Luego de su período de exposición global, la escena artística mexicana vive un momento distinto, igualmente significativo. Hay reacomodos, desplazamientos. Para algunos artistas y agentes culturales, se trata de explorar estéticamente un problema histórico y político de larga data: el lugar de los pueblos originarios. Si se quiere establecer un marco temporal, lo que estamos viviendo puede inscribirse en la secuencia iniciada el 1 de enero de 1994, el día de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y del levantamiento zapatista.
En paralelo a la ofensiva neoliberal, y como acto de resistencia, se ha ido construyendo una contranarrativa que no sólo cuestiona el término “indígena”, sino que contradice los estereotipos irradiados por el discurso oficial. Lo que los pueblos originarios están diciendo, para cualquiera con oídos abiertos, es que están aquí, ahora, con un entendimiento propio de lo social y lo político. Ese relato cuestiona, para el asunto que nos ocupa, las ideas estéticas occidentales, y obliga a ampliar la noción de arte contemporáneo.
Recientemente apareció un libro llamado a convertirse en referente sobre estos temas: Los huecos del agua. Arte actual de pueblos originarios. El volumen toma como punto de partida la exposición del mismo nombre curada por Iztel Vargas Plata para el Museo Universitario del Chopo en 2019, pero no se limita a ser un catálogo: es una fuente de interrogantes, un espacio que pone en crisis un conjunto de posiciones heredadas. A partir del concepto de pensamiento-archipiélago, con el que Édouard Glissant planteó una alternativa a la visión unificadora de Occidente, el libro, como la muestra que lo antecedió, abre caminos para reflexionar sobre la producción artística en un contexto de comunidades que luchan constantemente contra los efectos del “progreso”: la degradación ambiental, el despojo territorial, la destrucción de formas de vida. Los huecos del agua invita a desplazar la mirada, a incorporar a nuestro imaginario otras concepciones de la contemporaneidad.
Sin afanes enciclopédicos, encuentro que la exposición curada por el artista Noé Martínez para Salón ACME, en febrero de 2019, fue uno de los puntos de partida de este momento singular. La propuesta consistió en presentar, dentro de la llamada Semana del Arte de la Ciudad de México, un conjunto de expresiones plásticas de artistas michoacanos, principalmente procedentes de la comunidad autónoma de Cherán.
Tres años después, el trabajo de algunos de esos creadores no sólo cuelga de los muros del MUAC (Colectivo Cherani: Uinapikua), sino que forma parte de la exposición Arte de los pueblos de México. Disrupciones indígenas en el Museo del Palacio de Bellas Artes. Son, en suma, señales de un cambio de perspectiva. Pero, más que dar carpetazo a una problemática lo mismo estética que política, obligan a iniciar una discusión sobre los postulados en juego, tanto los que animan el trabajo de los artistas de pueblos originarios como los que vertebran los discursos curatoriales de las instituciones que han decidido abrir sus espacios a obras antes relegadas.
Arte de los pueblos de México incorpora algunas de las reflexiones que dieron pie a Los huecos del agua, pero donde ésta delimitó su alcance a lo artístico, aquella se orienta a la reivindicación identitaria. En ese sentido, forma parte de la orientación nacionalista de la política cultural en la actual administración. Las discusiones que una exposición de estas características debería suscitar rebasan el alcance de esta columna, pero precisamente eso certifica su pertinencia. Encontrar en las salas del Palacio de Bellas Artes trabajos tan diversos en origen e intención es estimulante, pero también implica revisar críticamente algunas inercias discursivas, procedentes de una idea de lo “indígena” que tiende, para seguir con Glissant, a ver un continente donde hay un archipiélago. La pluralidad de concepciones de lo artístico entre los pueblos originarios y sus creadores exige un esfuerzo pedagógico muy difícil de resolver en un espacio expositivo como el Palacio de Bellas Artes, pero tampoco debe liberarse a los espectadores de responsabilidad: toca cuestionar las categorías que, por ejemplo, nos han hecho distinguir entre arte y artesanía.
“Es preciso deconstruir la noción de esta geografía hoy conocida como México; los archipiélagos son plurales, numerosos, diversos y complejos. Las temporalidades que enmarcan historias singulares y las correlaciones con otras culturas conforman entramados y sistemas de circulación vivos”, escribe Iztel Vargas Plata en Los huecos del agua. Está de por medio la relectura de la historia, poner atención a otras voces y miradas. Cuán escaso es el repertorio que ofrecemos a nuestros sentidos si nos limitamos a lo que museos y galerías exhiben como “arte contemporáneo”.
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