viernes, 10 de junio de 2022

Volver al futuro medieval

Tal vez usted se reconozca en el estresante episodio de no poder entrar a la casa por haber dejado la llave adentro. Hace unos años me pasó y, luego de llamar a un cerrajero que habilitara la entrada, y de pagarle una pequeña fortuna, mi compañera me dijo: “Vivimos en un mundo donde tenemos la llave pero realmente no sabemos cómo abrir las puertas”. El comentario me impactó, y quedó rebotando en mi mente.

Unos años después, en su primera incursión en el ensayo filosófico, el artista visual James Bridle publicó el libro La nueva edad oscura (2018), donde expandió la idea de mi compañera hasta sus límites conceptuales. Para Bridle los mecanismos que hacen funcionar el mundo actual no sólo son incomprensibles para las personas comunes, sino también para la mayor parte de los científicos y profesionales del pensamiento, que, especializados en sectores específicos, no logran comprender el todo ni develar muchos de los misteriosos mecanismos de nuestra cotidianidad. Eso, indica, abre una “nueva edad oscura”, en la que vivimos manteniendo una fe ciega en poderes que consideramos superiores.

“Si no entendemos cómo funcionan las tecnologías complejas, cómo se interconectan los sistemas de tecnologías y cómo interactúan los sistemas de sistemas, estaremos a su merced, y será más fácil que las élites egoístas y las corporaciones inhumanas acaparen todo su potencial”, explica Bridle. “Precisamente porque estas tecnologías interactúan entre sí de formas inesperadas y a menudo extrañas, y porque estamos completamente vinculados a ellas, este conocimiento no puede limitarse a los aspectos prácticos de cómo funcionan las cosas: debe ampliarse a cómo las cosas llegaron a ser como son y a cómo continúan funcionando en el mundo de maneras a menudo invisibles y complejas”.

De Internet al sistema financiero, del sistema monetario a los seguros médicos, de los motores de los autos eléctricos a la telefonía celular, dependemos de todo esto y no sabemos cómo funciona. Tenemos algunas certezas: introducimos una tarjeta de débito y nos sacan dinero, con una de crédito lo pagamos al mes siguiente, al apretar el botón de play se reproduce una película, los productos del supermercado son más caros cada cierto período de tiempo. Pero no sabemos por qué sucede esto, cómo funciona y cómo cambiarlo o repararlo en caso de que deje de funcionar. Ni siquiera los técnicos, expertos en pagos digitales, programadores o economistas conocen todos los secretos de estos tres sencillos ejemplos.

En los años setenta y ochenta existían unas enciclopedias que explicaban cómo funcionan las cosas; muchos las leímos fascinados en la infancia, aprendiendo el ciclo del agua y por qué llueve, o qué impulsa a un tren o a un cohete. Luego llegaron los autos modernos, cuyos motores son un enigma hasta para los expertos. O los autos eléctricos, que parecen directamente alienígenas. Circa 2008 se puso de moda un documental llamado Zeitgeist: Addendum, donde se explicaba cómo funcionaba el sistema monetario. Muchos lo vimos y pensamos que sabíamos cómo funcionaba el dinero. Un año después se inventaron las criptomonedas y volvió la oscuridad. Y parecíamos empezar a entenderlo hasta que el crack de unas semanas atrás dejó en evidencia la ignorancia de hasta los más sabios.

La nueva Edad Media

James Bridle define a esta “nueva edad oscura” como “una era en la que el valor que hemos depositado en el conocimiento es destruido por la abundancia de esa mercancía tan lucrativa y en la que buscamos a tientas nuevas formas de comprender el mundo”. Es decir, ya no es el saber lo que nos define, sino otra cosa. ¿Será por eso que vemos nacer una nueva ola anticiencia paranoide que incluye terraplanismo, antivacunas y autohipnosis como solución a los problemas más graves del cuerpo, la mente y el espíritu?

La omnipresente pandemia viral de 2020 empujó este proceso anticiencia enfatizando los argumentos de Bridle, que en su libro asegura que “las teorías conspirativas son el nuevo folclor de Internet”. ¿No será este anticientificismo una reacción a un mundo que se complejiza hasta niveles desconcertantes? Las nuevas supersticiones responden a preceptos que parecían superados, y vuelven más como síntoma de cierto cansancio y confusión que como fe verdadera.

Pero éstos no son los únicos signos de que podemos estar ante un regreso al Medievo. Ya en los años setenta Umberto Eco publicó un ensayo titulado “La Edad Media ha comenzado ya”, en donde destaca algunos tópicos por los cuales puede verse un proceso muy similar al que dio forma al Medievo. Eco señala “la de­gradación de los grandes sistemas típicos de la era tecno­lógica; éstos, por ser demasiado vastos y complejos como para que una autoridad central pueda controlarlos e in­cluso para que pueda hacerlo individualmente un aparato de administradores eficaz, están destinados al colapso y, a consecuencia de su interdependencia recíproca, a producir un retroceso de toda la civilización industrial”. Así, destaca el deterioro ecológico, un incipiente “neonomadismo” y la inseguridad creciente y omnipresente como algunos de los fenómenos que refuerzan su hipótesis, e inclusive va más allá cuando explica que ésta es una época de “transición permanente”, condición que define desde el nombre de la Edad Media.

Economía criptomedieval

En mis tiempos de estudiante, mi profesor de Historia Medieval repetía que las condiciones socioeconómicas típicas de una época suelen darse en muchos tiempos y lugares. Por ejemplo, el feudalismo existió tanto en la Francia del siglo IX como en la Argentina del siglo XVII o en el México prerrevolucionario. Entonces vamos al siglo IV, donde el Imperio Romano entraba en su fase terminal. Algunos historiadores documentaron los signos de la caída en cierta degradación de algunos aspectos de la sociedad imperial, entre ellas la economía.

Cuenta William Carroll Bark, en Orígenes del mundo medieval (1958), que el sestercio era una moneda en el sentido nominal, ya que cada general acuñaba sus propios sestercios con su rostro impreso en ellas, con los metales de la fundición de los objetos robados como botín en las campañas. Con estas monedas pagaba a sus soldados, quienes al mirar su salario sabían quién era su jefe, ya que su esfinge estaba al reverso del águila romana. Cada general con intenciones de convertirse en emperador comenzaba haciendo su moneda y pagando con ella todo lo que necesitaba para su carrera hacia el trono. Según los hallazgos arqueológicos, estas monedas se multiplicaban a medida que se acercaba la caída definitiva del imperio, y los metales con los que se acuñaban eran cada vez de peor calidad, apenas contenían plata u oro, abundando el cobre y el níquel.

Bitcoin, Ethereum, Cardano, Tether, Binance Coin, Dogecoin, USDCoin, Polkadot son algunas de las criptomonedas que circulan en el mercado actualmente y cuyos ejércitos se dividen en regimientos de compradores, traders, mineros, inversores, entusiastas, fanáticos o simples usuarios. La excesiva mediatización del fenómeno y su impacto en el universo financiero generó una cultura que combina liberales que rayan el anarquismo con jóvenes hijos de ricos, entusiastas de clase media con tiempo libre, adultos con miedo a quedarse fuera de las modas, artistas del NFT, economistas que buscan diferenciarse de las generaciones anteriores, inversores tradicionales que diversifican y vanguardistas con perfiles de CEO demente, cuyo mayor exponente es, precisamente, el presidente de El Salvador.

Cada cripto tiene un mito de origen, una leyenda a tono con los tiempos contemporáneos que combina un relato visionario con tecnología, programación y nobles premisas ideológicas donde abunda la palabra “sustentabilidad”. Un discurso de revolución del capitalismo combinada con complejos mecanismos para lavar dinero compone la narrativa de cada una, sostenida por un mítico general que imprime su esfinge en cada unidad. Bitcoin tiene al mayor mito del siglo XXI, el enigmático personaje Satoshi Nakamoto, pero otros no se quedan atrás, como el sorprendente Vitalik Buterin y su rostro reptiliano, los simpáticos creadores de Dogecoin, Billy Markus y Jackson Palmer, o el desarrollador de Cardano, Charles Hoskinson, famoso por sus puros y su filantropía en África. Todos son líderes militares en el imperio del capitalismo, librando sus batallas contra un sistema que los había relegado a meros picapiedras de la programación al servicio de grandes holdings –compañías como Microsoft o IBM tuvieron a muchos de ellos en su nómina– pagando sus costosas luchas –imaginarias o reales– con las monedas que crearon.

Volviendo a Roma, en el amanecer de las múltiples monedas los mercaderes que recorrían las provincias del Imperio no aceptaban pagos en metales cuyos rostros eran desconocidos en otras tierras, porque el valor del dinero estaba garantizado por el prestigio personal del que las acuñaba. Entonces el soldado que había obtenido un pago del general Aurelio Graco, quien dirigió campañas sobre Germania y Macedonia, no podía volver a la villam en Tarquinia y cambiarlas por dos bueyes y un arado, como se estilaba en los soldados que habían cumplido con su servicio, ya que el líder militar era apenas uno más entre los patricios que abundaban en Italia. Su fama existía únicamente en los círculos militares de provincias. Entonces los soldados debían portar el estandarte del que les pagaba y apoyarlo para conseguir el trono de Roma, aún enfrentándose en guerras civiles, sólo para hacer valer su paga. Esta situación generó guerrillas a lo largo del Imperio que terminaron por dividirlo. Las tropas, cansadas de la lucha, se establecieron allí donde las monedas se cambiaban, formando los primeros reinos independientes y, más tarde, llevando al trono a los reyezuelos que formaron el ecosistema medieval.

¿Quién establece el valor de una criptomoneda? Mientras que los liberales hablan de “el mercado”, lo cierto es que las operaciones de prensa y difusión son definitivas para el éxito. Las excentricidades de sus fundadores determinan los perfiles de sus compradores y entusiastas, y sus obras filantrópicas establecen lazos de identificación y admiración decisivos para la construcción de tropas que difundan el nombre de la moneda y otorguen legitimidad a su líder. Ya no es un pueblo o una nación o una empresa la que les otorga su valor, sino que es una sensación, una idea, un concepto.

Las criptomonedas combinan fantasías emergentes del siglo XXI: un futuro tecnologizado, economía colaborativa, sociedad horizontal, sentido de comunidad y, sobre todo, la apuesta de hacerte millonario sin trabajar. Sin embargo, nos llevaron de regreso al siglo IV, cuando las grandes naciones se dividieron en pequeñas regiones, y la atomización de la sociedad desintegró toda posibilidad de cohesión y unidad entre los pueblos. Si una persona con suficientes recursos puede acuñar o producir monedas (de eso se trata el proceso de minado), ¿cuántos reyezuelos veremos en el futuro?, ¿cuántos capitanes se convertirán en gobernantes?, ¿cuántos nuevos territorios financiarán los ejércitos del futuro?

Volver al futuro 4

Podríamos continuar estableciendo cada tópico donde exista un paralelo con las condiciones socioculturales de la Edad Media. Podríamos decir que los músicos de trap y hip hop funcionan como nuevos juglares. O extrapolar los arquetipos de Jacques Le Goff –el campesino, el sacerdote y el luchador– que componen la santísima trinidad en la Tierra y extendernos acerca del neofeudalismo de la precarización laboral, el contexto inflacionario y el vasallaje del hombre a las empresas. O a que el recorte de las libertades en EEUU y en Europa por miedo a la inmigración es un fenómeno típicamente medieval. Pero no vamos a hacerlo. Esto es sólo una columna en una prestigiosa revista cultural y no hay tiempo ni espacio para ello. Una nueva Edad Media implica, como de algún modo señaló Eco, un tiempo de profunda oscuridad y crisis, pero que se dirige hacia otra cosa, un tiempo de luz e ilustración, tal vez, donde vuelve a reinar el conocimiento y la claridad.

Pero, mientras tanto, me acuerdo de uno de los primeros virales hace casi dos décadas. Fue un supuesto tráiler –que luego se sabría falso– en donde se anunciaba una cuarta parte de Volver al futuro. En este avance, el Doc Brown viajaba al Medievo, había lucha de espadas, justas y princesas rescatadas. Pienso que, si ese proyecto existiera hoy, tal vez el DeLorean no tendría que ir a ningún lado sino que, como en la tercera parte, podría quedarse en una cueva, tapado, esperando. Y con eso sería suficiente.

La entrada Volver al futuro medieval se publicó primero en La Tempestad.



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