jueves, 5 de junio de 2025

Los peligros de la amnesia

Para las generaciones que nacieron y crecieron décadas después de la Segunda Guerra Mundial la narrativa de los hechos de la confrontación entre aliados y nazis parece muy clara. La derrota de Hitler, el descubrimiento de los campos de concentración y, sobre todo, la liberación de Europa con el ascenso de Estados Unidos como potencia mundial son eventos que ocurrieron una vez que capituló Japón el 2 de septiembre de 1945. Sin embargo, los años posteriores a la guerra fueron una época convulsa en la cual Estados Unidos disputó la hegemonía mundial con la Unión Soviética. Además, los países involucrados –en particular los que perdieron la guerra– tuvieron que lidiar con el llamado “juicio de la historia”.

La narrativa de buenos contra malos, por supuesto, es insuficiente para describir lo que pasó durante el ascenso del fascismo, el nacionalsocialismo, el Holocausto y los numerosos crímenes de guerra de ambos bandos. W.G. Sebald menciona en Sobre la historia natural de la destrucción (1999) la dificultad del pueblo alemán para reclamar los crímenes de los aliados como el bombardeo de Dresde del 13 de febrero de 1945, que mató al menos a 25 mil civiles. ¿Cómo exigir una reparación histórica cuando los líderes alemanes habían diseñado la llamada “Solución final” para exterminar a la población judía? Por otro lado, hubo un proceso de borradura histórica en los países alineados con Hitler, como Austria e Italia, entre otros. Afianzados en su papel de víctimas de los nazis, no purgaron la memoria ni aceptan que el fascismo no sólo se incubó en sus sociedades años antes de la llegada del nacionalsocialismo, sino que ha cobrado un nuevo auge.

La periodista y documentalista franco-alemana Géraldine Schwarz explora en Los amnésicos. Historia de una familia europea (2017; Tusquets) la dificultad y, también, la necesidad de explorar la memoria para entender por qué ciertas ideologías como el fascismo nunca murieron del todo y, en nuestros años, parecen regresar con fuerza. Schwarz parte de su historia familiar para describir a los alemanes y franceses que vivieron con el nazismo y, en el caso francés, con el Régimen de Vichy, un gobierno títere de los nazis. Las vidas que narra la autora son, en gran parte, de hombres y mujeres que no eran judíos ni miembros de la resistencia al totalitarismo que dominó buena parte de Europa. La historia empieza cuando Schwarz descubre la correspondencia de su abuelo, Karl, con un antiguo socio judío que tuvo que huir a los Estados Unidos para no ser llevado a los campos de concentración. Ante la venta forzada de la parte de su negocio, Julius Löbmann exigía una compensación justa por el patrimonio que había dejado atrás. Karl, que había pagado un precio ínfimo por la parte que le había vendido su socio, nunca reconoció la ventaja de la compra y pasó de un tono condescendiente a victimizarse ante las solicitudes de Julius. La víctima judía era ahora el agresor que se aprovechaba de un alemán que había sufrido los estragos de la guerra y la posguerra.

La historia familiar de Schwarz es un microcosmos de innumerables vidas europeas marcadas por la guerra en el siglo XX. También es un recorrido por los mitos que se construyeron después de la Segunda Guerra Mundial para lidiar con la culpa y, algo más delicado, dejar en la impunidad a miles o cientos de miles de ciudadanos franceses o alemanes que colaboraron, de diferentes formas, con los crímenes que después se harían famosos. La idea de Hitler y Mussolini como monstruos dejó en segundo plano a las sociedades que los normalizaron y colaboraron con ellos. Hubo resistencia al ascenso del nazismo y el fascismo, pero se ha documentado que fue minoritaria. La película Zona de interés, dirigida por Jonathan Glazer, refleja de forma macabra la normalidad de una familia alemana –en este caso la del Rudolf Höss, comandante del campo de concentración y exterminio de Auschwitz– mientras a la distancia se ve el humo saliendo de los crematorios. Este comportamiento no era exclusivo de las familias de los altos oficiales, también aplicaba a los habitantes de las principales ciudades que sabían o suponían lo que pasaba con sus vecinos judíos llevados en trenes rumbo al Este.

La investigación de Schwarz plantea dilemas que son muy actuales y que han tenido un largo recorrido desde la segunda mitad del siglo anterior. ¿Hasta qué punto estamos condenados a repetir la misma historia si seguimos ocultando los crímenes del pasado? En Alemania, por medio de la experiencia de la autora como estudiante y después como periodista, se realizó un ejercicio de reflexión y de sensibilización sobre los crímenes de guerra de los nazis. Es dramático enterarse, por ejemplo, que hasta la década de los ochenta, e incluso después, la sociedad alemana se enfrentó a documentales, libros y testimonios que retrataron no sólo las acciones de la élite nazi, sino la colaboración de una gran cantidad de ciudadanos que nunca fueron juzgados y que regresaron a sus vidas una vez que acabó la guerra. Para evitar el trauma de la memoria y, por supuesto, para garantizar la impunidad de cientos de miles de funcionarios del Tercer Reich, la llamada “desnazificación” nunca se llevó a cabo, al menos como se promovió después, cuando la Alemania federal resucitaba de los escombros para volverse una economía próspera. Se tendió un manto oscuro sobre la responsabilidad individual y colectiva del pueblo que sólo se pudo quitar por medio de la educación y el enfrentamiento con la memoria familiar y colectiva.

“La indiferencia está en el origen de los peores crímenes contra la humanidad”, afirma Géraldine Schwarz en una entrevista después de haber publicado su libro. Por desgracia el odio que se creía superado regresa con una nueva cara en el siglo XXI. Por un lado vemos que la gente ha salido a manifestarse contra la agenda de la ultraderecha –racismo, xenofobia, supremacismo blanco– en varios países del mundo, que ha cambiado el antisemitismo por la islamofobia. Por otro lado hay un esfuerzo por normalizar este discurso e, incluso, fomentarlo, como sucede con el apoyo de la Casa Blanca al partido neonazi AfD (Alternativa para Alemania), que abiertamente blanquea el fascismo del siglo XX y lo actualiza para las nuevas generaciones. El caldo de cultivo para el regreso del odio en Europa y EEUU, entre otras regiones del mundo, tiene que ver con el aceleramiento de la crisis ecológica y la necesidad del capitalismo de seguir acumulando a costa de lo que sea. Sin futuro positivo a la vista y sin opciones planteadas por la izquierda institucional, que se ha integrado al statu quo, cada vez más gente se suma a las filas de los reaccionarios.

Si Alemania, como afirma Schwarz, puede dar la batalla contra el autoritarismo promovido por partidos legalmente constituidos gracias al rescate de la memoria y el combate contra la amnesia, otros países tienen una situación más compleja, pues la cultura fascista nunca dejó de existir, se normalizó y se integró en diferentes capas sociales. El mayor peligro es, justamente, la indiferencia ante el avance del odio y la apropiación de sus ideas. A menudo se piensa que los esfuerzos son vanos ante el totalitarismo, y se ha construido un escenario de supervivencia en el que cualquier medida está justificada, pues el poder aplasta las resistencias. No es tiempo de grandes héroes. Schwarz ensaya una pregunta: ¿y si los alemanes y franceses comunes y corrientes hubieran obstaculizado un poco las acciones de los nazis? Un dato escalofriante es que los funcionarios del Tercer Reich sólo se exponían a reprimendas burocráticas, a no ascender en su carrera en el gobierno o, en el peor de los casos, a perder el trabajo en caso de impedir o desobedecer las órdenes que condenaron a millones de personas. Una buena parte de la tragedia fue que los grandes villanos del siglo XX no necesitaron convencer a sus fanáticos con el látigo, pues la semilla ya estaba sembrada en millones de mentes. La memoria rescatada en Los amnésicos sirve muy bien para darnos cuenta de eso.

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