Tras el impacto mediático de Damien Hirst: Vivir para siempre (por un momento), que ocupó todos sus espacios, las nuevas propuestas expositivas del Museo Jumex, en la Ciudad de México, se distancian de la espectacularidad y siguen sendas de diversa coloratura. Las salas 1 y 2, concretamente, están dedicadas al diálogo entre las obras de seis artistas mujeres de distintas generaciones, concentradas en la exploración del vínculo entre cuerpo y territorio. Todas ellas trabajan desde América Latina y el Caribe, entendidos como “una idea, no un lugar”, de acuerdo con el curador Kit Hammonds.
Las tensiones que se perciben en el recorrido de Siluetas sobre maleza involucran medioambiente e historia por igual, en tanto la lógica colonialista transformó los lugares abordados por las artistas en todas sus dimensiones. En el texto que abre la publicación dedicada a la muestra, Hammonds alude al Manifiesto antropófago (1928) de Oswald de Andrade como posible irradiador de conceptos entre los creadores de la región. Lo cierto es que el escritor brasileño, anticipando por décadas lo que defienden David Graeber y David Wrengrow en El amanecer de todo (2021), atribuyó la Ilustración al encuentro con los americanos: “Sin nosotros Europa no tendría siquiera su exigua declaración de los derechos del hombre”.
La exposición nos recibe con un video central para el arte contemporáneo: Alma, silueta en fuego (1975), de la cubana afincada en Estados Unidos Ana Mendieta (1948-1985). La artista está representada con otras 13 piezas, todas ellas registros fotográficos de su serie Siluetas, en su mayor parte realizada en México en los años setenta. Se trata de imprimir el cuerpo en la tierra, un acto efímero que puede evocarse a través de la imagen; en ese sentido el trabajo de la cubana traza líneas que vertebran el discurso curatorial. Marielsa Castro Vizcarra, parte del equipo responsable, explica: “La presencia de la ruina en su práctica está relacionada con la búsqueda del pasado con el que quiere reconectar, conectar con la tierra para reparar el destierro”.
Si en Mendieta la experiencia del desarraigo activa la relación entre cuerpo y territorio, en Minia Biabiany (1988) la tierra es llevada a la sala para que el espectador se mantenga vigilante de sus pasos. La longitud de mi mirada en la noche (2021) es un entramado que alude lo mismo al tejido de la historia que a las redes de pesca. En la artista de las islas de Guadalupe la memoria de la esclavitud en las Antillas y la depredación ecológica se tejen en un ambiente que, a través de elementos escultóricos y video, crea resonancias poéticas bajo el influjo del pensamiento de Édouard Glissant. “Pienso la instalación como un espacio de coreografía de la mirada”, declara Biabiany, y en ese sentido su pieza dentro de Siluetas sobre maleza puede entenderse como una escritura en el espacio.
Si en Ana Mendieta la experiencia del desarraigo activa la relación entre cuerpo y territorio, en Minia Biabiany la tierra es llevada a la sala para que el espectador se mantenga vigilante de sus pasos. ‘La longitud de mi mirada en la noche’ (2021) es un entramado que alude lo mismo al tejido de la historia que a las redes de pesca.
Tras caminar entre las líneas de tierra, nuestra silueta se interna en la maleza: El ruido del hombre (2023-2024) es un conjunto de telas de gran formato con dibujos en carboncillo. La colombiana Nohemí Pérez (1962) nos coloca ante paisajes devastados por el extractivismo y el crimen organizado. Árboles marchitos, suelos quemados y, como pequeños brotes de color, animales bordados sobre el lienzo, en aparente agonía. “Es una forma de pensar lo que tenemos que reparar”, plantea la artista, como si sus selvas arrasadas, en las que alude a los panoramas decimonónicos, guardaran la potencia de un renacimiento.
La sala 2 alberga también las pinturas de Frieda Toranzo Jaeger (1988), que como las de Pérez hacen del bordado a mano una estrategia de relieve en el lienzo. En la mexicana la selva queda en el fondo, incendiada, mientras la maquinaria capitalista y su control de los cuerpos ocupa el primer plano. En el políptico Los tiempos llegan a su fin (2021) lo cuir es un estado en contra de la opresión del otro: los cuerpos desnudos de las mujeres, su sexualidad despreocupada, hablan de un deseo que se presenta ingobernable. Toranzo Jaeger nos encara con un jardín de las delicias camp, una utopía cuir disonante en estas Siluetas sobre maleza.
La sala 1 del Museo Jumex presenta una obra distintiva, la instalación sonora Anthouse Music (2024) de la brasileña Vivian Caccuri (1986) en colaboración con Thiago Lanis. Las bocinas escultóricas emulan partes del cuerpo de las hormigas (un insecto que aparece también en el video de Biabiany); están fabricadas con azúcar crudo (rapadura) del norte del Amazonas, estableciendo un vínculo con la extracción de caña responsable de buena parte de la deforestación del bosque tropical. Las hormigas buscan la energía del azúcar, y la pieza emite una música house nacida del sonido que producen sus actividades.
El discurso de ‘Siluetas sobre maleza’ sigue ejes recurrentes en el trabajo de diversos artistas contemporáneos: cuerpo e identidad, territorio y paisaje. Las obras incluidas tienen una innegable impronta ambiental, sin distinguir de forma tajante naturaleza y cultura.
Los sonidos procedentes de la pieza de Caccuri ambientan de forma idónea el conjunto de pinturas presentado por la argentina-suiza Vivian Suter (1949). Hay en sus lienzos una libertad formal en la que resuena lo orgánico, acaso un reflejo de su vida cerca de un bosque en Guatemala. Oscilando entre abstracción y figuración, las piezas han sido creadas durante los últimos tres lustros, sin que sepamos el momento de composición de cada una. La propuesta opera por acumulación, formando un paisaje dentro de la sala, pues la artista responde a las condiciones del espacio de exhibición. Casi puede sentirse la vibración del momento en el que los lienzos fueron poblados, siempre al aire libre, en la montaña.
El discurso de Siluetas sobre maleza sigue ejes recurrentes en el trabajo de diversos artistas contemporáneos: cuerpo e identidad, territorio y paisaje. Las obras incluidas tienen una innegable impronta ambiental, sin distinguir de forma tajante naturaleza y cultura. Estas artistas se saben parte, buscan relacionarse con el entorno de maneras que van de lo sensorial a lo crítico, figuras que se disuelven en el fondo sin perder por ello sus contornos. El público puede ser partícipe de esta experiencia hasta el 5 de enero de 2025.
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