jueves, 22 de julio de 2021

Emergencia y recepción del gótico andino: Las voladoras, de Mónica Ojeda

Amar es morder.

Mónica Ojeda

 

En Las voladoras asistimos a la renovación del cuento latinoamericano. El trabajo más reciente de la autora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) es también el más logrado de su producción; la autora mira desde otras latitudes la poética telúrica de Los Andes, un espacio montañoso en el que las mujeres vuelan por las noches al lado de cóndores.

Los cuentos que integran Las voladoras exploran una ruta nueva: la del gótico andino, una apuesta estética que Ojeda ha dinamitado desde su geografía mitológica. De esta manera, los mitos fungen como la materia prima que disecciona Ojeda, para que el horror, el terror y lo gótico exploten a borbotones, debido a que las políticas de vida que rigen a la mayoría de las sociedades del globo terráqueo confluyen en torno a toda esta galería mitológica. Es en esas historias donde las anécdotas de Las voladoras encuentran sus pretextos para funcionar. Y funcionan como un todo, como un ciclo cuentístico, que ve su formación con relación a otros cuentos y que, uniéndolos, resulta la unidad total del libro. Este ciclo se nutre de narradoras (todas son mujeres), espacios diegéticos similares (los Andes) y personajes que, debido a su configuración, son espejos de uno de otro.

El tono psicológico y atmosférico es esencial para perseguir el horror que Ojeda nos propone. Florece, pues, en el ritmo de la prosa poética que es uno de los mecanismos por los que se vale la autora para que las oraciones y las sensaciones desemboquen en goce para quien lea estos cuentos. El lenguaje obtiene en este libro una domesticación para que, a la manera de los caballos de sus cuentos, se mantenga en una cadencia de palabras de sangre, de miel, de montañas. La música y el sonido desde la óptica de las protagonistas de “Slasher”, Paula y Bárbara, encuentran una sensación estética que rozará con el horror o el goce: ¿cuánto puede una palabra?

Desde que leemos el cuento homónimo del título, el primero a manera de manifiesto de las voladoras, partimos desde una zona extraviada pero que ahora encuentra su lugar geográfico dentro de la ficción gótica latinoamericana. Autoras de la misma talla de Ojeda como Mariana Enriquez o María Fernanda Ampuero han trabajado ya en sus creaciones literarias el horror que impera en Latinoamérica: es decir, estas estéticas confluyen en un mismo registro geográfico y lingüístico; sin embargo, crean desde la divergencia un horror genuino para cada una de ellas. Ojeda no se preocupa por las dictaduras o los desaparecidos como lo logra Enriquez; tampoco se adentra en lo religioso-gore como Ampuero; no obstante, coexisten las estéticas y las políticas de escritura de estas autoras que hoy están reconfigurando las formas de hacer literatura.

Mucho se ha escrito ya sobre la propuesta estética de Mónica Ojeda. Desde su primera novela, Nefando (2016), y luego Mandíbula (2018), se posicionó o, mejor dicho, los lectores y los críticos literarios la posicionaron como una autora a la que se le debía seguir la pista, y así fue, y así llegó Las voladoras, libro que participó en el prestigioso premio Ribera del Duero. Sin embargo, en palabras de la autora, para ese momento de la premiación, la escritura aún debía trabajarse. El resultado: un libro potente que aporta a la literatura latinoamericana un nuevo modo de repensar los mitos andinos desde su concepción puramente gótica. Me gusta pensar que el cuento “Las voladoras” abre el panorama, así como las alas del cóndor que busca la carroña entre las siguientes páginas del libro; por último, “El mundo de arriba y el mundo de abajo” es el cierre perfecto que Ojeda conjura para entender que toda esta escritura es magia. Es un conjuro que se lanza desde las alturas y desde el duelo: “Esta escritura es un conjuro entretejido en lo más profundo de la tierra”, reza el narrador del ultimo cuento.

Hay cuentos atravesados por las políticas de vida que estamos atestiguando actualmente, como sucede en “Cabeza voladora”. La protagonista, una cabeza separada de su cuerpo original, es la que narra cómo fue su degollamiento. De fondo emergen los múltiples feminicidios que han sucumbido a los Andes. Hay, por otro lado, cierta preocupación temática por los horrores de la familia. Cuentos que ilustren esto serán “Slasher” y “Caninos”, textos altamente creativos donde Ojeda pone el dedo en la herida del incesto y de los gemelos-dobles. Quiero recalcar el guiño que hace Ojeda en “Slasher” al cuento “Nam”, de María Fernanda Ampuero: un padre monstruoso cohabita una casa sin que se deje ver, sólo aparece en lo público por las noches o cuando las gemelas malditas toman una ducha, el padre-monstruoso de Ampuero, por el contrario, está en entredicho, pero sus apariciones son esporádicas hasta su descubrimiento por una de las niñas que protagonizan aquel cuento. Al final del pasillo resalta una pregunta: ¿cómo pensamos las monstruosidades que aparecen de un día para otro? ¿Por qué dañamos a las personas que amamos?

Mónica Ojeda hace un calco de la violencia cotidiana, sobrevolando los cuerpos, observándolos, tocándolos. El mito y la violencia, la violencia mitológica que impregna estos cuentos es lo que hace de Las voladoras un libro humano, pero también monstruoso.

Mónica Ojeda, Las voladoras, Páginas de Espuma, Madrid, 2020

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