jueves, 6 de mayo de 2021

El memorable final de una era

El 15 de julio de 1927 una multitud enardecida prendió fuego al Palacio de Justicia de Viena tras conocer que tres miembros de una organización de extrema derecha, que el día anterior habían asesinado a un niño en un enfrentamiento con socialdemócratas, habían sido liberados. En la revuelta murieron 89 manifestantes y cinco policías y más de mil personas resultaron heridas, pero el saldo más notable de los disturbios de ese día fue la confirmación de que acababa una época y comenzaba otra cuya característica más saliente iba a ser la radicalización de las opiniones políticas, en una espiral de violencia que desembocaría en la anexión de Austria al Reich alemán de Adolf Hitler en 1938.

La literatura carece de importancia frente a la muerte de un niño, pero la muerte de un niño no necesariamente carece de importancia para la literatura. Alrededor de esa muerte absurda, y de los hechos trágicos que desencadenó, el escritor austriaco Heimito von Doderer edificó una obra que es la mejor descripción y, al mismo tiempo, el broche definitivo para toda una época. A la altura de los más grandes libros de la modernidad, Los demonios. Según la crónica del jefe de sección Geyrenhoff (1956) narra las peripecias de casi cien personajes cuyas vidas confluyen en aquel incendio. Esta crónica extraordinaria permite descubrir a uno de los autores más relevantes y más injustamente desconocidos de la literatura centroeuropea.

Franz Carl Heimito Ritter von Doderer nació en Hadersdorf-Weidlingau, en las afueras de Viena, en 1896. Fue el menor de los cinco hijos de una de las familias más ricas del Imperio Austrohúngaro. Su estrambótico nombre fue producto de un viaje a España durante el cual la madre se enamoró del nombre Jaime, cuya grafía germanizó. Von Doderer tuvo sus primeras experiencias homosexuales con un tutor contratado por su familia con la finalidad de mejorar sus resultados escolares, más bien mediocres, al tiempo que se inició con mujeres en prostíbulos y comenzó a cultivar tendencias sadomasoquistas que aparecerían una y otra vez en su obra con diferentes disfraces. Su carrera militar fue breve y no muy honorable: en abril de 1915 se incorporó como voluntario a un regimiento de caballería en el que solían revistar jóvenes aristócratas pero, tras recibir la instrucción militar, fue destinado a la Galicia Oriental y después a la Bucovina como oficial de infantería; apenas medio año después fue capturado por el ejército bolchevique e internado en un campo de prisioneros en Siberia. Von Doderer sólo pudo regresar a Austria dos años después de terminada la guerra, en 1920, cuando la situación económica de su familia se había resentido gravemente.

Volvió de Siberia con la decisión de convertirse en escritor y con algunos primeros textos bajo el brazo, que serían recopilados póstumamente en Die sibirische Klarheit [La claridad siberiana]. Von Doderer comenzó a publicar sus primeros artículos y novelas por entregas en la prensa local a la vez que estudiaba psicología e historia. Se especializó en la baja Edad Media y en la historia de la ciudad de Viena, dos temas centrales en Los demonios. En 1923 publicó un volumen de poemas y, al año siguiente, una novela; ninguno de los dos interesó mucho al público, pero en 1929 el escritor comenzó la redacción de una obra que tituló provisoriamente Señoras gordas y que, tras veinticinco años de trabajo, acabaría convirtiéndose en Los demonios.

En 1933, mientras trabajaba en el libro, Von Doderer se afilió al Partido Nacionalsocialista, una decisión influida principalmente por el hecho de que una hermana y varios amigos suyos lo habían hecho previamente, y en agosto de 1936 se radicó en Dachau, cuyo campo de concentración parece haberle pasado desapercibido. Allí renovó su carnet partidario y solicitó el ingreso en la Cámara de Escritores del Reich, pero, a la vez, comenzó a distanciarse del nacionalsocialismo, en un proceso de gradual desencanto que culminó con su conversión al catolicismo en 1940; pese a ello, el escritor nunca abandonó oficialmente el partido, y sólo hacia 1945, después de la derrota alemana en la guerra, admitió públicamente su “error”.

En 1938 había publicado su novela Un asesinato que todos cometemos (que hace más de dos décadas dio a conocer en español Muchnik) y en 1940 había sido llamado a filas como oficial de reserva y destinado a la fuerza aérea. Tras el final de la guerra y su retorno a Viena, en mayo de 1946 Heimito von Doderer se esforzó por no ser implicado en los crímenes del nazismo, lo que consiguió definitivamente en 1947: su adhesión al nacionalsocialismo parece ahora más el gesto desesperado de un oportunista que el producto de un apoyo real a ideas políticas o estéticas.

En 1948 tenía acabada su primera gran obra, Las escaleras de Strudlhof o Melzer y las profundidades de los años (también traducida), pero ningún editor interesado: a sus 52 años de edad, Von Doderer seguía siendo un desconocido, situación que cambió lentamente con la publicación, en 1951, de esa ficción y las que siguieron: además de Los demoniosDie Merowinger oder die totale Familie [Los merovingios o la familia total] (1962) y Die Wasserfälle von Slunj [Las cataratas de Slunj] al año siguiente. Tras tres matrimonios heterodoxos, una larga relación clandestina con Dorothea Zeemann, 13 años menor que él, y dos guerras mundiales a sus espaldas, murió el 23 de diciembre de 1966 en Viena.

El extraordinario virtuosismo técnico de Heimito von Doderer y su gran poder de observación (muchas de sus obras están basadas en sus diarios, los deslumbrantes Tangenten, 1964) lo sitúan en la línea del también austríaco Robert Musil, con el que ha sido comparado en ocasiones. Los demonios se ocupa de toda una época y construye un mundo narrativo complejo centrado en las conversaciones, las borracheras, las fiestas, las peleas y las excursiones de un grupo de jóvenes que coinciden en el barrio vienés de Döbling (donde el escritor vivió tras independizarse de su familia) entre los meses de marzo y julio de 1927; de esa época proviene el diario que escribe el jefe de sección Geyrenhoff, quien años después completa sus notas con los apuntes de sus amigos, todos miembros de aquel círculo: el “maestre de caballería” Eulenfeld, el historiador René von Stangeler y su novia, Grete Siebenschein; el vitalista Imre von Gyurkicz, el escritor Kajetan von Schlaggenberg y su media hermana, a la que todos llaman “Renacuajo”.

A ellos se agregan, a lo largo de las más de mil 600 páginas del libro, personajes provenientes de todos los estratos sociales: entre otros, la prostituta Anny Gräven, la librera Malva Fiedler, el príncipe Alfons Croix, el policía Karl Zilcher y Leonhard Kakabsa, un obrero que descubre la belleza de la inteligencia (“y no [la de] la posición económica, que entonces ya no estaba vinculada con ésta, más bien al contrario”) en una gramática del latín que compra un día por casualidad. Una buena parte de los personajes está vinculada entre sí: Leonhard es hermano de Ludmilla, la doncella de Friederike Ruthmayr, viuda del padre biológico de “Renacuajo” y futura esposa del jefe de sección Geyrenhoff, relacionada a su vez con el consejero de la Cámara Levielle, quien, por su parte, es el patrono en la prensa de Kajetan y el responsable de las penurias económicas de su hermana.

Heimito von Doderer recurre a la ausencia aparente de ilación como elemento articulador de su narrativa, puesto que, como afirma su narrador, “no habría más que tirar de un hilo cualquiera del tejido de la vida para que éste la recorriera por completo”. Las vidas de sus personajes se cruzan, se reúnen brevemente y se apartan en una muestra de maestría narrativa que se proyecta sobre la convicción de que “es imposible precisar exactamente y con carácter general el punto donde acaba el entorno inmediato de una persona […] y comienza el de su época”. Así, la verdadera protagonista de Los demonios es la sociedad vienesa y la época que la hizo posible, en cuyo seno latía “aquello que carecía aún de forma, y que permaneció vuelto sobre sí mismo mientras los hechos seguían su curso” hasta que “se hizo digno de un nombre, de uno verdaderamente terrible: salió a la luz, chorreando sangre”.

Aunque el escritor y germanista Claudio Magris ha reprochado a Von Doderer la ausencia de lo verdaderamente demoníaco en su obra, el mal se encuentra presente en ella al menos en dos ocasiones: en el proceso de brujas sobre el que escribe Stangeler y en las circunstancias que suponen el final de una época feliz. Lo demoníaco aquí es “aquello que carecía aún de forma” pero ya estaba presente en la sociedad sobre la que Von Doderer escribe. En la página mil 266 de la novela, lo llama “una segunda realidad, que se levanta al lado de la primera” y cuya sustancia son los “programas políticos” y la “sexualidad degenerada”. En esa “segunda realidad”, dominada por lo ideológico, Von Doderer intuye el abismo en el que toda Europa iba a precipitarse en pocos años: “Los pobres muertos del año 1927 […] fueron los primeros en entrar en un bosque enorme que hoy ya no podemos ver por la altura de sus árboles”, escribió.

Los demonios es uno de los grandes libros de la modernidad europea y es de festejar la tarea de Roberto Bravo de la Varga, autor de una excelente traducción para Acantilado, apenas afeada por algunas erratas. Su autor está en la órbita de escritores como James Joyce, Marcel Proust, John Dos Passos, Louis-Ferdinand Céline o Alfred Döblin. Al igual que en Berlín Alexanderplatz, aquí la trayectoria de algunos personajes es la excusa narrativa para abordar el final de una época. Las diferencias de planteamiento y de ejecución de la obra respecto de aquella novela pueden achacarse, principalmente, al hecho de que la aparición de nuevas tecnologías como el cinematógrafo, el teléfono y el automóvil, que aceleraban y fragmentaban la experiencia y determinaron el tono violento y veloz de la narrativa de Döblin, apenas interesó a Von Doderer. Aunque prácticamente contemporáneas en su concepción (las dos novelas comenzaron a ser escritas por sus autores en 1929), y pese a que Los demonios sólo fue publicada en 1956, ambas obras se asoman al mismo abismo: la de Döblin lo hace ya, y de manera plena, en el siglo XX y la de Von Doderer se aferra a un siglo XIX violentamente interrumpido.

Así como el período de las recepciones sociales, la conversación erudita y la inocencia indiferente terminó en Austria con el incendio del Palacio de Justicia en 1927, quien lea Los demonios comprobará que una época de su vida como lector, esa vida secreta y casi clandestina, habrá terminado. La obra de Heimito von Doderer requiere que ese lector no sólo esté dispuesto a leer un libro, sino a penetrar en un mundo. Quien lo haga saldrá con la sensación de haber ascendido a una montaña desde la que se contempla un paisaje absolutamente extraordinario.

Publicado originalmente en ADN Cultura de La Nación de Buenos Aires, agosto de 2010

La entrada El memorable final de una era se publicó primero en La Tempestad.



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