sábado, 9 de noviembre de 2024

Un rencor muerto (y un montón de ‘likes’)

Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy distante, vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”, suena al interior de mi cabeza cuando comienzo a ver la adaptación de Netflix, que no de Rodrigo Prieto, de la famosa novela única de Juan Rulfo, esa que algunos cacarean como la mejor novela mexicana de todos los tiempos.

Y es que Pedro Páramo, hay que decirlo, no sólo es nuestra Ilíada sino también nuestra Odisea, una obra hecha a partir de mitos, es decir, de voces, mejor aún, de murmullos, en la que se representa, de manera ulterior, luego no evidente, aquello que nos hace mexicanos, nuestra idiosincrasia vuelta literatura a través de la genial mediación textual de Juan Rulfo.

Pero hablemos del filme, no del libro, aunque el primero busque afanosa y correctamente ser una fiel representación del último, y es justo ahí donde comienzan los problemas, apenas escuchamos la voz en off de Juan Preciado replicando con enjundia las indelebles palabras de su madre Dolores, haciendo énfasis en las últimas dos: “El olvido en el que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”.

A ese par de palabras señeras le sigue un corte a negro y el título del filme, como si fuera otra de esas películas de superhéroes, cualquier saga o serie a las que nos hemos acostumbrado de tanto consumirlas. Un producto de Netflix, pues, envuelto por un notable equipo de dirección y producción, así como de un elenco sin tacha, a partir de un guion impecable de Mateo Gil.

Lejos de tomarse libertades y apropiarse del texto (en un sentido opuesto y muy reconocible, pensemos en lo que hicieron Stanley Kubrick y Diane Johnson con The Shining de Stephen King, para hablar sólo de una de las adaptaciones y apropiaciones de obras ajenas, vueltas propias, de Kubrick), Gil consigue destilar y reducir la obra de Rulfo sin que pierda su esencia: nadie que no haya leído el libro podrá acusarlo de no serle fiel, porque ahí está todo el lenguaje y hasta la voz de su autor, el ánimo narrativo, la trama precisa, los eventos fundamentales hilados con maestría a través de parlamentos que no buscan ser fieles a una época sino a una pieza de arte que, infinitas veces manoseada, no ha perdido un ápice de su integridad. En resumen Gil no es más que un médium y un hábil prestidigitador editorial, para no decir un respetuoso creyente de la obra a la que no se atreve a mancillar.

Prieto, por su parte, trata el guion de Gil con precisión quirúrgica y sin quitarse ni un segundo los guantes: lo lleva a la pantalla como Dios manda, con cada cosa en su lugar preciso, desde las locaciones hasta los delirios de la muerte (hay un momento en el que, en medio de un remolino de ánimas o muertos, nos sentimos en Bardo de Alejandro González Iñárritu, lo cual no es precisamente un halago), pasando por un tratamiento actoral notable, sobre todo en el caso del protagonista ulterior del relato, un tal Pedro Páramo, encarnado por un descendiente casi obligado de Juan: Manuel García-Rulfo.

Dicho lo anterior, se dirá la persona lectora, ¿cuál es el problema con el Pedro Páramo de Netflix? La respuesta, en apariencia sencilla, es: la perfección. Tan perfecta es la película de Rodrigo Prieto que termina siendo fallida en su afán de representar, con la mayor fidelidad posible, una obra en sí imposible de representar en otro medio que no sea el texto que ya conocemos, un montón de palabras redivivas, obra única y diferenciada del resto, pilar fundacional de lo que el mercado hoy llama el “realismo mágico” del “boom latinoamericano”, aunque Rulfo no sea ni lo uno ni lo otro (si acaso es un autor gótico de la posrevolución mexicana, como Elena Garro y tantos otros).

Pero ¿cuál es el problema, de nuevo, si la película de Prieto es perfecta y correcta y, ay, rulfiana? De nuevo: todo eso, y más que eso. De vuelta con Kubrick, y ahora con Lucrecia Martel (que hizo una genialidad a partir de Zama, la inadaptable novela de Antonio Di Benedetto): si una como autora no revienta, por así decirlo, un clásico literario en su traslado al cine (o al teatro o a la ópera o a cualquier otra forma de representación artística), no está haciendo algo en realidad original ni con voz u ojo u oído o trazo propios, sino una calca o una burda imitación, entre más perfecta sea ésta. En suma: Pedro Páramo de Rodrigo Prieto es en realidad Pedro Páramo de Netflix, como ya dije al principio. Prieto no es un autor: es un empleado (notable, sí) de la corrección audiovisual animada por el mercado del presente.

En Pedro Páramo, la película de 2024, su protagonista no es un “rencor vivo”, como le dice Abundio a Juan Preciado al inicio, sino un rencor muerto, consumido y consumible que, más que terminar convirtiéndose en un montón de piedras, se transformará en un montón de likes de tan digerible, eficiente, efectiva y, de nuevo, correcta que es. Una obra, sí, perfecta, porque es una obra sin personalidad, es decir, un mero producto que imita a su fuente originaria, como la imitación de una bolsa Louis Vuitton made in China, musicalizada por el descafeinado pero preciso Gustavo Santaolalla (qué molesta es su necia y plana intervención, ahí donde tan solo bastaban los sonidos atmosféricos, el “rechinido” de la tierra), la cereza en el pastel de un producto Netflix.

Rematada con la discreta palabra “Fin” en el momento en que Pedro Páramo, abatido y echado en el suelo, se convierte en un montón de piedras, cae el telón y la pantalla nos ofrece o nos ofrecerá adentrarnos en la siguiente obra de Netflix, ya abierta la boca y dado el like obligado: la próxima serialización de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, porque el espectáculo, ya se sabe, es imparable y debe continuar.

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Un rencor muerto (y un montón de ‘likes’)

Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy distante, vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”, suena al interior de mi cabeza cuando comienzo a ver la adaptación de Netflix, que no de Rodrigo Prieto, de la famosa novela única de Juan Rulfo, esa que algunos cacarean como la mejor novela mexicana de todos los tiempos.

Y es que Pedro Páramo, hay que decirlo, no sólo es nuestra Ilíada sino también nuestra Odisea, una obra hecha a partir de mitos, es decir, de voces, mejor aún, de murmullos, en la que se representa, de manera ulterior, luego no evidente, aquello que nos hace mexicanos, nuestra idiosincrasia vuelta literatura a través de la genial mediación textual de Juan Rulfo.

Pero hablemos del filme, no del libro, aunque el primero busque afanosa y correctamente ser una fiel representación del último, y es justo ahí donde comienzan los problemas, apenas escuchamos la voz en off de Juan Preciado replicando con enjundia las indelebles palabras de su madre Dolores, haciendo énfasis en las últimas dos: “El olvido en el que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”.

A ese par de palabras señeras le sigue un corte a negro y el título del filme, como si fuera otra de esas películas de superhéroes, cualquier saga o serie a las que nos hemos acostumbrado de tanto consumirlas. Un producto de Netflix, pues, envuelto por un notable equipo de dirección y producción, así como de un elenco sin tacha, a partir de un guion impecable de Mateo Gil.

Lejos de tomarse libertades y apropiarse del texto (en un sentido opuesto y muy reconocible, pensemos en lo que hicieron Stanley Kubrick y Diane Johnson con The Shining de Stephen King, para hablar sólo de una de las adaptaciones y apropiaciones de obras ajenas, vueltas propias, de Kubrick), Gil consigue destilar y reducir la obra de Rulfo sin que pierda su esencia: nadie que no haya leído el libro podrá acusarlo de no serle fiel, porque ahí está todo el lenguaje y hasta la voz de su autor, el ánimo narrativo, la trama precisa, los eventos fundamentales hilados con maestría a través de parlamentos que no buscan ser fieles a una época sino a una pieza de arte que, infinitas veces manoseada, no ha perdido un ápice de su integridad. En resumen Gil no es más que un médium y un hábil prestidigitador editorial, para no decir un respetuoso creyente de la obra a la que no se atreve a mancillar.

Prieto, por su parte, trata el guion de Gil con precisión quirúrgica y sin quitarse ni un segundo los guantes: lo lleva a la pantalla como Dios manda, con cada cosa en su lugar preciso, desde las locaciones hasta los delirios de la muerte (hay un momento en el que, en medio de un remolino de ánimas o muertos, nos sentimos en Bardo de Alejandro González Iñárritu, lo cual no es precisamente un halago), pasando por un tratamiento actoral notable, sobre todo en el caso del protagonista ulterior del relato, un tal Pedro Páramo, encarnado por un descendiente casi obligado de Juan: Manuel García-Rulfo.

Dicho lo anterior, se dirá la persona lectora, ¿cuál es el problema con el Pedro Páramo de Netflix? La respuesta, en apariencia sencilla, es: la perfección. Tan perfecta es la película de Rodrigo Prieto que termina siendo fallida en su afán de representar, con la mayor fidelidad posible, una obra en sí imposible de representar en otro medio que no sea el texto que ya conocemos, un montón de palabras redivivas, obra única y diferenciada del resto, pilar fundacional de lo que el mercado hoy llama el “realismo mágico” del “boom latinoamericano”, aunque Rulfo no sea ni lo uno ni lo otro (si acaso es un autor gótico de la posrevolución mexicana, como Elena Garro y tantos otros).

Pero ¿cuál es el problema, de nuevo, si la película de Prieto es perfecta y correcta y, ay, rulfiana? De nuevo: todo eso, y más que eso. De vuelta con Kubrick, y ahora con Lucrecia Martel (que hizo una genialidad a partir de Zama, la inadaptable novela de Antonio Di Benedetto): si una como autora no revienta, por así decirlo, un clásico literario en su traslado al cine (o al teatro o a la ópera o a cualquier otra forma de representación artística), no está haciendo algo en realidad original ni con voz u ojo u oído o trazo propios, sino una calca o una burda imitación, entre más perfecta sea ésta. En suma: Pedro Páramo de Rodrigo Prieto es en realidad Pedro Páramo de Netflix, como ya dije al principio. Prieto no es un autor: es un empleado (notable, sí) de la corrección audiovisual animada por el mercado del presente.

En Pedro Páramo, la película de 2024, su protagonista no es un “rencor vivo”, como le dice Abundio a Juan Preciado al inicio, sino un rencor muerto, consumido y consumible que, más que terminar convirtiéndose en un montón de piedras, se transformará en un montón de likes de tan digerible, eficiente, efectiva y, de nuevo, correcta que es. Una obra, sí, perfecta, porque es una obra sin personalidad, es decir, un mero producto que imita a su fuente originaria, como la imitación de una bolsa Louis Vuitton made in China, musicalizada por el descafeinado pero preciso Gustavo Santaolalla (qué molesta es su necia y plana intervención, ahí donde tan solo bastaban los sonidos atmosféricos, el “rechinido” de la tierra), la cereza en el pastel de un producto Netflix.

Rematada con la discreta palabra “Fin” en el momento en que Pedro Páramo, abatido y echado en el suelo, se convierte en un montón de piedras, cae el telón y la pantalla nos ofrece o nos ofrecerá adentrarnos en la siguiente obra de Netflix, ya abierta la boca y dado el like obligado: la próxima serialización de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, porque el espectáculo, ya se sabe, es imparable y debe continuar.

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viernes, 8 de noviembre de 2024

Pre-Textos: editar para lectores

Manuel Borrás (Valencia, 1952), licenciado en filología moderna por la Universidad de Valencia, es una de las figuras más relevantes de la edición española. Su interés por la literatura lo llevó a fundar en 1976, junto a Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba, la editorial Pre-Textos, de la que es editor literario. Autores como Juan Ramón Jiménez, Eça de Queirós o Henry James forman parte del esmerado catálogo que ha ido componiendo a lo largo de casi medio siglo.

Pre-Textos ha recibido importantes galardones por su labor en el mundo de los libros, entre los que destacan el Premio Nacional del Ministerio de Cultura (España) a la Mejor Labor Editorial o el Reconocimiento al Mérito Editorial que le concedió la Feria del Libro de Guadalajara. Tuvimos la oportunidad de charlar con Manuel Borrás sobre el mundo de la edición y su concepción de la literatura.

Pre-Textos cumplirá cincuenta años de existencia en un par de años. ¿Cómo ha evolucionado el catálogo de la editorial desde que se fundó en 1976?

Ha evolucionado, lógicamente, en el plano cuantitativo, porque al día de hoy tenemos más de dos mil títulos publicados. Desde el comienzo hasta hoy ha cambiado mucho la configuración de las colecciones. De hecho cuando iniciamos la andadura editorial no queríamos hacer distingos entre colecciones porque seguimos pensando, además, que cada una de las disciplinas del mundo de la cultura escrita están interconectadas. Quién se atreve a decir que la poesía, la narrativa o incluso el pensamiento no tienen vínculos íntimos: nadie. ¿Qué pasó? Los distribuidores nos decían que teníamos que distinguir e identificar los libros por colecciones, porque eso facilitaba la labor archivista de los libreros.

“Cuando iniciamos la andadura editorial no queríamos hacer distingos entre colecciones porque seguimos pensando, además, que cada una de las disciplinas del mundo de la cultura escrita están interconectadas.”

Nosotros, un poco a disgusto, aceptamos porque se hacía difícil incluso la propia distribución de los libros sin esa distinción inicial. Acabamos aposentando y definiendo cada una de las colecciones: de ahí nacen las de poesía, las dos de narrativa y las tres que yo creo son más singulares en nuestro catálogo: la de poéticas, Textos y Pretextos, con espléndido diseño de Manuel Ramírez; El Pájaro Solitario, diseñada también por Manuel, en la que se han editado libros de poesía cuyo único protagonista es el mundo de las aves; nos inventamos también la colección Cosmópolis, donde se habla de ciudades, de recorridos tanto por ciudades concretas como por el campo. Yo creo que estas tres colecciones son inéditas en el mundo de la edición, constituyen novedades en sí mismas. Y, además, han gozado del predicamento de los lectores, no han pasado desapercibidas.

El problema está en darles el ritmo adecuado, porque en el momento actual hay tal oferta editorial que pueden quedar fácilmente sepultadas por la avalancha de novedades. A veces dar el ritmo al que el mercado te obliga es difícil sobre todo para editores como nosotros, primero vocacionales, después literarios. Somos de la opinión de que se está desvirtuando muchísimo la literatura por la velocidad a la que se la está sometiendo por intereses torticeros, una velocidad que no le corresponde por naturaleza. Porque si hay algo que define a la literatura es su lentitud. Lo que pasa es que está el mercado, que como sabes es omnívoro. Creo que va a haber un momento de inflexión porque esto no se soporta. Los cursis se han sacado de debajo de la manga el término bibliodiversidad, porque sí, mucha bibliodiversidad y otras zarandajas, pero dónde está la literatura de verdad…

Pre-Textos

“Uno edita o bien los libros que considera que la gente debería leer, o bien los libros que piensa que la gente quiere leer. Los editores de la segunda categoría, es decir, los editores que obedecen ciegamente al gusto del público, no cuentan”. ¿Está de acuerdo con estas palabras de Kurt Wolff?

Kurt Wolff ha sido para mí una especie de referente, de faro. Fue un insigne editor a imitar. Franz Kafka o Robert Walser hoy son mitos indiscutibles de la literatura, pero cuando sus editores primigenios estaban apostando por ellos no eran nadie. Eran unos grandes desconocidos a los que nadie echaba de menos. Creo que la misión del editor, del editor verdaderamente literario, es precisamente ésa, la de llamar la atención sobre la existencia de valores que hasta ese momento han pasado desapercibidos. Se ha establecido una divisoria, además creo que muy falsa, entre editores independientes, literarios, y después la gran industria. Yo, al menos, detecto más impostura, mucha más ignorancia, entre los proclamados editores literarios que entre la mal llamada industria editorial. Ellos responden a unos parámetros, a unas necesidades y servidumbres distintas a las nuestras, claro, pero eso tampoco los hace peores.

“Juan Ramón [Jiménez] dijo algo importantísimo que siempre le robo: ‘Yo no escribo para el público, yo escribo para lectores’. Aplícamelo a mí como editor: ‘Yo edito para lectores, no para el público’.”

Juan Ramón [Jiménez] dijo algo importantísimo que siempre le robo: “Yo no escribo para el público, yo escribo para lectores”. Aplícamelo a mí como editor: “Yo edito para lectores, no para el público”. Manifestarse así resulta por desgracia, en una sociedad como la nuestra que todavía está evolucionando, terrible, porque por solo enunciar las cosas de este modo te cuelgan el marbete de elitista. Yo no soy elitista, yo aspiro a que me lea el hombre común leído y culto. Me he pasado la vida editando libros que podría leer cualquiera, cualquier lector gustoso, cualquier persona que ame realmente la literatura, la buena literatura.

Pre-Textos apela a la lectora o al lector de verdad, no a aquel que se mueve a golpe modas, de la prensa internacional. Muchos de mis colegas se mueven por esos parámetros antes que por la lectura y el análisis previo de lo que van a editar: The New York Times publica la reseña de un libro y automáticamente todos se lanzan a publicar el libro de marras. ¡Comprobad primero si es bueno! Quién te garantiza a ti que un reseñista, incluso un crítico, está actuando con libertad e independencia… Cuando digo esto no sólo me estoy refiriendo al ámbito hispánico. En Francia, Alemania, Italia, Reino Unido o Estados Unidos veo lo que están publicando editores que para mí han sido modélicos y se me caen los palos del sombrajo. Las empresas editoras y sus “críticos” nunca han sido más esclavos de los grandes grupos editoriales. Todo esto, me temo, nos está acercando al ojo del huracán. Nos ha llevado a que nadie crea a nadie. Estamos en una crisis de valores que nadie quiere reconocer.

Pre-Textos

Una de las colecciones más significativas de la editorial es Narrativa Clásicos. Sherwood Anderson, Henry James, Joseph Conrad o Eça de Queirós forman parte de ella. ¿Qué otros clásicos tiene pensado publicar?

La colección nació en un momento en que se estaba dando la espalda a los clásicos. Contribuimos, de alguna forma, a que otros editores se animasen también a poner en circulación a ciertos autores. Con todo, la filosofía que nos ha movido a nosotros creo que se ha distinguido respecto a la de la mayoría que se ha apuntado a ese rescate. Estamos contemplando cómo se está tirando de traducciones en muchos casos obsoletas por ahorrarse gastos. Pre-Textos ha hecho lo contrario, ha optado por hacer nuevas traducciones, por ejemplo de Lord Jim de Conrad. Estudiamos todas las traducciones que había al alcance del público lector en el ámbito de nuestra lengua y concluimos que Lord Jim nunca se había leído bien en español.

Cuando publicamos a Tolstói, su obra Resurrección, resulta que las ediciones anteriores no estaban completas y nadie había reparado en ello por omisión. Nosotros pusimos al alcance del lector en español una edición de Resurrección completa y en una traducción lingüísticamente actualizada. Todo esto requiere trabajo, esfuerzo y dinero para pagar a los y las traductoras. Se trata de no defraudar a los lectores. En resumen, con esta colección teníamos dos objetivos: uno, editar libros que jamás se habían publicado en nuestra lengua, y que eran libros importantes de la tradición literaria universal, como por ejemplo Verano tardío de Adalbert Stifter o Tar de Sherwood Anderson; y dos, verter esos libros en el español que hoy hablamos.

“Pre-Textos apela a la lectora o al lector de verdad, no a aquel que se mueve a golpe modas, de la prensa internacional. Muchos de mis colegas se mueven por esos parámetros antes que por la lectura y el análisis previo de lo que van a editar.”

Volviendo a tu pregunta, tenemos a bastantes clásicos en cartera, pero a mí me gustaría mucho publicar un Galdós. Creo que Galdós, junto a Tolstói, Queirós o Balzac, a los que ya hemos publicado, es un indiscutible de la narrativa. Para mí la gran novela comienza en el siglo XIX; con ello no quiero en absoluto anular la narrativa del siglo XX, que está también jalonada por grandes novelistas. Así pues, en este momento estamos preparando una edición de Noches rusas, de Vladímir Odoíevski. Un autor y una obra claves de la literatura rusa del XIX, pero poco conocidos en el mundo hispanohablante.

El 19 de septiembre de 2020 editores independientes firmaron la Declaración de Formentor. Ahí señalaban su preocupación “por la marginalidad de la información cultural y literaria en algunos medios de comunicación”. ¿Cómo ve usted la crítica literaria de los medios de comunicación escritos en la actualidad?

Para mí un crítico es aquel que es capaz de fijar jerarquías, y el “todo vale” a mí no me vale. Es evidente que hay jerarquías en el ámbito de la literatura. Lo que pasa es que eso a los falsos modernos no les gusta nada. Tras la capa de la modernidad lo que hay escondida es mucha ignorancia. En el mundo del libro y en el mundo de la literatura, y no hablo solo en el ámbito hispánico, hay lamentablemente muchísima falsedad, mucha impostura y, lo peor, mucha incultura. Te diría que incluso mucho intrusismo.

En congresos a los que asisto veo los comportamientos de muchos de mis hipotéticos colegas y verdaderamente se me cae la cara de vergüenza. Uno va allí a hablar de la vida, de la cultura, de literatura, y cuando compruebas que eso es de todo punto imposible concluyes que la estafa es descomunal. Lo esencial es el comercio y los dimes y diretes de unos y otros. Todo muy deprimente y decepcionante. Qué difícil hacer, al menos para mí, amigos en ese caldo de cultivo. Yo me he ido alejando más y más de ese ambiente, y créeme no lo echo nada de menos. Eso no quiere decir que no cuente con grandes amigos, mejor diría amigas, entre algunos de mis colegas en el ámbito internacional a quienes quiero y admiro por su ímproba labor en el campo de la cultura escrita.

Pre-Textos

Las editoriales independientes suelen descubrir a escritores de gran calidad, y en ocasiones, cuando éstos son reconocidos, los grandes grupos terminan publicando su obra. Ocurrió con Jon Fosse. ¿Ve alguna solución a este problema? ¿Es culpa de los propios autores, de sus agentes?

Eso es verdad, y da idea del horizonte ético en el que se mueve nuestro medio. Estamos en una sociedad de mercado, dependemos de la oferta y la demanda, pero yo cuando me han ofrecido a un autor de la índole que sea que ha publicado otra editorial llamo antes a mi colega y le digo: “Mira, me han ofrecido tal cosa de un autor que tú llevas publicando muchos años antes que yo, ¿tienes intención de editarlo?”. Si me dicen que están esperando a ver, yo soy el primero en retirarme. Eso lo hacemos, y me incluyo, editores que se cuentan con los dedos de una mano. Por ejemplo la editorial Siruela, al mando de mi querida amiga Ofelia Grande, es también en ese aspecto de una rectitud absoluta.

Ana Blandiana, autora de Pre-Textos, ha sido galardonada con el Premio Princesa de Asturias. ¿Qué nos puede contar de la poeta rumana?

A mí me parece una de las poetas indiscutibles en el ámbito europeo, y te diría que también en el ámbito mundial. Ana es un premio Nobel in pectore, está en las últimas ternas, creo que muy merecidamente. A Fosse no lo conocía casi nadie, me incluyo, y piensas “Este será un nórdico más”, pero luego lo lees y te das cuenta de que es un autor muy valioso. Ana Blandiana es una poeta primordial. Estamos muy contentos de haber sido, hasta donde sé, los primeros que publicamos su poesía en nuestra lengua, y llamamos con ello la atención sobre su existencia. Ha publicado en otras casas editoriales de prestigio, cosa que también me alegra, pero yo me pregunto dónde estaba esa gente tan ávida de publicarla antes de que entrase en los listados de posibles ganadoras del Premio Nobel. ¿Dónde estaban los ahora editores de Giorgio Agamben? Cuando Pre-Textos empezó a publicarlo solo había un antecedente: Idea de la prosa, que sacó, si no recuerdo mal, Península. ¿Dónde estaban cuando Pre-Textos publicaba Estancias y vendíamos sólo doscientos ejemplares de sus libros? Éste se ha convertido en un mundo de piratas, en el que ya muy pocos aplican criterios rigurosos de excelencia basados en una experiencia de lectura personal, aun a riesgo de equivocarse.

Doy algunas clases extraordinarias, como las llaman –que de extraordinarias no tienen nada–, de edición, porque creo que editar es una de las formas posibles de hacer pedagogía, y cuando me dirijo a mis estudiantes les hablo de deontología profesional, algo de lo que nadie les habla.  Cuando lo hago los alumnos se quedan alucinados y me tildan por ello de humanista. Se les habla de cuentas de resultados, de cómo se hace un libro físicamente, cuál es la escala áurea, de todas las excelencias para hacer un libro, pero no se les habla de la ética profesional, y no ha habido vez que no me lo hayan agradecido. Están faltos de que se les hable de cómo enfrentarse a los retos éticos que comporta todo trabajo, y más del espíritu. Después nos quejamos de que los bárbaros están ahí, a nuestras puertas, y no, los bárbaros están sentados ya a nuestras mesas, y lo peor es que nosotros hemos asumido sus modos y maneras casi sin darnos cuenta.

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Pre-Textos: editar para lectores

Manuel Borrás (Valencia, 1952), licenciado en filología moderna por la Universidad de Valencia, es una de las figuras más relevantes de la edición española. Su interés por la literatura lo llevó a fundar en 1976, junto a Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba, la editorial Pre-Textos, de la que es editor literario. Autores como Juan Ramón Jiménez, Eça de Queirós o Henry James forman parte del esmerado catálogo que ha ido componiendo a lo largo de casi medio siglo.

Pre-Textos ha recibido importantes galardones por su labor en el mundo de los libros, entre los que destacan el Premio Nacional del Ministerio de Cultura (España) a la Mejor Labor Editorial o el Reconocimiento al Mérito Editorial que le concedió la Feria del Libro de Guadalajara. Tuvimos la oportunidad de charlar con Manuel Borrás sobre el mundo de la edición y su concepción de la literatura.

Pre-Textos cumplirá cincuenta años de existencia en un par de años. ¿Cómo ha evolucionado el catálogo de la editorial desde que se fundó en 1976?

Ha evolucionado, lógicamente, en el plano cuantitativo, porque al día de hoy tenemos más de dos mil títulos publicados. Desde el comienzo hasta hoy ha cambiado mucho la configuración de las colecciones. De hecho cuando iniciamos la andadura editorial no queríamos hacer distingos entre colecciones porque seguimos pensando, además, que cada una de las disciplinas del mundo de la cultura escrita están interconectadas. Quién se atreve a decir que la poesía, la narrativa o incluso el pensamiento no tienen vínculos íntimos: nadie. ¿Qué pasó? Los distribuidores nos decían que teníamos que distinguir e identificar los libros por colecciones, porque eso facilitaba la labor archivista de los libreros.

“Cuando iniciamos la andadura editorial no queríamos hacer distingos entre colecciones porque seguimos pensando, además, que cada una de las disciplinas del mundo de la cultura escrita están interconectadas.”

Nosotros, un poco a disgusto, aceptamos porque se hacía difícil incluso la propia distribución de los libros sin esa distinción inicial. Acabamos aposentando y definiendo cada una de las colecciones: de ahí nacen las de poesía, las dos de narrativa y las tres que yo creo son más singulares en nuestro catálogo: la de poéticas, Textos y Pretextos, con espléndido diseño de Manuel Ramírez; El Pájaro Solitario, diseñada también por Manuel, en la que se han editado libros de poesía cuyo único protagonista es el mundo de las aves; nos inventamos también la colección Cosmópolis, donde se habla de ciudades, de recorridos tanto por ciudades concretas como por el campo. Yo creo que estas tres colecciones son inéditas en el mundo de la edición, constituyen novedades en sí mismas. Y, además, han gozado del predicamento de los lectores, no han pasado desapercibidas.

El problema está en darles el ritmo adecuado, porque en el momento actual hay tal oferta editorial que pueden quedar fácilmente sepultadas por la avalancha de novedades. A veces dar el ritmo al que el mercado te obliga es difícil sobre todo para editores como nosotros, primero vocacionales, después literarios. Somos de la opinión de que se está desvirtuando muchísimo la literatura por la velocidad a la que se la está sometiendo por intereses torticeros, una velocidad que no le corresponde por naturaleza. Porque si hay algo que define a la literatura es su lentitud. Lo que pasa es que está el mercado, que como sabes es omnívoro. Creo que va a haber un momento de inflexión porque esto no se soporta. Los cursis se han sacado de debajo de la manga el término bibliodiversidad, porque sí, mucha bibliodiversidad y otras zarandajas, pero dónde está la literatura de verdad…

Pre-Textos

“Uno edita o bien los libros que considera que la gente debería leer, o bien los libros que piensa que la gente quiere leer. Los editores de la segunda categoría, es decir, los editores que obedecen ciegamente al gusto del público, no cuentan”. ¿Está de acuerdo con estas palabras de Kurt Wolff?

Kurt Wolff ha sido para mí una especie de referente, de faro. Fue un insigne editor a imitar. Franz Kafka o Robert Walser hoy son mitos indiscutibles de la literatura, pero cuando sus editores primigenios estaban apostando por ellos no eran nadie. Eran unos grandes desconocidos a los que nadie echaba de menos. Creo que la misión del editor, del editor verdaderamente literario, es precisamente ésa, la de llamar la atención sobre la existencia de valores que hasta ese momento han pasado desapercibidos. Se ha establecido una divisoria, además creo que muy falsa, entre editores independientes, literarios, y después la gran industria. Yo, al menos, detecto más impostura, mucha más ignorancia, entre los proclamados editores literarios que entre la mal llamada industria editorial. Ellos responden a unos parámetros, a unas necesidades y servidumbres distintas a las nuestras, claro, pero eso tampoco los hace peores.

“Juan Ramón [Jiménez] dijo algo importantísimo que siempre le robo: ‘Yo no escribo para el público, yo escribo para lectores’. Aplícamelo a mí como editor: ‘Yo edito para lectores, no para el público’.”

Juan Ramón [Jiménez] dijo algo importantísimo que siempre le robo: “Yo no escribo para el público, yo escribo para lectores”. Aplícamelo a mí como editor: “Yo edito para lectores, no para el público”. Manifestarse así resulta por desgracia, en una sociedad como la nuestra que todavía está evolucionando, terrible, porque por solo enunciar las cosas de este modo te cuelgan el marbete de elitista. Yo no soy elitista, yo aspiro a que me lea el hombre común leído y culto. Me he pasado la vida editando libros que podría leer cualquiera, cualquier lector gustoso, cualquier persona que ame realmente la literatura, la buena literatura.

Pre-Textos apela a la lectora o al lector de verdad, no a aquel que se mueve a golpe modas, de la prensa internacional. Muchos de mis colegas se mueven por esos parámetros antes que por la lectura y el análisis previo de lo que van a editar: The New York Times publica la reseña de un libro y automáticamente todos se lanzan a publicar el libro de marras. ¡Comprobad primero si es bueno! Quién te garantiza a ti que un reseñista, incluso un crítico, está actuando con libertad e independencia… Cuando digo esto no sólo me estoy refiriendo al ámbito hispánico. En Francia, Alemania, Italia, Reino Unido o Estados Unidos veo lo que están publicando editores que para mí han sido modélicos y se me caen los palos del sombrajo. Las empresas editoras y sus “críticos” nunca han sido más esclavos de los grandes grupos editoriales. Todo esto, me temo, nos está acercando al ojo del huracán. Nos ha llevado a que nadie crea a nadie. Estamos en una crisis de valores que nadie quiere reconocer.

Pre-Textos

Una de las colecciones más significativas de la editorial es Narrativa Clásicos. Sherwood Anderson, Henry James, Joseph Conrad o Eça de Queirós forman parte de ella. ¿Qué otros clásicos tiene pensado publicar?

La colección nació en un momento en que se estaba dando la espalda a los clásicos. Contribuimos, de alguna forma, a que otros editores se animasen también a poner en circulación a ciertos autores. Con todo, la filosofía que nos ha movido a nosotros creo que se ha distinguido respecto a la de la mayoría que se ha apuntado a ese rescate. Estamos contemplando cómo se está tirando de traducciones en muchos casos obsoletas por ahorrarse gastos. Pre-Textos ha hecho lo contrario, ha optado por hacer nuevas traducciones, por ejemplo de Lord Jim de Conrad. Estudiamos todas las traducciones que había al alcance del público lector en el ámbito de nuestra lengua y concluimos que Lord Jim nunca se había leído bien en español.

Cuando publicamos a Tolstói, su obra Resurrección, resulta que las ediciones anteriores no estaban completas y nadie había reparado en ello por omisión. Nosotros pusimos al alcance del lector en español una edición de Resurrección completa y en una traducción lingüísticamente actualizada. Todo esto requiere trabajo, esfuerzo y dinero para pagar a los y las traductoras. Se trata de no defraudar a los lectores. En resumen, con esta colección teníamos dos objetivos: uno, editar libros que jamás se habían publicado en nuestra lengua, y que eran libros importantes de la tradición literaria universal, como por ejemplo Verano tardío de Adalbert Stifter o Tar de Sherwood Anderson; y dos, verter esos libros en el español que hoy hablamos.

“Pre-Textos apela a la lectora o al lector de verdad, no a aquel que se mueve a golpe modas, de la prensa internacional. Muchos de mis colegas se mueven por esos parámetros antes que por la lectura y el análisis previo de lo que van a editar.”

Volviendo a tu pregunta, tenemos a bastantes clásicos en cartera, pero a mí me gustaría mucho publicar un Galdós. Creo que Galdós, junto a Tolstói, Queirós o Balzac, a los que ya hemos publicado, es un indiscutible de la narrativa. Para mí la gran novela comienza en el siglo XIX; con ello no quiero en absoluto anular la narrativa del siglo XX, que está también jalonada por grandes novelistas. Así pues, en este momento estamos preparando una edición de Noches rusas, de Vladímir Odoíevski. Un autor y una obra claves de la literatura rusa del XIX, pero poco conocidos en el mundo hispanohablante.

El 19 de septiembre de 2020 editores independientes firmaron la Declaración de Formentor. Ahí señalaban su preocupación “por la marginalidad de la información cultural y literaria en algunos medios de comunicación”. ¿Cómo ve usted la crítica literaria de los medios de comunicación escritos en la actualidad?

Para mí un crítico es aquel que es capaz de fijar jerarquías, y el “todo vale” a mí no me vale. Es evidente que hay jerarquías en el ámbito de la literatura. Lo que pasa es que eso a los falsos modernos no les gusta nada. Tras la capa de la modernidad lo que hay escondida es mucha ignorancia. En el mundo del libro y en el mundo de la literatura, y no hablo solo en el ámbito hispánico, hay lamentablemente muchísima falsedad, mucha impostura y, lo peor, mucha incultura. Te diría que incluso mucho intrusismo.

En congresos a los que asisto veo los comportamientos de muchos de mis hipotéticos colegas y verdaderamente se me cae la cara de vergüenza. Uno va allí a hablar de la vida, de la cultura, de literatura, y cuando compruebas que eso es de todo punto imposible concluyes que la estafa es descomunal. Lo esencial es el comercio y los dimes y diretes de unos y otros. Todo muy deprimente y decepcionante. Qué difícil hacer, al menos para mí, amigos en ese caldo de cultivo. Yo me he ido alejando más y más de ese ambiente, y créeme no lo echo nada de menos. Eso no quiere decir que no cuente con grandes amigos, mejor diría amigas, entre algunos de mis colegas en el ámbito internacional a quienes quiero y admiro por su ímproba labor en el campo de la cultura escrita.

Pre-Textos

Las editoriales independientes suelen descubrir a escritores de gran calidad, y en ocasiones, cuando éstos son reconocidos, los grandes grupos terminan publicando su obra. Ocurrió con Jon Fosse. ¿Ve alguna solución a este problema? ¿Es culpa de los propios autores, de sus agentes?

Eso es verdad, y da idea del horizonte ético en el que se mueve nuestro medio. Estamos en una sociedad de mercado, dependemos de la oferta y la demanda, pero yo cuando me han ofrecido a un autor de la índole que sea que ha publicado otra editorial llamo antes a mi colega y le digo: “Mira, me han ofrecido tal cosa de un autor que tú llevas publicando muchos años antes que yo, ¿tienes intención de editarlo?”. Si me dicen que están esperando a ver, yo soy el primero en retirarme. Eso lo hacemos, y me incluyo, editores que se cuentan con los dedos de una mano. Por ejemplo la editorial Siruela, al mando de mi querida amiga Ofelia Grande, es también en ese aspecto de una rectitud absoluta.

Ana Blandiana, autora de Pre-Textos, ha sido galardonada con el Premio Princesa de Asturias. ¿Qué nos puede contar de la poeta rumana?

A mí me parece una de las poetas indiscutibles en el ámbito europeo, y te diría que también en el ámbito mundial. Ana es un premio Nobel in pectore, está en las últimas ternas, creo que muy merecidamente. A Fosse no lo conocía casi nadie, me incluyo, y piensas “Este será un nórdico más”, pero luego lo lees y te das cuenta de que es un autor muy valioso. Ana Blandiana es una poeta primordial. Estamos muy contentos de haber sido, hasta donde sé, los primeros que publicamos su poesía en nuestra lengua, y llamamos con ello la atención sobre su existencia. Ha publicado en otras casas editoriales de prestigio, cosa que también me alegra, pero yo me pregunto dónde estaba esa gente tan ávida de publicarla antes de que entrase en los listados de posibles ganadoras del Premio Nobel. ¿Dónde estaban los ahora editores de Giorgio Agamben? Cuando Pre-Textos empezó a publicarlo solo había un antecedente: Idea de la prosa, que sacó, si no recuerdo mal, Península. ¿Dónde estaban cuando Pre-Textos publicaba Estancias y vendíamos sólo doscientos ejemplares de sus libros? Éste se ha convertido en un mundo de piratas, en el que ya muy pocos aplican criterios rigurosos de excelencia basados en una experiencia de lectura personal, aun a riesgo de equivocarse.

Doy algunas clases extraordinarias, como las llaman –que de extraordinarias no tienen nada–, de edición, porque creo que editar es una de las formas posibles de hacer pedagogía, y cuando me dirijo a mis estudiantes les hablo de deontología profesional, algo de lo que nadie les habla.  Cuando lo hago los alumnos se quedan alucinados y me tildan por ello de humanista. Se les habla de cuentas de resultados, de cómo se hace un libro físicamente, cuál es la escala áurea, de todas las excelencias para hacer un libro, pero no se les habla de la ética profesional, y no ha habido vez que no me lo hayan agradecido. Están faltos de que se les hable de cómo enfrentarse a los retos éticos que comporta todo trabajo, y más del espíritu. Después nos quejamos de que los bárbaros están ahí, a nuestras puertas, y no, los bárbaros están sentados ya a nuestras mesas, y lo peor es que nosotros hemos asumido sus modos y maneras casi sin darnos cuenta.

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jueves, 7 de noviembre de 2024

Los ecos de Sentido Project

La fusión de elementos de jazz, flamenco y pop, con ánimo de improvisación, caracteriza el trabajo del ensamble esloveno Sentido Project. El grupo vuelve a visitar México este mes, luego de su gira por Guadalajara, Guanajuato y Querétaro a principios de año. Ahora llega a la Ciudad de México para presentar algunos temas de su debut discográfico, Ecos.

En una apuesta osada, la hibridación con toques flamencos de Sentido Project prescinde de la guitarra. Elige, en cambio, saxofón (Primož Fleischman), piano (Arsenije Krstić), bajo eléctrico (Tadej Kamplen) y percusiones (Nino Mureškić). La voz, las palmas y el baile de Urška Centa se encargan de plasmar en escena la propuesta. 

Urška Centa es coreógrafa, compositora, cantante y una de las bailaoras de flamenco más destacadas de Eslovenia. Su poderosa expresión vocal se combina con una propuesta coreográfica que reta las convenciones y difumina las fronteras entre el flamenco y la danza contemporánea.

Formado en 2019, el ensamble se ha presentado en algunos de los festivales de música más importantes de Europa y Asia, como el Festival Internacional de Flamenco de Ankara (Turquía), el Festival de Músicas del Mundo ZEMAN en Novi Pazar (Serbia), el Festival de Tango-Flamenko-Fado en Idrija (Eslovenia), entre otros.

Sentido Project se presentará el domingo 17 de noviembre en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris de la Ciudad de México.

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Los ecos de Sentido Project

La fusión de elementos de jazz, flamenco y pop, con ánimo de improvisación, caracteriza el trabajo del ensamble esloveno Sentido Project. El grupo vuelve a visitar México este mes, luego de su gira por Guadalajara, Guanajuato y Querétaro a principios de año. Ahora llega a la Ciudad de México para presentar algunos temas de su debut discográfico, Ecos.

En una apuesta osada, la hibridación con toques flamencos de Sentido Project prescinde de la guitarra. Elige, en cambio, saxofón (Primož Fleischman), piano (Arsenije Krstić), bajo eléctrico (Tadej Kamplen) y percusiones (Nino Mureškić). La voz, las palmas y el baile de Urška Centa se encargan de plasmar en escena la propuesta. 

Urška Centa es coreógrafa, compositora, cantante y una de las bailaoras de flamenco más destacadas de Eslovenia. Su poderosa expresión vocal se combina con una propuesta coreográfica que reta las convenciones y difumina las fronteras entre el flamenco y la danza contemporánea.

Formado en 2019, el ensamble se ha presentado en algunos de los festivales de música más importantes de Europa y Asia, como el Festival Internacional de Flamenco de Ankara (Turquía), el Festival de Músicas del Mundo ZEMAN en Novi Pazar (Serbia), el Festival de Tango-Flamenko-Fado en Idrija (Eslovenia), entre otros.

Sentido Project se presentará el domingo 17 de noviembre en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris de la Ciudad de México.

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miércoles, 6 de noviembre de 2024

Notas sobre una compulsión

A partir de un relato de 1968, en 1976 se publicó Entrevista con el vampiro de Anne Rice, novela debut que dio inicio al ciclo Crónicas vampíricas. Rice falleció a los 80 años, en 2021, con una fortuna estimada en sesenta millones de dólares. Famosamente, cuando escribió esa primera novela (en la que aparece una vampiresa que madura mentalmente pero está condenada a vivir en el cuerpo de una niña) la autora aún guardaba luto por la muerte de su hija de seis años.

En 1983 se estrenó El ansia de Tony Scott (The Hunger, o El hambre, en el original), sobre un trío amoroso entre una vampiresa (interpretada por Catherine Deneuve), el amante al que está a punto de descartar condenándolo a una muerte expedita (interpretado por David Bowie) y una gerontóloga (interpretada por Susan Sarandon). En 1994 se estrenó una adaptación de Entrevista con el vampiro, de Neil Jordan. Christian Slater reemplazó a Joaquin Phoenix en el papel del entrevistador, pues éste había muerto de una sobredosis.

Ese aquellos días Adriana Díaz Enciso (Guadalajara, 1964) cruzó el Parque México rumbo a la casa de su amigo Sergio Hernández Francés, una de las personas a quienes dedica La sed, novela que empezó a escribir ese año pero que sería publicada en 2001 en la desaparecida editorial Colibrí, que entonces dirigían Sandro Cohen y Josefina Estrada. El crítico Christopher Domínguez Michael confesó sus “prejuicios ante la novela de género, aquella que se identifica con etiquetas, clásicas o comerciales, para tranquilizar al lector y ahorrarle, en apariencia, una sorpresa que remueva hábitos de lectura”. En la misma reseña llamó a la novela “correcta”, “un ejercicio escolar”, “victoriana”, pero aseguró que no estaba siendo “por fuerza despectivo”.

En una novela de detectives un editor sobrado de sí mismo intenta contratar a un sabueso para que ubique a un escritor de novelas históricas:

–Comprendo su punto de vista –sonrió tristemente–. No le interesan las novelas históricas. Pero se venden como rosquillas.

–No tengo punto de vista, señor Spencer. En una ocasión hojeé uno de sus libros. Me pareció basura. ¿Es algo que no debería haber dicho?

–Oh, no –sonrió–. Hay mucha gente que está de acuerdo con usted. Pero lo importante por el momento es que todos sus libros son otros tantos éxitos. Y tal como están los costos hoy en día todo editor tiene que tener un par de best-sellers en su catálogo.

La novela es El largo adiós (1953), de Raymond Chandler, adaptada al cine en 1973 (año en el que Rice –pero sólo es una coincidencia– escribió Entrevista con el vampiro).

“Como suele suceder cuando lo que une a un grupo de escritores son los estrechos parámetros de un género, el quehacer de buena parte de los autores de weird fiction en Gran Bretaña está constreñido por las reglas sobrentendidas de una especie de club de aficionados. La ansiedad de muchos de estos autores por publicar, vender, ser alguien en ese particular nicho de mercado es directamente proporcional a la ínfima calidad de su obra. Son alarmantemente monotemáticos, y parecen ignorar por completo que hay más literatura en la historia de la humanidad que la de los géneros que ellos cultivan; no estoy segura de que la mayoría de ellos lean o hayan leído alguna vez a autores que no escriben exclusivamente literatura de terror, fantástica o, acaso, ciencia ficción. Inevitablemente, su oficio se ha empobrecido de una manera que da tristeza ver”: Adriana Díaz Enciso en la introducción de la antología Sombra del árbol de la noche, que preparó y tradujo para Elefanta en 2015.

La sed de Adriana Díaz Enciso fue reeditada en octubre del año pasado, cuando se añadió al abrumador catálogo de la editorial Paraíso Perdido. Durante años se consideró una novela de culto. Yo no supe de ella hasta que empecé a trabajar en una librería de viejo. Aún así, si uno busca, por ejemplo, en las librerías El Péndulo o Gandhi, encontrará la novela más reciente de Díaz Enciso, Ciudad doliente de Dios, pero no esta reedición. Y si uno da clic a la tienda en línea de Paraíso Perdido, resulta que no funciona.

Tras la pandemia, en la Ciudad de México empezaron a brotar varias, nuevas, librerías independientes, y la oferta de los talleres y clubes de lectura en Zoom mutó en volumen, pero también a versiones “híbridas”. Una amiga que hace malabares para llegar a tiempo a su trabajo como librera y pagar la renta decidió empezar un curso temático sobre vampiros. Por esas fechas, el pasado octubre, me recomendó una novela. Es la segunda de la escritora argentina Marina Yuszczuk (Quilmes, 1978), publicada en 2020 por Blatt & Ríos. En México la lanzó este año Dharma Books, con dos horribles erratas en la solapa. Se titula La sed.

Además del tema sobrenatural, como en Entrevista con el vampiro y en la otra La sed, en Yuszczuk hay algunos elementos de novela histórica, triángulos amorosos y un rollo al que alguien interesado en colonialismo podría hincar alegremente el colmillo, además del luto, para quienes quieran hacerlo desde el psicoanálisis. Son novelas muy entretenidas, y la de Díaz Enciso tiene una prosa robusta.

El otro día tuve una discusión ociosa con otro amigo librero, era algo sobre cómo la literatura de género pasaba de nuevo de los márgenes al centro, sobre lo que antes se llamaba tropicalización pero que ahora parece operar por otras vías, una especie de legitimización que proviene de “lo independiente” para ser, obviamente, vampirizado por lo que no lo es (se mencionó el éxito de Mariana Enríquez, por ejemplo). Igual y no da mucho como crítica literaria, pero sí para estudios culturales, como siempre.

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Notas sobre una compulsión

A partir de un relato de 1968, en 1976 se publicó Entrevista con el vampiro de Anne Rice, novela debut que dio inicio al ciclo Crónicas vampíricas. Rice falleció a los 80 años, en 2021, con una fortuna estimada en sesenta millones de dólares. Famosamente, cuando escribió esa primera novela (en la que aparece una vampiresa que madura mentalmente pero está condenada a vivir en el cuerpo de una niña) la autora aún guardaba luto por la muerte de su hija de seis años.

En 1983 se estrenó El ansia de Tony Scott (The Hunger, o El hambre, en el original), sobre un trío amoroso entre una vampiresa (interpretada por Catherine Deneuve), el amante al que está a punto de descartar condenándolo a una muerte expedita (interpretado por David Bowie) y una gerontóloga (interpretada por Susan Sarandon). En 1994 se estrenó una adaptación de Entrevista con el vampiro, de Neil Jordan. Christian Slater reemplazó a Joaquin Phoenix en el papel del entrevistador, pues éste había muerto de una sobredosis.

Ese aquellos días Adriana Díaz Enciso (Guadalajara, 1964) cruzó el Parque México rumbo a la casa de su amigo Sergio Hernández Francés, una de las personas a quienes dedica La sed, novela que empezó a escribir ese año pero que sería publicada en 2001 en la desaparecida editorial Colibrí, que entonces dirigían Sandro Cohen y Josefina Estrada. El crítico Christopher Domínguez Michael confesó sus “prejuicios ante la novela de género, aquella que se identifica con etiquetas, clásicas o comerciales, para tranquilizar al lector y ahorrarle, en apariencia, una sorpresa que remueva hábitos de lectura”. En la misma reseña llamó a la novela “correcta”, “un ejercicio escolar”, “victoriana”, pero aseguró que no estaba siendo “por fuerza despectivo”.

En una novela de detectives un editor sobrado de sí mismo intenta contratar a un sabueso para que ubique a un escritor de novelas históricas:

–Comprendo su punto de vista –sonrió tristemente–. No le interesan las novelas históricas. Pero se venden como rosquillas.

–No tengo punto de vista, señor Spencer. En una ocasión hojeé uno de sus libros. Me pareció basura. ¿Es algo que no debería haber dicho?

–Oh, no –sonrió–. Hay mucha gente que está de acuerdo con usted. Pero lo importante por el momento es que todos sus libros son otros tantos éxitos. Y tal como están los costos hoy en día todo editor tiene que tener un par de best-sellers en su catálogo.

La novela es El largo adiós (1953), de Raymond Chandler, adaptada al cine en 1973 (año en el que Rice –pero sólo es una coincidencia– escribió Entrevista con el vampiro).

“Como suele suceder cuando lo que une a un grupo de escritores son los estrechos parámetros de un género, el quehacer de buena parte de los autores de weird fiction en Gran Bretaña está constreñido por las reglas sobrentendidas de una especie de club de aficionados. La ansiedad de muchos de estos autores por publicar, vender, ser alguien en ese particular nicho de mercado es directamente proporcional a la ínfima calidad de su obra. Son alarmantemente monotemáticos, y parecen ignorar por completo que hay más literatura en la historia de la humanidad que la de los géneros que ellos cultivan; no estoy segura de que la mayoría de ellos lean o hayan leído alguna vez a autores que no escriben exclusivamente literatura de terror, fantástica o, acaso, ciencia ficción. Inevitablemente, su oficio se ha empobrecido de una manera que da tristeza ver”: Adriana Díaz Enciso en la introducción de la antología Sombra del árbol de la noche, que preparó y tradujo para Elefanta en 2015.

La sed de Adriana Díaz Enciso fue reeditada en octubre del año pasado, cuando se añadió al abrumador catálogo de la editorial Paraíso Perdido. Durante años se consideró una novela de culto. Yo no supe de ella hasta que empecé a trabajar en una librería de viejo. Aún así, si uno busca, por ejemplo, en las librerías El Péndulo o Gandhi, encontrará la novela más reciente de Díaz Enciso, Ciudad doliente de Dios, pero no esta reedición. Y si uno da clic a la tienda en línea de Paraíso Perdido, resulta que no funciona.

Tras la pandemia, en la Ciudad de México empezaron a brotar varias, nuevas, librerías independientes, y la oferta de los talleres y clubes de lectura en Zoom mutó en volumen, pero también a versiones “híbridas”. Una amiga que hace malabares para llegar a tiempo a su trabajo como librera y pagar la renta decidió empezar un curso temático sobre vampiros. Por esas fechas, el pasado octubre, me recomendó una novela. Es la segunda de la escritora argentina Marina Yuszczuk (Quilmes, 1978), publicada en 2020 por Blatt & Ríos. En México la lanzó este año Dharma Books, con dos horribles erratas en la solapa. Se titula La sed.

Además del tema sobrenatural, como en Entrevista con el vampiro y en la otra La sed, en Yuszczuk hay algunos elementos de novela histórica, triángulos amorosos y un rollo al que alguien interesado en colonialismo podría hincar alegremente el colmillo, además del luto, para quienes quieran hacerlo desde el psicoanálisis. Son novelas muy entretenidas, y la de Díaz Enciso tiene una prosa robusta.

El otro día tuve una discusión ociosa con otro amigo librero, era algo sobre cómo la literatura de género pasaba de nuevo de los márgenes al centro, sobre lo que antes se llamaba tropicalización pero que ahora parece operar por otras vías, una especie de legitimización que proviene de “lo independiente” para ser, obviamente, vampirizado por lo que no lo es (se mencionó el éxito de Mariana Enríquez, por ejemplo). Igual y no da mucho como crítica literaria, pero sí para estudios culturales, como siempre.

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martes, 5 de noviembre de 2024

Vigencia del kumiko

La palabra japonesa kumiko puede traducirse de distintas maneras, que por lo regular involucran los conceptos de belleza y duración en el tiempo. Es un nombre propio pero también designa una técnica de carpintería, un entramado que permite construir celosías a través de ensambles de madera. Es un arte de la selección de piezas y su articulación geométrica en un conjunto que tiene fines principalmente ornamentales. El despacho nipón Oniki Design Studio (ODS) ha traído esta técnica milenaria al mobiliario contemporáneo.

La firma de Koichiro Oniki (Tokio, 1977) da forma a proyectos de arquitectura, interiorismo y mobiliario. El minimalismo de su trabajo se ejemplifica en la colección Forêt, presentada en octubre y noviembre de este año en el festival DESIGNART de la capital japonesa. Se trata de tres piezas que hacen pensar en estructuras de edificios en miniatura, que obtienen estabilidad a partir de un elegante entramado. Un biombo, una consola y una mesa baja vuelven tridimensionales algunos patrones básicos de kumiko, resaltando las cualidades de la madera de ciprés y del trabajo artesanal.

Las piezas de Forêt (bosque, en francés) se realizaron en colaboración con el taller de Abe Kogyo, reconocido por la exquisita manufactura de elementos de madera. El aspecto inventivo de la propuesta de ODS se halla en la interpretación en tres dimensiones de una tradición decorativa bidimensional, para extraer de ella lecciones estructurales, que permiten piezas sin marco. Así, la “belleza intemporal” de la técnica del kumiko se traslada al mobiliario contemporáneo de un modo en que lo intrincado se ofrece con la mayor simplicidad, gracias al oficio de los artesanos japoneses.

Los trabajos recientes de Oniki Design Studio han sido principalmente proyectos de interiorismo: la Escuela de K-Ballet Musashikosugi (Kanagawa, 2024), una sucursal de la joyería Bijoupiko (Fukui, 2024) o la tienda insignia de la marca de cosméticos Shiro (Sunagawa, 2023). Este año presentó también un diseño de altar casero de papel, el butsudan de la religión budista. Koichiro Oniki busca llevar la reflexión sobre el espacio a todas las escalas, funciones y materiales, como se aprecia en su trayectoria.

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Vigencia del kumiko

La palabra japonesa kumiko puede traducirse de distintas maneras, que por lo regular involucran los conceptos de belleza y duración en el tiempo. Es un nombre propio pero también designa una técnica de carpintería, un entramado que permite construir celosías a través de ensambles de madera. Es un arte de la selección de piezas y su articulación geométrica en un conjunto que tiene fines principalmente ornamentales. El despacho nipón Oniki Design Studio (ODS) ha traído esta técnica milenaria al mobiliario contemporáneo.

La firma de Koichiro Oniki (Tokio, 1977) da forma a proyectos de arquitectura, interiorismo y mobiliario. El minimalismo de su trabajo se ejemplifica en la colección Forêt, presentada en octubre y noviembre de este año en el festival DESIGNART de la capital japonesa. Se trata de tres piezas que hacen pensar en estructuras de edificios en miniatura, que obtienen estabilidad a partir de un elegante entramado. Un biombo, una consola y una mesa baja vuelven tridimensionales algunos patrones básicos de kumiko, resaltando las cualidades de la madera de ciprés y del trabajo artesanal.

Las piezas de Forêt (bosque, en francés) se realizaron en colaboración con el taller de Abe Kogyo, reconocido por la exquisita manufactura de elementos de madera. El aspecto inventivo de la propuesta de ODS se halla en la interpretación en tres dimensiones de una tradición decorativa bidimensional, para extraer de ella lecciones estructurales, que permiten piezas sin marco. Así, la “belleza intemporal” de la técnica del kumiko se traslada al mobiliario contemporáneo de un modo en que lo intrincado se ofrece con la mayor simplicidad, gracias al oficio de los artesanos japoneses.

Los trabajos recientes de Oniki Design Studio han sido principalmente proyectos de interiorismo: la Escuela de K-Ballet Musashikosugi (Kanagawa, 2024), una sucursal de la joyería Bijoupiko (Fukui, 2024) o la tienda insignia de la marca de cosméticos Shiro (Sunagawa, 2023). Este año presentó también un diseño de altar casero de papel, el butsudan de la religión budista. Koichiro Oniki busca llevar la reflexión sobre el espacio a todas las escalas, funciones y materiales, como se aprecia en su trayectoria.

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