En La otra historia de los Estados Unidos (1980) Howard Zinn, intelectual emblemático de la izquierda fallecido en 2010, hace un repaso de las narrativas olvidadas que han moldeado a ese país, y cómo éstas han sido un contrapeso de los poderosos. George Washington y los patriarcas estadounidenses, lejos de la mitología que los ha encumbrado, fueron miembros de la élite que privilegiaron sus intereses en la lucha por la independencia de Inglaterra. Zinn rescata la historia de los afroamericanos sometidos a la esclavitud, pero también de las mujeres que apenas tenían poder de decisión en un sistema que limitaba cada aspecto de sus vidas. Por un lado estaban las hijas de buenas familias que, vendidas previamente a algún terrateniente o comerciante, viajaban al nuevo mundo para convertirse en esposas o, mejor dicho, subordinadas que multiplicaban la población blanca en el país. También estaban las mujeres de las clases populares que tenían que trabajar en condiciones infrahumanas, sobre todo en fábricas textiles que ardían en incendios devastadores. El historiador cuenta que, durante las protestas obreras, las mujeres eran dejadas atrás y tenían que organizarse de manera independiente.
La historia contada por Howard Zinn muestra que el odio de género está atravesado por otras discriminaciones. No se puede atacar un abuso de poder si en el proceso se invisibilizan otro tipo de opresiones. La escritora y activista bell hooks (1952) profundizó en este dilema y en 1981 publicó ¿Acaso no soy yo una mujer? Mujeres negras y feminismo, cuya versión en español fue editada por Consonni el año pasado. El libro de hooks tiene, por supuesto, un trasfondo académico importante; abreva de varias fuentes y es una investigación prolija. Sin embargo, la estructura se acerca a un panfleto que ofrece un recorrido anárquico pero vibrante de los distintos tipos de opresiones que han sufrido las afroamericanas desde los tiempos duros del esclavismo hasta finales del siglo XX.
A través de referencias académicas, pero también de la cultura popular y su propia experiencia, hooks se acerca a la vida de las mujeres esclavas y, sobre todo, a su papel en el interior de la población negra. Las mujeres fueron objeto de un racismo propagado como dogma y también sufrieron odio de género y de clase. La sociedad esclavista estadounidense se cebó en ellas física e ideológicamente. Esperando congraciarse con sus amos, los hombres negros, víctimas ellos mismos de innumerables abusos que los debilitaban hasta la muerte, encontraron en sus mujeres el chivo expiatorio ideal para reproducir la violencia que sufrían todos los días. El sistema se mantuvo, casi intacto, durante el siglo XX: en varios pasajes del libro, bell hooks revisa el pensamiento y la biografía de activistas afroamericanos como Malcolm X, quienes no consideraban a las mujeres negras dignas de la lucha contra el racismo. Por otro lado, como muestra también la autora, las feministas blancas de los años sesenta reprodujeron –a veces inconscientemente– discursos que discriminaron y aislaron al incipiente movimiento por los derechos de las afroamericanas.
¿Cuál es la relevancia del libro de hooks en estos tiempos? Hay muchas razones para leerlo. Quizá la más importante es comprender que el odio a la mujer, el racismo y la discriminación forman parte de una gran estructura que se mantiene casi intacta a pesar de las luchas y el paso del tiempo. La dominación masculina –el llamado patriarcado– es mucho más que actos aislados que se pueden resolver punitivamente. El patriarcado es una de las caras del capitalismo voraz que premia al más fuerte y resquebraja cualquier asomo de solidaridad. Por esta razón la lucha por los derechos de la mujer –como afirma la autora– tiene que integrar la crítica al sexismo y al clasismo. De otra manera el mismo sistema seguirá vendiendo el feminismo como un producto integrado al mercado. Esto queda claro cuando vemos el papel de las mujeres en los medios de comunicación mexicanos: jóvenes blancas pertenecientes a la élite económica del país, protagonizando programas de televisión, transmisiones de eventos deportivos o escribiendo en los periódicos pertenecientes a los grandes corporativos. La visión de estas mujeres que, en el papel, están contribuyendo a derrumbar la discriminación de género, nunca tocará la estructura que las ha privilegiado. La realidad de las mujeres indígenas o de las pertenecientes a los sectores populares ocurre siempre fuera de su horizonte.
Hay otro punto a destacar en el texto de bell hooks: a pesar del tono de denuncia que recorre el libro, es también una invitación a la unión. En sintonía con las ideas del pedagogo brasileño Paulo Freire –a quien leyó y conoció personalmente–, para ella sólo puede existir la libertad si también se libera al opresor. En ese sentido la autora nos invita a revisar nuestros privilegios y, desde ese nuevo escenario, transformar nuestra visión del mundo. Finalmente, es el punto de inicio de cualquier cambio real.
bell hooks, ¿Acaso no soy yo una mujer? Mujeres negras y feminismo, trad. de Gemma Deza Guil, Consonni, Bilbao, 2020
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