jueves, 23 de marzo de 2023

Fuera del Estado

En sus manifestaciones política y económica, hace tiempo que el poder gobierna la imaginación de las mayorías. Eso incluye la de los llamados intelectuales, hoy convertidos en meros facilitadores ideológicos, ya sea de quienes administran el Estado o de quienes aspiran a hacerlo. De ahí que el sector crítico, que históricamente se ocupaba de la reflexión, hoy se muestre claramente incapaz de identificar los acontecimientos auténticos en el campo de las ideas. Algunas puertas se abren, ocasionalmente, en los espacios de las artes, pero las excepciones no modifican sustancialmente el adocenado paisaje.

¿Cómo explicar, por ejemplo, que un libro como El amanecer de todo (2021) no suscite mayores discusiones en el mundo de habla hispana, luego de su aparición en castellano hace unos meses? Esta nueva historia de la humanidad, escrita por el antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wrengrow, se propone, ni más ni menos, poner en evidencia que las lecturas imperantes sobre el devenir humano no son más que proyecciones retrospectivas para decirnos que el orden socioeconómico imperante es producto de una evolución inevitable. En suma, para repetir con una mueca de autosatisfacción que la democracia liberal y la economía de mercado son el horizonte último de nuestra especie. Pero la evidencia científica es otra: durante miles de años los humanos han sido capaces de organizarse, incluso en ciudades de miles de habitantes, sin necesidad de Estados y con una sorprendente variedad de modelos económicos y políticos.

Graeber y Wrengrow parten de una pregunta: ¿quién se beneficia de la creencia de que la desigualdad es inevitable en sociedades de cierta escala y complejidad? Las derivaciones de la respuesta ocupan ocho centenares de páginas que demuelen, uno por uno, los lugares comunes con los que el consenso histórico moderno se reproduce. Pero plantean algo más profundo: los europeos fueron incapaces de pensar la igualdad antes de conocer a las culturas amerindias. Nos gusta pensarnos como occidentales ilustrados, y sin embargo las ideas hegemónicas de la actualidad deben más a reaccionarios como Louis de Bonald, Joseph de Maistre o Edmund Burke de lo que nos gusta reconocer. ¿Por qué fue necesario “civilizar” a millones de personas a punta de pistola si el modelo social europeo era tan evidentemente superior?

“Si algo fue terriblemente mal en la historia de la humanidad –y dado el estado actual del mundo, es difícil negar que algo sucedió– tal vez comenzó a ir mal precisamente cuando la gente perdió la capacidad de imaginar y representar otras formas de existencia, hasta tal punto que hoy en día hay quien cree que este tipo de libertad, en particular, nunca existió o apenas se ejerció durante la mayor parte de la historia de la humanidad”, escriben Graeber y Wrengrow. ¿Qué han buscado los humanos durante miles de años? Libertad social, que los autores concentran en tres categorías: la de trasladarse físicamente (mudarse de entorno), la de ignorar órdenes o desobedecer y la de crear realidades nuevas (o bien alternar entre realidades diferentes). Las dos primeras son el sustento de la tercera. ¿Se entiende ahora la preocupación por los flujos migratorios y los Estados policiales de facto en los que vivimos?

Contra las simplificaciones interesadas de autores como Yuval Noah Harari, Steven Pinker, Jared Diamond o Francis Fukuyama, hobbesianos con piel de cordero, El amanecer de todo se detiene en la evidencia de formas alternativas de organización que los humanos han ido construyendo a su paso. Los capítulos dedicados al México prehispánico nos invitan a cuestionar la narrativa histórica que se propaga desde el poder, más interesado en el “esplendor civilizatorio” que en los momentos verdaderamente igualitarios que se conocieron antes de la llegada de los españoles, quienes en el siglo XVI no sólo ignoraban la noción de igualdad sino que eran incapaces de concebir una sociedad sin jerarquías.

¿Qué pasó en Teotihuacán alrededor del año 300? En la ciudad mesoamericana hubo posiblemente “algún tipo de revolución, seguida por una distribución más equitativa de los recursos de la ciudad y el establecimiento de algún tipo de ‘gobierno colectivo’”. Después de esa fecha dejaron de dedicarse esfuerzos a las deslumbrantes construcciones monumentales. Hay evidencia arqueológica de que la pirámide de la Serpiente Emplumada fue profanada y saqueada, y las muertes rituales dejaron de practicarse. Lo que siguió fue un ambicioso proyecto de lo que hoy llamaríamos vivienda social, conjuntos de departamentos de un nivel articulados por patios, cuyos muros eran decorados con pintura mural (no se ha encontrado a la fecha ninguna representación de un gobernante o monarca). David Graber y David Wrengrow afirman que “muchos ciudadanos disfrutaban de un nivel de vida rara vez logrado a lo largo y a lo ancho de cualquier período de la historia urbana, incluido el nuestro”. Los teotihuacanos destituyeron a las élites y se abocaron a la potencia de lo común.

Tanto los mexicas como los tlaxcaltecas se consideraban herederos de la cultura teotihuacana, pero esto es más cierto, en términos políticos, en el caso de los segundos. ¿Qué escribió Hernán Cortés sobre Tlaxcala en sus Cartas de relación?: “el orden que hasta ahora se ha alcanzado que la gente de ella tiene en gobernarse, es casi como las señorías de Venecia y Génova o Pisa, porque no hay señor general de todos”. Los conquistadores encontraron, en pleno siglo XVI, una república indígena. La decisión de aliarse con los españoles en contra de los aztecas tenía que ver con proteger su forma de organización social. Graeber y Wrengrow recurren a la Crónica de la Nueva España de Francisco Cervantes de Salazar, un texto raramente consultado, para reconstruir el momento. Los tlaxcaltecas votaron por luchar junto a los europeos en un consejo popular, donde sin embargo se escuchó la voz discordante de Xicoténcatl el Viejo, que advirtió sobre esos “hombres más necesitados que nosotros”, siempre insatisfechos, que para sostenerse terminarían haciéndolos esclavos. “Lo que hemos aprendido”, leemos en El amanecer de todo, “es que las tradiciones políticas de Tlaxcala no son una anomalía, sino que se asientan en una profunda corriente de desarrollo urbano que se puede remontar, en sus rasgos generales, a los experimentos de bienestar social llevados a cabo 1,000 años antes en Teotihuacán”. La afirmación puede complementarse con la lectura de La comuna mexicana (2021), de Bruno Bosteels.

Quienes no estamos interesados en el poder ni en la administración del Estado y, por el contrario, nos sentimos interpelados por la potencia de la autonomía, tenemos mucho que agradecer a un libro como El amanecer de todo. “¿Cuál es el objetivo de todo este conocimiento nuevo, si no es dar nueva forma a nuestras concepciones de quiénes somos y en qué podemos, aún, convertirnos; en otras palabras, si no es para redescubrir el significado de nuestra tercera libertad, la de crear formas nuevas y diferentes de realidad social?”.

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