¿Qué es una lengua? ¿Un músculo en la boca para la entrada y salida de alimentos? ¿Un molusco lovecraftiano de textura húmeda y color rosado que puede simbolizar “insurrección social”? ¿Una metáfora empleada por los lingüistas para designar a un sistema de signos? No se agota ahí. ¿La lengua sólo comunica? No. Al contrario, quizá lo más importante es lo que calla. ¿Cómo se mueve la lengua cuando emite un largo silencio? ¿Se agita? ¿Se inmoviliza? ¿Se duerme? Si en las primeras líneas de Lolita Vladimir Nabokov recomendaba ejecutar con la punta de la lengua un viaje de “tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes”, ¿qué clase de trayecto palatal recomienda Franco Félix en su Lengua dormida?
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Franco Félix nació en 1981 en Hermosillo. Sin embargo, el papel que juegan en su obra el norte de México, el desierto o la “carnita asada” no se parece en nada al que revolotea en las páginas de la llamada “literatura del norte” (etiqueta más mercadológica que literaria). Félix se mueve en una poética más personal. Compuesta por Los gatos de Schrödinger (2015), Kafka en traje de baño (2015), Mil monos muertos (2017) y Maten a Darwin (2018), su obra se caracteriza por un humor y una lógica muy particulares. Si en esos cuatro libros su poética está cercana al mesianismo escéptico de Kafka, la violencia afásica de Beckett o la risa esquizoide de Foster Wallace, ¿dónde entra Lengua dormida? ¿Es una confesión, una catarsis? ¿Una comedia edípica, un drama familiar? ¿Una elegía, un réquiem?
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En su libro La verdad en pintura Jacques Derrida habla de la “presencia” de las “ontopreguntas”. El ser. La pregunta por el ser. Para acercarnos a Lengua dormida sin perdernos en sus sueños, pesadillas y alucinaciones, quizás haya que buscar cobijo en lo roto, lo fragmentado, lo enfermo. Acercar el oído a esa voz alegre, festiva, amorosa, casi dionisíaca, pero también deteriorada por la enfermedad. Una voz que se apaga mientras resuena el “chac chac chac” de la máquina de hemodiálisis y, también, silenciada por la violencia. ¿Cómo hacer resonar la voz que yace bajo una losa de cemento? ¿Cómo despertar la lengua dormida?
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Lengua dormida es una novela sobre la madre o lo que significa ser madre en un país como México. Franco Félix reconoce la imposibilidad de tejer un relato con base en “ontopreguntas” y lo escribe como si recogiera las astillas de luz de una estrella. Lengua dormida no es la mera remembranza de un hombre que ha perdido a su madre, sino una investigación sobre el origen en un sentido profundo. Como los personajes de sus otros libros, el autor opera aquí como un detective psicoanalítico. No es casual que la novela empiece y casi termine con un sueño. Pero Félix, como el agente Dale Cooper de Twin Peaks, no sólo se apoya en las claves ocultas sino también en la voz de los otros: su padre y su hermano, las amigas de su madre y los diversos Franco Félix. Esa clase de otros pretéritos que se habitan en la infancia y la juventud y poco a poco se van perdiendo. Regreso al origen, Lengua dormida es, además de una investigación sobre la madre, una meditación sobre las filias, las fobias, la amistad, la política, la ideología, la televisión, el cine de terror, la religión, la pérdida. ¿Perder a una madre es perder el cúmulo de palabras que nos alumbraban en la oscuridad?
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Narrada por un detective que sabe que no logrará recabar todas las pistas, Lengua dormida es una sutil reflexión sobre la imposibilidad de la representación. Si en Maten a Darwin los personajes se apoyan en nociones de semiótica y fenomenología bastante particulares (más como ramas del crimen que de la filosofía), en Lengua dormida el narrador-detective parte de una concepción amorosa pero insuficiente del lenguaje. ¿Qué clase de discurso puede aprehender “la gramática de los muertos”? Desde los nombres de los capítulos se anuncia la belleza de lo inconcluso, del horror de saber que nunca podremos reconstruir lo acontecido. Memoria. Mnemósine. Musa. Una deidad que mora en los bosques de nuestra mente y nos permite libar un tiempo fuera del tiempo cronológico, técnico, occidental.
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Lengua dormida opera como un archivo con estantes revueltos. La novela brinda una metáfora para explicar su poética: el disco de Newton, una figura dividida en colores que al girar y combinarlos proyecta luz blanca. Pero ese blanco es resultado de colores heterogéneos que se agitan en el fondo y que sólo conoce la madre, la lengua dormida. Sólo la madre sabe lo que pasó y por qué hizo lo que hizo, el acontecimiento que marca la estructura de la novela. El narrador, siempre consciente de su lenguaje, de su lengua casi afásica, confiesa:
Pero debo reconocer que esta oquedad, estas omisiones en la vida de mi madre, instalaron en mi cabeza el deseo de conocer la gran historia de mi madre. Porque eso he hecho desde pequeño, tomar todos esos pedazos revueltos de su vida y construir un relato sobre ella. Este libro que escribo ahora mismo inició muchos años atrás, décadas incluso, en las que tuve que ir armando el gran rompecabezas de nuestra familia. Escribo porque no tuve palabras, porque nadie me las dio cuando las necesitaba. Escribo porque mi madre me enseñó que el silencio no es una opción, sino un lenguaje que opera con gestos e interpretaciones y que esos gestos y esas interpretaciones en cadena forman una crónica suspendida que acecha y mata y descuartiza y te hace pedazos por las noches.
Así, Lengua dormida se esfuerza en dar voz al silencio. El texto busca que el silencio se vuelva un relato lleno de matices, texturas e interpretaciones múltiples. Una catábasis hacia las regiones ocultas de la madre. El lado oscuro de la luna. La parte cuyo brillo nunca se muestra.
Franco Félix, Lengua dormida, Sexto Piso, México, 2022
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