mis hijos: cuando eran chicos disfrutaban más destruir el castillo que habían armado con bloques de madera que armarlo. Hay algo muy placentero en destruir lo que construiste. Tiene que ver con ese impulso: el placer de destruir lo que construyes.
Otro juego que haces en tus películas es dejar diálogos o historias a la mitad…
Me divierte cambiar de carril, frustrar las expectativas del público; me divierte cuando me lo hacen a mí. Algo que siempre me ha gustado, por ejemplo, son Los Simpson y esa manera de empezar un capítulo con una cosa completamente distinta a la que se va a tratar. Me parece genial. Como espectador esos cambios de dirección son sorpresivos y divertidos.
“Para mí no tiene sentido hacer esto si no estás en comunión con alguien. Eso no quiere decir que me interesa lograr el máximo de público, no tengo aspiraciones de ‘blockbuster’, pero sí me interesa que haya alguien que lo entienda.”
Entonces ¿piensas en el público?
Sí, pienso en el público. Yo me hice en el teatro, donde tienes que pensar en el público, dialogar con el público, tienes que sentirlo. Tengo amigos directores a los que quiero mucho pero que no piensan en el público, su bandera es: “Me vale madres, entre a menos gente le guste, mejor”. Yo no comulgo con eso, para mí no tiene sentido hacer esto si no estás en comunión con alguien. Eso no quiere decir que me interesa lograr el máximo de público, no tengo aspiraciones de blockbuster, pero sí me interesa que haya alguien que lo entienda.
En 2022 declaraste a El País que Roma, de Alfonso Cuarón, y Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, de Alejandro G. Iñárritu, son películas filmadas aquí pero no son cine mexicano. ¿Ha cambiado esa percepción?
No. Son y no son, pues. Ellos no viven aquí, no hacen películas como el resto de los directores y las directoras mexicanos. Llegan con una infraestructura gigantesca, y siento que no les interesa dialogar con el cine mexicano. O sea, creo que esas dos pelis en particular tomaron la mexicanidad como una curiosidad para hacer una película. En el caso de Roma con mayor éxito que Bardo. Ellos son directores de Hollywood desde hace muchos años, y eso es lo que hacen. Me cuesta trabajo ver esas pelis como cine nacional.
Fotograma de La cocina (2024), de Alonso Ruizpalacios. Cortesía de IQ
Museo se estrenó el mismo año que Roma. Probablemente si no hubiera estado Roma, Museo hubiera tenido muchísima más exposición. Me viene la idea de un blockbuster contra una película de Alonso Ruizpalacios…
No sé, te toca lo que te toca. Cada vez entiendo más que no tienes control de esas cosas. Lo que tienen estos directores en particular, que les admiro pero no comparto, es la voluntad y la capacidad de controlar la narrativa de su película, o sea, cómo va a ser percibida, exhibida, todo. Hacerla no es suficiente. Ni siquiera sé cómo hacer eso, me parece el trabajo de un empresario más que el de un artista. Lo hacen muy bien, son grandes empresarios además de buenos directores; sobre todo Cuarón me parece brillante.
“¿Qué estamos haciendo para que la medida máxima sea la productividad y no las relaciones? No la bondad ni la capacidad de ayudar a alguien. El sistema económico en el que vivimos, y que está colapsando frente a nuestros ojos, no deja espacio para que florezcan las cosas importantes de la vida: la amistad, el amor.”
La mexicanidad es otro de los temas que generalmente abordas. ¿Hay una forma de ser mexicano, la has encontrando en tus películas?
El tema es muy interesante para mí. Todas las identidades nacionales –aunque yo puedo hablar solo de ésta– son una construcción muy a güevo, muy consciente y forzada. En este país, que es muy joven –porque 200 años es muy poco–, hay una serie de cosas impuestas que vienen de la creación del México independiente. Son clichés que repetimos y a veces representamos para los otros. Es como si, para demostrar que perteneces a la especie, tuvieras que actuar de ser humano. Me parece muy chusco, gracioso. Es una construcción a veces vergonzosa. Pero ojo, una cosa es todo lo que implica ser mexicano y otra formar parte de este territorio, que a mí me causa orgullo. El patrioterismo que los gobiernos imponen es algo muy lamentable e involuntariamente gracioso, así que me gusta explorarlo en las pelis.
En La cocina hablas de mexicanidad, de identidad, de nacionalismo, de lenguajes e idiomas, migración, masculinidades… ¿Cómo hiciste para meter en dos horas y veinte minutos todo ese universo?
Fue una película que se cocinó durante mucho tiempo. La escribí durante varios años y la reescribí. Regresaba a ella, la abandonaba… Creo que tiene muchas ideas distintas, a veces pienso que demasiadas, y no lo digo como algo pretencioso sino que a veces creo que hay que quitar algunas y concentrarse más en una. Pero así funciono: me atraen varias cosas. Una cosa me lleva a la otra y ésta a otra. Para mí no era suficiente que se tratara de migración o de cocina o de comida –que es lo menos importante–, quería que tratara de esas otras cositas: la amistad entre los cocineros, la camaradería, un pequeño momento de luz entre los trabajadores. Sobre todo del trabajo. La obra de teatro es una crítica feroz al sistema capitalista. Wesker siempre dijo: “¿Qué estamos haciendo?”. Es muy simple. ¿Qué estamos haciendo para que la medida máxima de los hombres sea la productividad y no las relaciones? No la bondad ni la capacidad de ayudar a alguien. El sistema económico en el que vivimos, y que está colapsando frente a nuestros ojos, no deja espacio para que florezcan las cosas importantes de la vida: la amistad, el amor. Creo que de eso se trata.
The post Cómo (no) pertenecer al club del cine first appeared on La Tempestad.
from La Tempestad https://ift.tt/YSnRU7D
via
IFTTT Fuente: Revista La Tempestad