Concebido como un discurso de despedida frente a los internos y los médicos de la clínica de Kreuzlingen tras una severa crisis nerviosa, el ensayo El ritual de la serpiente (1923) de Aby Warburg, producto de su viaje a Arizona y Nuevo México en 1895, se centra en la danza de la serpiente de los indios hopi, donde el reptil –símbolo del rayo y la lluvia– actúa como un mediador entre el mundo terrestre y el celeste. Este contexto revela una paradoja fundamental: un texto antropológico sobre la racionalidad simbólica de los hopi estuvo siempre pensado, de alguna manera, para una audiencia desequilibrada, improbable cofradía de mentes más o menos aturdidas que buscan algún vestigio de orden en el caos.
Fernando Santiago lleva esta idea al extremo, sugiriendo que la verdadera locura no fue la de Warburg, sino la de no haber llevado antes a una sala expositiva sus ideas. De múltiples maneras, el trabajo del Santiago establece paralelismos con el pensamiento de Michael Taussig en I Swear I Saw This: así como el antropólogo utiliza el dibujo para activar la mímesis y la duda táctil, el artista utiliza la escultura y la instalación (sombra, arena) para “copiar” la verdad del rito, obligando al espectador a cuestionar y experimentar el objeto.
Este conjunto de obra reciente de Fernando Santiago acontece como una intersección calculada entre la imaginación, la imagen y la cultura material: se trata de pensar las herramientas del arte como instrumentos de indagación antropológica, por lo que rescata ese arquetipo esencial, cuya importancia reverbera también en el imaginario mesoamericano (Quetzalcóatl), para establecer que estas danzas rituales son una de las lenguas del mito, como tan bien lo ha señalado Jeremy Narby en The Cosmic Serpent. La serpiente enroscada, el escalón y la escalera (cuyas formas se repiten en las vasijas y en los bocetos del artista) son gestos primigenios que, según Warburg, simbolizan el ritmo del tiempo.
La obra de Fernando Santiago (Xalapa, 1985), una de las más complejas entre los artistas de su generación, fusiona el estudio etnográfico con la práctica artística. Las impresiones, bocetos y esculturas resultan fetichismos contemporáneos que buscan liberar el símbolo de su contexto original para que pueda existir en otros tiempos, bajo otras tecnologías de pensamiento. La serpiente liberada en la kiwa (la casa ritual) renace como lluvia: la serpiente liberada en la sala de exposición renace como una forma inédita posible. Este ejercicio, por cierto, no es meramente documental, sino una invitación a experimentar esa “lengua del agua” –el lenguaje de los símbolos– para producir un intercambio entre temporalidades, demostrando que la tarea del arte no es solo crear, sino también indagar en las especulaciones que nos permiten ensayar nuevas formas de ser humanos.
La verdadera locura, en efecto, sería no haber llevado el poder de ese símbolo arcaico a un espacio donde pueda ser escenificado aquí y ahora. La obra de Fernando Santiago deviene entonces una meta-antropología: ese lugar donde el arte deja de ser un instrumento para encarnar algunas de las formas más potentes de la vida.
Fernando Santiago, (El ritual de la serpiente) La forma de la lengua del agua (detalle, 2025). Fotografía: Alejandra Armijo
Vista de Walpi
A la manera de un cetáceo prehistórico al que se le hubiera extraviado el océano, la vista de Walpi recorta, sin aspavientos, su silencio delicado: protuberancia en medio de un desierto inmemorial –herida proveniente de los albores de la tierra–, su contundencia hace del paisaje una textura para recorrer a la distancia. Pathosformel fue el término pergeñado por Warburg para describir gestos y expresiones recurrentes, ahítos de emoción, que perduran a lo largo de los siglos, transmitiendo intensidades a través del tiempo y sus entrañas; por ello, y ante la evidencia, ¿cuál es la naturaleza de la herida que se expande en la mirada?
Altar del sacerdote de Antílope
Todo altar es un portal que se define por la espera, dispuesto en el vientre de la kiwa seca donde el sacerdote de Antílope impone un orden minucioso al vértigo cósmico. Allí, la arena se vuelve un lienzo efímero para cartografiar el mito (acaso a través de las pisadas): el escalón y la serpiente enrollada se posan como signos de la lucha entre lo alto y lo bajo, trazando un ritmo del tiempo domesticado por la forma humana. Se trata de un cuadrante de barro y fe, donde cada pluma y cada vasija son un mediador silente, conteniendo la promesa húmeda del rayo, el punto inmóvil donde el rito se atreve a conjurar la lluvia en la lengua ardiente del desierto.
Fernando Santiago, Fig. 20. Rayos en forma de serpiente (cfr. 5. Aby Warburg, El ritual de la serpiente) (2025). Fotografía: Alejandra Armijo
Vasija enroscada
Envase de algún pulso primigenio, el cuerpo de arcilla retiene –eternidad de lo pasajero– la geometría del relámpago. Su forma espiral no es un adorno, sino la memoria táctil del movimiento: es el gesto abortado de la danza, la curva que se cierra sobre sí misma para invocar la idea de un ciclo imperecedero. Al contener el vacío, conjura la plenitud del agua: al dibujar el círculo, detiene la huida del tiempo. La vasija enroscada es la respuesta material al desorden, un pequeño cráneo doméstico donde las formas imperfectas se someten a la disciplina inmutable del barro.
El ritual de la serpiente
Geometría del riesgo expuesta al ojo, El ritual de la serpiente es el desmantelamiento de la kiwa, su traslado como contorno de fantasma a la blancura del espacio (parecido aquella página perfecta & abisal de Mallarmé). La arena en el piso –mortaja granular– es menos un paisaje que un lienzo de fricción donde la luz, filtrada por el papel, proyecta una constelación de nervios reptantes. Esta escenificación es la pausa tensa entre el rayo y el trueno que Warburg buscaba: un espacio racional donde el mito, al ser reducido a sombra efímera, obliga al visitante a pulverizar con su gesto los nexos del relato: una travesía luminosa que solo puede ser contenida en la precariedad de la sombra y la efímera ruina del desierto.
Fernando Santiago, Aby Warburg, El ritual de la serpiente (Schlangenritual: ein Reisebericht) (2025). Fotografía: Alejandra Armijo
Oda oscura
Obra, obsesiva, orfebre. Origen oscuro. Observamos ofrendas, ornamentos oníricos. Ostentosos, ovalados. Otros obran, ofrecen oraciones.
Ondulaciones organizan órganos oníricos. Oro, ocre, ópalo; ocultos, obturan oquedades originales: oráculo oportuno otorga olvido, omitiendo obstáculos.
Organismos oponen opresión. Obrero osa otear otro océano: órganos, ocasionales ofrecen otro orden. Objeto, oquedad, omnipresencia. Ontologías.
Obsesión oscura, opulento oratorio.
Ojo observadores orquestan odas oscuras.
El ritual de la serpiente. La semilla atornillada
Lo que yace aquí no es un volumen para ser recorrido por la mirada, sino la escultura de un anclaje. El ritual de la serpiente ha sido violentado: cuatro tornillos de acero lo fijan al muro, interrumpiendo el tránsito de la página. Es la voluntad del ingeniero transmutada en gesto artístico, donde el libro deja de ser vela (flotación, viaje) para ser forzado a la condición de ancla (fijación, masa). Al ser negada su función primigenia, esta pieza adquiere la dignidad inquietante de un fetiche moderno.
Bajo dicha coacción, la materia se rebela y muta: la pulpa y el papel del volumen se transforman en una fruta fantástica vegetal, cáscara para las semillas de la tormenta. Pero la fijación no detiene la dispersión conceptual; solo asegura que el cuerpo sacrificado se quede mientras la semilla es liberada.
Este pieza agujereada es la única prueba material de que el mito puede ser más fuerte que el método, a la manera de una promesa de biblioteca que aún está por germinar.
Fernando Santiago, Fig. 11. Vista de Walpi (2025). Fotografía: Alejandra Armijo
La exposición (El ritual de la serpiente) La forma de la lengua del agua, de Fernando Santiago, con curaduría de Rafael Toriz, se presenta en la galería Al Filo del Agua (La Cruz de Huanacaxtle, Nayarit) del 17 de octubre al 28 de noviembre
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