Sigue viviendo en Nueva Orleans, en algún lugar al sureste de Luisiana, cerca del río Misisipi. Escribió su última novela frente a la fotografía de un grafiti de Benito Juárez que su amigo Francisco Goldman le envió desde Oaxaca. Yuri Herrera (Actopan, 1970), uno de los referentes de la literatura latinoamericana contemporánea, descuelga el teléfono para hablar de su última obra. En su autobiografía Juárez “no dice nada sobre los casi dieciocho meses que estuvo desterrado en Nueva Orleans, ni una, a pesar de que en ese período se encontrará con otros exiliados y se convertirá en el líder liberal que marcará la vida del país”, cuenta el autor. Esta ausencia inquietante es la razón de ser de La estación del pantano (Periférica, 2022).
La elocución de Herrera es lenta, pausada. Cuida la elección y la distribución de las palabras, como en su última novela, con un ritmo menos convulso que Trabajos del reino (2004) o Señales que precederán al fin del mundo (2009), pero donde reaparecen algunos temas. El escritor quiso componer una ficción emocionante, especulativa y provocadora, según él mismo afirma a través del teléfono. Se inspiró en los datos que conocía y en los comentarios de algunos amigos suyos. “Desde que llegué a Nueva Orleans sabía de la estancia del jurista en la ciudad, pero me interesó más cuando un amigo me dijo que estaba buscando la casa en donde vivió. Después de eso comencé a preguntar por ahí y a madurar la idea”.
En esta nueva novela la prosa del autor mexicano trasmite un aire cargado de descomposión, exceso de madurez, ahogamiento, asfixia. Es hipnótica, ralentizada. Cada escena de La estación del pantano ocurre como si estuviera suspendida en un jarabe espeso. Herrera evade la indagación realista y la pretensión de verosimilitud, instalándose en una escritura anómala, original, que parece fuera de tiempo. En el relato aparecen carreras de caballos, el Mardi Gras, esclavos, coffee shops, el jazz y también algunos sueños. Hay uno donde Melchor Ocampo se enfrenta a una pareja de vampiros y termina clavándolos en la pared de su mansión. “¿Cómo pudo meter a la casa clavos consagrados sin que nos diéramos cuenta?”, pregunta asombrado uno de ellos. “Estos clavos los encontré junto a las vías del tren. Estos no son clavos consagrados, son clavos de obrero”, contesta el liberal mexicano. La lectura política es evidente: contra el imperio chupasangre, las herramientas del proletariado ayudan a alcanzar conciencia de clase.
“A pesar de llevar muchos años viviendo en Estados Unidos, mi condición es la de alguien que está en un lugar donde uno no termina de encontrarse, eso es algo que me parece que la historia de Juárez podía expresar de una manera mucho más radical, mucho más clara.”
Hay también, como en el resto de las historias de Yuri Herrera, interés en la migración. En este caso la complejidad del fenómeno del exilio, del desarraigo. “Pienso que esto es importante por diferentes razones. Por un lado, aunque completamente distinta a la mía y a la de muchos migrantes con los que he estado conviviendo, la de Juárez es una experiencia del exilio, y comparte algunas características con la de muchos migrantes a la hora de dejar su tierra”, señala. El escritor, una y otra vez, vuelve a la figura de aquel que no encaja, que vive en un mundo que no entiende y que probablemente nunca entenderá. “A pesar de llevar muchos años viviendo en Estados Unidos, mi condición es la de alguien que está en un lugar donde uno no termina de encontrarse, eso es algo que me parece que la historia de Juárez podía expresar de una manera mucho más radical, mucho más clara”.
“Los vacíos y los silencios en toda narración son importantes, porque pueden expresar algo sobre lo que los protagonistas no quieren decir o sobre lo que social o culturalmente se ha silenciado en un espacio determinado”. En ese sentido, ¿es La estación del pantano su novela más política? “A mí me interesaba esta historia como un espacio para reflexionar sobre cuál ha sido mi relación con la ciudad, sobre cómo veo la importancia de esta ciudad, sus contrastes brutales, y también para hablar de mi propia posición”, responde.
Herrera amplía: “Tomé una serie de elementos con los cuales jugar, algunos son verdaderos y otros no. La novela comenzó cuando encontré la manera de combinarlos. La importancia del relato está en la manera de entender cómo alguien puede transformarse sometido a las experiencias citadinas: el crimen, el clima, la vida cultural. Juárez, en tanto sujeto social, se transforma. Su vida previa y la vida que sabemos que llevó después son una serie de piezas que permiten construir el personaje”.
“La literatura es una invitación a hacerte preguntas. El Juárez que aparece en mi novela no lo hace a la manera de otros héroes nacionales, huyo del retrato de los personajes históricos como seres que nunca tuvieron contradicciones, errores o inconsistencias.”
Yuri Herrera, que en 2019 debutó en la ciencia ficción con Diez planetas (Periférica) –colección de cuentos que, a través de hechizantes y extraños personajes, reflexionan acerca de lo efímero de la vida–, lamenta que existan novelas que resuelven todo al lector: “No me gustan las historias que brindan una versión cómoda y satisfactoria del mundo. La literatura es una invitación a hacerte preguntas. El Juárez que aparece en mi novela no lo hace a la manera de otros héroes nacionales, huyo del retrato de los personajes históricos como seres que nunca tuvieron contradicciones, errores o inconsistencias”. En la especulación de lo que Juárez vio o vivió en su paso por Nueva Orleans, en el borroso exilio del personaje, el escritor encuentra la “comprensión del lugar, de la persona y de la historia”, del humano que el lector descubre cuando se enfrenta a la novela. “Más que sobre los acontecimientos históricos, la novela plantea ese día a día, esa manera en la que cualquiera de nosotros nos ganamos la vida, lavamos los trastos, nos aburrimos, tenemos insomnio, eso es lo que nos constituye como sujetos políticos”, subraya.
Los personajes de La estación del pantano transitan por una suerte de purgatorio, un lugar que sospechosamente parece la puerta que comunica cielo e infierno. ¿Contra los clichés de la novela histórica? “¿No produce flojera aquella novela que intenta sacralizar a los personajes?”, pregunta. Antes de colgar, habla de la importancia de lo cotidiano: “Frecuentemente las cosas importantes no están en los acontecimientos escritos con hache mayúscula, tal y como son relatados desde el poder. Para mí es importante que la vida cotidiana de este personaje tenga el mismo peso en la reconstrucción de los acontecimientos, significa que en la literatura nos movemos en los márgenes de la forma en que se nos cuenta la historia”.
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