viernes, 23 de septiembre de 2016

“Nadie sabe, Nadie supo”

Entre 1830 y 1860 se erigieron una serie de estructuras cónicas en la hacienda de San Juan de Trancoso en Zacatecas, hoy conocidos como los silos de Santa Mónica. En 1946, el pintor mexicano Francisco Goitia (1882-1960) habitó uno de ellos y lo plasmó en una pintura, Los conos de Santa Mónica. Poco más de cien años después, durante la administración priísta de Gustavo Díaz Ordaz, la Compañía Nacional de Subsistencias Populares (CONASUPO, 1961-1999) implementó el programa de los Graneros del Pueblo, cuyo diseño se inspiró en las estructuras decimonónicas, pero que se construyeron tomando como base un modelo único comisionado al arquitecto del priismo, Pedro Ramírez Vázquez. La iniciativa surgió con el objetivo de crear un amplio sistema de almacenamiento que subsanara la incapacidad de guardar los excedentes de granos comercializables que en ese entonces se había generado y que beneficiaban sólo a los grandes agricultores. Los silos eran construidos con créditos otorgados por la CONASUPO y con mano de obra y materiales de cada localidad. Los campesinos los pagarían con un descuento de 20 pesos por tonelada de granos almacenados. El programa quedó en manos de Carlos Hank González.

 

De 1965 (inauguración del programa) a 1970, se construyeron 3558 silos en 1109 localidades en 21 estados. Para 1971, el programa había sido socavado por la corrupción y por intereses políticos. Tras la desaparición de la Compañía y la implementación del TLCAN, inició una nueva etapa en la vida de estas estructuras. Factores como la migración masiva a EEUU y la reapropiación de los graneros como viviendas, bibliotecas o aulas educativas, algunos de ellos fueron abandonados o demolidos, se transformó, una vez más, la experiencia espacial, social y económica en torno a estas estructuras que, en su momento, simbolizaron y legitimaron las políticas públicas del gobierno de aquellos años.

 

En 2011, la fotógrafa mexicana, Livia Corona Benjamín, inició una etapa más en la configuración e imaginario de estas estructuras, pero desde el discurso de las artes visuales. Realizando un trabajo de investigación y documentación de muchos de los Graneros del Pueblo, reunió un archivo visual de las historias que se cuentan desde la reapropiación y desde la memoria. ¿Cómo presentar visualmente el registro de un programa implementado por el Estado que se caracterizó por ser fallido y corrupto, y por la desaparición de datos sobre el mismo por parte de la propia Comisión? Para la Corona Benjamín «el discurso construido a través de la fotografía y de lo que ésta  deja fuera, da pie a nuevas conversaciones en torno al arquetipo constructivo creado por Ramírez Vázquez y al modo en que ha mutado», como señaló en una entrevista con La Tempestad. Estas conversaciones se representan en Nadie sabe, Nadie supo, que exhibe un video con el testimonio de Noel Aguilar, que creció y habita una de estas edificaciones en Zacatecas, y una serie fotográfica en la que por medio de un único negativo (haciendo referencia al modelo único en el que se basó la construcción de los Graneros del Pueblo) maneja la intensidad y el tipo de la luz de forma artificial a través de una serie de filtros (un guiño a las pinturas de Goitia realizadas con cambios de luz natural y a los silos de Santa Mónica, en Zacatecas) para dar lugar a una serie de 21 imágenes (el mismo número de estados en los que se edificaron estas construcciones) «que muestran una silueta triangular formada de partículas granuladas metódicamente, sobrepuestas y desalineadas, que crean la ilusión de que la forma está continuamente fragmentándose y reconstruyéndose, imagen tras imagen. Estas marcas parecidas a pixeles forman una variedad infinita de patrones ópticos, cuyo resultado es al mismo tiempo contenido y eufórico», como se lee en la hoja de sala.

 

La manipulación de la imagen de manera artificial, que la fragmenta y la reconstruye, es el medio por el cual, desde la fotografía, Corona aborda esta estrategia del Estado en donde la arquitectura es utilizada como medio de manipulación y legitimación de sus políticas públicas, dando continuidad así a un discurso que ha seguido en todo su trabajo y que se centra en las implicaciones sociales y políticas de la arquitectura y la forma en que ésta modifica las relaciones humanas. «La foto habla de la repetición y el anonimato, una vida prescrita», señala Livia Corona, de alguna manera lo mismo ha sucedido con estas construcciones símbolo y materialización de una idea de progreso pero, también, de su fracaso.

 

Nadie sabe, Nadie supo se inaugura hoy en Parque Galería, en la calle de Puebla 170, en la Roma Norte, Ciudad de México.

 

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