Para muchos pasó desapercibido el asesinato en 2019 de John Galton –alias de Shane Cress–, un joven estadounidense que vivía en Acapulco. La noticia, como suele suceder, se diluyó entre la enorme cantidad de hechos sangrientos que ocurren cotidianamente en el puerto. No se ha informado, al menos en la prensa nacional, si hubo detenidos por el ataque en el que, además, fue herido otro estadounidense. Lo que sí se supo, poco después, fue que Galton era activista del uso de la marihuana y tenía un pequeño laboratorio en su casa ubicada en los alrededores de la zona turística. Además pertenecía a una comunidad de extranjeros vinculados por Anarchapulco, una conferencia anual realizada en el emblemático hotel Princess Mundo Imperial, cuya estructura en forma de pirámide ha sido emblema del puerto desde que fue construido a inicios de los setenta.
La estancia de Galton en México y la historia de los estadounidenses fundadores de Anarchapulco fueron filmadas por el cineasta Todd Schramke en Los anarquistas, una docuserie de HBO estrenada en 2022. El cineasta siguió al grupo desde su llegada a Acapulco en 2015, hasta la edición de la conferencia en 2020 antes de la pausa provocada por la pandemia del covid. La serie no mereció mucha atención en la prensa quizá porque la conferencia anual, Anarchapulco, no convoca a grandes cantidades de público, aunque en su mejor momento reunió tal vez a poco más de mil personas. Los puertos turísticos mexicanos tienen una agenda repleta de convenciones de todo tipo. Sin embargo, los organizadores y asistentes de Anarchapulco se distinguen de los turistas tradicionales por el rechazo al gobierno y a cualquier forma de dominación estatal. Autonombrados “anarquistas”, hicieron del puerto una suerte de utopía personal, un lugar en el que, en apariencia, podrían escapar del sistema económico y social estadounidense.
Schramke sigue a Galton y su novia Lily Forester (otro alias), a Jason Henza, Jeff Berwick, Nathan y Lisa Freeman, entre otros. Berwick, el fundador de la conferencia anual, había sido uno de los beneficiarios de la llamada “burbuja puntocom”, empresas que tuvieron ganancias espectaculares entre 1997 y 2001 gracias al auge de Internet. Cuando las acciones se desplomaron y las empresas desaparecieron, Berwick comenzó a leer a autores como Ayn Rand, que proclama el triunfo del individualismo y de la iniciativa personal en el ecosistema capitalista. Para lograr la plena realización de esa utopía habría que combatir, como se puede adivinar fácilmente, al gobierno y todas sus regulaciones.
De esta manera los fundadores de la conferencia se apropiaron del término anarquismo cuando están en la órbita del capitalismo extremo, la especulación financiera, el pensamiento mágico, conductas ilegales amparadas en una supuesta rebeldía y, por supuesto, la sagrada “libertad” del ser humano. Sin haber leído una sola página de los ideólogos anarquistas clásicos como Malatesta, Bakunin, Kropotkin o Proudhon, ni siquiera a intelectuales críticos del gobierno de Estados Unidos como Thoreau o Chomsky, se convirtieron en seguidores de chamanes vinculados a la derecha libertaria y vivales dispuestos a ordeñar cualquier público sediento de verdades en apariencia trascendentales dichas por los profetas de la abundancia que han sido muy exitosos en la sociedad estadounidense.
El director de la docuserie retrata a los “anarquistas” de Acapulco como unos idealistas que fueron devorados por sus propios demonios. Sin embargo, los hechos filmados –además de las entrevistas realizadas en los seis años de aparente esplendor de Anarchapulco– muestran, simplemente, la búsqueda de un nicho de mercado y la posterior explotación de una marca que atrajo a estadounidenses hartos de su realidad personal, temerosos del control gubernamental y sedientos de soluciones fáciles para hacer dinero e integrarse al evangelio de la prosperidad. Galton y Forester intentaron alejarse del concepto anarcocapitalista de sus conocidos; renuentes a ganarse la vida en nuestro país y sin apoyo económico de sus familias, se dedicaron a vender droga en Acapulco. A ellos se unió Paul Propet –ex soldado que combatió en Irak y Afganistán–, que se dedicó a vender cocaína a los asistentes a la conferencia anual. Los supuestos anarquistas fueron lo suficientemente ingenuos –además de ignorantes de la realidad mexicana– como para pensar que no corrían peligro en una ciudad controlada por los cárteles de la droga. Galton fue asesinado por sicarios acapulqueños en la casa que compartía con Forester y Jason Henza. Poco después se suicidó Propet que, como muchos excombatientes del ejército de Estados Unidos, sufría trastornos psicológicos debido al trauma de las invasiones protagonizadas por su país.
Anarchapulco muestra las consecuencias de una sociedad, la estadounidense, profundamente despolitizada, deprimida, sedienta de experiencias hedonistas y creyente del individualismo como única herramienta para sobrevivir en la jungla capitalista. Incapaces de relacionarse con su entorno, apenas pueden crear experiencias colectivas con otros como ellos. Los mexicanos son casi inexistentes para el director de la serie, pues la experiencia se centra en gringos que apenas pueden percibir o entender a quienes hacen funcionar la maquinaria turística de Acapulco y otros paraísos vacacionales diseñados para exprimir a los visitantes y a la infraestructura humana que les sirve. Los “anarquistas” de Acapulco son, también, el resultado de una falla sistémica que reprime a los ciudadanos, los vuelve adictos a numerosos estímulos y en paralelo les dice que la solución está en burbujas especulativas como las de las criptomonedas o los negocios piramidales milagrosos. En ese mundo sólo hay un ganador y numerosos perdedores que van, en una suerte de búsqueda interminable, a la caza de la próxima utopía con un nulo entendimiento de lo que les pasa mientras sienten que son rebeldes heroicos, opositores a un sistema cuyos vicios replican todo el tiempo.
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