jueves, 11 de enero de 2024

Un cuento de Bi Gan

Ver una película de Bi Gan supone un desafío para el espectador tradicional. Más le valdría abandonar todas sus preconcepciones y aceptar que la obra de este director chino es una creación puramente mágica a la que sólo puede acceder por medio de la imaginación. Olvidará todo lo que está acostumbrado a esperar de una pantalla de cine, abriendo su mirada a una experiencia sensorial definitivamente distinta. Los personajes de Bi parecen ajenos a la realidad de la que forman parte, como si estuvieran sumidos en viajes oníricos hacia lo más profundo de la memoria. Sus imágenes son a menudo presentimientos de recuerdos futuros, cúmulos de afectos o símbolos expresando la progresiva compresión de una memoria en proceso de formación. En esa relación entre sueño y memoria acontecen aventuras perceptivas que nos permiten descubrir el mundo. Es como meditar, despojarse de todo para llegar a ese estado en que todo emerge de manera excepcional.

Pero cabe decir que el cine de Bi Gan se relaciona no sólo con la imaginación sino también con la poesía en un sentido amplio. Cada segundo, cada cuadro expresa ese límite o ventana que la poética del cine puede ampliar potenciando su naturaleza fragmentaria. A menudo la estética de este autor recuerda el cine de Apichatpong Weerasethakul o el de Hou Hsiao-hsien, ensamblando memorias en las que fluye el amor, el dolor, la alegría o la tristeza. La tensión entre principios opuestos –interior-exterior, luz-oscuridad, presencia-ausencia– atraviesa su obra –de su ópera prima Kaili Blues (2015) a Largo viaje hacia la noche (2018)– y funciona como una especie de ritmo que le permite describir formas, figuras y signos antes no visibles. El tono surreal de la mayoría de los proyectos fílmicos de Bi va a contracorriente de la estética centrada en reflejar el contacto directo con la realidad. Kaili Blues, por ejemplo, entreteje épocas explorando las marcas del tiempo, creando un lugar que solo existe en la película.

Para acceder a la poesía del cine de Bi Gan basta con aguzar la percepción. El principio básico de A Short Story (2022) es la alquimia de formas. Al comienzo se nos promete profundizar en la vida de un gato negro, pero el cortometraje no es una reflexión sobre los días salvajes del felino ni un juego de imágenes de aire fabulístico. La aparente simplicidad devela elementos complejos del dispositivo cinematográfico, estableciendo vínculos con las primeras películas sonoras y con el cine mudo, haciendo visible la magia real y tangible que ha ido desapareciendo por la inmediatez y la superficialidad de lo virtual. Uno de los principios básicos de Bi es la transmutación de la cotidianidad en algo imprevisible, dejando de lado una vigilia que poco o nada puede ofrecer.

Bi Gan

Fotograma de A Short Story (2022), de Bi Gan

En A Short Story vemos a un gato observar la extraña vida de un espantapájaros, que al final es consumido por el fuego evocando un acto alquímico de fusión. De pronto la transformación del felino en un personaje misterioso y oscuro, que viste la indumentaria del espantapájaros quemado, abre un espacio para la imaginación, convirtiendo el cortometraje en un verdadero viaje al inconsciente, articulado ingeniosamente en torno a la pregunta “¿qué es lo más valioso del mundo?”. En este escenario intuitivo, con un proceso creativo cercano a trabajos de Luis Buñuel, René Clair o Germain Dulac, encontrará a tres extraños personajes (un robot, un mago y una mujer) que lo aconsejarán a lo largo del viaje de descubrimiento, poniendo a prueba lo digno y lo genuino, lo tangible y lo efímero, el amor y la amistad que caracterizan la belleza de la vida.

La estructura del corto es intrigante, sin duda. No hay una lógica definitiva, consistente o articulable, ni una secuencia de causas, sólo un presente fragmentado y fluido que guía implacablemente al gato por fuerzas tan extrañas como aparentemente cotidianas, por umbrales cambiantes y espacios enrarecidos como las ruinas de un orfanato abandonado o un vagón en movimiento convertido en una habitación sobre las vías del tren. Todo gira a través de imágenes caleidoscópicas, hasta desembocar en un final circular, acronológico e imposible, que culmina la aventura del gato como fabulación onírica deslizándonos con un ritmo ensoñador, como si A Short Story emulara la manera en que soñamos despiertos y la forma en que la imaginación se despliega a través de la experiencia sensible del mundo. Evocando una atmósfera que recuerda A Ghost Story (2017), de David Lowery, Bi Gan traduce lo intraducible a través de figuras que se metamorfosean gracias su osada y atípica mirada. Desarticulado, su estilo visual carece de coordenadas y medidas, es un torrente de estructuras, texturas y velocidades que chocan, se solapan y se alejan entre sí. Prefiere los contrastes y las alusiones, se sitúa en los detalles y los acontecimientos.

A Short Story sublima los significantes, no sólo para dotar de movimiento a cosas inanimadas sino para articular aquello que transforma nuestro estado de ánimo. Frente a lo irrealizable, Bi cristaliza sin freno muchas de nuestras fantasías. Ahí yace el magnetismo de este cortometraje, en el misterioso poder simbólico de las cosas y las figuras que pueblan los planos. A Short Story podría describirse como un cuento oscuro, quizá, emparentado con obras fantásticas como El mago de Oz (1939) de Victor Fleming, Alicia en el país de las maravillas (1865) de Lewis Carroll o El gato negro (1843) de Edgar Allan Poe. Es un experimento cinematográfico cuyo valor poético es indisociable de la capacidad de imaginar de forma distinta al mundo, de soñar lo que podría ser.

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