martes, 16 de marzo de 2021

Cajonos: un río sin Estado

El lugar del agua. Palabras para Ayutla es una antología que reúne a 21 creadores para acompañar y hacer eco de las demandas de San Pedro y San Pablo Ayutla Mixe (Oaxaca). Desde hace más de tres años y medio el pueblo se encuentra sin acceso al agua potable, a partir de que un grupo armado les arrebató su manantial y destruyó su red de distribución. Publicamos aquí el texto de Jorge Comensal incluido en el libro, que puede ser descargado gratuitamente en la página del proyecto editorial Yagular.

 

Las aguas que forman el río Cajonos no obedecen al Estado: llueven, escurren y se filtran, indiferentes a la división política de Oaxaca, por diversos territorios de la Sierra Norte. Los estados, por el contrario, suelen ajustarse a los caminos del agua. No es casualidad que a México lo limite el curso del río Bravo al noreste, y el Suchiate y Usumacinta por el sur. Tampoco es accidente que la frontera norte de San Pedro y San Pablo Ayutla corresponda al curso de dos ríos que al unirse en la mismísima punta del municipio dan origen al Cajonos.

En esa líquida encrucijada de la sierra coinciden seis municipios y dos culturas, ayuujk y benhe xhon1, mixes y zapotecos. Además de San Pedro y San Pablo Ayutla, alrededor del Cajonos se encuentran Santa María Tlahuitoltepec, Mixistlán de la Reforma, Villa Hidalgo, San Mateo Cajonos y San Pablo Yaganiza. Con sus mártires cristianos –como san Pedro, crucificado de cabeza– y topónimos nahuas –como Mixistlán, lugar junto a los mixes–, los nombres son testimonio de una historia universal de invasiones y despojos, conquistas y resistencias.

Pero el río murmura otras cosas. Llevo años tratando de escucharlo. Al pensar en la Sierra Norte de Oaxaca, lo primero que despierta en mi memoria es el rumor nocturno del Cajonos. No alcanzo a verlo en la penumbra, desde las tierras bajas de Villa Alta, pero lo oigo decir con nitidez que no ha llovido en semanas y que lleva, muerta de sed, la tierra de Tukyo’m rumbo a la costa, más allá del Papaloapan, en el golfo, donde la boca del río devuelve las nubes al océano.

(En su camino del mar al cielo y de regreso, el agua sostiene la vida. Se trata de un magnífico solvente, víctima que las plantas sacrifican al sol para nutrirse –con la energía solar los cloroplastos rompen el agua y le sustraen los electrones que necesitan para animarse–. El oxígeno que las plantas exhalan y nosotros inhalamos es fruto del sacrificio del agua en las hojas verdes.)

Un hombre de Lachirioag me contó que cuando bajaba a pescar al río Cajonos llevaba consigo una ofrenda de maíz o frijol para el señor del río (qué inepta y qué feudal es la palabra señor para traducir el nombre de un espíritu fluvial). Bastaba con un plato de frijoles para darle gracias por el pescado y dejarlo satisfecho. Alguien tal vez opine que echar comida al río es un folclorismo ineficaz, pero a mí me parece un gesto muy sabio, porque reconocer que el río tiene “señor”, personalidad, un alma propia, permite valorarlo justamente y establecer una relación sostenible con sus aguas. Para equilibrar esta operación antropomórfica, es preciso a su vez naturalizar al ser humano, mineralizar el cuerpo, animalizar la mente, reconocer que aparte de “señor” intelectual, la persona tiene ríos de sangre y arboledas de nervios y una fauna –microbiota– y dos pozos renales donde el agua se filtra para ser de nuevo manantial. La consagración humana –la ofrenda de los que somos y producimos– es necesaria para que la profanación de la naturaleza no sea un acto destructor. Algunos serranos lo saben todavía.

Es difícil calcular con precisión la edad que tiene un río. ¿Cuántos años hace que hay Cajonos? El profundo cañón por el que fluye es signo de una ruta muy antigua. Hace unos setenta millones de años que la sierra empezó a elevarse. Es la piedra de Norteamérica montada sobre la placa de Cocos. Liquidez y gravedad hacen que el agua busque cómo bajar de las montañas. Con el tiempo la erosión abre un camino.

Al fondo del cañón del río Cajonos no existe el Estado mexicano. No hay partidos políticos ni autoridades impuestas desde las capitales. El río no está infartado por presas hidroeléctricas ni contaminado por desechos industriales. Es un forajido. A lo largo de una empinada ladera que vincula el río con las cimas de los cerros encontramos casi todos los ecosistemas americanos (en esta sierra coinciden las ecozonas neártica y neotropical), desde el matorral xerófilo hasta el bosque de pinos y encinos, pasando por selvas de todas las alturas y reliquias del Mioceno superior, bosques húmedos que prosperaban en la región hace más de quince millones de años, repletos de guayabo amarillo (Oreomunnea mexicana)2. La humedad que llega del golfo, junto con la multitud de cerros y barrancas, forman cajones donde el tiempo se demora y la vida se prolonga.

El presente baja por los ríos hacia el futuro donde se construyen autopistas, parques industriales y refinerías junto al mar. El pasado se queda en las alturas, vigilante y manantial. Los serranos suben a los cerros para volver, para encontrarse con lo que vienen siendo desde antes de que llegaran los invasores. En las puntas de los cerros hay lugares sagrados, rocas, árboles, fuentes. He sabido de comunidades que, después de muchas décadas sin hacerlo, regresan a esos lugares para enfrentar la sequía. Se hacen ofrendas y oraciones, sacrificios.

A uno de esos cerros, Yaayheeo-cuin, subí hace tiempo con un miedo sagrado y forastero, con una curiosidad que aspiraba a ser devoción. Llegué por un rumor de hace más de tres siglos, fui porque desde niño me obsesiona el sacrificio, saber qué es el sacrificio, por qué mi madre me insistía que hiciera todo como un sacrificio.

Resulta que en septiembre del año cristiano 1700 dos fiscales de San Francisco Cajonos denunciaron con las autoridades novohispanas –burócratas armados y frailes dominicos– que sus paisanos estaban celebrando una ceremonia idólatra en casa del mayordomo del pueblo. Los españoles interrumpieron la fiesta –era sagrada– y encontraron, entre otras viandas, una cierva y varios gallos, dos cuencos llenos de sangre y varios ídolos. Dispersaron a la gente y les confiscaron las ofrendas.

Al día siguiente el pueblo rodeó el convento y exigió que le entregaran a los delatores. No se volvió a saber de ellos. El rumor, registrado en los documentos procesales sobre el caso, es que los degollaron en la cima del monte para aplacar a sus dioses. Los pinos guardan el secreto de los Cajonos. ¿Habrán matado a los traidores para calmar la nostalgia?

Después de un prolongado juicio contra los presuntos culpables de la represalia, en 1702 el alcalde de Villa Alta condenó a quince pobladores de Cajonos a ser ahorcados y desmembrados, “y que las cabezas fuesen puestas en estacas en el circuito de la plaza del dicho pueblo y en las que se pusieren las cabezas de Nicolás de Aquino y Francisco Lopes, se pusieren las manos derechas de los susodichos y los cuartos de todos por el camino real, que de dicho pueblo de San Francisco va al de San Pedro y San Miguel Cajonos y nadie sea osado a quitar so la misma pena y así se pregone para que venga a noticia de todos”3.

Desde entonces el Estado y sus aliados no dejan de asediar la Sierra. Por más que lo intenta, no ha logrado conquistarla. Numerosos conflictos, fomentados por intereses externos, confrontan a los serranos. La historia se repite con variaciones: en 2017, un conflicto forestal entre San Miguel y San Pedro Cajonos condujo a la desaparición forzada de Bernardo Reyes y Federico Cruz, líderes comunitarios de San Miguel. Nadie sabe qué fue de ellos. En 2017 comenzó también la lucha de Ayutla por recuperar su manantial, ocupado por actores sospechosos del vecino municipio de Tamazulápam. El 5 de junio de aquel año asesinaron a un hombre de Ayutla. ¿Quién pagó la bala que le pegó en la cabeza a Luis Juan Guadalupe? ¿A quién le beneficia su muerte, la impunidad y el agua que le niegan a Ayutla?

Para que haya justicia hay que imitar a la lluvia. Cae pareja por doquier, a todos moja. No le importa si la cabeza que empapa está despierta o si pregona, muda, el reino de la codicia. El agua talla las rocas y las fronteras. El agua es el perdón en muchos credos. Hay que dejarla fluir, siempre regresa.

  1. En Cajonos utilizan el gentilicio benhe xhon para referirse a sí mismos; mientras que en Yalálag, benhe wlhash para referirse a los pueblos zapotecos del área cercana al río. En el resto de comunidades zapotecas, establecidas en el estado de Oaxaca, se utilizan otras palabras para hablar de esa relación con un lugar geógrafico determinado. La palabra benhe, o bene, como se escribe en los valles centrales, se refiere a «persona», persona de. Agradecemos a la antropóloga zapoteca Ana D. Alonso Ortiz por la aclaración sobre este gentilicio. [N de los E.]
  2. J. Rzedowski y R. Palacios-Chávez. “El bosque de Engelhardtia (Oreomunnea) mexicana en la región de La Chinantla (Oaxaca, México). Una reliquia del
    cenozoico”, Boletín de la Sociedad Botánica de México, 36 (1977): 93-127.
  3. Los documentos de San Francisco Cajonos, editados por el Tribunal Superior de Justicia del Estado de Oaxaca, Proveedora Escolar e Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, 2004, p. 102.

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