martes, 24 de enero de 2023

Ednodio Quintero: escribir, traducir, vivir

Ednodio Quintero (Las Mesitas, 1947) es uno de los grandes narradores venezolanos contemporáneos. Su obra transita por los límites de la realidad, empleando una prosa hipnótica, de gran belleza. Libros de cuentos como La muerte viaja a caballo (1974), La línea de la vida (1988) o Cuentos salvajes (2019) lo han convertido en un clásico del género. Como novelista destacan El amor es más frío que la muerte (2017) o Diario de Donceles (2022), la más reciente. Su interés por la cultura japonesa ha sido reconocida con el Premio Orden del Sol Naciente, Rayos Dorados con Roseta.

Decía Enrique Vila-Matas, al referirse a usted, que haber estado tan alejado de los focos mediáticos le ha beneficiado, porque “le ha permitido acceder al ideal de ciertos narradores de raza: ser puro texto, ser estrictamente una literatura”. ¿Qué nos puede contar al respecto?

Comparto casi al cien por ciento la opinión de mi amigo Enrique. Siempre me ha interesado la literatura como el uso deliberado y singular del lenguaje con fines estéticos, capaz de iluminar algún conflicto existencial. Lo que más he apreciado en mi vida es la libertad: desde la separación de mis padres, a mis diez años, he hecho lo que me da la gana. Tuve la suerte de graduarme muy joven, a los 23 años, de ingeniero forestal y a los pocos meses ingresé a la universidad como docente e investigador. Ya antes había comenzado a escribir y había publicado en revistas y periódicos. La solvencia económica de aquella época me permitió continuar escribiendo sin someterme a la dictadura de los editores. Y así pude ser fiel al consejo de Milan Kundera: “El narrador no tiene que darle cuentas al mercado, sino a Cervantes” (cito de memoria). Por supuesto, me alegra saber que, sin llegar a convertirse en best-sellers, mis libros se venden bien.

Recordando a Stendhal usted ha dicho que “escribir es un placer denso y profundo”. En la editorial Candaya encontró un espacio para su obra narrativa y su labor traductora, desde Mariana y los comanches (2004), los libros de relatos Combates (2009) y Ceremonias (2013) o El amor es más frío que la muerte (2017), su última novela publicada en el sello. ¿Cómo surgió su relación con la editorial del Panadés?

Mi relación con Olga [Martínez] y Paco [Robles] de Candaya es una historia muy curiosa. Comienza con mi amistad con Enrique Vila-Matas, a quien conocí en un encuentro de escritores (México, 1991). Cuando en 2001 a Enrique le dieron en Caracas el premio de novela Rómulo Gallegos la Universidad de los Andes lo invitó a pasar unos días en Mérida y se quedó tres semanas. Le gustaba la ciudad andina pues había estado en 1993 invitado por la Bienal de Literatura Mariano Picón Salas. Durante esta última estancia pasó tres días con sus lóbregas noches en un hotel de montaña al borde de los cuatro mil metros de altitud, y a su regreso a España escribió un artículo donde contaba su experiencia nocturna con unas llamas asesinas y lo mucho que le había gustado una novela mía inédita que había tenido la amabilidad de leer. Olga y Paco leyeron aquel artículo y al año siguiente vinieron a Mérida buscándome y me encontraron en el mítico Café Santa Rosa, donde yo pasaba las tardes hablando con amigos y tomando café. Me contaron la idea que tenían de fundar una editorial. Nos entendimos desde el primer momento y les entregué un manuscrito.

Ednodio Quintero

Ednodio Quintero en un autorretrato de 2017

Por esa época vivía en Barcelona mi amigo Juan Villoro, que al enterarse de los planes editoriales de Olga y Paco comentó: “Sólo para publicar a Ednodio vale la pena crear una editorial”. Villoro prologó Mariana y los comanches, que fue el primer título de la colección de narrativa de Candaya. Luego vinieron mis dos libros de cuentos, Combates y Ceremonias, y la novela El amor es más frío que la muerte. Colaboré en dos traducciones de literatura japonesa: El mago, de Ryūnosuke Akutagawa, y La felicidad de la familia, de Osamu Dazai, y escribí sendos prólogos. También escribí el prólogo para la extraordinaria novela Lluvia de Victoria de Stefano. Además participé en giras maratónicas por las principales ciudades de España en la presentación de mis libros. Fueron numerosos los encuentros que tuve con Olga y Paco: Feria del Libro de Guadalajara, Ciudad de México y, en Venezuela, Mérida, Maracaibo, Valencia, Caracas. Por éstas y otras razones estaré profundamente agradecido a la gente de Candaya.

Si me explayo en tantos detalles es porque esa relación basada en una profunda amistad se vio de pronto interrumpida por algo que escapa a mi comprensión. Cuando Olga y Paco se enteraron de la publicación de Cuentos salvajes con Atalanta se indignaron de tal manera como si yo hubiera cometido un delito de alta traición. Les escribí preguntándoles los motivos de aquella repentina rabieta, han pasado ya tres años desde entonces y ni siquiera han respondido mis e-mails. En fin… Cosas veredes, Sancho.

Volviendo a El amor es más frío que la muerte, título de claras resonancias fassbinderianas, cuya sugerente portada es una fotografía suya. Ha definido el libro como una novela sobre la vida, más que una novela sobre el amor. Está construida en tres niveles diferentes, uno de ellos se puede definir como onírico. Sus propios sueños forman parte de la trama. Una novela con una estructura tan compleja ¿ha sido especialmente difícil de escribir? ¿Cómo fue su proceso de escritura?

La asociación de mi novela El amor es más frío que la muerte con el filme homónimo de Fassbinder es por demás obvia. Sin embargo, el título no proviene de la película sino del grupo musical Love is Colder Than Death, que descubrí por casualidad durante mi año sabático en México. Soy fanático de Fassbinder, he visto varios de sus filmes, pero cuando escribí mi novela no conocía El amor… La vi hace poco y me encantó, pero más allá del título no encuentro ninguna relación con mi novela. Puedo decir que a Fassbinder, que murió de una sobredosis a los 35 años, le debo en parte la vida. Pero esa es una historia difícil de contar en una entrevista.

Sí, mi novela tiene un costado onírico como casi todo lo que escribo. No me costó escribirla, de hecho la escribí en tres meses. Recuerdo que la foto la tomé el atardecer del 28 de diciembre de 2011, durante el invierno nuclear, en Shinjuku, Tokio.

Además de la escritura, reparte su tiempo entre la universidad, la fotografía y la traducción. Ha colaborado en traducciones del japonés. Recientemente su labor fue reconocida con el Premio Orden del Sol Naciente, Rayos Dorados con Roseta, que otorga el Emperador Naruhito. ¿Cuál fue su experiencia al recibir un premio de tanto prestigio?

Mi nivel de conocimiento de la lengua japonesa es elemental. Colaboro en la versión que hace en primera instancia mi súper amigo, doctor de la Universidad de Tokio, Ryukichi Terao, hispanista nipón que ha vivido en México, Colombia y Venezuela. Aporto en esas traducciones (que a menudo son versiones) lo que podríamos llamar el lenguaje literario que rompe la literalidad. Con base en mi condición de narrador y mi exhaustivo conocimiento del idioma castellano, parto de la hipótesis de que en una traducción importa en primer lugar la lengua de llegada. Lo de la condecoración Orden del Sol Naciente ha sido para mí una sorpresa, una inmensa alegría, un gran honor. Ni siquiera sabía de la existencia de semejante distinción.

“Sigo la recomendación de Elias Canetti: ‘Escribe hasta que los ojos se te cierren para siempre’. Hace ya dos años que vengo escribiendo algo parecido a unas memorias envenenadas por la ficción.”

Durante los últimos tres años, debido a mis condiciones de salud, dedico mi tiempo casi exclusivamente a la escritura (incluyendo una que otra colaboración en alguna traducción: está a punto de salir en Satori El demonio y otros cuentos, de Junichirō Tanizaki). Sigo la recomendación de Elias Canetti: “Escribe hasta que los ojos se te cierren para siempre”. Hace ya dos años que vengo escribiendo algo parecido a unas memorias envenenadas por la ficción: Últimos días en el planeta Tierra. En ocasiones participo en alguna actividad universitaria por Zoom. Y desde mi ventana tomo fotos de la Sierra Nevada de Mérida y de los zamuros que sobrevuelan la ciudad.

¿Cómo surgió su interés por la cultura oriental y, más en concreto, por la literatura japonesa?

Se trata de una historia de amores compartidos. En 1964, a mis 16 años, contemplé fascinado un remake de la famosa película Rashōmon de Akira Kurosawa, basada en dos cuentos de Ryūnosuke Akutagawa. Desde entonces me aficioné a la literatura y el cine japoneses, en general a su exótica, extraña, esotérica, enigmática, refinada y profunda cultura. Aquella afición original se fue convirtiendo en lo que he denominado “mi pasión nipona”. Desde 1994 hasta el presente, sólo interrumpidos por la pandemia, he dictado cursos de narrativa japonesa del siglo XX en la Universidad de Los Andes de Mérida, Venezuela. He escrito ensayos, prólogos de libros, artículos de divulgación y crónicas sobre Japón y sus manifestaciones culturales. Y como hablábamos antes, he colaborado en la traducción de autores japoneses al español.

En un par de ocasiones (2006-2007 y 2011-2012), gracias al generoso apoyo de la Fundación Japón, tuve la inmensa fortuna de realizar en la Universidad de Tokio sendos proyectos de investigación sobre dos autores japoneses, Tanizaki y Akutagawa. Del resultado de esas investigaciones surgieron dos ensayos biográficos: Tanizaki, el paradigma y Akutagawa, el elegido, ambos publicados en Caracas en 2013.

Entre los escritores japoneses a los que ha traducido destacan Yasunari Kawabata, Ryūnosuke Akutagawa o Kōbō Abe. Atalanta ha publicado su traducción, en colaboración con Ryukichi Terao, del libro Siete cuentos japoneses, de Junichirō Tanizaki. En su prólogo usted señala que “resulta curioso y aleccionador observar el espectacular giro dialéctico y conceptual que logra imprimir a sus escritos posteriores a 1926. De la fascinación por lo occidental salta al extremo de la exaltación de lo nacional”. Desde su punto de vista, ¿a qué se debió ese cambio en la temática de su obra, más afín a la historia y a las tradiciones japonesas?

Ciertamente el caso de Tanizaki es ejemplar. En su primera etapa como escritor, desde 1910 cuando publica “El tatuador” hasta el gran terremoto de 1923 que destruye Tokio y Yokohama, su magnífica obra se caracteriza por la infatuación hacia los valores de la cultura occidental. He leído casi todos sus cuentos de esa época y en la mayoría de ellos la exagerada admiración por lo occidental se expresa en su cara B como un desprecio hacia lo autóctono japonés. A raíz del terremoto, seguido por el divorcio de su primera esposa, Tanizaki fija la mirada en su propia cultura, se muda de la cosmopolita Tokio a la tradicional zona de Kansai (Kioto, Kobe, Osaka). Semejante transformación, como si hubiera experimentado un satori o una epifanía, culmina en ese maravilloso libro, El elogio de la sombra, considerado por unanimidad por la crítica de su país como el mejor ensayo de la literatura japonesa de todos los tiempos.

Precisamente en Atalanta se publicaron en 2017 sus cuentos completos bajo el título de Cuentos salvajes. Toda reedición de un libro supone para el escritor la oportunidad de revisar lo que escribió años atrás. Al parecer el pintor francés Pierre Bonnard solía retocar, a escondidas, algunos cuadros que llevaban colgados años en el museo. ¿Ha retocado alguno de los textos aprovechando la reedición de sus cuentos?

“Retocar” lo que publicamos hace años es una tentación. En mi caso, llegué a reescribir en su totalidad mis dos primeros libros, hasta el extremo de eliminar del primero casi todos los cuentos. Luego, siguiendo un consejo de Borges, entendí que en algún momento, por cansancio o cualquier otro motivo, hay que olvidarse de seguir corrigiendo. No acostumbro leerme a mí mismo, me pone muy nervioso encontrar alguna frase mal escrita. Imagino que tratándose de la lectura para una antología siempre introduces algún cambio, agregas o eliminas una frase, una palabra o un signo de puntuación.

¿Cree que hay una mayor tradición en cuanto a traductores del japonés al español en países latinoamericanos? Recordemos la labor en este campo de los poetas mexicanos José Juan Tablada y Octavio Paz.

“Con la demanda cada vez más creciente de obras japonesas han aparecido traductores aquí y allá como en botica. No creo que se puedan establecer diferencias de calidad entre los de la península ibérica y los de Latinoamérica.”

Con la demanda cada vez más creciente de obras japonesas han aparecido traductores aquí y allá como en botica. No creo que se puedan establecer diferencias de calidad entre los de la península ibérica y los de Latinoamérica. Hay traducciones excelentes y también pésimas. Entre las mejores destacaría las de Kazuya Sakai, argentino-japonés que se radicó en México. Sus traducciones de Akutagawa y Abe (La mujer de la arena) son insuperables. Y las magníficas traducciones de la española Montse Watkins (Indigno de ser humano y El ocaso, de Dazai) son inolvidables. Es de lamentar que Sakai y Watkins ya no estén con nosotros. Entre los traductores más recientes admiro el trabajo de Jesús Carlos Álvarez, español residenciado en Tokio. Su versión de El libro de la almohada de Sei Shōnagon para la editorial Satori es una maravilla.

¿Cómo se plantea usted la traducción de un texto literario? ¿Qué materiales maneja cuando se enfrenta a una obra en lengua japonesa?

Por supuesto que la traducción comporta el aspecto creativo. El caso más emblemático es el de Baudelaire como traductor de Edgar Allan Poe. Dicen que el conocimiento de la lengua inglesa por parte de Baudelaire era precario, pero el poeta francés estaba impregnado con el espíritu de Poe. Algunos autores opinan que traducir es enfrentarse a una imposibilidad. En mis versiones intento ponerme en el lugar del autor; para dar un ejemplo, digamos que me transformo en Tanizaki e intento dar lo mejor de mí. Pienso que el trabajo en tándem que realizo con Ryukichi Terao es ideal pues él conoce y maneja muy bien el español y, en mi caso, además de mi condición de narrador y del manejo de mi propia lengua estoy familiarizado con la cultura japonesa. Los dos años que pasé en Japón me permitieron conocer, en su propia salsa, diversos y variados aspectos de aquella fascinante cultura. 

Ednodio Quintero

Volviendo a su obra narrativa, la editorial Pre-Textos ha editado recientemente en España Diario de Donceles. De esta novela-diario se ha dicho que emplea un lenguaje que va de lo poético a los registros del pop y el habla coloquial. El escritor argentino Manuel Puig se sentía atraído por “ciertas formas despreciadas”, como él las llamó; “estos géneros menores pueden ser tratados con cierto rigor artístico y valorizarlos”. ¿Hay en su caso, en el uso de un lenguaje coloquial, un intento de reivindicar una lengua popular y darle, así, un cariz literario?

Soy lector y admirador de Manuel Puig, a quien tuve la suerte de conocer en Mérida. Recuerdo el mordaz comentario de Borges a propósito de Boquitas pintadas: “Imagínese, es un libro de Max Factor”. Desde hace tiempo, creo que a partir de la publicación de mi primera novela, La danza del jaguar (1991), he empleado diversos registros en mi narrativa, que incluyen lo coloquial, el pop (en particular por mi afición al rock and roll y al trip hop), cierto clasicismo, la oralidad, el erotismo que a veces bordea el porno, el cine (durante años fui un loco por el cine, incluso escribí tres guiones y participé en varias filmaciones, en una de ellas como actor, actué de monje loco), las artes plásticas y últimamente el uso de la teoría del caos: toda una mezcla parecida al caldero de las brujas de Macbeth. En esa mezcolanza, Puig es apenas una lejana referencia.

Diario de Donceles combina ciertas experiencias personales con lo que algunos críticos han denominado mi desbordada imaginación, y si a esto le agregamos el aspecto onírico, “soy una máquina de soñar”, pienso que he escrito una novela que puede enganchar a lectores de literatura, inteligentes.

¿Cómo ve el panorama narrativo actual en Latinoamérica? ¿Qué autores le parecen más interesantes?

La narrativa Latinoamericana está cada día más viva y despierta. Leer a todos los autores recientes es una tarea imposible. Sin embargo, me atrevería a señalar algunos que han despertado mi interés. Entre los vivos, sin un orden particular: César Aira (mi preferido, he leído más de un centenar de sus libros), Juan Villoro (su última novela, La tierra de la gran promesa, es un extraordinario y ambicioso fresco acerca de la compleja historia del México contemporáneo), Héctor Abad Faciolince, Rodrigo Rey Rosa, Mario Bellatin, Victoria de Stefano (su última novela, Venimos, vamos: nadie en español escribe una prosa exquisita como la suya), Evelio Rosero (Los ejércitos), Horacio Castellanos Moya y su saga sobre la violencia en Centroamérica, Eduardo Ruiz Sosa, Mónica Ojeda (con sus explosivas novelas Nefando y Mandíbula), Michelle Roche (con su sorprendente novela Malasangre, que recomiendo con los ojos abiertos).

La entrada Ednodio Quintero: escribir, traducir, vivir se publicó primero en La Tempestad.



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