Inextricablemente, el girasol está asociado a Vincent Van Gogh, tal como él lo imaginó; sus amigos, por ejemplo, llevaron girasoles a su funeral. Pocas veces en la historia del arte una imagen funciona como símbolo y detonante de un estilo y de una aproximación estética; es el caso de la célebre serie en la que el artista representó un jarrón con girasoles; estas piezas, específicamente una de las que realizó en 1889, inspira por entero una muestra en el Museo Van Gogh de Ámsterdam.
Para el creador el girasol, que en su época era considerada una flor poco elegante, tenía un significado especial, se trataba de una expresión de gratitud, según escribió; «su intención fue hacer arte que ofreciera consuelo a los corazones que sufren”, argumenta el museo.
Evidentemente las flores son un motivo importante en la historia de la representación pictórica. Van Gogh, por supuesto, se inspiró en muchas obras precedentes antes de pintar Los Girasoles, de la que hizo tres versiones, una en 1888 (que se encuentra en la Galería Nacional de Arte de Londres) y dos al año siguiente (una de ellas forma parte de la colección del Seiji Togo Memorial Sompo Museum of Art, en Japón).
Van Gogh y los girasoles, que se podrá ver hasta el 1 de septiembre, da cuenta del minucioso proceso del artista para lograr efectos de color específicos, de la elaborada combinación de pigmentos para obtener el tono amarillo de estas obras, que ha cambiado con el tiempo, motivo por el que la institución ha decidido no volver a prestar la obra, pintada hace 130 años, y mantenerla bajo resguardo permanente.
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