“No nos quedamos quietos ante una obra de Cruz-Diez. Para experimentarla plenamente debemos caminar de un lado a otro. El movimiento lineal activa las transformaciones de colores y formas haciéndonos participantes indispensables de su creación”, explica Alma Ruiz, curadora de la nueva exposición del maestro franco-venezolano en la galería capitalina RGR. Inaugurada el pasado 12 de mayo, Color y línea en movimiento consta de una docena de obras realizadas por el artista en su estudio de Ciudad de Panamá, entre 2010 y 2018.
Carlos Cruz-Diez (1923-2019) fue un pionero indiscutible del arte óptico y cinético, además de un estudioso del color como realidad autónoma modificada por el tiempo y el espacio. En la galería RGR pueden verse trabajos pertenecientes a cuatro líneas de investigación: fisicromías, color aditivo, cromointerferencias e inducción cromática. En ellos, como apunta Ruiz, el color depende del movimiento del espectador, que participa de la creación de las obras, de naturaleza siembre cambiante. Estas ideas son exploradas en el documental Free Color: la fascinante historia de Carlos Cruz-Diez (Alberto Arvelo, 2020).
Desde su primera gran retrospectiva en el país hace una década (El color en el espacio y en el tiempo, MUAC, 2012), la presencia del trabajo de Cruz-Diez en museos y galerías mexicanos ha sido constante. La propia galería RGR le dedicó ya una exposición, La autonomía del color, en 2019. En Color y línea en movimiento, abierta hasta el 9 de julio, puede apreciarse el proceso reductivo del artista, que del riguroso análisis del fenómeno cromático obtuvo piezas de enorme potencia sensorial.
Con obras en las colecciones de algunos de los principales museos del mundo, Carlos Cruz-Diez vivió en Caracas hasta 1960, cuando se mudó a París, la ciudad en la que residió hasta su muerte. Instaló estudios en las capitales francesa (Atelier Cruz-Diez) y panameña (Atelier Articruz), donde produjo piezas de todo tipo, que van de pequeños objetos a intervenciones arquitectónicas y urbanas: “intento evidenciar el color como una situación efímera, como una realidad autónoma en continua mutación. Es una realidad porque los acontecimientos tienen lugar en el espacio y en el tiempo real. Sin pasado ni futuro, en un presente perpetuo. Es autónomo porque su puesta en evidencia no depende de la forma o de lo anecdótico, ni siquiera del soporte”.
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