viernes, 25 de febrero de 2022

La renuncia a la sociedad de los que hablan

Viajes al país del silencio. Refugios y experiencias interiores en el mundo contemporáneo está, sin duda, entre los libros más interesantes que aparecieron a finales de 2021. Como antecedente literario de esta espléndida antología de ensayos no vacilo en mencionar Sin rumbo por las calles: una aventura londinense (1927), de Virginia Woolf. Y en lo que se refiere a predecesores francófonos está, además de Georges Bataille, toda la gran literatura mística, con escritores como Michel Tournier, Pascal Quignard o Maurice Blanchot, que aparecen como clara influencia de los doce autores de esta antología.

Los convocados por Gris Tormenta y José Manuel Velasco escriben sobre la experiencia de lo sagrado, relatan el enlace humano con la totalidad de la vida sin negar la necesidad de apartarnos de la mera animalidad. Se trata, como en los antecedentes anglosajones y francófonos mencionados, de restituir lo sagrado al ámbito de lo heterogéneo, como lo totalmente otro de la razón instrumental. A través de historias personales se pone en marcha la imaginación, la concentración ininterrumpida.

Los viajes que Woolf relata en Sin rumbo por las calles son una invitación a perderse, no en el sentido de no encontrar el camino sino de arrojarse a lo desconocido. En la novela Viernes o los limbos del Pacífico (1967) Tournier aborda el problema de lo sagrado, representado por el personaje de Robinson Crusoe, quien vive en íntima unión con su isla desierta. En Thomas el oscuro (1941) Blanchot explica que la experiencia interior es el acontecimiento en el que toda presencia particular es borrada. En esa línea, Viajes al país del silencio ofrece un formidable mosaico, un magnífico y aterrador desfile de testimonios de aquellos que se han arriesgado a explorar, lanzándose a observar esas zonas oscuras –repletas de silencio– de la realidad. ¿Por qué tomaron semejante decisión? Es difícil saberlo, pero una posible respuesta es haber sido marcados en alguna etapa de su vida por una experiencia límite que los enfrentó a un abismo del cual ya nunca pudieron apartar los ojos.

“Tras años de contemplar la agresión calculada de la humanidad sobre la naturaleza tengo la certidumbre de que la verdadera experiencia paradisiaca es la interior, y que ésta solo se alcanza trascendiendo la infernalidad en que gusta solazarse el cuerpo”, escribe Leonardo da Jandra en los fragmentos de diario que forman parte del volumen. Mónica Nepote coincide con San Juan de la Cruz y su poema “Entréme donde no supe”, y declara: “a veces tengo lenguaje para nombrar las cosas, a veces solo las percibo y las siento como parte de un nuevo vocabulario que me acompaña y me regresa de nuevo a un entorno urbano feroz y ensordecedor”. Patricia Arredondo señala que “para conocer el mundo hay que salir conceptualmente de él, es decir, dejar de encarnar la palabra y el significado”.

Y les seguirán las experiencias de Tim Parks –y su feroz crítica de la modernidad–, Pico Iyer –y los infinitos silencios de Japón–, Elisa Díaz Castelo –y el silencio que expresa el dolor físico– o Pablo d’Ors  –y su amorosa contemplación de la tiniebla. Se tejen, entretejen y destejen; se hacen, se enlazan y desenlazan, se mezclan, se separan ante el abismo, siempre asombrados por esos viajes que desembocan en el inevitable encuentro con la parte más oscura del corazón.

Pero quizás el verdadero personaje de esta antología es la idea del éxtasis, de la salida de uno mismo. Para los doce autores lo sagrado y lo heterogéneo son representados por la figura del silencio, donde descansa la “luminosidad universal”. Cada uno revela al lector la intimidad de esta luz, ya sea en “el silencio de la mente” que describe Tim Parks o en la hoja en blanco que Georgina Cebey utiliza como metáfora del silencio, o bien en “dejar de significar: no dar santo ni seña” para alcanzar la profundidad espiritual de los maestros de Oriente, de acuerdo con Patricia Arredondo. Se trata del mismo resplandor o brillo que suspende, escribe Da Jandra, el “dominio soberbio de la razón y la perversa prostitución de la palabra”.

En el formidable prólogo de Viajes al país del silencio, José Manuel Velasco invita a emprender la travesía hacia un territorio “mítico e inmutable”. No cabe duda de que los talentos convocados en el libro permiten adentrarse, así sea a vuelo de pájaro, en el éxtasis de la experiencia interior. Pocas páginas se han escrito en nuestra literatura sobre una época tan ruidosa como ésta, donde el silencio, diría Da Jandra, “no es más que un deseo cada vez menos posible”. Los participantes en esta disertación viven y describen un tiempo en el que las almas fantasiosas creen que alcanzarán la inmortalidad estando en boca de todos.

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