Secretos es una exposición de Iñaki Bonillas (Ciudad de México, 1981) que actualmente se puede ver en la Casa Luis Barragán. Ver es un decir, ya que la muestra no exhibe las obras sino que las esconde en gavetas, cajones y armarios. Siguiendo esa pauta, Daniel Aguilar entrevistó al artista para la edición impresa de La Tempestad 111, junio de 2016. El resultado fue alterado deliberadamente por Aguilar para jugar con el concepto detrás de la exposición de Bonillas, el resultado se puede ver al final de la entrevista original que reproducimos a continuación.
Dicen que la exposición Secretos sucede, en su mayoría, en los espacios “negativos” de la Casa Luis Barragán, y se rumora que ocupa los lugares más apartados, fríos y oscuros de la arquitectura emocional. ¿Por qué recurrir a la figura barroca del secreto para inyectar de pasión al funcionalismo de Barragán?
Barragán, como ya sabrás a estas alturas, era un freak del orden y la limpieza. En su casa todo tiende, casi amaneradamente, a la serenidad y a la armonía, dos de sus palabras preferidas. La pregunta que eso despertó en mí fue, desde luego, ¿y dónde carajos metía todo lo demás: el desorden, la mugre, los secretos? En los cajones y los clósets, que, ya viéndolos bien, son en realidad de lo que más hay en la casa: puertas, más de ochenta, que llevan no sólo a pasillos, cuartos y baños, sino al número más impresionante que se ha visto de huequitos para esconder cosas. La exposición, de hecho, se iba a llamar Clóset, pero era demasiado obvio y revelaba de prisa el asunto, así que se llamó Secretos. Lo que hice fue meter toda clase de cosas secretas en los cajones y armarios: desde fotos hasta esculturas, pasando por un canción –“La vie en rose”, en voz de Grace Jones, a la que Barragán idolatraba–, un ojo de vidrio, un rompecabezas y un plato de mejillones. La exposición no se ve, a menos de que te propongas encontrarla.
Por cierto, escuché que Secretos está articulada en tres ominosas categorías bajo las cuales se organizan las piezas de la muestra. ¿Podrías detallar cada una de las categorías y describir su posible diálogo (si lo hay) con las secciones interiores de la casa?
Diría que la exposición está estructurada en las siguientes esferas temáticas: objetos encontrados, apropiaciones y series fotográficas, que se suman a las jerarquías de elementos visuales que el propio Barragán dispuso a lo largo, alto y ancho de su casa: un tambor africano aquí, un falso Joseph Albers allá, una fotografía de Edward Weston acullá. En el denominado cuarto blanco de la casa, por ejemplo, descansa una pintura de un caballo que sonríe mientras deambulamos alrededor de la habitación. Si nos detenemos un minuto a contemplar su gesto alegre, notamos que al corcel le faltan unas cuantas muelas. Resultó entonces que dentro de uno de los habitáculos de dicha estancia encontré el lugar propicio para esconder un secreto: un modelo anatómico de dientes blancos con el que tropecé (sin quedarme chimuelo) en una tienda de antigüedades. Otro ejemplo: en los cantos de las repisas de un clóset oscuro y profundo convergieron unos cantos de San Juan de la Cruz que leí en la biblioteca de Barragán: «Gocémonos, Amado, / Y vámonos a ver en tu hermosura / Al monte y al collado, / Do mana el agua pura; / Entremos más adentro en la espesura». Un ejemplo más: en un gabinete que parecería haber sido diseñado por Barragán para archivar sus planos arquitectónicos (paradero desconocido) coloqué una serie de registros fotográficos de las huellas que han dejado los muebles de Sabino sobre las coloridas alfombras que visten cada habitación.
Si mientras camina por la Casa Luis Barragán el espectador se encontrara con las piezas, se revelaría el secreto. Se me viene a la cabeza la pregunta que se hace Luis Felipe Fabre en el poema que acompaña al folleto de la exhibición: ¿cómo mantener en secreto que se ha roto el secreto?
Buena pregunta. Yo le respondería a Fabre apropiándome estos versos de Lope de Vega: «Mucho he dicho y mucho callo, / y ahora sólo pretendo / que leáis este papel, / para obligaros de nuevo… / …a que el secreto paséis / de los labios al pecho; / que de la boca al oído / está a peligro un secreto». O adueñándome de esta décima de Sor Juana Inés de la Cruz: «El paje os dirá, discreto, / cómo, luego que leí, / vuestro secreto rompí, / por no romper el secreto. / Y aun hice más, os prometo: / los fragmentos, sin desdén, / del papel, tragué también, / que secretos que venero, / aun en pedazos no quiero / que fuera del pecho estén».
Para concluir me gustaría hacer hincapié en algo que tú y yo tenemos en común: la repulsión a los mariscos. ¿Qué papel juegan los asuntos marinos tan presentes en la exhibición? Y no necesariamente con relación a la figura de Barragán o la Casa, sino a tu experiencia personal.
Ciertos moluscos, como el mejillón, que se se disfraza de concha negro azulada, o el calamar, cuyo ser interior es una concha en forma de pico de ave, despiertan en mí una fascinación diametralmente opuesta al horror que profeso por sus cualidades comestibles. Estos cuerpos blandos por dentro y duros por fuera o duros por dentro y blandos por fuera, representan uno de mis intereses artísticos principales: la reconciliación de los polos opuestos.
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