martes, 20 de septiembre de 2016

Teodoro González de León

Hace una década Teodoro González de León estaba por concluir la construcción de tres importantes proyectos en la Ciudad de México: el Museo Universitario Arte Contemporáneo, el conjunto urbano Reforma 222 y el Marco 2 del Centro Corporativo Bosques. En ese entonces el arquitecto, uno de los nombres fundamentales de la disciplina en la segunda mitad del siglo XX mexicano y latinoamericano, conversó con La Tempestad en su despacho de la colonia Condesa. La entrevista se publicó en la edición 55 (julio-agosto de 2007).

 

Usted defiende la idea de que la arquitectura debe hacer ciudad…

 

Al hacer un edificio me preocupa de manera fundamental que se lleve bien con el espacio público, que incluso contribuya a fortalecerlo.

 

 

¿Qué se plantea en ese sentido el Museo Universitario Arte Contemporáneo, en la UNAM, cuya construcción ha generado polémica?

 

La polémica ha sido muy vaga. Lo importante del edificio es su función dentro del Centro Cultural Universitario. El espacio no tenía acceso peatonal, sólo vehicular, como si fuera un centro comercial rodeado de automóviles. Planteamos una plaza, un espacio que va a crear fricción  y congestión, a ocultar el tráfico de gente. ¿Qué se busca? Concentrar la actividad.

 

 

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MUAC, 2008. © Manuel Zavala y Alonso

 

 

Como estudiante participó en el diseño del plan maestro de la Universidad; ahora realiza la pieza más reciente del conjunto. ¿Considera que cierra un ciclo?

 

Creo que las autoridades de la UNAM lo tomaron en cuenta al invitarme al concurso para el diseño del edificio. Se cierra un ciclo muy amplio, de cincuenta años.

 

 

Publicó recientemente Viaje a Japón, sobre sus visitas a diversos museos del país asiático. ¿Qué le produjo atestiguar el modo en que estos espacios han ido transformándose para albergar al arte contemporáneo?

 

Fue una gran experiencia el viaje a Japón, además del que realicé cuatro meses después a España y Francia. Visité cuando menos 30 edificios, todos dedicados al arte contemporáneo. Cuando Abraham Zabludovsky  y yo diseñamos el Tamayo analizamos cincuenta museos; dedujimos que siete metros de ancho por cuatro metros y medio de altura en las salas era suficiente. Ahí cabía toda la producción artística del momento. Ahora los espacios son de doce de ancho y entre seis y doce de altura. El museo debe concebirse, también, como un lugar de provocación para el artista.

 

 

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Reforma 222, 2008. © Pedro Hiriart

 

 

La Ciudad de México padece falta de densidad, lo que produce una imagen urbana confusa. ¿Qué plantea el complejo Reforma 222 en el contexto del Paseo de la Reforma?

 

La clave del proyecto es llevar vivienda al centro de la ciudad. No son sólo oficinas, se trata de un edificio mixto. La vivienda asegura que el lugar esté vivo permanentemente, que no muera por la noche.

 

 

¿Cómo ha sido su experiencia con la torres del Centro Corporativo Bosques de Santa Fe? ¿Pensó en algún momento en replantear su lenguaje formal, dadas las exigencias de la construcción en altura?

 

Producir un diseño impactante de altura resulta muy difícil. La multiplicación de ventanas se convierte en un problema serio. La torre de vidrio, con su piel uniforme, es más fácil de trabajar. Otro tipo de intervenciones son más delicadas y complejas. Pude decir: «Bueno, ahora voy a experimentar sólo con vidrio», pero mantuve el lenguaje del muro de carga perforado, la estructura más común que hay.

 

 

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¿Hay un resquicio para el optimismo respecto a la Ciudad de México?

 

Hay un problema político: se ve sólo el Distrito Federal, no la totalidad de la mancha urbana que se extiende en el Estado de México. Habrá futuro si se realiza una importante inversión en infraestructura. La intensa actividad humana de la ciudad podría potenciarse con un transporte colectivo eficiente. Ése es el camino.

 

 

 



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