miércoles, 18 de junio de 2025

‘Parthenope’ y el tiempo que fluye

Desde sus primeros largometrajes, Un hombre de más (2001) y Las consecuencias del amor (2004), Paolo Sorrentino ha retratado aspectos miserables en la vida de la gente rica. Quizá la más famosa de sus criaturas fílmicas, y la que mejor ejemplifica el sector social que le interesa capturar, es Jep Gambardella (interpretado por Toni Servillo, su actor fetiche), el escritor pequeño burgués de La gran belleza (2013), al que le resultan ridículas ciertas convenciones de los ámbitos editorial y artístico romanos. Esta mirada incisiva sobre la fama y la fortuna es fundamental en su obra, y Parthenope: los amores de Nápoles (2024) no es la excepción.

En su filme más reciente el cineasta italiano indaga también en la comprensión y la dulzura que suscita la enfermedad y, al mismo tiempo, en lo que avergüenza por monstruoso y termina ocultándose. Parthenope (Celeste Dalla Porta) nace en medio del mar napolitano, de padres ricos cuya vida se verá marcada por una tragedia. Aunque su familia la juzga con severidad, pronto adquiere consciencia de su atractivo escandaloso. Sin importar la belleza que los rodea ni la riqueza de la que provienen, todos aquí optan por la desesperanza.

Cuando uno de los personajes afirma que no se puede ser feliz en el lugar más hermoso del mundo, es posible pensar en Parthenope como una metáfora de Nápoles y en las preguntas que se plantea como problemáticas de la propia ciudad, cuna de Sorrentino. La relevancia de la Iglesia católica en la sociedad, por ejemplo, se manifiesta cuando aparece el obispo Tesorone (Peppe Lanzetta) para develar cómo el clero ha perpetuado el arte de la seducción y el fraude. Queda en evidencia, entonces, que la verdad es indecible.

Parthenope

Celeste Dalla Porta y Gary Oldman en Parthenope: los amores de Nápoles (2024), de Paolo Sorrentino

La esmerada construcción de personajes constituye uno de los aspectos más destacados de la cinta. Se desenvuelven con orgullo, son patéticos, frágiles, contradictorios, enmascarados y seductores. El escritor estadounidense John Cheever (encarnado por Gary Oldman), alcohólico y depresivo, tiene una participación clave, pues funciona como espejo poético que amplifica el sentimiento de la trama medular. El fantasma de Sophia Loren emerge con el nombre de Greta Cool (Luisa Ranieri), y el discurso que pronuncia delante del público napolitano muestra la delicada escritura de Paolo Sorrentino. La escena es brillante, pues el director dibuja una caricatura rota y soberbia sin propinarle una condena moral.

Una lupa sobre la riqueza

Conviene traer a cuento la reflexión de Leila Guerriero sobre la no-narración del mundo de los ricos. La escritora advierte cómo las revistas del jet set se limitan a publicar fotografías bonitas y dejan un hueco narrativo peligroso: no se habla sobre su visión del mundo, sus miserias o sus manías. “Aparecen mostrando lo que tienen para no mostrar lo que son, y devienen una raza que no huele, que no siente, que no sufre: un olimpo de cera: una raza invisible”, escribe en uno de los textos de Zona de obras (2014). “Pero el mundo de las clases altas forma parte de este sitio en que vivimos y mientras no apliquemos allí la mirada que ya demostramos que podemos aplicar a los raros y a los que tienen poco –una mirada de carácter, una mirada que aspira a contar un mundo, una mirada que trata de entender–, seguiremos despejando solo una equis, una parte de la ecuación”.

Si bien hay una sobreproducción de historias en torno a aquellos que tienen de más, lo cierto es que la mayoría proviene de la industria audiovisual masiva: productos repletos de personajes predecibles, huecos: autómatas con destinos idénticos. De ahí la importancia de que Paolo Sorrentino escudriñe este mundo de oropel para encontrar los matices que surgen al mezclar el gran horror con la gran belleza: el tiempo que fluye junto al dolor. Parthenope es una narración coral, donde las experiencias vividas por los personajes forman un solo cuerpo de agua. Es también una historia de amistad, y quizá la amistad sólo puede darse entre las personas que saben verse sin juzgarse.

Parthenope

Celeste Dalla Porta en Parthenope: los amores de Nápoles (2024), de Paolo Sorrentino

Al cierre de la película se escucha un pasaje de la Biblia: “Dios no ama el mar”. Luego, cuando todo parece desvanecerse, la cámara ofrece un paneo hacia el carro alegórico rebosado de luces blancas y azules que transporta a los hinchas, seguidores del Nápoles, cantando con orgullo su himno:

Un día de repente me enamoré de ti

mi corazón latía con fuerza, no me preguntes por qué

el tiempo pasó, pero todavía estoy aquí

y hoy como entonces defiendo la ciudad.

 

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