“No hay segundos actos en las vidas norteamericanas”, escribió F. Scott Fitzgerald sobre el éxito y el fracaso, en su tono habitual de hostilidad suavizada por tres bourbon. Ciertamente Nick Carraway, el vecino ingenuo, deslumbrado y finalmente devastado por Jay Gatsby, tendría algo que decir sobre la perversa relación entre el Sueño Americano, la prosperidad rápida y el carisma individual de la self-made people, pero ni siquiera aquellos emprendedores cínicos de entreguerras habrían comprendido los claroscuros humanos que sostienen, un siglo después, a la industria pornográfica de la Costa Oeste. En los circuitos del sexo audiovisual rara vez existen segundas tomas, y las carreras se balancean siempre en una cuerda floja entre la celebridad y el oprobio, aunque una cosa y otra representen, para las mujeres de la industria, variantes del sometimiento.
Pleasure (EEUU-Suecia, 2021), el primer largometraje de la también guionista y egresada de estudios de género Ninja Thyberg, presenta el detallado panorama de vuelo de una Ícaro contemporánea, la aspirante a starlet porno sueca Linnéa “Bella Cherry” (la debutante Sofia Kappel, incendiaria o intuitiva según se requiera), quien apenas pisa el aeropuerto de Los Ángeles se encuentra con la pregunta definitoria para su futuro: “¿Está aquí por negocios o por placer?”, le pregunta el agente de migración. “Placer”, responde, aunque la respuesta podría ser más extensa: su propósito es formar parte de las Spiegler Girls, una de las agencias de talento mejor valuadas en la industria pornográfica y cuyo auténtico fundador, el controvertido Mark Spiegler, aparece en Pleasure interpretándose a sí mismo con soltura e ironía. Kappel es, a la vez, debutante en pantalla y la única persona en ella que no pertenece a la industria real del porno angelino, lo que convierte al guión de Thyberg y Peter Modestij en un curioso artefacto antropológico que articula elementos de ficción, investigación de campo y documentación periodística.
Con todas las luces y sombras de una ópera prima, Pleasure compensa sus flaquezas de principiante con dosis bien medidas de arrojo, ambigüedad y una saludable ausencia de autocensura. Entre las primeras están un desarrollo errático de su protagonista (durante los primeros 40 minutos no muestra gran desarrollo ni motivaciones claras) y una potencia mal modulada en su tercio final, el cual se siente entre efectista e inconcluso. Pero su valor sube varios puntos en las escenas que describen la cotidianidad de los rodajes: ahí la inteligencia triple de Thyberg, Kappel y la fotógrafa Sophie Winqvist construyen espacios inquietantes por su normalidad desprovista de juicios o golpes de efecto.
El día a día de la industria aparece, primero, como un entorno extrañamente empático y profesional en donde Linnéa-Bella parece tener agencia y decisión (“Nuestra prioridad es que te sientas cómoda”, “¿Recuerdas las palabras de seguridad?”, “Estaré junto a la cámara, mírame a mí si necesitas más lubricante”), lo cual eleva nuestro interés cuando los claroscuros de poder y machismo comienzan a emerger en un nivel más profundo que las líneas claras que separan a víctimas de victimarios. En uno de sus momentos más tensos, Bella incita a su agente a enrolarla en rodajes más desafiantes, segura de que así estará empoderando su estatus como actriz, pero cuando una secuencia la expone al riesgo de una violación doble, pide detener la filmación y retirarse ante los reproches profesionales de los hombres que la circundan (“Tú pediste hacer este tipo de escenas”, “No puedes jugar así con el dinero de otras personas”); durante esa tensa secuencia de tres escenas, el espectador se ve orillado a empatizar con Bella, a juzgarla o compadecerla, pero no hay nada en la forma fílmica que incite a tomar partido –música dramática, cambios de luz, etc.–, dejándonos a solas con nuestro albedrío.
El tan debatido y teorizado rol de las miradas masculina / femenina (female / male gaze) encuentra en Pleasure uno de sus campos de discusión más fértiles: ¿resulta decisivo el género o sexo biológico de las personas que se encuentran tras la cámara para discernir nuestro entendimiento de lo que vemos en pantalla? No, no siempre, pero en el caso de Pleasure y otros ejemplos tan recientes como Titane (2021), L’Événement (2021) o Tempestad (2016), definitivamente sí, pues la identidad del relato se construye, inevitablemente, desde la identidad de la mirada a través de la cual se nos invita a observar, y en consecuencia la mirada se enuncia desde un yo que no es neutral ni meramente narrativo, sino activo, político y cómplice. Como resultado –y en uno de sus mayores aciertos– los escasos elementos sexuales de Pleasure aparecen despojados de erotismo, orientando al espectador a cuestionar su propia relación (¿lúdica?, ¿impersonal?, ¿dominante?, ¿patriarcal?) con los cuerpos en pantalla.
Aunque la historia del fuereño soñador que desembarca en la gran ciudad buscando conquistarla para terminar arrollado por su propia ambición es uno de los motivs más recurrentes del cine estadounidense –El padrino II (1974), Showgirls (1995), Perdidos en la noche (1969), Caracortada (1983), entre muchas más–, la originalidad de la mirada de Ninja Thyberg sobre la industria porno está en despojarla de su problemática nostalgia habitual, casi siempre como una perversa belle époque alrededor de los años setenta –piénsese en Boogie Nights (1997), Larry Flint: el nombre del escándalo (1996), Lovelace (2013) o The Deuce (2017)–, para presentarnos una punzante crónica del presente más inmediato.
La entrada Un sueño americano se publicó primero en La Tempestad.
from La Tempestad https://ift.tt/lGgskN0
via IFTTT Fuente: Revista La Tempestad
No hay comentarios:
Publicar un comentario