martes, 9 de marzo de 2021

Julián Rodríguez, sin emboscadas

Julián Rodríguez (Ceclavín, Cáceres, 1968 – Segovia, 2019) fue director literario de la editorial Periférica, galerista y escritor, pero este último aspecto de una vida que concluyó precipitada e inesperadamente hace algo más de un año parece haber quedado eclipsado por la exquisitez de su tarea como editor: en tanto escritor, Rodríguez fue, sin embargo, uno de los más importantes de la literatura española de las últimas décadas, el creador de una obra cuyos temas fueron el transcurso del tiempo, el amor, la precariedad de la memoria y las vidas suspendidas en el tránsito del campo a la ciudad.

Las ficciones de Lo improbable (2001), La sombra y la penumbra (2002) y Ninguna necesidad (2006), los relatos y poemas reunidos en Antecedentes (2010), Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás (2004), la “no ficción” de Cultivos (2008) y las “piezas breves” de Tríptico Santos que yo te pinte (ambos de 2010): todos ellos comparten un uso de la elipsis, el carácter profundamente lírico, el emboscamiento. Rodríguez definió su aproximación al minimalismo narrativo, que llamó “escritura lacónica”, como un “conceptismo”, y su obra fue el resultado de dos estrategias diametralmente opuestas: el “vaciado” mediante figuras retóricas como el zeugma, la anfibología y la paronomasia, y el “llenado” a través de la cita. En Tríptico, por ejemplo, los autores citados o aludidos de forma explícita son Garcilaso de la Vega, Franz Kafka, Baltasar Gracián, The Cure, Marguerite Duras y Bertolt Brecht; en Santos que yo te pinte, Gesualdo Bufalino, John Cage, Peter Handke, Juan de Palafox y Mendoza, Los Planetas. Ninguna de estas referencias es superflua.

El uso estratégico de la cita otorgó a sus libros un carácter casi ensayístico, además de probar (como si su extraordinario trabajo en Periférica junto a Paca Flores no hubiera sido suficiente prueba de ello para quienes lo conocimos a través de él) cuán buen lector fue Rodríguez; su laconismo, por contra, los acerca a cierta poesía contemporánea, algo particularmente evidente en Lo improbableSantos que yo te pinte, cuyo asunto implícito es el hallazgo de una “voz”. Al igual que en esa poesía aparentemente “sin tema”, la eficacia del texto depende de que el lector acepte dejarse conducir a la deriva de “una memoria que va deshilachándose”, de cada uno de cuyos hilos el narrador extrae una historia. Rodríguez es capaz de evocar, de una forma carente de énfasis melodramático, dramas personales y carencias afectivas por los que hace circular la historia reciente española, que es su causa.

La singularidad de su propuesta y la determinación con la que escogía el camino menos transitado convirtieron a Julián Rodríguez en un escritor único y necesario, pero su obra nunca tuvo muchos lectores en América Latina y en España quedó algo opacada por su trabajo como editor. No todos sus libros pueden ser encontrados en librerías en este momento, y sería magnífico que alguien haga algo al respecto: como escritor, Rodríguez está, por lo menos, a la altura de autores de su catálogo, como Juan Cárdenas, Gianni Celati, Valentín Roma, Valérie Mréjen, Velibor Čolić, José Emilio Burucúa, Nicolás Cabral, Esther Kinsky.

Unos meses antes de morir, poco después de mudarse a la Sierra de Segovia, Rodríguez comenzó a publicar en Facebook pequeños ensayos que, a manera de diario, y como sucede en toda su obra literaria, parecían no contar mucho, pero decían más que muchos libros: eran la expresión de una mente extraordinariamente lúcida, que había encontrado una voz, una ética, un lugar, que no renunciaba al laconismo pero había dejado de emboscarse. Me gustaba verlo en las presentaciones, en su galería y en el Retiro, en la Feria del Libro local; me gustaba escucharlo reír y la última vez que hablé con él nos reímos mucho. Tenía una perra, a la que llamó Zama: es uno de los mejores y más consistentes personajes de su diario último, y uno desearía, también, que ese diario vea la luz pronto; cuando eso suceda, algunos lectores se reencontrarán con un escritor excepcional, pero otros van a descubrirlo, y hay pocos momentos mejores en la vida de un lector que ese momento del descubrimiento y el asombro.

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