viernes, 11 de abril de 2025

José Eugenio Sánchez: contra la hipocresía

A lo largo de su trayectoria José Eugenio Sánchez (Guadalajara, 1965) se ha distinguido como una voz irreverente de la poesía mexicana. Con un lenguaje alejado de lo críptico, con influencias musicales y de los beats, su obra explora temas como la hipocresía y el abuso del poder, la incertidumbre y la muerte. Editado por Vaso Roto en 2024, el poemario Un incesante caer de estrellas en la nada ahonda en las hendiduras de la experiencia humana: las apariencias, la codicia, la violencia, el deseo o la ternura. Es una de sus obras más íntimas y conmovedoras.

Si en obras anteriores –como Physical Graffiti (Visor, 1996), La felicidad de una pistola caliente (Visor, 2004) o Galaxy Limited Café (Almadía, 2011)– predomina la mirada exterior y la tercera persona, en Un incesante caer de estrellas en la nada se percibe un tono introspectivo, incluso cuando aborda temas sociales: “Se ha puesto de moda la poesía confesional. Me llamó la atención porque siento que toda la poesía es confesional, pero entendí que el poeta era el protagonista para contar lo que había y empecé a tomar ese recurso”, explica.

“Ahora sí me pongo de excusa”, añade, “pero para eso tienes que ponerte lo más humano posible. Ahí es donde se me ocurre otro reto literario: tratar la honestidad en los grados más pulcros. Tampoco hay que tenerle miedo a ser tan feo. Mi idea era exponer la podredumbre, la miseria humana, el ser vivo que va a morir independientemente del esfuerzo que haga”. En uno de los poemas puede leerse: “al parecer morir duele / al principio hay una sensación de agobio / tristeza / incertidumbre o miedo: siempre se cede / porque no hay opción / y duele / quizá porque en su afán de destruirse y liberarse / la identidad se disuelve / y te enteras que el dolor acabará junto contigo”.

José Eugenio Sánchez

Algo de sabiduría oriental se ha infiltrado en su voz, porque para los chinos o los indios “los animales son las formas posibles de nuestras siguientes vidas”. Un poema reflexiona sobre la humanidad y el limbo: “al morir: uno se tira al vacío / dicen que en alguna parte del vuelo (o la caída) / hay una vaca pastando contenta / si uno se agarra de su cola / con una sacudida nos arrojará a la siguiente vida”. Antes de terminar su anterior libro, Jack Boner and The Rebellion (Almadía, 2014), José Eugenio Sánchez ya se había acercado a las culturas orientales, pues poetas beat como Jack Kerouac o Allen Ginsberg se inclinaban a lo místico.

“Los chinos y los rusos son muy directos, porque según su dogma literario tienen que escribir para todas las personas que sepan leer. El lenguaje tiene que ser claro y llano, y que cada quien lo interprete. Me gusta esa simpleza.”

“Damos muchas puertas a las cosas, hablamos con falsedades, dando una apariencia, y no decimos las cosas tal cual”, expresa el miembro de la banda Un País Cayendo a Pedazos, que formó junto al músico Enrique Camacho para llevar poesía a los conciertos. “Los chinos y los rusos son muy directos, porque según su dogma literario tienen que escribir para todas las personas que sepan leer. El lenguaje tiene que ser claro y llano, y que cada quien lo interprete. Me gusta esa simpleza”.

Sánchez había eludido el tema de la muerte en su libro anterior. En el nuevo poemario el punto de partida fue la pérdida de información del disco duro de su computadora: reescribió algunos textos, otros los recuperó “como un incesante caer de estrellas en la nada”. En el transcurso de la escritura uno de sus amigos más cercanos fue diagnosticado con cáncer; lo acompañó en sus últimos días: “Tuve una proximidad con la enfermedad sin estar enfermo, una proximidad con la muerte sin estar yo en estas circunstancias”.

Otra perspectiva de la muerte proviene de la violencia. Cadáveres empaquetados, la búsqueda de alguien que no llega, un cuerpo golpeado como almohada “para estar bien rica antes de dormir”. “Los temas de la violencia (o la muerte) surgen no porque tenga planeado escribirlos, sino porque son cosas que me abruman: que se mueran tus amigos, que secuestren a sus familiares, que extorsionen a gente que conoces; porque nos pasó a todos”, plantea el poeta radicado en Monterrey. “Quería hablar sobre cómo nos afecta directamente la violencia, y de otra manera de la violencia, porque como mexicanos estamos muy acostumbrados a evadir las palabras precisas para decir cosas”.

“Los temas de la violencia (o la muerte) surgen no porque tenga planeado escribirlos, sino porque son cosas que me abruman: que se mueran tus amigos, que secuestren a sus familiares, que extorsionen a gente que conoces; porque nos pasó a todos.”

Cada poema de Un incesante caer de estrellas en la nada tiene una nota al pie con referencias a libros que no existen. “En el libro estoy planteando, sin querer, que el ser humano se está acercando a la extinción. Hay cuestiones ambientales y ecológicas del proceso normal de deterioro del cuerpo. Tengo la teoría de que lo único que va a quedar son los libros. Quiero hacer algo así como una biblioteca fantástica donde se narra la extinción de la humanidad; también creo que como generación literaria, que incluye a Han Kang, estamos siendo testigos del exterminio de la humanidad”.

En el poema “schwein ohne vaterland” (cerdos sin patria) se repiten los versos: “pero una serie de decisiones desafortunadas del nuevo líder / los llevaron al fracaso / y poco después inició la revuelta”. No solo en el poema, sino en la historia. “Estaba en Berlín y había una persona vendiendo restos del muro. Pensé: ¿y si los mismos que hicieron el muro se lo venden a los que fueron reprimidos?, ¿y si juntan los pedacitos y lo vuelven a hacer? Pensé también en los golpes de Estado, en la historia de Chile, la de México, ¡es la misma historia! Lo que sucede con un partido o con otro es una reiteración, no importa qué bandera traiga, es exactamente lo mismo, aunque lo hagan otros. Es el humano traicionándose a sí mismo”.

Para José Eugenio Sánchez la poesía es punto de partida, posibilidad infinita, peligro y provocación. Como él mismo escribe: “la poesía también es la flama que sobrevive en los últimos instantes del fuego”.

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José Eugenio Sánchez: contra la hipocresía

A lo largo de su trayectoria José Eugenio Sánchez (Guadalajara, 1965) se ha distinguido como una voz irreverente de la poesía mexicana. Con un lenguaje alejado de lo críptico, con influencias musicales y de los beats, su obra explora temas como la hipocresía y el abuso del poder, la incertidumbre y la muerte. Editado por Vaso Roto en 2024, el poemario Un incesante caer de estrellas en la nada ahonda en las hendiduras de la experiencia humana: las apariencias, la codicia, la violencia, el deseo o la ternura. Es una de sus obras más íntimas y conmovedoras.

Si en obras anteriores –como Physical Graffiti (Visor, 1996), La felicidad de una pistola caliente (Visor, 2004) o Galaxy Limited Café (Almadía, 2011)– predomina la mirada exterior y la tercera persona, en Un incesante caer de estrellas en la nada se percibe un tono introspectivo, incluso cuando aborda temas sociales: “Se ha puesto de moda la poesía confesional. Me llamó la atención porque siento que toda la poesía es confesional, pero entendí que el poeta era el protagonista para contar lo que había y empecé a tomar ese recurso”, explica.

“Ahora sí me pongo de excusa”, añade, “pero para eso tienes que ponerte lo más humano posible. Ahí es donde se me ocurre otro reto literario: tratar la honestidad en los grados más pulcros. Tampoco hay que tenerle miedo a ser tan feo. Mi idea era exponer la podredumbre, la miseria humana, el ser vivo que va a morir independientemente del esfuerzo que haga”. En uno de los poemas puede leerse: “al parecer morir duele / al principio hay una sensación de agobio / tristeza / incertidumbre o miedo: siempre se cede / porque no hay opción / y duele / quizá porque en su afán de destruirse y liberarse / la identidad se disuelve / y te enteras que el dolor acabará junto contigo”.

José Eugenio Sánchez

Algo de sabiduría oriental se ha infiltrado en su voz, porque para los chinos o los indios “los animales son las formas posibles de nuestras siguientes vidas”. Un poema reflexiona sobre la humanidad y el limbo: “al morir: uno se tira al vacío / dicen que en alguna parte del vuelo (o la caída) / hay una vaca pastando contenta / si uno se agarra de su cola / con una sacudida nos arrojará a la siguiente vida”. Antes de terminar su anterior libro, Jack Boner and The Rebellion (Almadía, 2014), José Eugenio Sánchez ya se había acercado a las culturas orientales, pues poetas beat como Jack Kerouac o Allen Ginsberg se inclinaban a lo místico.

“Los chinos y los rusos son muy directos, porque según su dogma literario tienen que escribir para todas las personas que sepan leer. El lenguaje tiene que ser claro y llano, y que cada quien lo interprete. Me gusta esa simpleza.”

“Damos muchas puertas a las cosas, hablamos con falsedades, dando una apariencia, y no decimos las cosas tal cual”, expresa el miembro de la banda Un País Cayendo a Pedazos, que formó junto al músico Enrique Camacho para llevar poesía a los conciertos. “Los chinos y los rusos son muy directos, porque según su dogma literario tienen que escribir para todas las personas que sepan leer. El lenguaje tiene que ser claro y llano, y que cada quien lo interprete. Me gusta esa simpleza”.

Sánchez había eludido el tema de la muerte en su libro anterior. En el nuevo poemario el punto de partida fue la pérdida de información del disco duro de su computadora: reescribió algunos textos, otros los recuperó “como un incesante caer de estrellas en la nada”. En el transcurso de la escritura uno de sus amigos más cercanos fue diagnosticado con cáncer; lo acompañó en sus últimos días: “Tuve una proximidad con la enfermedad sin estar enfermo, una proximidad con la muerte sin estar yo en estas circunstancias”.

Otra perspectiva de la muerte proviene de la violencia. Cadáveres empaquetados, la búsqueda de alguien que no llega, un cuerpo golpeado como almohada “para estar bien rica antes de dormir”. “Los temas de la violencia (o la muerte) surgen no porque tenga planeado escribirlos, sino porque son cosas que me abruman: que se mueran tus amigos, que secuestren a sus familiares, que extorsionen a gente que conoces; porque nos pasó a todos”, plantea el poeta radicado en Monterrey. “Quería hablar sobre cómo nos afecta directamente la violencia, y de otra manera de la violencia, porque como mexicanos estamos muy acostumbrados a evadir las palabras precisas para decir cosas”.

“Los temas de la violencia (o la muerte) surgen no porque tenga planeado escribirlos, sino porque son cosas que me abruman: que se mueran tus amigos, que secuestren a sus familiares, que extorsionen a gente que conoces; porque nos pasó a todos.”

Cada poema de Un incesante caer de estrellas en la nada tiene una nota al pie con referencias a libros que no existen. “En el libro estoy planteando, sin querer, que el ser humano se está acercando a la extinción. Hay cuestiones ambientales y ecológicas del proceso normal de deterioro del cuerpo. Tengo la teoría de que lo único que va a quedar son los libros. Quiero hacer algo así como una biblioteca fantástica donde se narra la extinción de la humanidad; también creo que como generación literaria, que incluye a Han Kang, estamos siendo testigos del exterminio de la humanidad”.

En el poema “schwein ohne vaterland” (cerdos sin patria) se repiten los versos: “pero una serie de decisiones desafortunadas del nuevo líder / los llevaron al fracaso / y poco después inició la revuelta”. No solo en el poema, sino en la historia. “Estaba en Berlín y había una persona vendiendo restos del muro. Pensé: ¿y si los mismos que hicieron el muro se lo venden a los que fueron reprimidos?, ¿y si juntan los pedacitos y lo vuelven a hacer? Pensé también en los golpes de Estado, en la historia de Chile, la de México, ¡es la misma historia! Lo que sucede con un partido o con otro es una reiteración, no importa qué bandera traiga, es exactamente lo mismo, aunque lo hagan otros. Es el humano traicionándose a sí mismo”.

Para José Eugenio Sánchez la poesía es punto de partida, posibilidad infinita, peligro y provocación. Como él mismo escribe: “la poesía también es la flama que sobrevive en los últimos instantes del fuego”.

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jueves, 10 de abril de 2025

Osos contra libertarios

Quizá como nunca antes la palabra “libertad” ha estado en el discurso mediático, particularmente en una época en la que se reproducen eslóganes todos los días. Hay una sed de libertad que necesita ser saciada. Todos quieren ser libres, aunque asuman la idea de formas diferentes. El presidente argentino Javier Milei remata sus mensajes en X con un estentóreo “¡Viva la libertad, carajo!”, y llegó al poder por medio de un partido llamado, previsiblemente, La Libertad Avanza. En la antesala de una manifestación contra su gobierno los usuarios del transporte público pudieron leer esta advertencia en las pantallas: “Protesta no es violencia. La policía va a reprimir todo atentado contra la República”. Sobra decir que las imágenes que se han difundido muestran a los cuerpos de seguridad del Estado golpeando a manifestantes pacíficos, algunos de ellos de la tercera edad.

En otro frente, J.D. Vance, vicepresidente de Estados Unidos, dijo que la principal amenaza de nuestros tiempos, sobre todo en Europa, es la restricción de la libertad de expresión. El político refirió esto en el Foro de Seguridad de Múnich, realizado en febrero de este año. Mientras el trumpismo enarbola la causa de la libertad censura a la prensa y detiene a activistas universitarios acusándolos de terrorismo. Al parecer hay libertad para algunos y palos para otros. Todos somos libres, pero hay algunos más libres que otros; podría ser una adaptación de Rebelión en la granja, famosa novela de George Orwell.

Otra paradoja –o mejor dicho contradicción– de la libertad en nuestros tiempos es el experimento social desarrollado en Grafton, New Hampshire, pueblo fronterizo con Canadá. La historia fue documentada por el periodista Matthew Hongoltz-Hetling en su libro A Libertarian Walks Into a Bear (2020), publicado este año en español por Capitán Swing con el nombre de Un libertario se encuentra con un oso. El utópico plan para liberar a un pueblo (y a sus osos). En muchos momentos el texto parece el guion de alguna novela humorística, pero los hechos que se relatan están documentados por medio de notas periodísticas y trabajo de campo –que incluyó varias entrevistas con los lugareños–, además de la propia experiencia de Hongoltz-Hetling en Grafton.

La historia de este pequeño pueblo comenzó a cobrar notoriedad cuando, en 2004, cientos de personas se trasladaron a ese lugar para fundar lo que llamaron el Free Town Project (Proyecto del Pueblo Libre). La idea central de su migración tiene que ver con la propuesta del llamado “libertarismo”, que ha cobrado auge en años recientes. Como sabe cualquier lector medianamente informado, la ideología libertaria propone un Estado con atribuciones mínimas o, incluso, inexistentes. Detrás de estas ideas hay una buena cantidad de personajes que pertenecen a distintas variantes de la derecha y el dogma empresarial. Sin las regulaciones infames del gobierno cualquier sociedad debería prosperar. Los políticos, siguiendo esta lógica, son parte del problema, pues engullen nuestros impuestos y, por supuesto, limitan nuestra libertad.

En Estados Unidos, particularmente en los pueblos y las ciudades pequeñas, las ideas libertarias han tenido buena acogida quizá por la tradición independentista heredada de la separación de las colonias del Imperio Británico en el siglo XVIII. Además está ampliamente difundido el mito del self-made man, el ciudadano que puede proteger a su familia y labrar su destino con sus propias manos. La historia del Free Town Project en Grafton resume perfectamente no sólo las ansias de libertad del estadounidense promedio sino la idiosincrasia de los blancos empobrecidos que viven en pueblos que con suerte aparecen en el mapa. Desconfiados del gobierno, traicionados por la élite que vive en las grandes urbes, los ciudadanos de Grafton –al menos la mayoría de ellos– hicieron suya la guerra contra los impuestos y decidieron gestionar su comunidad al margen de las regulaciones y contribuciones colectivas. El resultado, como era de esperarse, fue un deterioro creciente en los servicios públicos que eliminó, casi por completo, funciones esenciales como las del departamento de bomberos, entre otros.

Los osos entran en esta historia de manera literal y, también, como una metáfora del mundo salvaje que encuentra espacio en un pueblo que le ha dado la espalda a la financiación pública y la ayuda gubernamental a partir de los impuestos. Hongoltz-Hetling describe a un puñado de habitantes de Grafton y su relación tormentosa con los osos. Ante la debacle administrativa y financiera los animales prosperaron, pues la gestión de desechos fue abandonada para que cada familia se las arreglara como pudiera. Alimentados con restos de nuestra comida industrializada llena de químicos, azúcares y aditivos de todo tipo, los osos que merodeaban las cercanías del pueblo se volvieron una versión hiperbolizada del ciudadano moderno: atrevidos, cada vez más irracionales y volátiles. Los encontronazos con los humanos se volvieron cada vez más frecuentes, ya que no había recursos para guardas forestales y, mucho menos, estudios y proyectos para controlar su población. Grafton, en la historia tragicómica que cuenta Matthew Hongoltz-Hetling, se volvió tierra de nadie, un lugar en el que cada persona tenía que ir armada, pues en caso de que se cruzara con un oso nadie la podría ayudar.

El experimento libertario en Grafton es un ejemplo más de la libertad llevada al absurdo o, en el mejor de los casos, a prácticas que afectan la calidad de vida de los pobladores. Al tratar de eliminar la recaudación de impuestos y la relación con el Estado los libertarios quedaron expuestos a los ataques de osos, pero también a una desorganización que acabó por sepultar su utopía. El gobierno, como cualquiera sabe, puede ser usado para oprimir a las personas y convertirse en un tirano, pero sustituir su función por una serie de propuestas que debilitan el tejido social y la cooperación para tener una comunidad estable provoca un colapso gradual en la infraestructura y la convivencia, como sucedió en Grafton. Sin embargo, a pesar de los fallidos experimentos libertarios –que incluyen las ciudades empresariales autónomas que parasitan países del Sur Global, como Próspera, fundada en una isla de Honduras en 2017–, el malentendido ideal de la libertad sigue llamando la atención de gente que muchas veces es usada como carne de cañón por políticos de derecha y sus asesores, que no buscan acabar con el Estado sino usarlo para su beneficio personal, como sucede actualmente con los personajes agrupados alrededor de Elon Musk.

Matthew Hongoltz-Hetling, Un libertario se encuentra con un oso. El utópico plan para liberar a un pueblo (y a sus osos), traducción del inglés de Carolina Santano Fernández, Capitán Swing, Madrid, 2025

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Osos contra libertarios

Quizá como nunca antes la palabra “libertad” ha estado en el discurso mediático, particularmente en una época en la que se reproducen eslóganes todos los días. Hay una sed de libertad que necesita ser saciada. Todos quieren ser libres, aunque asuman la idea de formas diferentes. El presidente argentino Javier Milei remata sus mensajes en X con un estentóreo “¡Viva la libertad, carajo!”, y llegó al poder por medio de un partido llamado, previsiblemente, La Libertad Avanza. En la antesala de una manifestación contra su gobierno los usuarios del transporte público pudieron leer esta advertencia en las pantallas: “Protesta no es violencia. La policía va a reprimir todo atentado contra la República”. Sobra decir que las imágenes que se han difundido muestran a los cuerpos de seguridad del Estado golpeando a manifestantes pacíficos, algunos de ellos de la tercera edad.

En otro frente, J.D. Vance, vicepresidente de Estados Unidos, dijo que la principal amenaza de nuestros tiempos, sobre todo en Europa, es la restricción de la libertad de expresión. El político refirió esto en el Foro de Seguridad de Múnich, realizado en febrero de este año. Mientras el trumpismo enarbola la causa de la libertad censura a la prensa y detiene a activistas universitarios acusándolos de terrorismo. Al parecer hay libertad para algunos y palos para otros. Todos somos libres, pero hay algunos más libres que otros; podría ser una adaptación de Rebelión en la granja, famosa novela de George Orwell.

Otra paradoja –o mejor dicho contradicción– de la libertad en nuestros tiempos es el experimento social desarrollado en Grafton, New Hampshire, pueblo fronterizo con Canadá. La historia fue documentada por el periodista Matthew Hongoltz-Hetling en su libro A Libertarian Walks Into a Bear (2020), publicado este año en español por Capitán Swing con el nombre de Un libertario se encuentra con un oso. El utópico plan para liberar a un pueblo (y a sus osos). En muchos momentos el texto parece el guion de alguna novela humorística, pero los hechos que se relatan están documentados por medio de notas periodísticas y trabajo de campo –que incluyó varias entrevistas con los lugareños–, además de la propia experiencia de Hongoltz-Hetling en Grafton.

La historia de este pequeño pueblo comenzó a cobrar notoriedad cuando, en 2004, cientos de personas se trasladaron a ese lugar para fundar lo que llamaron el Free Town Project (Proyecto del Pueblo Libre). La idea central de su migración tiene que ver con la propuesta del llamado “libertarismo”, que ha cobrado auge en años recientes. Como sabe cualquier lector medianamente informado, la ideología libertaria propone un Estado con atribuciones mínimas o, incluso, inexistentes. Detrás de estas ideas hay una buena cantidad de personajes que pertenecen a distintas variantes de la derecha y el dogma empresarial. Sin las regulaciones infames del gobierno cualquier sociedad debería prosperar. Los políticos, siguiendo esta lógica, son parte del problema, pues engullen nuestros impuestos y, por supuesto, limitan nuestra libertad.

En Estados Unidos, particularmente en los pueblos y las ciudades pequeñas, las ideas libertarias han tenido buena acogida quizá por la tradición independentista heredada de la separación de las colonias del Imperio Británico en el siglo XVIII. Además está ampliamente difundido el mito del self-made man, el ciudadano que puede proteger a su familia y labrar su destino con sus propias manos. La historia del Free Town Project en Grafton resume perfectamente no sólo las ansias de libertad del estadounidense promedio sino la idiosincrasia de los blancos empobrecidos que viven en pueblos que con suerte aparecen en el mapa. Desconfiados del gobierno, traicionados por la élite que vive en las grandes urbes, los ciudadanos de Grafton –al menos la mayoría de ellos– hicieron suya la guerra contra los impuestos y decidieron gestionar su comunidad al margen de las regulaciones y contribuciones colectivas. El resultado, como era de esperarse, fue un deterioro creciente en los servicios públicos que eliminó, casi por completo, funciones esenciales como las del departamento de bomberos, entre otros.

Los osos entran en esta historia de manera literal y, también, como una metáfora del mundo salvaje que encuentra espacio en un pueblo que le ha dado la espalda a la financiación pública y la ayuda gubernamental a partir de los impuestos. Hongoltz-Hetling describe a un puñado de habitantes de Grafton y su relación tormentosa con los osos. Ante la debacle administrativa y financiera los animales prosperaron, pues la gestión de desechos fue abandonada para que cada familia se las arreglara como pudiera. Alimentados con restos de nuestra comida industrializada llena de químicos, azúcares y aditivos de todo tipo, los osos que merodeaban las cercanías del pueblo se volvieron una versión hiperbolizada del ciudadano moderno: atrevidos, cada vez más irracionales y volátiles. Los encontronazos con los humanos se volvieron cada vez más frecuentes, ya que no había recursos para guardas forestales y, mucho menos, estudios y proyectos para controlar su población. Grafton, en la historia tragicómica que cuenta Matthew Hongoltz-Hetling, se volvió tierra de nadie, un lugar en el que cada persona tenía que ir armada, pues en caso de que se cruzara con un oso nadie la podría ayudar.

El experimento libertario en Grafton es un ejemplo más de la libertad llevada al absurdo o, en el mejor de los casos, a prácticas que afectan la calidad de vida de los pobladores. Al tratar de eliminar la recaudación de impuestos y la relación con el Estado los libertarios quedaron expuestos a los ataques de osos, pero también a una desorganización que acabó por sepultar su utopía. El gobierno, como cualquiera sabe, puede ser usado para oprimir a las personas y convertirse en un tirano, pero sustituir su función por una serie de propuestas que debilitan el tejido social y la cooperación para tener una comunidad estable provoca un colapso gradual en la infraestructura y la convivencia, como sucedió en Grafton. Sin embargo, a pesar de los fallidos experimentos libertarios –que incluyen las ciudades empresariales autónomas que parasitan países del Sur Global, como Próspera, fundada en una isla de Honduras en 2017–, el malentendido ideal de la libertad sigue llamando la atención de gente que muchas veces es usada como carne de cañón por políticos de derecha y sus asesores, que no buscan acabar con el Estado sino usarlo para su beneficio personal, como sucede actualmente con los personajes agrupados alrededor de Elon Musk.

Matthew Hongoltz-Hetling, Un libertario se encuentra con un oso. El utópico plan para liberar a un pueblo (y a sus osos), traducción del inglés de Carolina Santano Fernández, Capitán Swing, Madrid, 2025

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martes, 8 de abril de 2025

Desafíos al espectador

Para comprender la importancia de Twin Peaks: The Return (2017) debe delinearse el panorama televisivo en el que surgió la serie original de ABC y su impacto en el medio. Como narra Andreas Halskov en TV Peaks: Twin Peaks and Modern Television Drama (2015), cuando se emitió la primera temporada en 1990 la televisión estadounidense estaba dominada en gran medida por tres cadenas (NBC, CBS y ABC) que producían un tipo de televisión formulaica y episódica. Se buscaba “la programación menos censurable” para atraer al mayor número posible de espectadores; además “la televisión estaba ampliamente desacreditada, y el televisor recibía apodos tan dudosos como ‘el tubo’ y ‘la caja idiota’, lo que subrayaba su posición indeseable en la jerarquía de los medios”. Tal era el acuerdo colectivo que Twin Peaks vendría a cuestionar.

“El 8 de abril de 1990 se emitió el episodio piloto de Twin Peaks y 34.6 millones de estadounidenses se sintieron emocionados, horrorizados e incluso conmocionados por esta serie poco convencional de género cambiante. Una serie que nació en medio de una transición y que, en sí misma, puede haber cambiado las reglas del juego”, plantea Halskov. Creada por David Lynch y Mark Frost, Twin Peaks se convirtió en un éxito instantáneo de audiencia y crítica y tuvo un profundo impacto en la cultura popular y en el reconocimiento de la televisión como medio de expresión artística durante sus dos temporadas; sin embargo, al final de la segunda “sólo contaba con 10 millones de espectadores en Estados Unidos y, finalmente, la cadena y los ejecutivos pusieron la serie en ‘pausa indefinida’”. La emisión de ABC de un programa tan poco convencional puede atribuirse a las jerarquías de la época: la cadena con los índices de audiencia más bajos asumía mayores riesgos en sus contenidos. Aunque Twin Peaks pudo haber sido un fenómeno efímero, tras su abrupta cancelación se convirtió en un punto de referencia histórico cuya influencia es evidente en el panorama televisivo contemporáneo.

Aunque ‘Twin Peaks’ pudo haber sido un fenómeno efímero, tras su abrupta cancelación se convirtió en un punto de referencia histórico cuya influencia es evidente en el panorama televisivo contemporáneo.

Aunque atribuir exclusivamente a Twin Peaks los cambios en el panorama audiovisual sería excesivo, su historia, “que cambia continuamente de género, humor y tonalidad, era poco convencional en 1990, y lo mismo podría decirse del estilo cinematográfico de la serie”, añade Halskov. Junto a Hill Street Blues (1981-87), St. Elsewhere (1982-88) y Thirtysomething (1987-91), la obra dirigida por Lynch inspiró a diversos creadores de televisión estadounidenses años más tarde. “Al subrayar el hecho de que Twin Peaks fue creada (en parte) por un director de cine, un auténtico visionario”, escribe Halskov, “los ejecutivos y la cadena la pusieron como ejemplo de televisión de autor, lo que en 1990 era un fenómeno un tanto inusual”.

Twin Peaks

Fotograma de la primera temporada de Twin Peaks (ABC, 1990), serie de televisión creada por David Lynch y Mark Frost

El estilo cinematográfico de Twin Peaks implicaba el uso de filtros, tomas largas, planos contrapicados, sonido expresivo y música, y fue un caso temprano de migración de un autor cinematográfico a la televisión. Posteriormente lo hicieron Martin Scorsese (Boardwalk Empire, 2010-14), David Fincher (House of Cards, 2013-2018) o las hermanas Wachowski (Sense8, 2015-18). Matthew Weiner, creador de Mad Men (2007-15), declaró en una entrevista: “Ya había salido de la universidad cuando se emitió Twin Peaks, y ahí tomé conciencia de lo que era posible en la televisión”. El reconocimiento de las cualidades artísticas del medio televisivo por parte de los directores de cine tardó varios años en producirse, como ilustran los ejemplos anteriores, pues sólo en los últimos tres lustros se lo ha considerado una alternativa válida al prestigio antes asociado a la pantalla grande.

A pesar de su corta duración en ABC, Twin Peaks ayudó a legitimar la televisión como una forma de arte y tuvo un impacto medible en el panorama televisivo contemporáneo, lo que llevó a su continuación en 2017 en el canal Showtime. Amanda D. Lotz escribe en The Television Will Be Revolutionized (2014) que “la televisión se ha reconfigurado en las últimas décadas como un medio que suele dirigirse a audiencias fragmentadas y especializadas”. La televisión actual se dirige a grupos demográficos diferentes; los canales y servicios de streaming tratan de monetizar las distintas audiencias, que exigen ciertos tipos de contenido y de estilos televisivos. Este fenómeno permitió la continuación de Twin Peaks, pese a su atractivo de nicho.

A pesar de su corta duración en ABC, ‘Twin Peaks’ ayudó a legitimar la televisión como una forma de arte y tuvo un impacto medible en el panorama televisivo contemporáneo, lo que llevó a su continuación en 2017 en el canal Showtime.

La narrativa de las primeras temporadas de Twin Peaks se fue volviendo más intrincada conforme avanzaban los capítulos, con la introducción de nuevos personajes cuyas motivaciones y relaciones entrelazadas se establecían gradualmente. Hacia la segunda mitad de la segunda temporada, el relato introdujo una mayor ambigüedad estética y narrativa, que sirvió para desarrollar las cualidades mitológicas y sobrenaturales latentes en la primera. Aunque la serie aportó la complejidad narrativa que hoy se asocia a la televisión de calidad y adoptó cualidades estéticas del cine de autor, gracias al característico estilo de Lynch, se vio limitada por una época que rechazaba mayoritariamente la idea de que la televisión pudiera asumir formas artísticas complejas. 26 años después de la cancelación de la serie original, Twin Peaks: The Return brindó a David Lynch no sólo la oportunidad de continuar su obra inacabada, sino de ampliar los límites de su marco narrativo y estético. Desde el primer episodio la nueva temporada hace un uso intensivo del tiempo muerto, que ralentiza deliberadamente el ritmo de la narración y obliga al espectador a detenerse en los paisajes sonoros, la iluminación o la composición de los planos, es decir, en la puesta en escena.

Twin Peaks

Kyle McLachlan, Laura Dern y David Lynch en Twin Peaks: The Return (2017). Fotografía: Suzanne Tenner / Showtime

Tras los créditos iniciales, la primera escena del primer episodio (“Part 1: My Log Has a Message for You”) reintroduce a dos personajes vitales de la serie original: el agente especial Dale Cooper, que fue enviado originalmente a Twin Peaks para investigar el asesinato de Laura Palmer, y la entidad sobrenatural conocida como El Gigante, rebautizada como El Bombero, que guía a Cooper a lo largo de su viaje. Contra la premisa de la serie original, Twin Peaks: The Return altera la relación clásica de causa y efecto a favor del énfasis en la ambigüedad y la exposición retardada. Cooper y El Bombero son presentados en un escenario desconocido, representado con una paleta monocromática con la que el espectador no está familiarizado, donde el diálogo expositivo de El Bombero es suprimido y desfasado por la presencia implícita de una entidad maligna, más tarde conocida como Jowday o Judy, a la que dice: “Ahora no se puede decir todo en voz alta”. Debido a ello El Bombero transmite a Cooper el objetivo de forma esotérica, lo que tendrá una coherencia parcial al final de la serie, que depende en gran medida de la observación atenta del espectador y su capacidad para reconstruir instancias de exposición fragmentadas y dispersas.

Al establecer un marco narrativo ambiguo desde la primera escena, reteniendo información significativa para la comprensión y conceptualización de la serie por parte del espectador, ‘Twin Peaks: The Return’ desafía a los espectadores de la serie original con el riesgo de incordiarlos.

Al establecer un marco narrativo ambiguo desde la primera escena, reteniendo información significativa para la comprensión y conceptualización de la serie por parte del espectador, Twin Peaks: The Return desafía a los espectadores de la serie original con el riesgo de incordiarlos. Es, sin embargo, su cualidad más estimulante: la serie resiste las lecturas iniciales de quien la ve para obligarlo a mantenerse atento, en un trabajo constante de interpretación, fomentando la reevaluación y el reajuste permanentes a través de visionados y debates repetidos.

En la serie original el pueblo de Twin Peaks podía considerarse un personaje tan significativo como sus habitantes; esto cambia decididamente en The Return, que sitúa tanto su trama como los nuevos personajes en escenarios como Las Vegas o Buckhorn (Dakota del Sur). El pueblo y su gente no son ya el eje de la serie sino que se reconfiguran en la compleja y ambigua narración, que describe el viaje de regreso de Cooper a Twin Peaks a través de múltiples perspectivas aparentemente inconexas. Aunque interpretado por el mismo actor, Kyle MacLachlan, Cooper se convierte en dos personajes distintos a lo largo de la mayor parte de la nueva serie, como consecuencia del desenlace de la original. En el episodio final de la segunda temporada el personaje queda atrapado en un lugar extradimensional conocido como la Logia Negra, tras ser poseído por la entidad maligna BOB, quien en consecuencia crea el Doppelgänger que ocupa su lugar en el mundo real, denominado Mr. C. El segundo personaje se “crea” cuando Cooper escapa de la Logia Negra y entra en un estado amnésico, con funciones cognitivas limitadas, viviendo la vida de un tal Douglas “Dougie” Jones. Aunque las caracterizaciones de Mr. C y especialmente de Dougie pueden considerarse poco realistas para espectadores convencionales, son reflejo de la propuesta de Twin Peaks: The Return y su forma específica de “realismo”.

Twin Peaks

Fotograma de Twin Peaks: The Return (2017). © Showtime

Mientras Twin Peaks tiene como premisa la resolución del asesinato de Laura Palmer, Twin Peaks: The Return cuenta con tres focos narrativos que giran en torno a Mr. C, Dougie y la ciudad de Twin Peaks y sus habitantes. Estos tres hilos se entrelazan y extienden de formas inesperadas y perturbadoras, que exceden en complejidad y ambigüedad a la serie original, lo que anima al espectador a contemplar activamente la construcción del relato. A diferencia de la mayoría de los personajes, y como el Cooper de antaño, Mr. C. tiene una motivación claramente definida, el deseo de obtener una serie de coordenadas, lo que anunciaría un desenlace. Sin embargo, el propósito de las coordenadas nunca se revela: en Mr. C. se valora el viaje, no el destino.

De acuerdo con el motivo del Doppelgänger establecido en la serie original, Dougie puede considerarse acertadamente el opuesto de Mr. C: en lugar de recibir su motivación y orientación de un objetivo, encarna las cualidades del protagonista prototípico del cine de autor, se desliza pasivamente y sin rumbo de una situación a otra y recupera el conocimiento fortuitamente en el antepenúltimo episodio de la serie. La falta de un objetivo claramente definido en Dougie facilita un enfoque abierto de la causalidad narrativa, pues sus acciones no se supeditan a la conclusión del relato, lo que produce un viaje sin rumbo, una sucesión episódica de encuentros fortuitos que le conducen casualmente de vuelta a Twin Peaks. La ausencia de una relación convencional causa-efecto permite al espectador, a través de la cautela anticipatoria, comprometerse más libremente con la historia de Dougie y crear hipótesis menos obvias sobre sus próximas acciones gracias a lagunas narrativas que requieren interpretación.

Mientras ‘Twin Peaks’ tiene como premisa la resolución del asesinato de Laura Palmer, ‘Twin Peaks: The Return’ cuenta con tres focos narrativos que giran en torno a Mr. C, Dougie y la ciudad de Twin Peaks y sus habitantes. Estos tres hilos se entrelazan y extienden de formas inesperadas y perturbadoras.

Los habitantes de Twin Peaks pueden dividirse en dos grupos: los personajes que regresan de la serie original, que se entrelazan con las historias de Mr. C y Dougie/Cooper, y las nuevas criaturas introducidas en Twin Peaks: The Return. Los motivos pastorales y de Americana se desarrollan y amplían llamando la atención sobre los bosques y la vida cotidiana de los pobladores, desdramatizando el relato y resaltando tanto los momentos culminantes como los triviales. Los nuevos habitantes son, en general, representativos de los momentos banales, a diferencia de la mayoría de los personajes de la serie original, cuyos hallazgos se entretejen en la historia de Mr. C. El resto de los personajes que regresan al pueblo sirven para resolver las historias que quedaron sin conclusión debido a la cancelación de la serie original, pero el destino de algunos personajes se deja intencionalmente abierto a la interpretación para procurar ambigüedad narrativa.

Twin Peaks

El reparto y el director de Twin Peaks: The Return (2017). © Entertainment Weekly

Twin Peaks: The Return posee, como se ha argumentado, cualidades del cine de autor; la narración y las caracterizaciones profundizan la ambigüedad de su predecesora. Los espectadores que esperaban un regreso al universo familiar de las primeras dos temporadas pueden haberse sentido frustrados por la construcción desafiante de la nueva entrega. El evidente giro estilístico y la exigencia de atención interpretativa rompieron el marco establecido por la serie original, lo que, como teoriza Jason Mittell, contradice la forma en que los espectadores se involucran con una serie de televisión, que “debe proporcionar eficazmente un marco para entender su propia narración y estilo para tener éxito: el texto debe hablar a sus espectadores con una voz que nos guíe sobre cómo verlo” (Complex TV: The Poetics of Contemporary Television Storytelling, 2015). Antes del estreno de Twin Peaks: The Return ni Lynch ni Frost comunicaron el cambio estilístico, pues querían revelar lo menos posible al público condicionado por lo establecido en la serie original. En la mente de algunos se produjo una disonancia entre las expectativas y la propuesta de la tercera temporada, pero su lenguaje permitió que otros espectadores se sintieran atraídos por una serie que había sido esperada por más de un cuarto de siglo: “Los espectadores que no aprecian una serie suelen tener la sensación de no hablar el idioma del programa, lo que crea una capa de incomunicación entre lo que dice el texto y lo que podríamos estar oyendo. Muchas de las mejores series de televisión complejas funcionan en numerosos niveles, proporcionando tanto placeres superficiales como resonancias más profundas para diferentes grupos” (Mittell).

Quien conocía la filmografía de Lynch antes del estreno de Twin Peaks: The Return esperaba algo comparable, ya que la televisión se ha convertido en un medio de expresión artística semejante al cine. Pero casi nadie anticipó cambios de tanto calado en una serie establecida, legendaria. El visionado inicial es una experiencia asombrosa, que deja estupefacto y obliga a reajustar constantemente la percepción de adónde se dirige la absurda, hermosa y convincente narrativa y qué ocurriría en cada episodio. Desde su emisión en 2017 el aprecio por Twin Peaks: The Return no ha hecho más que intensificarse. Se trata de un programa estéticamente excepcional que permite involucrarse continuamente y descubrir nuevas vías de interpretación. Es lo mejor que la televisión puede ofrecer.

Pasaje de la tesis “Television Aesthetics and Twin Peaks: The Return” (2019). Publicado con la autorización del autor en La Tempestad no. 159, octubre de 2023

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Desafíos al espectador

Para comprender la importancia de Twin Peaks: The Return (2017) debe delinearse el panorama televisivo en el que surgió la serie original de ABC y su impacto en el medio. Como narra Andreas Halskov en TV Peaks: Twin Peaks and Modern Television Drama (2015), cuando se emitió la primera temporada en 1990 la televisión estadounidense estaba dominada en gran medida por tres cadenas (NBC, CBS y ABC) que producían un tipo de televisión formulaica y episódica. Se buscaba “la programación menos censurable” para atraer al mayor número posible de espectadores; además “la televisión estaba ampliamente desacreditada, y el televisor recibía apodos tan dudosos como ‘el tubo’ y ‘la caja idiota’, lo que subrayaba su posición indeseable en la jerarquía de los medios”. Tal era el acuerdo colectivo que Twin Peaks vendría a cuestionar.

“El 8 de abril de 1990 se emitió el episodio piloto de Twin Peaks y 34.6 millones de estadounidenses se sintieron emocionados, horrorizados e incluso conmocionados por esta serie poco convencional de género cambiante. Una serie que nació en medio de una transición y que, en sí misma, puede haber cambiado las reglas del juego”, plantea Halskov. Creada por David Lynch y Mark Frost, Twin Peaks se convirtió en un éxito instantáneo de audiencia y crítica y tuvo un profundo impacto en la cultura popular y en el reconocimiento de la televisión como medio de expresión artística durante sus dos temporadas; sin embargo, al final de la segunda “sólo contaba con 10 millones de espectadores en Estados Unidos y, finalmente, la cadena y los ejecutivos pusieron la serie en ‘pausa indefinida’”. La emisión de ABC de un programa tan poco convencional puede atribuirse a las jerarquías de la época: la cadena con los índices de audiencia más bajos asumía mayores riesgos en sus contenidos. Aunque Twin Peaks pudo haber sido un fenómeno efímero, tras su abrupta cancelación se convirtió en un punto de referencia histórico cuya influencia es evidente en el panorama televisivo contemporáneo.

Aunque ‘Twin Peaks’ pudo haber sido un fenómeno efímero, tras su abrupta cancelación se convirtió en un punto de referencia histórico cuya influencia es evidente en el panorama televisivo contemporáneo.

Aunque atribuir exclusivamente a Twin Peaks los cambios en el panorama audiovisual sería excesivo, su historia, “que cambia continuamente de género, humor y tonalidad, era poco convencional en 1990, y lo mismo podría decirse del estilo cinematográfico de la serie”, añade Halskov. Junto a Hill Street Blues (1981-87), St. Elsewhere (1982-88) y Thirtysomething (1987-91), la obra dirigida por Lynch inspiró a diversos creadores de televisión estadounidenses años más tarde. “Al subrayar el hecho de que Twin Peaks fue creada (en parte) por un director de cine, un auténtico visionario”, escribe Halskov, “los ejecutivos y la cadena la pusieron como ejemplo de televisión de autor, lo que en 1990 era un fenómeno un tanto inusual”.

Twin Peaks

Fotograma de la primera temporada de Twin Peaks (ABC, 1990), serie de televisión creada por David Lynch y Mark Frost

El estilo cinematográfico de Twin Peaks implicaba el uso de filtros, tomas largas, planos contrapicados, sonido expresivo y música, y fue un caso temprano de migración de un autor cinematográfico a la televisión. Posteriormente lo hicieron Martin Scorsese (Boardwalk Empire, 2010-14), David Fincher (House of Cards, 2013-2018) o las hermanas Wachowski (Sense8, 2015-18). Matthew Weiner, creador de Mad Men (2007-15), declaró en una entrevista: “Ya había salido de la universidad cuando se emitió Twin Peaks, y ahí tomé conciencia de lo que era posible en la televisión”. El reconocimiento de las cualidades artísticas del medio televisivo por parte de los directores de cine tardó varios años en producirse, como ilustran los ejemplos anteriores, pues sólo en los últimos tres lustros se lo ha considerado una alternativa válida al prestigio antes asociado a la pantalla grande.

A pesar de su corta duración en ABC, Twin Peaks ayudó a legitimar la televisión como una forma de arte y tuvo un impacto medible en el panorama televisivo contemporáneo, lo que llevó a su continuación en 2017 en el canal Showtime. Amanda D. Lotz escribe en The Television Will Be Revolutionized (2014) que “la televisión se ha reconfigurado en las últimas décadas como un medio que suele dirigirse a audiencias fragmentadas y especializadas”. La televisión actual se dirige a grupos demográficos diferentes; los canales y servicios de streaming tratan de monetizar las distintas audiencias, que exigen ciertos tipos de contenido y de estilos televisivos. Este fenómeno permitió la continuación de Twin Peaks, pese a su atractivo de nicho.

A pesar de su corta duración en ABC, ‘Twin Peaks’ ayudó a legitimar la televisión como una forma de arte y tuvo un impacto medible en el panorama televisivo contemporáneo, lo que llevó a su continuación en 2017 en el canal Showtime.

La narrativa de las primeras temporadas de Twin Peaks se fue volviendo más intrincada conforme avanzaban los capítulos, con la introducción de nuevos personajes cuyas motivaciones y relaciones entrelazadas se establecían gradualmente. Hacia la segunda mitad de la segunda temporada, el relato introdujo una mayor ambigüedad estética y narrativa, que sirvió para desarrollar las cualidades mitológicas y sobrenaturales latentes en la primera. Aunque la serie aportó la complejidad narrativa que hoy se asocia a la televisión de calidad y adoptó cualidades estéticas del cine de autor, gracias al característico estilo de Lynch, se vio limitada por una época que rechazaba mayoritariamente la idea de que la televisión pudiera asumir formas artísticas complejas. 26 años después de la cancelación de la serie original, Twin Peaks: The Return brindó a David Lynch no sólo la oportunidad de continuar su obra inacabada, sino de ampliar los límites de su marco narrativo y estético. Desde el primer episodio la nueva temporada hace un uso intensivo del tiempo muerto, que ralentiza deliberadamente el ritmo de la narración y obliga al espectador a detenerse en los paisajes sonoros, la iluminación o la composición de los planos, es decir, en la puesta en escena.

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Kyle McLachlan, Laura Dern y David Lynch en Twin Peaks: The Return (2017). Fotografía: Suzanne Tenner / Showtime

Tras los créditos iniciales, la primera escena del primer episodio (“Part 1: My Log Has a Message for You”) reintroduce a dos personajes vitales de la serie original: el agente especial Dale Cooper, que fue enviado originalmente a Twin Peaks para investigar el asesinato de Laura Palmer, y la entidad sobrenatural conocida como El Gigante, rebautizada como El Bombero, que guía a Cooper a lo largo de su viaje. Contra la premisa de la serie original, Twin Peaks: The Return altera la relación clásica de causa y efecto a favor del énfasis en la ambigüedad y la exposición retardada. Cooper y El Bombero son presentados en un escenario desconocido, representado con una paleta monocromática con la que el espectador no está familiarizado, donde el diálogo expositivo de El Bombero es suprimido y desfasado por la presencia implícita de una entidad maligna, más tarde conocida como Jowday o Judy, a la que dice: “Ahora no se puede decir todo en voz alta”. Debido a ello El Bombero transmite a Cooper el objetivo de forma esotérica, lo que tendrá una coherencia parcial al final de la serie, que depende en gran medida de la observación atenta del espectador y su capacidad para reconstruir instancias de exposición fragmentadas y dispersas.

Al establecer un marco narrativo ambiguo desde la primera escena, reteniendo información significativa para la comprensión y conceptualización de la serie por parte del espectador, ‘Twin Peaks: The Return’ desafía a los espectadores de la serie original con el riesgo de incordiarlos.

Al establecer un marco narrativo ambiguo desde la primera escena, reteniendo información significativa para la comprensión y conceptualización de la serie por parte del espectador, Twin Peaks: The Return desafía a los espectadores de la serie original con el riesgo de incordiarlos. Es, sin embargo, su cualidad más estimulante: la serie resiste las lecturas iniciales de quien la ve para obligarlo a mantenerse atento, en un trabajo constante de interpretación, fomentando la reevaluación y el reajuste permanentes a través de visionados y debates repetidos.

En la serie original el pueblo de Twin Peaks podía considerarse un personaje tan significativo como sus habitantes; esto cambia decididamente en The Return, que sitúa tanto su trama como los nuevos personajes en escenarios como Las Vegas o Buckhorn (Dakota del Sur). El pueblo y su gente no son ya el eje de la serie sino que se reconfiguran en la compleja y ambigua narración, que describe el viaje de regreso de Cooper a Twin Peaks a través de múltiples perspectivas aparentemente inconexas. Aunque interpretado por el mismo actor, Kyle MacLachlan, Cooper se convierte en dos personajes distintos a lo largo de la mayor parte de la nueva serie, como consecuencia del desenlace de la original. En el episodio final de la segunda temporada el personaje queda atrapado en un lugar extradimensional conocido como la Logia Negra, tras ser poseído por la entidad maligna BOB, quien en consecuencia crea el Doppelgänger que ocupa su lugar en el mundo real, denominado Mr. C. El segundo personaje se “crea” cuando Cooper escapa de la Logia Negra y entra en un estado amnésico, con funciones cognitivas limitadas, viviendo la vida de un tal Douglas “Dougie” Jones. Aunque las caracterizaciones de Mr. C y especialmente de Dougie pueden considerarse poco realistas para espectadores convencionales, son reflejo de la propuesta de Twin Peaks: The Return y su forma específica de “realismo”.

Twin Peaks

Fotograma de Twin Peaks: The Return (2017). © Showtime

Mientras Twin Peaks tiene como premisa la resolución del asesinato de Laura Palmer, Twin Peaks: The Return cuenta con tres focos narrativos que giran en torno a Mr. C, Dougie y la ciudad de Twin Peaks y sus habitantes. Estos tres hilos se entrelazan y extienden de formas inesperadas y perturbadoras, que exceden en complejidad y ambigüedad a la serie original, lo que anima al espectador a contemplar activamente la construcción del relato. A diferencia de la mayoría de los personajes, y como el Cooper de antaño, Mr. C. tiene una motivación claramente definida, el deseo de obtener una serie de coordenadas, lo que anunciaría un desenlace. Sin embargo, el propósito de las coordenadas nunca se revela: en Mr. C. se valora el viaje, no el destino.

De acuerdo con el motivo del Doppelgänger establecido en la serie original, Dougie puede considerarse acertadamente el opuesto de Mr. C: en lugar de recibir su motivación y orientación de un objetivo, encarna las cualidades del protagonista prototípico del cine de autor, se desliza pasivamente y sin rumbo de una situación a otra y recupera el conocimiento fortuitamente en el antepenúltimo episodio de la serie. La falta de un objetivo claramente definido en Dougie facilita un enfoque abierto de la causalidad narrativa, pues sus acciones no se supeditan a la conclusión del relato, lo que produce un viaje sin rumbo, una sucesión episódica de encuentros fortuitos que le conducen casualmente de vuelta a Twin Peaks. La ausencia de una relación convencional causa-efecto permite al espectador, a través de la cautela anticipatoria, comprometerse más libremente con la historia de Dougie y crear hipótesis menos obvias sobre sus próximas acciones gracias a lagunas narrativas que requieren interpretación.

Mientras ‘Twin Peaks’ tiene como premisa la resolución del asesinato de Laura Palmer, ‘Twin Peaks: The Return’ cuenta con tres focos narrativos que giran en torno a Mr. C, Dougie y la ciudad de Twin Peaks y sus habitantes. Estos tres hilos se entrelazan y extienden de formas inesperadas y perturbadoras.

Los habitantes de Twin Peaks pueden dividirse en dos grupos: los personajes que regresan de la serie original, que se entrelazan con las historias de Mr. C y Dougie/Cooper, y las nuevas criaturas introducidas en Twin Peaks: The Return. Los motivos pastorales y de Americana se desarrollan y amplían llamando la atención sobre los bosques y la vida cotidiana de los pobladores, desdramatizando el relato y resaltando tanto los momentos culminantes como los triviales. Los nuevos habitantes son, en general, representativos de los momentos banales, a diferencia de la mayoría de los personajes de la serie original, cuyos hallazgos se entretejen en la historia de Mr. C. El resto de los personajes que regresan al pueblo sirven para resolver las historias que quedaron sin conclusión debido a la cancelación de la serie original, pero el destino de algunos personajes se deja intencionalmente abierto a la interpretación para procurar ambigüedad narrativa.

Twin Peaks

El reparto y el director de Twin Peaks: The Return (2017). © Entertainment Weekly

Twin Peaks: The Return posee, como se ha argumentado, cualidades del cine de autor; la narración y las caracterizaciones profundizan la ambigüedad de su predecesora. Los espectadores que esperaban un regreso al universo familiar de las primeras dos temporadas pueden haberse sentido frustrados por la construcción desafiante de la nueva entrega. El evidente giro estilístico y la exigencia de atención interpretativa rompieron el marco establecido por la serie original, lo que, como teoriza Jason Mittell, contradice la forma en que los espectadores se involucran con una serie de televisión, que “debe proporcionar eficazmente un marco para entender su propia narración y estilo para tener éxito: el texto debe hablar a sus espectadores con una voz que nos guíe sobre cómo verlo” (Complex TV: The Poetics of Contemporary Television Storytelling, 2015). Antes del estreno de Twin Peaks: The Return ni Lynch ni Frost comunicaron el cambio estilístico, pues querían revelar lo menos posible al público condicionado por lo establecido en la serie original. En la mente de algunos se produjo una disonancia entre las expectativas y la propuesta de la tercera temporada, pero su lenguaje permitió que otros espectadores se sintieran atraídos por una serie que había sido esperada por más de un cuarto de siglo: “Los espectadores que no aprecian una serie suelen tener la sensación de no hablar el idioma del programa, lo que crea una capa de incomunicación entre lo que dice el texto y lo que podríamos estar oyendo. Muchas de las mejores series de televisión complejas funcionan en numerosos niveles, proporcionando tanto placeres superficiales como resonancias más profundas para diferentes grupos” (Mittell).

Quien conocía la filmografía de Lynch antes del estreno de Twin Peaks: The Return esperaba algo comparable, ya que la televisión se ha convertido en un medio de expresión artística semejante al cine. Pero casi nadie anticipó cambios de tanto calado en una serie establecida, legendaria. El visionado inicial es una experiencia asombrosa, que deja estupefacto y obliga a reajustar constantemente la percepción de adónde se dirige la absurda, hermosa y convincente narrativa y qué ocurriría en cada episodio. Desde su emisión en 2017 el aprecio por Twin Peaks: The Return no ha hecho más que intensificarse. Se trata de un programa estéticamente excepcional que permite involucrarse continuamente y descubrir nuevas vías de interpretación. Es lo mejor que la televisión puede ofrecer.

Pasaje de la tesis “Television Aesthetics and Twin Peaks: The Return” (2019). Publicado con la autorización del autor en La Tempestad no. 159, octubre de 2023

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lunes, 7 de abril de 2025

Esto no es un homenaje: sobre Geles Cabrera

Dentro de los meticulosos archivos –volúmenes gigantescos repletos de recortes de prensa, folletos y fotos– que mantiene Geles Cabrera sobre su larga trayectoria artística, resalta una oración entre innumerables otras: “¿Homenajes?”, pregunta la escultora; “No quiero homenajes… menos en silla de ruedas”. Así que, en cierto sentido, este ensayo implica una paradoja. Al entrevistarla sobre un incidente en el que la esposa de Rufino Tamayo anunció que su museo de ninguna manera adquiriría una pieza de Cabrera, el escultor Pedro Reyes, amigo cercano de la artista, usó la palabra “reparar” para describir lo que debía hacerse para garantizar que la obra de la escultora se exhiba en esa institución. “Reparar”, entonces, describe el impulso detrás de este escrito. El pasado no se puede enmendar; el futuro es, tal vez, más maleable.

El artículo que contenía la oración resaltada al inicio se titula “Soy una escultora más querida en el extranjero que en mi propio país”. Este señalamiento es el punto de partida de mi investigación sobre Geles Cabrera, que comenzó con largas sesiones en compañía de los enormes volúmenes que recopiló sobre su trayectoria. Intento traer a la superficie los hechos del pasado sin hacer suposiciones. Cabrera es franca. En sus escritos esquiva los adjetivos y la sintaxis compleja. En las entrevistas responde sin rodeos, evita la grandilocuencia cuando describe sus esculturas y desafía al público para que reconozca que el machismo, inherente a una sociedad patriarcal, mantuvo sus obras fuera de las colecciones permanentes institucionales, en las cuales le hubiera gustado verlas.

En la entrevista con Reyes, Cabrera reta: “Dime si no es machista el sistema mexicano. Claro que sí”. Cuando se le pregunta sobre la naturaleza sexual de algunas de sus piezas, ella responde con naturalidad que “había que ponerle […] amor”. Cuando se habla de la porosidad de la roca volcánica, que prevalece en muchas de sus esculturas, rechaza la noción de material musa, piedra que canta, para afirmar que ella sólo se “ponía a trabajar y se acabó”. Geles Cabrera piensa en piedra. Ve sus esculturas de bronce como meros bocetos, tan transitorios que destruye los moldes. Es pragmática y trabajadora. Hacía arte en la cocina o el baño, en la casa donde crió a cinco hijos. Fundó su propio museo, que –afirma categóricamente– el gobierno no hizo ningún esfuerzo por preservar. Llamarla pragmática no es negar el hedonismo en sus formas. Es una dicotomía dominante en su trabajo. ¿Qué tiene de impráctico disfrutar del cuerpo?

Geles Cabrera

Geles Cabrera. Cortesía de la artista y de la galería Agustina Ferreyra

Cabrera comenzó a exponer su trabajo en México en 1949, con 22 años, y desde entonces ha expuesto más de 50 veces, con recepción crítica habitualmente positiva (no exenta de sutilezas machistas, en ocasiones). Fue una de las fundadoras de la Asociación de Artistas Plásticos de México (ARTAC) junto a personajes como David Alfaro Siqueiros, Juan O’Gorman o Manuel Felguérez. Expuso con Francisco Zúñiga; llevó a Mathias Goeritz y otros artistas a un proyecto de land art en el estado de Tabasco; trabajó con seis visionarios (Goeritz y Tamayo entre ellos) para crear un conjunto de esculturas milimétricas conocidas como Siete monedas de oro. Aunque comúnmente se la asocia con trabajos en piedra, Cabrera exhibió piezas acrílicas esculpidas utilizando un método de soplete que ella inventó cuando un amigo le ofreció el material.

Geles Cabrera comenzó a exponer su trabajo en México en 1949, con 22 años, y desde entonces ha expuesto más de 50 veces, con recepción crítica habitualmente positiva (no exenta de sutilezas machistas, en ocasiones).

Entre los documentos que reviso hay un facsímil en el que Geles Cabrera describe su rol en el colectivo GUCADIGO (más tarde GADIGOSE, luego BAGUCADIGOSETA), integrado en sus inicios por Ángela Gurría, Mathias Goeritz, Juan Luis Díaz y Sebastián y que creó el proyecto de land art mencionado. Esta información se convierte en una piedra angular de mi investigación, un elemento fundamental en mi comprensión de la artista. Cabrera se refiere a la obra como “quehacer escultórico”. Escribe: “Mi lenguaje es primordialmente figurativo, transformado por mis necesidades de expresión”. Tacha: “Adoro la figura humana, el cuerpo, el desnudo, el entorno y la piel de las cosas”, frase que continúa con “la vida que [sic] capto como formas y sugerencias de volumen”.

Sus formas, aunque sensuales (si no seductoras), suficientemente abstractas como para no siempre ser figurativas, son, según su definición, vida en piedra. No sorprende que Cabrera tache la parte de la oración que describe sus inclinaciones, pero deja las palabras forma y volumen en la página. Cuando se le pregunta sobre la inspiración específica de su serie acrílica Formas ambientales responde que no la tiene, que el trabajo estaba destinado a hacer algo “volátil” con el material. La artista, en sus propias palabras, sencillamente se pone a trabajar. Hace arte física e instintivamente: la mera definición de ser escultora, alguien que extrae una imagen del material en lugar de imponérsela.

Geles Cabrera

Vista de la exposición Geles Cabrera: Museo Escultórico, Americas Society, Nueva York, 2022. Fotografía: Arturo Sánchez

Tal vez “quehacer escultórico” es una manera adecuada de describir la intención de este ensayo: insistir, reparar y, a la vez, no homenajear. Pretendo extraer la imagen de la trayectoria de Geles Cabrera de la materia histórica ya existente. Quiero traer a la luz información que existe en las páginas de sus archivos más que en la percepción pública o las páginas de Internet, donde solo se encuentran unos cuantos anuncios sobre la trayectoria de Cabrera, principalmente notas sobre exposiciones en la Americas Society y el Museo Experimental El Eco, así como referencias al ahora cerrado Museo Escultórico Geles Cabrera –una institución que, argumento, sigue existiendo tras las puertas de la casa de la artista en Coyoacán, donde resguarda docenas de sus esculturas: bustos y figuras interpolados entre libros y objetos personales.

Para poder avanzar en este metafórico “quehacer escultórico”, para poder extraer “la imagen”, hay que hacer preguntas. La duda es un cincel afilado. ¿A qué se debe la falta de apoyo que Cabrera ha sentido de parte de las instituciones de su país? ¿Al machismo que describió en su entrevista con Pedro Reyes? Como mujer y artista, espero (y casi quiero) confirmar lo que muchas de nosotras hemos experimentado: el poder del sistema patriarcal que decide cuáles mareas suben y cuáles bajan.

La galerista Agustina Ferreyra describe a la artista como punk, en el sentido anticonformista de la palabra. Me recuerda que la curaduría patriarcal de la historia es una constante y, por tanto, no siempre selectiva.

Mi sospecha se contextualiza cuando me reúno con Agustina Ferreyra, la galerista de Cabrera, que asumió la formidable y valiosa tarea de catalogar la obra de la escultora, descubriendo piezas desconocidas. Describe a la artista como punk, en el sentido anticonformista de la palabra. Me recuerda que la curaduría patriarcal de la historia es una constante y, por tanto, no siempre selectiva. Cabrera disfrutó una trayectoria exitosa, prueba de ello son los cientos de páginas de recortes y folletos que guardó. Esto no quiere decir que tuviera tantas oportunidades como sus contemporáneos masculinos, pero tampoco que fuera pasada por alto. Trabajó tenazmente para avivar su propia trayectoria. Quienes apreciaban su trabajo la invitaron a colaborar, como ella lo hizo con los que admiraba.

Geles Cabrera

Vista de la exposición Geles Cabrera, Galería Agustina Ferreyra, Ciudad de México, 2019. Cortesía de la artista y de la galería Agustina Ferreyra

Ferreyra inscribe a Geles Cabrera en una nueva narrativa, como si fuera una artista emergente que exhibe su trabajo junto a artistas que comparten temas como la fantasía, el futuro y el género. Los visitantes de la galería no pueden creer que la artista (que está a punto de cumplir 99 años) haya creado una obra con estas cualidades hace décadas. Se adelantó a su tiempo porque se adelantó a la historia social sobre el papel de la mujer. Presentó una anomalía alucinante. Además de artista, Cabrera fue esposa y es madre. Algunas de sus esculturas representan la sexualidad, otras la maternidad y la inocencia de la infancia. Esta multiplicidad, antes, no cuadraba.

Cabrera plasmó visiones sexuales en una época en que las mujeres “no debían” tenerlas, y mucho menos exponerlas. Algunas de sus obras muestran cuerpos sin género, desnudos grupales, falos exagerados.

Cabrera plasmó visiones sexuales en una época en que las mujeres “no debían” tenerlas, y mucho menos exponerlas. Algunas de sus obras muestran cuerpos sin género, desnudos grupales, falos exagerados. Cuando Agustina Ferreyra le pregunta sobre una escultura con esta última característica, la escultora responde que se trata de una fantasía. Cabrera siempre se ha dado permiso para imaginar, para dejar que su mente explore los márgenes. Sus sujetos (aunque sean imaginarios) son los que la historia suele querer borrar, especialmente cuando son mujeres. Algunos percibieron estas obras como escandalosas, porque claramente se situaban a contracorriente.

Y hubo un costo. La obra de Geles Cabrera no es tan universalmente conocida como la de sus pares. Las únicas instituciones culturales locales que poseen sus obras son el Museo de Arte Moderno y El Colegio de México. Ha tenido que abogar por su obra; otros, como Ferreyra y Reyes, se han dedicado apasionadamente a acompañarla. Pese a estos retos, la escultora no se considera una víctima. Comprende el funcionamiento del patriarcado pero, como explica Ferrerya, a lo largo de su trayectoria hizo lo que quiso y resistió a través de la imaginación.

Geles Cabrera

Vista de la exposición Geles Cabrera: primera escultora de México, Museo Experimental El Eco, Ciudad de México, 2018. Fotografía: Rodrigo Valero Puertas

Cabrera reconoce su fuerza. Sabe que abrió puertas. Cuando, como adolescente, se matriculó en la Academia de San Carlos para estudiar con Fidias Elizondo, la escultura era cosa de hombres. Esculpir requería martillos, cinceles y “músculo”, pero no se dejó disuadir. Agradece las experiencias que vinieron después, como resultado de esa perseverancia –desde ir a Cuba, donde trabajó con Wilfredo Lam, hasta participar en GUCADIGO. Agradece los materiales, pues en sus palabras “cualquier medio es bueno para expresar una emoción”. Está agradecida con las formas: el rostro y el cuerpo humanos y sus expresiones. Agradece el legado plástico de México, comparte su asombro por la escultura prehispánica, que considera la mejor en la historia de este territorio. Describe la experiencia visceral de tocar los relieves en el sitio arqueológico de Comalcalco, que se cree fue una escuela de arte debido a la presencia de imágenes repetidas que parecen haber sido talladas por diferentes personas.

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Cabrera reconoce su fuerza. Sabe que abrió puertas. Cuando, como adolescente, se matriculó en la Academia de San Carlos para estudiar con Fidias Elizondo, la escultura era cosa de hombres. Esculpir requería martillos, cinceles y “músculo”, pero no se dejó disuadir.

Me encuentro por fin –por fortuna– en la casa de Geles Cabrera, sentada en una gran mesa de comedor con uno de sus hijos, Rafael, y su galerista, Agustina Ferreyra. Estamos sentados, explica Rafael, donde una vez estuvo la enorme estufa en la que su madre cocinaba y derretía cera para moldes. Cabrera mantenía un balance entre la creación artística y la vida doméstica. El hijo nos cuenta la vez en que su madre y su padre viajaron a Washington con esculturas a cuestas, para la exposición de la artista en la Unión Panamericana, en 1956, sin omitir el hecho de que su padre tuvo que firmar un permiso para que su esposa pudiera salir del país. Se aprecia una constante en estos relatos: la brecha entre la apertura de roles en el círculo íntimo de Cabrera y las limitaciones impuestas por la sociedad.

Subimos las escaleras para sentarnos con Cabrera. Sus labios están pintados de un tono carmín, que combina con su blusa y contrasta con una vibrante chaqueta floral. Tiene ojos expresivos y una risa cálida, que advierto mientras reímos por una anécdota en la que su padre se escandalizó cuando la escritora Pita Amor le quitó la ropa mientras recitaba un poema durante la primera exposición de la obra de la joven artista en México.

Geles Cabrera

Geles Cabrera en su Museo Escultórico, a comienzos de los sesenta

Le pregunto de qué está más orgullosa. Cabrera no pierde el ritmo: de esa primera exposición. ¿Cuál es su material favorito? La terracota. Pasa a reconocer las obras precolombinas y a admirar la maleable posibilidad del barro. Las manos interactúan directamente con la arcilla, sin cincel o mazo como intermediario. La terracota es punk, poderosa y sensual. Le pregunto si tiene una obra favorita y dice que no, con la mirada y con la voz. Dice que, si sus manos se lo permitieran, seguiría esculpiendo. ¿Hay una palabra que describa su arte? En lugar de ofrecer un término, nos deja con un recuerdo. Uno de sus primeros profesores de escultura retrocedió ante sus figuras abstractas, sin rostros reconocibles, y le preguntó qué estaba haciendo. ¿Su respuesta? Precisamente lo que quería hacer.

¿Cómo dar lugar a la obra de Cabrera en el futuro? ¿Cómo asegurar su permanencia? En 2024 recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes, y este año contará con una retrospectiva en el Museo del Palacio de Bellas Artes, que irá acompañada de una publicación. Quiero pensar que, más que homenajes, se trata de puntos (clave, sí) en una línea de tiempo que no marcan ni el principio ni el fin. La trayectoria de Cabrera nos enseña que un artista no solo tiene que crear una obra y promoverla, sino también apoyarse en el esfuerzo colectivo para diseminarla. Para que una obra exista, tiene que ser vista. Es necesaria tenacidad. Conservar e impulsar una obra no siempre es suficiente. Si bien a veces es arrastrada fuera de la conciencia pública por nuevas tendencias artísticas, debe protegerse de aquellos fenómenos sociales que persiguen que ciertas mareas nunca alcancen la cúspide.

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