Esta es la segunda parte de una lista que pretende compilar algunos álbumes que tuvieron poca presencia en los recuentos del año pasado y que merecerían llegar a más pares de oídos. Aunque sus registros son variados, tienen en común el hecho de que no se inscriben nítidamente en los límites de géneros o estilos bien establecidos y en ocasiones, obligan a replantear su misma definición.
Dance You Monster To My Soft Song!
Victory Over the Sun
Salvo la aparición esporádica de unos cuantos músicos de sesión, Vivian Tylinska (única integrante de Victory Over the Sun) grabó los instrumentos, escribió y produjo la totalidad de este álbum, que confunde hábilmente la línea entre el black metal y el metal progresivo, aunque aquí el término “progresivo” debe tomarse en sentido laxo (hay muy poco de Dream Theater). Dance You Monster To My Soft Song! se inscribe en la tendencia a la diversificación, acelerada en años recientes, que han tenido algunos de estos subgéneros, en sus vertientes oscuras o más extremas, antes tan dominadas por la ortodoxia.
Tylinska obtuvo su formación musical en un conservatorio, lo que podría explicar, en parte, el rigor de las composiciones y la inclinación a hibridar con géneros como el free jazz. En varias piezas usa los cambios de tono y ritmo a la manera de narraciones sonoras, y la letra de “Black Heralds” es, sí, el poema de Vallejo. Lo anterior podría dar la impresión de una obra dominada por la razón o la técnica (y seguramente un arduo trabajo cerebral precedió a su grabación), aunque el sonido es de lo más visceral. En “Wheel” la estridencia llega casi al tope del espectro. A la vez, cada cambio es testimonio de una modulación cuidadosa y sutil, dos calificativos que pocas veces pueden usarse en el contexto de la música extrema. A pesar de la intensidad constante, la variedad de registros le vuelve un álbum inusualmente hospitalario.
Tylinska (que es mujer transgénero) ha dicho que el álbum habla del deseo en un contexto cuir. Dance You Monster…, desde la primera escucha, deja adivinar una sensibilidad distinta a la que predomina en un entorno, el del metal, dominado por la masculinidad hipertrofiada.
66 Rue L
Chantal Michelle
Esta década ha resultado prolífica en lanzamientos de artistas sonoros que combinan grabaciones de campo con secciones instrumentales discretas. La popularización de herramientas de grabación y edición, así como la facilidad del acceso a través de plataformas, ha logrado que el público corresponda el tiempo dedicado a estos lanzamientos. Con frecuencia estas obras encuentran oídos dispuestos entre quienes buscan acondicionar el entorno con sonidos relegados al segundo plano y, de hecho, es frecuente encontrarse con que buena parte de esta música fue hecha para ese fin y no resiste la atención dedicada.
Chantal Michelle parte de estos mismos elementos para crear una pieza que, en sólo media hora, rebasa en tensión y riqueza de matices lo que podría esperarse de este esquema. 66 Rue L combina las grabaciones de Michelle con elementos improvisados, entre los que destaca el saxofón de Germán Bringas. El músico mexicano es el único invitado, y buena parte del álbum es, en sentido pleno, una colaboración a dos partes. La compositora es una pianista de inusual profundidad expresiva, y con su afinado sentido de la composición balancea hábilmente pasajes líricos con otros plenamente macabros (tal vez se trate del disco de esta lista que mejor funcionaría para la invocación de fantasmas). Esto no se contrapone con la espontaneidad que define al álbum de inicio a fin.
Tëdd ak Mame Coumba Lamba ak Mame Coumba Mbang
Ndox Electrique
Esta banda (sería más apropiado llamarla ensamble) es una forma de continuación del proyecto Ifriqiyya Electrique, que se halla detrás de dos álbumes poderosos que fusionan cantos de ceremonias sufíes tunecinas con el rock experimental. Ndox Electrique mantiene un esquema parecido: la bajista Gianna Greco y el guitarrista y programador François R. Cambuzat colaboran en esta ocasión con intérpretes de música tradicional del pueblo senegalés n’doëp. Desde Ifriqiyya el propósito manifiesto era alejarse de los lugares comunes de la música llamada “de fusión” o “del mundo”, como asimilar géneros musicales del sur global a las sensibilidades occidentales. O peor, manipularlos con fines exotizantes. Tampoco se trata de un trabajo documental o con vocación etnomusicológica, sino de una colaboración en sentido pleno, en la búsqueda de territorios que aún no se han mapeado.
Ndox Electrique mantiene la vocación por inducir estados de trance, que pueden acentuarse o no, dependiendo de la disposición que se tenga ante el rock de resonancias abrasivas. Aunque en todas las piezas se mantiene la combinación de percusiones y canto n’doëp con la guitarra, el bajo y pinceladas electrónicas, el conjunto siempre encuentra vías para conversar de formas distintas.
Potential
Sunik Kim
Hay obras, como Potential, que importan no sólo por sus cualidades expresivas sino por las posibilidades que abren. En el segundo álbum de Sunik Kim es explícito el diálogo con la tradición de la música atonal y la electrónica temprana. Lo que no es del todo claro es desde dónde se establece ese diálogo, hablando de géneros. Se le puede relacionar, en términos sonoros, con el trabajo de artistas como Astrid Sonne o Vladislav Delay, aunque aquí hay más puentes con la música contemporánea. En una descripción muy burda, se le podría asemejar con un par de largas piezas de Cecil Taylor para orquesta y glitch.
Si se le escucha con descuido, Potential aparece como un collage aleatorio, con las costuras demasiado gruesas. Al aproximarse, cada sección cobra un volumen propio y es fácil notar cómo cada una muta en la siguiente, a la manera de un organismo (como lo hubiera querido Varèse). En ese momento Sunik Kim se revela menos preocupade por avasallar que por hipnotizar. En la sección de comentarios de la entrada de Potential en Bandcamp la gran Lucy Liyou la nombró la obra musical más importante del año, y no es difícil ver por qué.
Sister Time
Amy Cutler
Este álbum es una colaboración de Amy Cutler consigo misma: como tantas personas que pasaron su niñez en los últimos años del siglo anterior, se dedicó a grabar sus canciones pop favoritas en caset. Unos años más tarde volvió a estas grabaciones y encontró un retrato que buscaba de su yo pasado, aunque en viñetas y fragmentos de coros o versos, más que en las canciones enteras. Luego de samplear algunos de estos fragmentos los sometió a manipulaciones y los integró en collages que emulaban el paso del tiempo.
Sister Time es, ostensiblemente, un trabajo sobre la memoria, pero bajo condiciones particulares. Cutler comenzó el proceso de reescucha durante el encierro al que nos sometió la pandemia de covid-19. Ese período, durante sus abundantes momentos de introspección, nos arrojaba una imagen incierta de nuestra identidad presente, una completamente ignota de la futura y una distorsionada, o en veloz reconstrucción, de la pasada. Amy Cutler materializó un diálogo entre la primera y la tercera, en el que los recuerdos estaban poblados por objetos que comienzan a resultar incomprensibles. La distorsión de sus frecuencias recuerda al fenómeno del desplazamiento hacia el rojo que tienen los cuerpos celestes más lejanos.
Es fácil asociar Sister Time con el vaporwave (hay varias semejanzas superficiales, como el método de malear el pop viejo hasta hacerle aparecer como si se derritiera en tiempo real), aunque sería difícil encontrar en ese género varios ejemplos con la minuciosidad y el rigor de este álbum. Hay 24 piezas en él y todas justifican su presencia con tratamientos inventivos de su fuente, a veces más humorísticos, de pronto cálidos o melancólicos y frecuentemente siniestros. Su autora recomienda escucharlo “con un par de audífonos baratos, en el asiento trasero de un coche, en un autobús o en la habitación”.
La entrada Álbumes renegados de 2023, parte 2 se publicó primero en La Tempestad.
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